Una aproximación filosófica a la teoría del Appraisal

 

A philosophical approach to Appraisal theory

 

Mario Alejandro Haro Almerico

Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino, Tucumán, Argentina

Universidad Austral, Buenos Aires, Argentina

mario.haro@unsta.edu.ar

ORCID: 0009-0004-4170-4589

 

DOI: https://doi.org/10.53439/stdfyt54.27.2024.221-234

 

Resumen: Las emociones fueron estudiadas por la psicología desde un enfoque primariamente fisiológico como una estrategia para validar empíricamente sus producciones. Esto fue una consecuencia del conductismo metodológico y su impronta en el campo de la investigación psicológica. En dicha tarea se tendió a disociar las emociones de las cogniciones y a presentarlas como resultados de meros procesos fisiológicos. En la década del 70 surgió la appraisal theory (Magda B. Arnold) proponiendo un enfoque distinto que rescata una dimensión cognitiva en las emociones. Pero este enfoque ¿es realmente inédito? Aquí sostenemos que, si bien sus aportes son científicamente consistentes y novedosos, desde el contexto en que se formulan, abrevan en algunos elementos de la filosofía clásica de Aristóteles y santo Tomás de Aquino. Aquí nos circunscribiremos a revisar dos ensayos (Peters y Lazarus) a fin de vincular y ponderar una teoría psicológica con una filosofía subyacente.

 

Palabras clave: teoría de la apreciación, emociones, educación de las emociones, pasiones

 

Abstract: Emotions have been studied by psychology from a primarily physiological approach as a strategy for empirically validating its finding. This was a consequence of methodological behaviorism and its influence on the field of psychological research. As a consequence, emotions were often dissociated from cognitions and presented as mere outcomes of physiological processes. In the 1970s, Appraisal Theory (Magda B. Arnold) emerged, proposing a different approach that highlights the cognitive dimension to emotions. But is this approach really new? Here we argue that although its contributions are scientifically consistent and innovative, they are rooted in elements of classical philosophy from Aristotle and Thomas Aquinas. In this paper, we will review two essays (Peters and Lazarus) to connect and assess a psychological theory alongside the underlying philosophy.

 

Keywords: Appraisal Theory, emotions, emotional education, passions

 

Recibido: 14/02/2024

Aceptado: 23/05/2024

Introducción

 

Al iniciar este trabajo[1] considero oportuno y necesario definir algunos términos que, si bien dentro del mismo campo epistemológico cognitivo no están unificados semánticamente, resulta útil para poder contextualizar debidamente los conceptos y relaciones que se establecerán en lo sucesivo. Existen diversas teorías acerca de sus significados y diferencias. Nos referimos concretamente ahora a los términos “emoción” y “sentimientos”.

 Desde la posición de este trabajo, por “emoción” entenderemos una constelación de sensaciones y cogniciones más bien lábiles, no lo suficientemente sólidas y permanentes, que están vinculados a una serie de componentes fisiológicos y conductuales. En cambio, por “sentimiento” entenderemos una emoción estructurada y estable, arraigada en el ego de la persona y con conciencia de ella, que puede involucrar afectos duraderos y disposiciones a la acción firmes. Así expresados, es posible concebir que las emociones estén presentes en seres humanos y animales (en grado, intensidad y calidad distintos), mientras que los sentimientos serían propiamente humanos, por cuanto requieren un grado de autopercepción y conciencia que es privativo de los seres humanos. Evidentemente, afirmar la posibilidad de que la emoción sea igualmente experimentable tanto por seres humanos como por animales de ninguna manera implica afirmar que ambas sean idénticas. Por el contrario, se diferencian y mucho, pero no por el manido argumento clásico que asociaba la naturaleza animal al instinto irracional y a la naturaleza humana a la racionalidad. Justamente, como se verá más adelante, esta idea engendró una idea errónea acerca de las emociones, que terminó por escindirla de lo racional (cognitivo). Es necesario recuperar la noción de lo cognitivo como algo inherente a las emociones, aun incluyendo esa posibilidad en los animales, aunque estén presentes en forma distinta en unos y otros.

Para emprender tal tarea, nos dirigiremos a la teoría del Appraisal de Magda Arnold, quien fuera pionera en este tipo de investigaciones ya hacia 1960, proponiendo un enfoque diferencial, aunque no inédito, por cuanto ya existen evidencias de sus ideas en algunos pensadores de la filosofía clásica, como Aristóteles y santo Tomás de Aquino. Se intentará evidenciar dicha vinculación.

 

Hacia una teoría cognitiva de las emociones

 

Magda Blondeau nació en la República Checa. Se casó con Robert Arnold y se mudó a Praga. Asistió a clases de psicología en la Universidad Charles, donde trabajó como secretaria. En 1928, los Arnold abandonaron Checoslovaquia y emigraron a Canadá. Arnold tuvo tres hijos: Joan, Margaret y Katherine. Robert y Magda se separaron en 1939. Estudió psicología en la Universidad de Toronto, donde se graduó con una licenciatura en 1939. Continuó sus estudios de posgrado en la Universidad de Toronto, estudiando la relación entre la emoción y la tensión muscular; obtuvo su maestría en 1940, seguida de su doctorado en 1942.

En 1942, Arnold trabajó en la Universidad de Toronto después de sus estudios de doctorado. Fue invitada a ser directora de Investigación y Capacitación en los Servicios Psicológicos para Asuntos de Veteranos Canadienses en 1946. Al año siguiente, Arnold aceptó un puesto de maestra en Wellesley College. En 1948, se desempeñó como profesora asociada y directora de departamento en Bryn Mawr College. Durante este tiempo se reunió con su hija. Dos años más tarde, se convirtió en directora de departamento en Barat College para ayudar a mejorar el entorno académico. Luego, en 1952, Arnold aceptó un puesto en la Universidad de Loyola (Chicago) para centrarse en la investigación (Ferente, 2009). Fue ascendida a directora del Laboratorio de Conducta. Durante un período de veinte años, Arnold viajó internacionalmente para enseñar en universidades de Europa del Este sin dejar de estar conectado con Loyola. En 1972, enfrentó un pequeño revés en su investigación mientras enseñaba en Spring Hill College debido a la falta de apoyo de la comunidad académica. Rápidamente se trasladó a la Facultad de Medicina de la Universidad del Sur de Alabama para volver a estudios serios del cerebro. Finalmente, en 1975, Arnold decidió retirarse de la docencia. Usó su tiempo para terminar de escribir su libro: Memory and the Brain.

Las contribuciones de Magda Arnold se centraron fundamentalmente en tres áreas (Ferente, 2009): elaboró una teoría propia de la emoción, aportó nuevas sistematizaciones para analizar el TAT con uso tanto en pacientes normales como neuróticos y realizó estudios entre memoria y cerebro. También, junto con el sacerdote y psicólogo jesuita John A. Gasson, Arnold formuló una teoría general de la personalidad fundada en la antropología cristiana, especialmente inspirada en santo Tomás de Aquino. Desde esta perspectiva criticó a las principales teorías de su tiempo, como el psicoanálisis de Sigmund Freud, la psicología del individuo de Alfred Adler, la psicología analítica de Carl G. Jung y el conductismo. Esta relación con el jesuita Gasson le permitió advertir la convergencia entre su teoría de la emoción y la antropología tomista. Arnold murió en Tucson, Arizona, el 5 de octubre de 2002.

Magda Arnold analiza con agudeza la causalidad y la motivación humanas. La concepción de la motivación humana de Arnold arraiga en la concepción de causalidad final, mientras que es el mismo agente (sea ser humano o animal) la causa eficiente. Así postulado, la autora entiende por motivo todo deseo que es llevado a la acción. Esto supone una evaluación deliberada, consciente y reflexiva. Como se ve, los motivos incluyen una tendencia a una acción deliberada, consecuente a la evaluación anterior. Los motivos no son ni instintos ni impulsos. Su dinamismo radica en el querer, espontáneo o deliberado, que lleva a la acción. Desde su perspectiva, las emociones se proyectarían hacia un objeto particular mientras que los sentimientos indican reacciones a un aspecto particular de un objeto (Arnold, 1969). La tesis central de Arnold consiste en considerar a las emociones como tendencias de naturaleza psicosomática, constituidas por un aspecto psíquico y uno fisiológico. Así consideradas, las emociones tendrían un patrón de reacciones corporales específicas que, al ser estudiadas detenidamente, advertimos tendencias psicosomáticas activadas por una cognición previa (Echavarría, 2016).

Algunos teóricos aportaron elementos para la construcción de una teoría cognitiva de la emoción (Lazarus et al., 1970). Se parte de una revisión crítica de la emoción en relación con el lugar que ocupó en la psicología y los estatutos epistémicos desde los cuales se estudió la misma.

El excesivo énfasis puesto por la tradición psicológica norteamericana, fuertemente influenciada por el conductismo reinante, en la noción de emoción como variable de análisis experimental fomentó una consideración sesgada de la misma que derivó en una identificación con nociones como activación o impulso. Desde esta perspectiva, pusieron el eje en la intensidad y no en el elemento cualitativo. El afán experimentador connotaba las características de componentes e instrumentalización de la emoción sin poder arribar a una definición. Es innegable que una emoción suele ir acompañada por un conjunto de reacciones fisiológicas y cognitivas. Sin embargo, hasta la propuesta de Magda Arnold no se pudo explicar muy bien esa relación no tanto en términos cuantitativos sino cualitativos. Es decir, se asumían posicionamientos teóricos (no debidamente formulados) a partir de los cuales se construyeron conceptos empíricos a fin de ser validados científica y experimentalmente.

Para definir la emoción se requiere considerar que, por la naturaleza de la materia, debemos renunciar a la pretensión de definirla unívocamente. Debemos pensar en una realidad compleja, conformada por diferentes elementos, que juntos y en una interrelación particular, dan como resultado una emoción. Una emoción está conformada por componentes fisiológicos y cognitivos que operan de forma simultánea y secuencial y que, a la luz de un enfoque integral, pueden ser considerados como factores individuales y situacionales, confluyendo en una unidad coherente de tipo biológica, cultural y cognitiva.

Se yerguen tres perspectivas sobre la emoción: una biológica, otra cultural y otra cognitiva. Habitualmente se tendió a considerarlas mutuamente excluyentes, pero es posible considerarlas complementarias. A continuación, serán desarrolladas.

 

Perspectiva biológica

 

Esta dimensión incluye lo fisiológico y lo filogenético. Erróneamente se tendió a considerar esta dimensión de una forma peyorativa, como la más primitiva por su similitud a las emociones animales. Sin embargo, si consideramos la variedad y diversidad de emociones humanas, podemos advertir que no habría tal pretendida pobreza emocional en los seres humanos en tanto que seres biológicos, muy probablemente dada la riqueza de su intelectualidad. Probablemente un aspecto perjudicial que operó en forma pre-conceptual en este sentido puede haber sido la distinción entre racional-emocional proveniente de la filosofía clásica. Quizá esto obturó la tardía posibilidad de avanzar en una reflexión más integral en relación a la emoción.

En general se tendió a considerar a las emociones como directamente vinculadas a los movimientos viscerales, con un afán explicativo neurofisiológico. La pobreza explicativa que emergía de estos movimientos produjo una vuelta hacia los mecanismos centrales, a fin de poder enriquecer las explicaciones tanto en su etiología como en su compleja diversidad. Por ejemplo, al principio se otorgaba al sistema límbico el papel de cerebro emotivo, pero hoy esto ha sido integrado con la amígdala, la cual puede también considerarse como una parte del sistema límbico.

Ya sea en un caso como en otro, no se puede negar que existió filogenéticamente una evolución de todas las estructuras neurofisiológicas, por lo cual no tiene base sólida separar demasiado a las cogniciones y a las emociones, subestimando a las últimas.

De esto se desprende que no hay evidencias sólidas suficientes para considerar básicas a las emociones explicándolas desde un rastreo filogenético, así como se ve la imposibilidad de analizar en forma disociada emociones de cogniciones, ya que ambas son resultado de un mismo proceso evolutivo filogenético (Lazarus et al., 1970).

 

Perspectiva cultural

 

La cultura como manifestación de la vida social de un determinado grupo inerva la vida personal de los individuos que la conforman. De esta manera, cada sociedad, de acuerdo a su historia, geografía y hábitos comunes, pondera de forma distinta las expresiones emocionales.

Se pueden señalar cuatro formas de influencia cultural sobre las emociones. En primer lugar, cada cultura percibe de manera distinta los estímulos emocionales. Un mismo estímulo produce emociones distintas en diferentes culturas. En segundo lugar, las culturas moldean las expresiones emocionales de sus individuos, propiciando algunas y limitando o reprimiendo otras. En tercer lugar, todas las sociedades estructuran sus relaciones y enarbolan sus sistemas de juicio con conceptos emocionales de base. Finalmente, en cuarto lugar, el particular rostro de cada cultura (los ritos que produce, las actividades y formas de vinculación que promueve, entre otras) se explica también como una forma de autoafirmación de su propio entramado colectivo, ante lo cual existen emociones que quedan relegadas u otras que son priorizadas y sobrevaloradas.

 

Perspectiva cognitiva

 

Desde esta perspectiva se puede explicar la emoción como el resultado de la búsqueda que hace un individuo (humano o animal) para satisfacer sus necesidades, en base a la propia evaluación que hace de los mismos. Así, la emoción queda investida de factores culturales y biológicos como la propia historia del individuo y su psicología particular, que permiten la percepción de los objetos y le otorgan un significado para sí mismo.

Magda Arnold connota que cada emoción implica su propio tipo de valoración, sus propios tipos de tendencias de acción, y de ahí su propia constelación de cambios fisiológicos que son parte de la movilización a la acción. De esto se infieren dos ideas clave: por un lado, cada reacción emocional es resultado de un tipo particular de cognición, independientemente del contenido de la misma; por otro lado, la respuesta emocional consiste en un síndrome organizado, conformado por diferentes elementos, pero partícipes de una reacción total. (Lazarus et al., 1970).

Por lo tanto, la emoción sería un tipo de respuesta organizada (emocional y cognitivamente) que guardaría una relación con 3 dimensiones: reactividad, a los estímulos presentados; motor-conductual, como respuesta a una demanda (interna o externa) y cognitivo-subjetivo: lo que implica considerar las condiciones situacionales y disposicionales del individuo.

De esto se infiere, entonces, que la persona responderá selectivamente a ciertos estímulos de acuerdo a sus propias disposiciones, influenciadas por los elementos filogenéticos, culturales y ontogenéticos. Existe una suerte de tamizado cognitivo de la información a partir de estos elementos recientemente mencionados, que producirán una determinada valoración como relevante, amenazante, frustrante, etc.

Por lo tanto, el análisis del tipo de estímulo se une a la evaluación de las opciones de afrontamiento de las que dispone la persona y qué consecuencias tendrían. Así vista, la respuesta emocional sería resultado de una transacción (tasación) entre el organismo y su entorno, a partir de la cual se le dará una determinada característica peculiar.

 

La propuesta de una educación de las emociones

 

Magda Arnold sostiene que existe una apreciación (appraisal), es decir, una suerte de conexión entre las emociones y las cogniciones. De esta manera se considera que las emociones tienen en común el hecho de que implican valoraciones provocadas por condiciones externas que nos conciernen o por cosas que han producido o sufrido. No se debe esperar distinguir las emociones a partir de las valoraciones que las acompañen, sino más bien considerar que las diferentes valoraciones son constitutivas de las diferentes emocione (Peters, 1970).

Una tendencia denunciada por algunos autores asume el déficit de las investigaciones empíricas vinculadas a las emociones, al optar por miedo o ira como variables de análisis, y no por ejemplo por la tristeza o el orgullo. Esta opción epistemológica se apoya en que los animales suelen ser agentes de las primeras y no así de las segundas, además de buscar sustento en las investigaciones darwinistas que mencionaban a las primeras como emociones básicas. Esto indujo un empobrecimiento del campo interpretativo, al restringir las investigaciones a dichas emociones y la dificultad para poder profundizar en el componente cognitivo.

Una observación interesante en este debate (Peters, 1970), en continuidad con Magda Arnold, es que la ampliación en el listado de emociones de estudio pone en evidencia que muchas de ellas también funcionan como nombres de motivos. Diversos debates y estudios demuestran que los motivos y las emociones se interrelacionan e incluso se superponen. Lo primero que emerge como una característica común a ambas es la conexión con tasaciones distintivas.

Una emoción o un motivo resultan apropiados cuando una situación se evalúa de la manera que se estableció por el término particular; por ejemplo, cuando algo se evalúa como peligroso mientras se experimenta miedo. Utilizamos el término “motivo” cuando se entiende que esta evaluación de la situación aporta razones que explican una determinada acción, tomando la explicación una forma de apelación vinculadora entre la valoración y un patrón de acción en cuestión. De hecho, no nos cuestionamos los motivos acerca de por qué sentimos sed o hambre, sino solo en aquellos casos en los que necesitamos explicar una acción.

En definitiva, lo que se postula es que apelamos a los términos motivo o emoción para vincular los mismos actos mentales de evaluación con diferentes formas de comportamiento, con acciones por un lado y con una variedad de fenómenos pasivos por el otro. Las tasaciones (evaluaciones) involucradas no necesariamente asumen emociones o motivos. La forma de apelar a las clasificaciones de lo que experimentamos en nuestros estados de ánimo representará valoraciones distintivas: emoción, cuando se experimente algo que sobreviene a la persona; motivo, cuando se pretende conectar las evaluaciones con las cosas que hacemos en base a ellas.

Un aspecto crucial en esta reflexión sobre las emociones como formas básicas de cognición nos abre el camino a pensar que entonces resulta posible educar las emociones. La teoría del Appraisal aborda esta cuestión como una cuestión ineludiblemente moral, dado que las emociones y los motivos son considerados también como relacionados con las virtudes y vicios (Peters, 1970). Esto ocurre porque tales emociones y motivos están en consonancia, o no, con principios morales fundamentales tales como el respeto a las personas y la consideración a los intereses de ellas.

Evidentemente aquí se entiende educación en un sentido amplio, que implica profundidad y amplitud de comprensión y conocimiento, lo que incluye valores de vida y amor por la verdad. Cualquiera que esté preocupado por la educación de las emociones debe necesariamente abordar su tarea desde el punto de vista de una posición moral (Peters, 1970). Este trabajo debería ser abordado teniendo presente algunas premisas.

Se requiere de la psicología una acción más propositiva que restaurativa en torno a las emociones. Se pasó demasiado tiempo estudiando los alcances patológicos de las emociones y no se profundizó en cómo lograr una emocionalidad saludable y positiva.

Siguiendo a algunos autores (Pérez Nieto y Redondo Delgado, 2006), podemos afirmar que la perspectiva cognitiva en el estudio de la emoción implica que la activación de una respuesta emocional está vinculada básicamente a los procesos de valoración. Este concepto es central en la teoría del appraisal, en tanto se realiza una valoración cognitiva que estructura e informa a la emoción. Por lo tanto, se debe promover y alentar evaluaciones lo más objetivas posibles y verificadas en la realidad.

Emerge como importante para tener en cuenta en este contexto la capacidad de reconocer las propias emociones de una manera honesta y sincera. Una correcta educación emocional supondría aportar elementos en esa dirección.

Finalmente, existe una tendencia psicológica, ya denunciada por Freud, que influye en las formas de valoración y por tanto en la percepción de las realidades basada en principios autorreferenciales y egoicos. Para contrarrestar esta tendencia, parece apropiado el desarrollo de las emociones autotrascendentes (Peters, 1970). Por último, es necesario aclarar que la tarea de educar las emociones sobrepasa el cometido de una disciplina particular, sea cual sea ésta. Se requiere la cooperación de diferentes perspectivas, sin perder de vista que estamos sobrevolando aspectos filosóficos (y éticos) de la educación, junto a la investigación psicológica y la atención a la vida cotidiana de las personas.

 

Una aproximación desde la filosofía aristotélico-tomista

 

Categorías en santo Tomás y Magda Arnold: clasificaciones y convergencias

 

Santo Tomás clasifica las pasiones en once géneros, divididos a su vez, en innumerables especies. Estos géneros se distinguen por sus objetos. A continuación, presento una descripción de las pasiones en el Aquinate (Echavarría, 2016, p. 55)

 

APETITO CONCUPISCIBLE

Cuando busca un bien (positivo)

Cuando evita un mal (opuesto)

Amor (referido al bien deleitable simpliciter)

Odio (referido al mal, opuesto al bien amado)

Deseo (referido al bien placentero todavía no poseído)

Aversión (su opuesto)

Gozo (referido al bien deleitable alcanzado, en el que descansa el apetito)

Tristeza (que surge ante la presencia de un mal que no se puede combatir)

APETITO IRASCIBLE

Esperanza (ante el bien difícil evaluado como posible de conseguir)

Desesperación o desánimo (ante el bien difícil evaluado como imposible de vencer)

Audacia (referida al mal inminente que es posible de vencer)

Temor (referido al mal vivido como imposible de vencer)

Ira (movimiento de agresividad contra el mal presente que se considera imposible de vencer)

No tiene opuesto porque en el mismo apetito irascible, si no se da la ira, vence el mal y se padece la tristeza

 

 

Como hace notar Echavarría, Magda Arnold adopta el esquema tomista de las pasiones recién mencionado para describir lo que llama “emociones básicas”. Las define como aquellas emociones que ocurren como reacción a ciertas condiciones básicas: aquellas bajo las cuales cualquier objeto dado nos puede afectar. Esto inviste tres dicotomías: si el objeto es bueno o malo para el agente, si está presente o ausente y por último, si es fácil o difícil de obtener. En este sentido, las emociones básicas serían tendencias emocionales episódicas, el resultado de una apreciación intuitiva hecha aquí y ahora, aunque eventualmente puedan organizarse en actitudes, hábitos o sentimientos. Estas emociones básicas representan una relación simple y no ambigua entre la persona y el objeto o situación que aprecia (Arnold, 1969). La misma autora reconoce en su escrito la vinculación de sus categorías con el Estagirita y el Aquinate.

Veámoslas (p. 208):

 

EMOCIONES IMPULSIVAS

 

Emoción hacia objeto (presente o ausente)

Emoción hacia objeto presente (tendencia a)

Emoción hacia objeto presente (descanso en posesión)

Clase de emoción (basada en dirección)

Objeto adecuado (beneficioso)

AMOR

GUSTO, QUERER, DESEO

DELEITE, ALEGRÍA

POSITIVO

Objeto inadecuado (perjudicial)

ODIO

DISGUSTO, AVERSIÓN, RECHAZO

PENA, TRISTEZA

NEGATIVO

EMOCIONES COMPETITIVAS

 

Grado de dificultad en conseguir o rechazar un objeto

Emoción hacia objeto no presente (tendencia a)

Emoción hacia objeto presente (descanso en posesión)

Clase de emoción (basada en dirección)

Objeto adecuado (beneficioso)

Si juzgado obtenible

Esperanza

 

Positivo

Si juzgado inobtenible

Desesperanza, desesperación

 

Negativo

Objeto inadecuado (perjudicial)

Si ha de ser vencido

Audacia

Ira (desesperación)

Positivo

Si ha de ser evitado

Coraje (imprudencia) miedo (terror)

Depresión

Negativo

 

Fenomenología de la vida afectiva y autoconocimiento

 

De un primer análisis fenomenológico advertimos que no es lo mismo estar informados que sentir afectos. Puesto que la información puede advenir a nosotros sin sentimiento alguno y es comunicada a través del lenguaje, puede interpretarse como objetiva. Sin embargo, los afectos, sean emociones o sentimientos, se relacionan con el conocimiento porque lo presuponen. Son un ámbito irreductible a la información (Sanguineti, 2017).

El término afecto connota subjetividad porque representa algo que nos toca y nos produce sensaciones (sufrimiento, gozo, tristeza, etc.), mientras que las ideas no nos afectan. Esta suerte de afección que cada persona experimenta ante un afecto hace posible comprender que en un lenguaje más escolástico se las considere pasiones. De hecho, en santo Tomás de Aquino no se encuentra la palabra emoción, que recién aparecerá tardíamente en la historia del pensamiento. En su lugar el Aquinate apela al término pasión (Echavarría, 2016).

Como afirma Sanguineti (2019), el empirismo moderno disoció el conocimiento de los valores, adjudicando el primero a un mero conocimiento físico de las cosas y el segundo a una esfera emocional, privando así a este último de cualquier posible juicio de valor.

No obstante lo señalado, si volviéramos a la teoría tomista, nos encontraríamos con que el Aquinate une intrínsecamente el conocimiento con los valores (considerados bienes por él). Dado que todo conocimiento es consciente (no sólo consciencia del acto, sino del agente cognoscente) esto permite una situación de autoconocimiento habitual de sí mismo, de lo que se sigue una voluntad habitual en una situación preelectiva de amor a uno mismo y a otras realidades básicas (Dios, los demás, las cosas). Estos elementos están presentes en la filosofía de santo Tomás (voluntas ut natura) y permiten elucidar la relación estrecha entre conocimiento personal, valores y afectividad.

El nexo vinculante entre el conocimiento personal y los afectos en el pensamiento del doctor Angélico se identifica en torno a tres puntos: 1) El individuo juzga los valores (o fines, para el Aquinate) de acuerdo a sus disposiciones personales de tipo afectivo y voluntario (aquello que tiene que ver con sus intereses, simpatía, estima, amor). El Aquinate lo llama cognitio affectiva veritatis (S. Th., I, q. 64, a.1). 2) El conocimiento de una realidad, unido a la voluntas ut natura, a ciertos hábitos afectivos de la voluntad (amor de amistad concreto, etc.) elicita un acto voluntario de amor (o de otros afectos), de manera que la praxis externa nace de la interioridad intelectiva y volitiva. 3) En el acto de conocer en tanto que conocimiento personal y existencial, puede decirse que conocemos las cosas no sólo en sus representaciones, sino accediendo a su mismo existir en acto. Esto permite tanto la captación personal como la de otros.

 

Conocimiento personal y afectos

 

En santo Tomás no hay una doctrina desarrollada en forma sistemática sobre la afectividad espiritual, aunque sí podemos encontrar algunos esbozos de ella a partir de la influencia de Agustín de Hipona. Para el Aquinate la voluntad incluye tanto el apetito de lo que todavía debe lograrse como el afecto de lo presente. Entonces, ¿a qué se debe atribuir la crítica de Haecker y Hildebrand? Aquí tanto Echavarría como Arnold coinciden: la responsable de esto es la tradición iniciada por Descartes y cristalizada en Kant.

Martín F. Echavarría (2016) aborda la cuestión del corazón (tradición iniciada por ejemplo por von Hildebrand) como un análisis moderno acerca de la afectividad sensitiva e intelectiva en la psicología de santo Tomás. Allí aborda las críticas de algunos filósofos modernos hacia los filósofos griegos, especialmente a Aristóteles, así como a los filósofos cristianos, por cuanto consideran que ignoraron la existencia de una afectividad espiritual, quedando entrampados en una posición abstraccionista que solo reconocía la inteligencia y la voluntad, desconociendo la existencia de sentimientos espirituales que residirían en el corazón.

Esboza así una nueva imago hominis constituida por tres dimensiones: intelecto, voluntad y corazón. Hildebrand afirma que la diferencia entre voluntad y corazón residiría en que la primera sería la capacidad de dirigirse libremente a hacer realidad algo que aún no existe; mientras que el corazón sería la facultad de la respuesta afectiva, referida a lo actualmente presente y no sería libre. Por otro lado, Haecker distingue la voluntad como facultad libremente efectiva, del corazón como facultad espontáneamente afectiva (Echavarría, 2016).

 

Conclusión

 

El recorrido iniciado en Magda Arnold nos ha permitido poner en valor su teoría contrastándola con los postulados del Aquinate y posteriormente con autores más modernos. Subyace en los escritos de Arnold una convergencia muy interesante y valiosa con los postulados tomistas. Arnold pareciera decir con lenguaje más moderno cosas que en su momento propuso Tomás de Aquino. Esto, lejos de ser una casualidad, implica una muy valiosa convergencia en orden al conocimiento antropológico donde fe y razón se unen, o quizás dicho en lenguaje más moderno, ciencia, filosofía y teología, se unen.

De la lectura de los aportes y críticas realizadas en M. Arnold podemos afirmar que se requiere de la psicología una acción más propositiva que restaurativa en torno a las emociones. Se pasó demasiado tiempo estudiando los alcances patológicos de las emociones y no se profundizó en cómo lograr una emocionalidad saludable y positiva.

Por otro lado, siguiendo a algunos autores (Pérez Nieto y Redondo Delgado, 2006), podemos afirmar que la perspectiva cognitiva en el estudio de la emoción implica que la activación de una respuesta emocional está vinculada básicamente a los procesos de valoración. Este concepto es central en la teoría del appraisal, en tanto se realiza una valoración cognitiva que estructura e informa a la emoción. Por lo tanto, se debe promover y alentar evaluaciones lo más objetivas posibles y verificadas en la realidad.

Otro de los frutos que podemos recoger de la lectura de Arnold es que emerge como importante para tener en cuenta en este contexto la capacidad de reconocer las propias emociones de una manera honesta y sincera. Una correcta educación emocional supondría aportar elementos en esa dirección. Esto pone en valor una mirada más pedagógica de la vida emocional, y no sólo una mera descripción fenomenológica que se interpreta con cierto tinte mecanicista, como es en el caso de ciertas interpretaciones psicológicas freudianas.

No podemos soslayar, obviamente, que la tarea de educar las emociones sobrepasa el cometido de una disciplina particular, sea cual sea ésta. Se requiere la cooperación de diferentes perspectivas, sin perder de vista que estamos sobrevolando aspectos filosóficos (y éticos) de la educación, junto a la investigación psicológica y la atención a la vida cotidiana de las personas.

Por último, a estas alturas casi algo obvio, una buena psicología connota casi siempre una buena ética. No podemos disociarlas. Si bien en el plano del estudio se requiere una autonomía metodológica y disciplinar, siempre es más rico –en aras de una mejor integración antropológica– abrevar en marcos antropológicos que permitan relacionar adecuadamente planos éticos que se desprenden de dichas psicologías. En este sentido, la propuesta de Arnold ofrece un programa de trabajo que permite hacer ese camino porque abre senderos hacia el Aquinate.

 

Referencias

 

Arnold, M. B. (1969). Emoción y personalidad. Primera parte: Aspectos psicológicos. Losada.

--. (1969). Emoción y personalidad. Segunda parte: Aspectos neurológicos y fisiológicos. Losada.

Echavarría, M. F. (2016). El corazón: un análisis de la afectividad sensitiva y la afectividad espiritual en la psicología de santo Tomás de Aquino. Espíritu, 65(151), 41-72. https://revistaespiritu.istomas.org/el-corazon-un-analisis-de-la-afectividad-sensitiva-y-la-afectividad-intelectiva-en-la-psicologia-de-tomas-de-aquino/

Ferente, S. (2009). Storici ed emozioni. Storica, XV(43-44-45), 1-22. http://dx.medra.org/10.1400/143235

Lazarus, R. S., Averil, J. R. & Opton, E. M. Jr. (1970). Towards a Cognitive Theory of Emotion. In M. Arnold, Feelings and Emotion (207-232). Academic Press.

Pérez Nieto, M. A. y Redondo Delgado, M. M. (2006). Procesos de valoración y emoción: características, desarrollo, clasificación y estado actual. REME. Revista electrónica de Motivación y Emoción, 9(22). https://reme.uji.es/articulos/numero22/revisio/num22revisio.pdf

Peters, R. (1970). The Education of the Emotions. In M. Arnold, Feelings and Emotions (187- 203). Academic Press.

Sanguineti, J. J. (2017). Afectividad y cognición. Clases. Manuscrito no publicado, Instituto de Filosofía, Universidad Austral, Pilar, Argentina.

--. (2019). Cuerpo, mente y ser personal. Logos.

Tomás de Aquino (1989). Summa Theologica. Biblioteca de Autores Cristianos.

 

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[1]  Este trabajo fue realizado gracias a la colaboración de la John Templeton Foundation. Especial agradecimiento al Dr. J J. Sanguineti, mi mentor en esta investigación.