Algunos rasgos de la paternidad de san José:

la relevancia de su ejemplo en el siglo XXI

Some features of the paternity of St. Joseph:

the relevance of his example in the 21st century

Andrea Mallimaci

Institut de Formation Théologique de Montréal, Québec, Canada

materdeicanada@gmail.com

DOI: https://doi.org/10.53439/stdfyt52.26.2023.321-348

Resumen: El estudio sobre la paternidad de san José quiere mostrar la relevancia del ejemplo de este santo y su actualidad en el siglo XXI. Nos proponemos mostrar en este trabajo la importancia de la figura paterna, el lugar insustituible del Padre. Una de las razones de la crisis que vive actualmente la familia es la ausencia de esta figura paterna. La figura de san José, su vida simple, oculta, sencilla, así como sus virtudes, vienen a iluminar al hombre moderno que está desestabilizado en su identidad masculina. San José sigue siendo para todos los hombres y para todos los cristianos del siglo XXI un gran ejemplo de vida entregada y consumada por amor.

Palabras clave: san José, paternidad, masculinidad, familia, hijos

Resumen: The study about the paternity of St. Joseph aims to show the relevance of the example of his example and its relevance in the 21st century. We propose to show, in this work, the importance of the paternal figure, the irreplaceable place of the Father. One of the reasons for the current crisis in the family is the absence of this father figure. The figure of St. Joseph, his silent, hidden, simple life, as well as his virtues come to enlighten the modern man who is destabilized in his masculine identity. St. Joseph remains for all men, and for all 21st century Christians, a great example of a life given and consummated by love.

Keywords: St. Joseph, fatherhood, masculinity, family, children

Recibido: 09/02/23

Aprobado: 22/03/23

Introducción

Con motivo del 150 aniversario de la declaración de san José como patrón de la Iglesia universal, decretada por el Papa Pío IX, el Papa Francisco ha dedicado el año 2021 al santo Patriarca. La intención del Papa en este Año Josefino es recurrir a la intercesión de san José en medio de la crisis que atraviesa nuestro mundo contemporáneo, y sobre todo que crezca el amor a este ilustre santo. El deseo del santo Padre es que conozcamos y profundicemos en la figura de san José y que sus virtudes ejemplares iluminen la vida de todos los bautizados.

De acuerdo con esta intención de profundizar en la figura del santo Patriarca, queremos destacar algunos aspectos de la paternidad de san José y la relevancia de su ejemplo en el siglo XXI. Tendremos en cuenta los hechos de la vida de san José que nos hablarán de manera particular de su paternidad, y de cómo estos aspectos de su vida cotidiana iluminan a la familia.

La familia, nos dice san Juan Pablo II  en Familiaris Consortio (1981), es uno de los mayores bienes de la humanidad y es decisiva para el mundo y la Iglesia (n. 1). Pero el mundo contemporáneo vive una de las mayores crisis de la historia, y es la crisis de la familia. Esto se manifiesta porque se pone en duda la importancia de la familia como célula básica de nuestra sociedad, y esto se debe, nos dice el Papa Francisco en Amoris laetitia (2016), al problema antropológico-cultural, al creciente individualismo que aísla a las personas, encerrándolas en sí mismas y en sus propias ideas que desgastan esta relación familiar. Este individualismo se manifiesta también en la falta de control sobre la posesión y el placer, lo que suele provocar tensiones en la familia (nn. 32-33).

Esta crisis familiar ha desencadenado también una gran crisis de paternidad, donde el padre está ausente, el hombre ha sido desposeído de su paternidad. Hoy en día, el vínculo familiar se ve afectado por un trastorno que tiene sus raíces en diferentes formas de ausencia paterna (López Trujillo, 2000). Como afirma el Papa Francisco “nuestra sociedad es una sociedad sin padres” (2016, n. 133). Esta ausencia de la figura paterna ha llevado también a la pérdida de la identidad masculina, de la propia virilidad del hombre; estamos también ante una gran crisis de la masculinidad. San José, en la misión que Dios mismo le encomendó de ser el padre del Redentor, será un claro ejemplo que, con sus virtudes fundamentalmente masculinas, podrá ayudar a los padres de hoy.

Algunas consideraciones teológicas sobre el matrimonio de María y José

Como punto de partida consideraremos en primer lugar los principios teológicos en los que se basa la teología josefina.

La teología de san José se basa en dos principios: primero, su unión con la Santísima Virgen a través del matrimonio, y segundo, el misterio de su paternidad con Jesús. Son dos fundamentos, pero no tienen la misma importancia y preeminencia. La teología de san José tiene un primer y principal fundamento que es el matrimonio que lo une a María, la Madre de Jesús: “El matrimonio es la razón y el fundamento de todas las dignidades y privilegios de este santo Patriarca” (Llamera, 1953, pp. 37-38).

Todo lo que podemos saber de san José es lo que nos narran los Evangelios, aunque no nos dicen demasiado sobre su vida y sus virtudes. Pero una de las referencias que se hace explícitamente es que José es el esposo de María. En el Evangelio de san Mateo, leemos “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, el llamado Cristo” (Mt. 1, 16); “José, su esposo, como era justo y no quería delatarla” (Mt. 1, 19); “José, hijo de David, no temas recibir a María tu esposa, porque su concepción es del Espíritu Santo” (Mt. 1, 20). De este principio, de capital importancia, se desprende el segundo fundamento que le da el título de padre de Jesús. Nos dice el cardenal Lépicier (1932): “el mayor privilegio del santo Patriarca, el que se deriva inmediatamente de su dignidad de verdadero esposo de María y que confirma explícitamente este hermoso título, consiste en ser llamado con el dulce nombre de Padre de Jesucristo” (p. 81).

Desde esta perspectiva, nos podemos preguntar si estaba María realmente casada con José o era solo su prometida cuando el ángel anunció su concepción virginal. En los Evangelios, san Mateo describe la Anunciación dando un lugar relevante a José:

La generación de Jesucristo fue como sigue: desposada su madre María con José, se halló antes de vivir juntos ellos, que había concebido del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería delatarla, se proponía despedirla en secreto. (Mt. 1, 18-19)

San Lucas, por su parte, presenta los hechos de la Anunciación, dando un lugar central a la persona de María:

Al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen prometida en matrimonio a un varón, de nombre José, de la casa de David, el nombre de la virgen era María. (Lc. 1, 26-27)

Así, los primeros capítulos de Mateo y Lucas atestiguan la existencia del vínculo creado entre José y María por los esponsales, y por ello se puede afirmar con toda certeza que entre ellos había verdadero vínculo matrimonial. Santo Tomás de Aquino responde afirmativamente a este interrogante explicando:

Se llama verdadero al matrimonio [entre María y José] porque ha conseguido su perfección. Ahora bien, la perfección de una cosa es doble: primera y segunda. La primera consiste en la misma forma de la cosa de la que obtiene su especie; la segunda se concreta en la operación de tal cosa mediante la cual alcanza de algún modo su fin. Y la forma del matrimonio consiste en una unión indivisible de las almas, en virtud de la cual cada uno de los cónyuges se compromete a guardar indivisiblemente fidelidad al otro. (S. Th. III, q. 29)

Y citando a san Agustín en la misma cuestión, santo Tomás dice:

 

Todos los bienes de las bodas tuvieron su cumplimiento en los padres de Cristo: la prole, la fidelidad y el sacramento. Reconocemos la prole en el mismo Señor Jesús; la fidelidad, en que no hubo adulterio alguno; el sacramento, porque tampoco se dio divorcio de ninguna clase. Sólo estuvo ausente de él la cópula conyugal.

Esto nos muestras que el vínculo matrimonial entre María y José fue perfecto, ya que consistió en la unión de los espíritus y en el amor mutuo, espontaneo y puro que ellos se profesaban.

San Juan Pablo II, en su encíclica Redemptoris Custos (1989), afirma que el pasaje de Mateo “José, hijo de David, no temas recibir a María tu esposa, porque su concepción es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” (Mt. 1, 20-21) es el centro de la referencia bíblica de la paternidad de san José (n. 2).

Varios teólogos a lo largo de la historia, desde los Santos Padres, han cuestionado la naturaleza de este matrimonio entre María y José. Con el correr de los años la teología josefina ha ido adquiriendo un conocimiento cada vez más cierto y firme llegando a la conclusión de que este matrimonio de los santos esposos fue el cumplimiento de la voluntad de Dios. Así también lo considera la teología escolástica afirmando que la realidad del matrimonio entre María y José es una verdad de fe (Canals Vidal, 2007, p. xxxiv-xxxv).

Esto nos permite reconocer que el matrimonio entre María y José fue un acto querido y predestinado por Dios para que se llevara a cabo la Encarnación del verbo. Y era necesario que la Virgen tuviera un esposo digno de ella, que pudiera acompañarla en la misión que Dios le iba a encomendar, que pudiera cumplir perfectamente los planes de Dios de ser el padre de su propio Hijo. Una esposa virgen necesitaría un esposo virgen y, por tanto, un matrimonio virgen. Santo Tomás nos dice que la “Santísima Virgen, antes de casarse con José, fue certificada divinamente de que José tenía el mismo propósito. Por eso, no se estaba poniendo en peligro al casarse” (In IV Sent., d. 30, q. 2, a. 1).

Pero ahora surge la pregunta: ¿esta paternidad de José fue una paternidad virginal? ¿Era José realmente un hombre casto? El cardenal Lépicier (1932) nos da tres razones para explicar la idoneidad de la virginidad de san José: en primer lugar, la pureza del Hijo de Dios, que había elegido a una Madre Virgen, para que él mismo se mantuviera virgen, exigía que el que iba a elegir como padre en la tierra para cuidarlo, tuviera también la corona de la virginidad. De parte de María llegamos a la misma conclusión: habiendo afirmado la virginidad perpetua de María antes, durante y después de su nacimiento, era conveniente que su esposo se pareciera a ella. Para una madre virgen, era deseable un esposo virgen. Por último, considerar un primer matrimonio de José, como lo hacen los evangelios apócrifos, significaría no reconocer su nobleza y dignidad, rebajando así su condición de hombre, lo que impediría a José dedicarse exclusivamente al cuidado del Salvador del mundo y de su Madre (p. 234).

Santo Tomás nos dice que el fin de la virginidad aspira a entregarse a la contemplación. Y el objeto propio de esta virtud es “conservar dicha integridad para gloria de Dios” (S. Th. II-II, q. 152, a. 2). Esta virginidad es una renuncia voluntaria, consagrada a Dios, “no solo medio más apto para mejor dedicarse a las cosas divinas, sino entrega total e inmediata del propio ser en manos de Dios” (Llamera, 1953, p. 259).

San Agustín va a defender de una manera admirable la paternidad y la virginidad de san José:

Por este fiel matrimonio, ambos merecieron ser llamados padres de Cristo; ambos padres por el consentimiento, no por la carne; o mejor, él, padre, solo por el consentimiento; ella, madre, también por la carne; los dos, en fin padres. (citado en Llamera, 1953, p. 265)

La fe de la Iglesia, teniendo en cuenta la respuesta de María al ángel: “No conozco varón” (Lc. 1,34), y destacando las diversas opiniones de los santos doctores, se basa en la afirmación de que la Virgen habría aceptado el matrimonio con la firme resolución de la virginidad. Esta resolución no habría podido tomarse sin el consentimiento de José, y esto nos llevaría a pensar que José también habría hecho este voto. San Agustín deja clara esta visión de la castidad conyugal, y añade a esta evidencia el voto inequívoco de María. Esto nos muestra, sin sombra de duda, que José también lo hizo, como afirma san Jerónimo. Santo Tomás declaró que la Virgen estaba sobrenaturalmente segura de que José tenía la misma intención y que, una vez celebrado el matrimonio, ambos hicieron voto de virginidad (S. Th. III, q. 28, a. 4).

El Papa Juan Pablo II (1989) nos dice que una paternidad completamente virginal será también el origen de la misión que Dios confió al santo Patriarca. Esta paternidad se manifiesta en:

 

al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio de la encarnación y a la misión redentora que está unida a él; al haber hecho uso de la autoridad legal, que le correspondía sobre la Sagrada Familia, para hacerle don total de sí, de su vida y de su trabajo; al haber convertido su vocación humana al amor doméstico con la oblación sobrehumana de sí, de su corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías, que crece en su casa. (n. 8)

La paternidad de san José

Para comenzar a abordar propiamente la paternidad de san José, es necesario reflexionar primeramente sobre lo que significa el término “paternidad”, y en qué consiste o qué implica este rol paterno. Comencemos señalando los diferentes significados que podemos encontrar para los términos “padre” o “paternidad”.

En el diccionario Le Petit Robert (1988) encontramos el significado de la palabra “paternidad”: “Qualité de père en parlant de Dieu. Vient du latin paternitas, lien juridique qui unit le père à son enfant [La calidad de un padre en relación con Dios. Viene del latín paternitas, el vínculo legal entre un padre y su hijo]” (p. 1376).

Esta definición pone de relieve el aspecto jurídico del término, el carácter legal y el derecho que tiene un padre en relación con su hijo. Es este elemento legal el que determina la unión entre padre e hijo.

Santo Tomás define la paternidad como la “relación del principio de generación en los vivientes perfectos”, y  la filiación como la “relación del sujeto engendrado con el principio generador” (S. Th. III, q. 32, a 3). Es decir que se llama propiamente padre al que engendra e hijo a aquel que es engendrado. El padre Llamera (1953), haciendo referencia a la paternidad natural dice que “padre es el que da la vida natural, el nombre de padre se predica propiamente del padre natural, por el acto generador da vida a un ser semejante a sí en naturaleza específica” (p. 76).

El Papa Francisco en su carta apostólica Patris corde (2020) precisa lo que significa ser padre: “ser padre significa introducir al niño en la experiencia de la vida, en la realidad. No para retenerlo, no para encarcelarlo, no para poseerlo, sino para hacerlo capaz de elegir, de ser libre, de salir” (n. 7). El Papa subraya la misión del padre, que es la de insertar a los hijos en la sociedad en la que viven, prepararlos para la vida, educarlos en la libertad para que puedan tomar decisiones libres a lo largo de su vida.

El padre Miguel Ángel Fuentes (2006) nos referirá al respecto:

Su mayor dignidad consiste en ser padre, en imitar a Dios Padre. Esto quiere decir que a imitación de Dios, debe ejercer sobre su familia la tarea de gobernar, de ser providente y previsor, de guiar amorosamente a los suyos, de vigilar la educación de sus hijos. El padre de familia es un artista que debe esculpir en el alma de sus hijos la imagen de Dios. Debe conducirlos a la madurez psicológica y afectiva. (p. 56)

Esta definición subraya la dignidad de ser padre a imitación de Dios. El padre, como responsable de la familia, debe guiar con amor a sus hijos y conducirlos a la madurez psicológica y emocional.

Cuando reflexionamos sobre la palabra “padre” –nos dice el Cardenal Alfonso López Trujillo (2020)–, nos referimos a que el padre es el origen y el principio de la vida, y este acto de dar vida está ligado al de la autoridad y al del educador en el amor. La paternidad tiene que ver con el origen de la vida, ya que el padre es la fuente de crecimiento a través del amor. Esto nos lleva a afirmar que el concepto de paternidad no es sólo una cuestión de comunicación de la vida, sino también del crecimiento interior del nuevo ser. El padre es quien, con su amorosa autoridad, educa, dirige y forma.

Desde un punto de vista filosófico, el padre Roland Gauthier (1958), siguiendo a santo Tomás de Aquino, dirá que hay dos fundamentos que constituyen la posibilidad de que un hombre se convierta en padre: el fundamento físico desde el acto mismo de la generación y el fundamento moral que implica lo humano y lo voluntario. La paternidad humana es una relación que perdura porque tiene como fundamento un fin constante que está dado por el acto de la generación. Ya que no llamamos padre al que pudo engendrar sino al que ha generado. Esto nos muestra que el acto de generación tiene un sujeto, que es el padre, y un fin, que es el hijo que recibe la naturaleza humana y que la misión del padre es tanto física como moral. Esta relación paterna y de filiación siempre existirá, sólo puede debilitarse por la corrupción de uno de los términos (pp. 27-30). San José, como esposo de María, proporciona todo aquello que es necesario a los suyos, como lo hace todo padre de familia (pp. 214-215). De esta unión física entre padre e hijo se desprende una unión moral. Esta unión moral puede ser tan fuerte que ella puede reemplazar la paternidad física, porque esa unión moral es el principio de la paternidad humana (Mariani, 1945, p. 78).

El verdadero significado de la paternidad puede entenderse en sentido estricto, es decir, la paternidad biológica, el acto mismo de la generación, o también llamada paternidad creada o natural. En este sentido estricto, podemos hablar también de la paternidad de Dios, que es una paternidad increada (López Ibernon, 2017).

La Exhortación Apostólica Familiaris Consortio se refiere a la paternidad como una función que pertenece propiamente al hombre y que debe ocupar un lugar adecuado en el matrimonio y la familia, cumpliendo con amor las funciones de padre y esposo. Al ocuparse de las cosas materiales de su familia y de la educación de sus hijos, estas funciones le llevan a la realización de su paternidad. Podemos concluir que este papel de padre, que ejerce el hombre, es una vocación, una llamada de Dios para convertirse en una imagen del Padre celestial en la tierra.

Dios Padre es fuente de vida, y del mismo modo el hombre, cuando se convierte en padre, es fuente de vida, y por eso el hombre se parece a Dios, porque comunica la vida a un nuevo ser; y Dios hace lo mismo, nos creó, nos comunicó la vida, y esta comunicación es el principio de la paternidad.

Si observamos nuestra realidad actual, podemos ver que esta figura paterna, a lo largo de los años, se ha ido deformando progresivamente, perdiendo su propia finalidad y, por lo tanto, no cumpliendo con sus funciones adecuadas.

Podríamos preguntarnos cómo fue la paternidad de san José y si puede considerarse como verdadera paternidad. Como sabemos, la teología tiene su base en la revelación, en ser algo divinamente revelado y que se ordena a Dios. El dato revelado es la esencia de toda cuestión teológica, es por eso que nos detendremos a considerar los hechos precisos que los Evangelios, fuente misma de la revelación, nos muestran acerca de la paternidad de san José y que van a llevarnos a comprender la excepcional misión del santo Patriarca. Los Santos Evangelios afirman expresamente la paternidad de san José y nos lo mostrarán con hechos concretos y de una manera muy real.

Lo primero que hizo José, en el ejercicio de su autoridad, fue imponer el nombre de Jesús, que el ángel le había anunciado, “dio ella a luz un hijo y le puso [José] por nombre Jesús” (Mt. 1, 25). Los exégetas señalan que la costumbre de los judíos, en la época de Jesús, era dar al cabeza de familia la misión de ponerle nombre a su hijo (Gauthier, 1958, p. 60). Santo Tomás de Aquino en el Comentario al Evangelio de san Mateo nos dice que “era costumbre entre los hebreos, y todavía lo es hoy, circuncidar al niño en el octavo día y darle, entonces, el nombre, y esto lo hizo José. Por lo tanto, fue ministro en este acto” (In Mt., cap. 1, lec. 5).

Cada vez que Dios quiso comunicarle algo, por medio del ángel, fue a José, como padre, a quien acudió para llevar a cabo la nueva misión encomendada: “Un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: ‘Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto, donde permanecerás, hasta que yo te avise’” (Mt. 2, 13); “Un ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: ‘Levántate, toma contigo al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que buscaban la vida del niño’” (Mt. 2, 19-21).

Cuando Jesús fue encontrado en el templo junto a los doctores de la ley, fue la misma María quien le da a José el nombre de padre: “Hijo, ¿por qué has hecho así con nosotros? Tu padre y yo, te estábamos buscando con angustia” (Lc. 2, 48).  

Los Evangelios, en diferentes momentos, utilizan el término de “padres de Jesús” que designa tanto al padre como a la madre: “Y, movido por el Espíritu, vino al templo; y cuando los padres llevaron al niño Jesús para cumplir con él las prescripciones acostumbradas en la Ley” (Lc. 2, 27); “más a su regreso, cumplidos los días, se quedó el niño Jesús en Jerusalén, sin que sus padres lo advirtiesen” (Lc. 2, 43).

La Escritura nos da otro indicio de la paternidad de José, cuando los contemporáneos de Jesús lo consideran como el “hijo de José o el hijo del carpintero”: “A Aquel de quien Moisés habló en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: es Jesús, hijo de José, de Nazaret” (Jn 1, 45); “¿De dónde tiene Éste la sabiduría esa y los milagros? ¿No es Éste el hijo del carpintero?” (Mt. 13, 54-55).

Estos pasajes de la Sagrada Escritura constatan, ya sea de una manera implícita o explícita, la paternidad de san José y cómo él ejercía su autoridad paternal sobre el Verbo hecho carne.

La teología josefina va afirmar que esta paternidad de José sobre Jesucristo no fue una paternidad física ni natural. Los Evangelios nos dicen claramente que Jesús fue Concebido por obra y gracia del Espíritu Santo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá; por eso el santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios” (Lc. 1, 35). Esto nos confirma claramente que José no tuvo ninguna intervención física en la concepción del Hijo de Dios. Por lo tanto no podemos afirmar que la paternidad de san José es física ni natural.

Tampoco podemos decir que la paternidad del santo Patriarca sea una paternidad real y verdadera, ni propia y plena en el sentido estricto de la palabra. Santo Tomás nos dice que la palabra paternidad implica siempre generación, y así padre propiamente dicho es el que engendra, como agente activo y principal de su propia sustancia, otro ser semejante a él (I C. G. cap. 4). Y san José no tuvo ninguna participación, en este sentido, en la Concepción del Verbo. Y tampoco lo es en sentido propio y pleno del término, ya que solo es padre verdadero aquel que interviene activamente en la generación comunicando su propia naturaleza. Y san José no fue padre de Jesús de esta manera.

Pero sí podemos llamar a san José padre de Jesús, en cierto modo, como nos dice el padre Llamera (1953):

Es verdad que a san José se le puede llamar padre de Jesús, en cierto modo, pues ha sido moralmente, de un modo excepcional por los lazos jurídicos y espirituales que les unieron y en virtud de los servicios y del ministerio paternal que ejerció respecto de Jesús. (p. 94)

Todo esto confirma que la paternidad del esposo de María es una paternidad verdadera, pero de manera singular. Según el padre Llamera (1953) es una paternidad nueva, única y especial, porque no procede de un vínculo carnal según la naturaleza, sino que se basa en una relación moral real. El mismo autor continúa diciéndonos que esta paternidad tiene un fundamento real, pero jurídico, que es el matrimonio con María, con consecuencias morales: derechos, deberes, gracias que Dios dispuso para el gran misterio de la encarnación (p. 102).

El primer testigo de la paternidad de José es su esposa. Cuando Jesús se perdió y fue encontrado en el templo, María dijo: “Tu padre y yo...” (Lc. 2,48). Esto nos muestra que José siempre fue considerado el padre de Jesús. Este hecho del Evangelio nos permite conocer los sentimientos paternales del Patriarca y su corazón de padre (Galot, 1985, p. 51).

Según los datos expuestos de forma sencilla de los hechos significativos de la Sagrada Escritura, vemos que la paternidad de José no se definió por el acto biológico de dar la vida, sino por todos los momentos preciosos que conlleva el crecimiento de un hijo y las múltiples circunstancias en las que san José aparece y desarrolla su función de padre. El elemento esencial de la misión del esposo de María con Jesús es “el amor de padre que incendia el corazón de José” (Gauthier, 1958, p. 65). Y Bossuet (1657) lo expresa de la siguiente manera:

Todo lo que hace en favor de este único Hijo, para mostrar que no lo olvida, es ponerlo al cuidado de un hombre mortal, que guiará su penosa infancia; y José es elegido para este cargo […] Desde ese tiempo, cristianos, no vive sino para Jesucristo, no se preocupa sino de él, por este Dios, él mismo toma un corazón y entrañas de padre, y lo que no es él por naturaleza, se torna por cariño […] José compartirá con María esas preocupaciones, esas vigilias, esas inquietudes, con las que educará a este divino Niño; y experimentará por Jesús esa inclinación natural, todas esas dulces emociones, todas esas tiernas solicitudes de un corazón paterno.

No podemos olvidar que Dios es quien eligió y confió a José la misión de ser el padre de su Hijo. Y esto nos muestra la naturaleza misma y el fundamento de la paternidad de san José:

El verdadero Padre de Jesucristo, este Dios que lo engendra en la eternidad, habiendo elegido al divino José para servir de padre en medio del tiempo a su único Hijo, ha hecho fluir en su seno, de alguna manera, algún rayo o chispa de este amor infinito que tiene por su Hijo: Esto es lo que cambia su corazón, esto es lo que le da un amor paternal. (Bossuet, 1657)

San José no es un padre en el sentido físico de la palabra, pero es un padre en el sentido más profundo y apropiado del término, y ejerció la paternidad de manera perfecta y completa. El hecho de que José no fuera el padre biológico de Jesús no disminuye su paternidad, al contrario, se acentúa aún más su semejanza con Dios Padre. Esta paternidad de José se entiende como una representación terrenal de la paternidad de Dios. La paternidad de José es un reflejo de la paternidad divina por mandato. Porque es justo, es un icono y un fiel transmisor de la voluntad de Dios para su hijo. La rectitud de José es sorprendentemente similar a la de Dios, que moldeó y formó el alma de José de tal manera que a los ojos de Jesús representaba al Padre del cielo. La obediencia de Jesús durante la infancia se debe a la justicia de un padre que se ajusta escrupulosamente a los designios divinos. Las dos paternidades son, pues, confluentes, están estrechamente vinculadas (Lopez Imbernon, 2017, p. 200).

San Juan Pablo II (1989) dirá que en la Familia de Nazaret José es el padre:

La Familia de Nazaret, inserta directamente en el misterio de la encarnación, constituye un misterio especial […] En esta familia José es el padre: no es la suya una paternidad derivada de la generación; y, sin embargo, no es aparente o solamente sustitutiva, sino que posee plenamente la autenticidad de la paternidad humana y de la misión paterna en la familia. (n. 21)

Santo Tomás, hablando de la paternidad de Dios, va a decir que esta paternidad es con respecto del Verbo. Desde toda la eternidad Dios es padre del Hijo y Este Hijo de Dios. “Es verdad de que el ser pleno de paternidad y filiación se encuentran en Dios Padre e Hijo, porque ambos poseen la misma naturaleza y gloria” (S. Th. I, q. 33, a. 3).

En la Sagrada Escritura, la carta a los Efesios nos dice: “Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra” (Ef. 3, 14-16). Este pasaje nos muestra que el origen de toda paternidad proviene de Dios, que es el modelo de todo padre en la tierra, y que toda paternidad es un misterio de amor. En muchos pasajes de los textos sagrados, especialmente en el Nuevo Testamento, encontramos esta referencia de Dios como Padre. Jesús mismo revela a Dios como su Padre: “Les respondió ‘¿Cómo es que me buscabais? ¿No sabíais que conviene que Yo esté en lo de mi Padre? ’” (Lc. 2, 49); “Mas para nosotros no hay sino un solo Dios, el Padre, de quien vienen todas las cosas, y para quien somos nosotros; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas, y por quien somos nosotros” (1Cor. 8,6).

Muchos teólogos reconocen en la paternidad de san José una sombra del Padre, un icono de la paternidad divina. Bossuet (1657) nos dice:

 

¿Cómo puede tener José el amor de un padre si no es un padre? Por el poder divino José tiene el corazón de un padre, no es un padre por naturaleza, pero Dios mismo le da el corazón de un padre. Dios mismo eligió al humilde José para que fuera el padre del Redentor del mundo, que derramó en su corazón una parte de su amor por su Hijo y le dio un corazón de Padre.

Ningún padre fue un padre como José, porque su paternidad fue comunicada por Aquel que es la fuente de toda paternidad. Dios puso en el corazón de José sentimientos verdaderamente paternales, para que sintiera por su hijo, Jesús, el mismo amor que siente naturalmente un padre (Llamera, 1953, pp. 113-114).

La mayor dignidad de José es ser como la sombra del Padre. La incomparable paternidad de Dios se revela a nuestro santo de forma figurada y se convierte así, a los ojos del mundo, en el padre del Redentor. El esposo de María ejercerá su autoridad de padre sobre el niño y le colmará de los mayores afectos y atenciones paternales. Esto nos muestra cómo Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, se somete, en su naturaleza humana, al cuidado y a la autoridad del santo Patriarca. El padre Faber dirá que esta paternidad de José es para Jesús la imagen de la paternidad divina, donde se reflejan la autoridad, la serenidad y la dulzura (citado en Sauvé, 1920, pp. 119-120).

Jesús es Hijo de José por haber nacido de aquel seno inmaculado de María y por ser fruto de ese matrimonio. Este vínculo moral que se entabla con Jesús le da a José una nueva y superior paternidad que se funda en ese contrato matrimonial, real y profundo por la expresa voluntad de Dios que así lo determinó (Llamera, 1953, pp. 107-108).

Visión general de la situación actual de la familia

La situación por la cual atraviesa hoy la familia ya fue anunciada por el Concilio Vaticano II, en la constitución pastoral Gaudium et Spes (1965) “la dignidad de esta institución no brilla en todas partes con el mismo esplendor, puesto que está oscurecido por la poligamia, la epidemia del divorcio, el llamado amor libre” (n. 47). La familia atraviesa hoy una gran crisis y puede comprobarse por el número de divorcios, de familias monoparentales, por la falta de compromiso para asumir las responsabilidades que requiere el matrimonio, por la ausencia de la figura paterna y las consecuencias que ello conlleva. Esta misma constitución pastoral nos dice también que el matrimonio hoy está siendo profanado por el egoísmo, el hedonismo (la búsqueda del placer y el bienestar), añadiendo a esto la situación económica, social, psicológica y cultural en la que vive nuestra sociedad actual. Todo esto influye en esta crisis.

El papa san Juan Pablo II ha sido un gran defensor de la familia, como podemos constatar en sus numerosas catequesis sobre el amor humano. En su exhortación apostólica Familiaris Consortio (1981) nos ofrece una visión clara de la vocación al amor entre el hombre y una mujer y ha insistido en la importancia de la familia en la sociedad. El papa nos muestra claramente las luces y sombras de la situación actual de la familia y como se entabla una verdadera batalla entre la luz y las tiniebla.

El papa Francisco (2016) también destaca el preocupante cambio en los aspectos culturales y antropológicos que afectan a la vida social, con repercusiones en la vida emocional y familiar. El mundo moderno ha caído en tal individualismo que ha olvidado, ha perdido de vista sus raíces cristianas, sobrenaturales, que lo unen y lo vinculan a Dios. El hombre hoy ha perdido su capacidad de interiorización, de silencio, de meditación, que son la base de una vida interior; esto se ha vuelto extraño para él: “quieren destruir esta comunidad de vida y amor que es la familia” (n. 32).

Hoy nos enfrentamos a una gran crisis de paternidad, donde el padre está ausente, el hombre ha sido desposeído de su paternidad. El vínculo familiar se ve afectado por una crisis que tiene sus raíces en diferentes formas de ausencia paterna: “se dice que nuestra sociedad es una sociedad sin padres” (n. 176).

¿Cómo nos afecta esta crisis o cuáles son las consecuencias de esta ausencia?

Al considerar primero el lugar de la figura paterna, Dios crea al hombre y a la mujer para establecer esta alianza de amor a través de la fecundidad, para constituirlos en padre y madre. A través de la presencia y la figura del padre, el niño construirá la imagen de la paternidad divina y podrá establecer una verdadera relación filial con Dios Padre. Una mala experiencia de paternidad puede oscurecer la imagen divina que cada persona está construyendo: “La ausencia de la figura paterna en la vida de los niños y los jóvenes provoca vacíos y heridas que pueden ser también muy graves” (Francisco, 2015). Esta afirmación del Papa nos muestra cómo la ausencia del padre afecta a toda la personalidad de los hijos. La presencia del padre es sumamente necesaria para la educación de los hijos: para la formación de la personalidad, para la formación del respeto a la autoridad, para una afectividad ordenada, para la afirmación de su identidad sexual, etc. (Fuentes, 2008).

Todo ello nos permite vislumbrar la importancia de la presencia paterna, una presencia que Dios quiso en la persona de san José, confiándole la familia de Nazaret. La dignidad más grande de san José fue ser el Esposo de la Madre de Dios, asumiendo un verdadero vínculo conyugal.

Es a través del matrimonio con María, es decir, a través de la familia, que se entablan estos lazos familiares con Jesús. Es el vínculo matrimonial el que le da a María y a José el nombre de padres de Jesús. San Agustín va a decir que:

A raíz de aquel matrimonio fiel ambos merecieron ser llamados padres de Cristo; no solo aquella madre, sino también aquel padre, del mismo modo que era esposo de su madre, ambos por medio de la mente, no de la carne. (citado en Juan Pablo II, 1989, n. 7)

Toda familia está llamada a imitar a la Sagrada Familia de Nazaret, la que es ejemplo de todas las virtudes, de unidad, amor, comprensión, respeto, docilidad, escucha, diálogo, acogida, caridad, etc. Fue en esta familia donde, por designio divino, nació el Redentor del mundo. Fue allí, en esa primera Iglesia doméstica, donde Jesús experimentó el verdadero amor de su Madre y de su Padre: “Es en esa familia doméstica, donde todas las familias cristinas deben mirarse… y por un misteriosos designio de Dios, en ella vivió escondido largos años el Hijo de Dios: es pues el prototipo de todas las familias cristianas” (Juan Pablo II, 1989, n. 7).

Cada familia está llamada a hacer de su hogar una iglesia doméstica, donde se aprenden y transmiten los valores de una vida común enraizada en los valores del Evangelio.

Las virtudes de san José como ejemplo de identidad masculina

Cuando queremos explicar la identidad masculina del hombre, no podemos hacerlo sin mencionar también la identidad femenina, ya que ambas se iluminan mutuamente. Sabemos que el hombre y la mujer son diferentes y al mismo tiempo complementarios; la constitución femenina es diferente de la masculina, se diferencian, nos dice san Juan Pablo II (2004), hasta en las determinaciones biofisiológicas más profundas. El misterio de la mujer, su feminidad, se expresa y se revela en toda su profundidad a través de la maternidad, y también podemos afirmar que la masculinidad del hombre se muestra a través de su paternidad. Esta diferencia entre el hombre y la mujer se manifiesta en la forma de participar en la paternidad, ya que hay una forma masculina y otra femenina de llevar a cabo una acción. Hay una forma de ser madre y una forma de ser padre (Lettelier Widow, 2021).

Podemos decir que estamos viviendo una crisis de masculinidad porque estamos viviendo una crisis de paternidad, porque no sabemos qué es propiamente masculino. Los hombres han perdido culturalmente la función paterna, la paternidad propia del varón (Lettelier Widow, 2021).

Esta ausencia de virilidad se manifiesta en una falta de identidad, en una falta de autocontrol, en la pérdida del papel propio que corresponde al hombre en la familia y en la sociedad (Castilla de Cortázar, 2022). El mismo Papa Francisco (2018) ha hablado en muchas ocasiones de esta crisis de paternidad y orfandad que vive el mundo actual. El padre Donald Calloway (2019) dice al respecto: “La crisis de masculinidad se puede corregir si los hombres comienzan a imitar a san José. Su paternal ejemplo muestra que la fortaleza, autoridad y liderazgo deben estar al servicio de los demás” (p. 41).

Y es en este momento cuando san José, figura paterna, viene a iluminarnos con sus virtudes. La virtud de san José es fundamentalmente masculina; es un santo profundamente masculino. En san José podemos destacar de una manera preeminente su fe. El doctor Angélico va a decir con respecto a esta virtud que “el entendimiento presta su asentimiento no porque esté movido suficientemente por el propio objeto, sino que, tras una elección, se inclina voluntariamente por una de las partes con preferencia sobre la otra” (S. Th. II-II, q. 1 a. 4). La fe se enraíza en el entendimiento, pero necesita el consentimiento de la voluntad. Y en san José podemos decir que él conoció de una manera más plena y perfecta algunos de estos misterios, como la Santísima Trinidad, el de la Encarnación y Redención. Este conocimiento se debió a que le fue revelado expresamente, como consta en la Sagrada Escritura con respecto a la Encarnación “José, hijo de David, no temas recibir a María tu esposa, porque su concepción es del Espíritu Santo” (Mt. 1, 20), y también por ese trato íntimo y los diálogos entablados con su Hijo Jesucristo durante todos los años que convivieron. La adhesión de su inteligencia y de su voluntad fue pronta. El hecho de la angustia de José nos revela cuán viva era esta virtud, después de haber escuchado las palabras del ángel “hizo José como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su esposa” (Mt.1, 24). Esto nos muestra la obediencia y la sumisión a Dios, aceptando y asintiendo verdades que no ve ni comprende (Llamera, 1953, pp. 220-223). Dice san José Escrivá de Balaguer (2002), haciendo referencia a esta virtud de José:

Así era la fe de san José: total, confiada, completa; se manifiesta en la obediencia inteligente y en la sumisión activa a la voluntad de Dios. Y, con la fe, la caridad, el amor. Su fe se funde con el amor [...], con su afecto de esposo por María, con su afecto de padre por Jesús. Fe y amor, en la esperanza de la gran misión que Dios, sirviéndose de él como carpintero de Galilea, emprendía en el mundo: la redención de los hombres. (p. 5)

La fe es lo que permitió a José ser fiel al plan de Dios, adherirse de una manera generosa y libre a los designios de su Creador, de lo contrario habría sido imposible obedecer perfecta y prontamente como lo hizo. El fruto de esta fe es la obediencia.

Con respecto a la virtud de la obediencia santo Tomás va a decir que “el objeto propio es el mandato que nos viene ciertamente de la voluntad de otro. Por eso la obediencia nos da un ánimo pronto para cumplir la voluntad del que manda” (S. Th. II-II, q. 104, a. 2). Esta virtud de nuestro santo se menciona muchas veces en los Evangelios: cada vez que el ángel del Señor le anunciaba un acontecimiento, la respuesta de José era la prontitud en cumplir la voluntad de Dios (Mt. 1,24; Mt. 2,14-15; Mt. 2,21; Mt. 2,22-23). José es un padre que supo obedecer fielmente los mandatos divinos y que fue un ejemplo vivo para Jesús, porque, como nos dice el Papa Francisco (2020): “bajo la guía de José, Jesús aprendió a hacer la voluntad del Padre. Esta voluntad se transformó en alimento diario” (n. 3). Esta obediencia del padre del Redentor nos muestra la fidelidad con la que supo cumplir el mandamiento divino, aunque a veces no entendiera el sentido de estos mandatos.

Corresponde al hombre, a la figura paterna, ser el guardián, el que protege, el que guarda a su familia. Este aspecto de la paternidad de José nos lleva a destacar la fortaleza de este hombre. Sobre esta virtud santo Tomás nos va a decir:

La palabra fortaleza puede tomarse en dos sentidos. Uno, por el que implica la firmeza de ánimo en general. Según el Filósofo para que se de virtus en preciso obrar firme y constantemente. Segundo significa la especial firmeza para resistir y rechazar todos los peligros en los cuales es sumamente difícil mantenerse firme, es decir en los peligros graves. (S. Th. II-II, q. 123, a. 2)

Esto nos muestra la firmeza de ánimo del esposo de María, frente a todos los peligros y obstáculos que tuvo que atravesar. La misión que tuvo san José de ser el custodio de Jesús y María, de defenderlos contra todos los enemigos, exigió una fuerza de ánimo heroico, resistiendo con paciencia y perseverancia todas las dificultades vividas (Llamera, 1953, p. 240).

Otro aspecto que podemos subrayar, como lo hace el Papa Francisco (2020), es su ternura, lo llama “padre en la ternura” (n. 2). Este atributo es propio de Dios Padre. Pero el corazón de José fue modelado por Dios mismo y a su imagen, y por eso también podemos atribuirle esta ternura paternal. Jesús vio la ternura de Dios en san José (n. 3). Esta ternura de San José debe inspirar a los padres a la hora de educar. De hecho, están llamados a reflejar la ternura de Dios ante su propia debilidad y la de los demás. Corregir con amor tierno, sin considerar esta fragilidad como algo negativo, sino aceptándola con ternura. No es difícil imaginar la ternura que reinaba en el corazón de san José, en aquella vida sencilla que llevaba con María y Jesús. Con qué ternura tuvo que tratarlo José, enseñar a Jesús a rezar, a jugar, a trabajar, a ayudar, a vivir de forma divina en lo humano (Escrivá de Balaguer, 2002). Imaginemos la delicadeza con la que san José trató a su hijo y a su esposa, la delicadeza que le permitió descubrir la mirada amorosa de Dios en los suyos, para tratarlos como si fueran algo sagrado. Este trato con Jesús aumentaba su amor, ya que ese contacto con la humanidad de Cristo producía la gracia, como un sacramento, en el alma del padre del Redentor (Llamera, 1953, p 247).

Esta ternura del esposo de María se refleja también en su silencio. José era un hombre de silencio; este silencio es algo muy característico del hombre. Es más característico de un hombre hacer cosas que hablar. Fue este silencio el que permitió a José vivir en la contemplación (Lettelier Widow, 2021) y llevar una profunda vida interior. Este silencio nos habla de la santidad de este hombre, nos habla de la plenitud de fe que lleva en su corazón y que guía todos sus pensamientos y todos sus actos. El silencio del santo Patriarca era el silencio frente al misterio, era callarse para dejar penetrar en él la Palabra que vivifica y que santifica.

San José era un hombre que amaba el trabajo, que sabía dedicarse con esmero. El trabajo es una acción muy masculina, es un servicio prestado en esa profesión en la que la persona se ha especializado. San José es un claro ejemplo de servicio “trabajó para contribuir al bien de los demás” (Escrivá de Balaguer, 2002). Esta actitud de servicio debe ser primordial en todo cristiano; todos estamos llamados a ejercer esta actitud de servicio a través de cualquier trabajo que emprendamos, por insignificante que sea. Hoy vemos que el verdadero sentido del trabajo se ha desvirtuado, ha dejado de ser un verdadero servicio, para convertirse en un medio de adquirir bienes, un medio de poseer, encerrando el corazón humano en un gran egoísmo, donde los demás no cuentan. El santo Patriarca era consciente de que, al realizar esta tarea, cumplía la voluntad de Dios, pensando en el bien de los suyos, y teniendo en cuenta también el bien de todos los hombres (Escrivá de Balaguer, 2002). El trabajo es algo que da dignidad a la persona y san José es un claro ejemplo de ello. El Papa Francisco (2020) nos dice que la persona que trabaja participa en la obra de la salvación, colabora con Dios mismo. El trabajo es algo propio del hombre, una virtud que requiere una cierta fuerza interior que le permita dominar, gobernar y vigilar (Lettelier Widow, 2021). El trabajo es esa continuación de la obra creadora y salvadora de Dios:

La importancia del trabajo en la vida del hombre requiere que se conozcan y asimilen aquellos contenidos que ayuden a todos los hombres a acercarse a través de él a Dios, Creador y Redentor, a participar en sus planes salvíficos respecto al hombre y al mundo y a profundizar en sus vidas la amistad con Cristo, asumiendo mediante la fe una viva participación en su triple misión de sacerdote, profeta y rey. (Juan Pablo II, 1989, n. 23)

José supo hacer su trabajo con cierta perfección, y en esta tarea diaria supo unir su corazón en una intimidad muy profunda con el Creador. El santo Patriarca supo hacer de su trabajo una verdadera oración, viviendo continuamente en la presencia de Dios. El cristiano está llamado a mantener esta intimidad con el Padre celestial, a hacer de su trabajo una continua oración de acción de gracias y de súplica.

San José, modelo de padre para la época actual

Al abordar el tema de la paternidad, nos es necesario aludir a la naturaleza de la maternidad que es transmitir la vida y cuidarla; la función del padre será transmitir la identidad y el sentido de pertenencia. Esta pertenencia al padre es lo que forma la identidad de los hijos (Pesenti, 2003). Pero la identidad del hombre de hoy está debilitada, el hombre se siente inseguro, porque no encuentra su lugar, su verdadera identidad. La imagen del hombre contemporáneo, en particular la figura del padre, está deformada, cuestionada: “La inseguridad masculina sobre su identidad se transforma en inseguridad sobre la paternidad, sobre su razón de ser y su misión como padre” (Burgos, 2003).

Desde un punto de vista positivo, podemos decir que la paternidad juega un papel fundamental en la educación de los hijos. Santo Tomás nos va a referir:

El padre participa de modo particular la razón de principio, que se encuentra en Dios de una manera universal, del mismo modo la persona que ejerce sobre nosotros una determinada función de providencia participa en grado inferior la propiedad de la paternidad. Porque el padre es principio de la generación, de la educación, del gobierno y de todo cuanto se requiere para la perfección de la vida humana. (S. Th. II-II, q. 102, a. 1)

La misión de educador le permite influir en el alma de su hijo, el alma que José debía preparar era la del Salvador del mundo. Fue José quien forjó la mente, el corazón y la personalidad de Jesús y quien acentuó su carácter varonil. Pero la educación es ante todo una comunicación, una puesta en común de los aspectos esenciales del alma. Y la misión de san José era elevar el alma de un niño hacia Dios (Galot, 1985).

El papel del padre como educador es de suma importancia, porque el padre, con su ternura, afecto, firmeza, presencia y autoridad, forja la personalidad del niño tanto a nivel emocional como psicológico (Fuentes, 2008). Es esta estrecha relación padre-hijo la que acentuará no sólo la confianza del niño en sí mismo, sino también su autoestima, al descubrir lo capaz que es. Y esta confianza en sí mismo se ve reforzada por la confianza que el propio padre da a su hijo, estimulándolo con su ejemplo, en un estrecho diálogo entre ambos. Es la cualidad del alma del padre la que forma el alma de su hijo. Hubo algo del alma de san José que se deslizó en el alma de Jesús, y éste se dejó impregnar de los pensamientos y sentimientos de José (Galot, 1985).

Un rasgo esencial de la paternidad es el ejercicio constante de la autoridad. La carta a los Romanos nos dice “no hay potestad que no esté bajo Dios, y las que hay han sido ordenadas por Dios” (Rm. 13, 1). El padre Llamera (1953) refiere que “la autoridad es el elemento y principio fundamental en toda sociedad, y en ésta, [en el matrimonio de José y María], aunque constituida por el amor, lo es también” (p. 248). En la vida familiar de la sagrada Familia Dios quiso que estuviera presente también este aspecto, y que fuera san José quien lo ejerciera con respecto a Jesús y María. Los Evangelios hacen solo algunas referencias sobre ello, como por ejemplo imponer el nombre a Jesús era algo propio de la autoridad paterna: “José, hijo de David, no temas recibir a María tu esposa, porque su concepción es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús (Salvador), porque Él salvará a su pueblo de sus pecados”  (Mt. 1, 20-21).

La vida oculta de Jesús fue vivir sometido a sus padres. El esposo de María sabía en conciencia que esta autoridad le había sido dada de lo alto. José siempre ejerció esta autoridad con humildad, con dulzura y con bondad. Aunque era él el que tomaba las decisiones en la familia, nunca lo hacía sin tener en cuenta las opiniones y necesidades de los suyos, y así podía responder mejor a sus aspiraciones (Rey, 2018). Esta autoridad debe ser ejercida como una manifestación del amor que los une y de la autoridad que ha sido confiada al padre de familia. José sabía que esta autoridad no era algo que merecía por su virtud, sino que era un don de Dios. Se sabía inferior a María y a Jesús, y fue esta humildad la que le permitió ejercer su autoridad con delicadeza. Era una autoridad ejercida como expresión de su amor por ellos. José era plenamente consciente de que era un representante de Dios Padre y que eso le permitía dar testimonio de la bondad de Dios (Galot, 1985).

José fue el guardián de las tradiciones familiares, de la fe y del fiel cumplimiento de la ley en su familia: “sus padres iban cada año a Jerusalén, por la fiesta de Pascua” (Lc. 2, 41). José fue capaz de crear entre él y Jesús una relación de verdadero afecto entre padre e hijo (Galot, 1985). El padre es alguien que transmite la vida, comunica el bien y da a conocer la verdad (Fuentes, 2008). Y por esta razón debe ser un fiel transmisor de las verdades divinas.

Los padres deben aprender a amar a sus hijos, no solo a nivel natural, sino también sobrenaturalmente, como Hijos de Dios, llamados a vivir, por la gracia, la misma vida de Dios. Este amor en san José, al igual que todas sus virtudes, tiene por fin al mismos Verbo Encarnado: “Jesús es el principio, el centro y el termino de ese amor consciente y entrañable, informado de los mayores sentimientos de sacrificio y entrega” (Llamera, 1953, p. 248).

San José es el guardián de la intimidad de la familia. San José recibió y guardó el misterio que Dios le había revelado. El corazón de san José es el ámbito de recepción y conservación del misterio de Dios. Su tarea paternal es, en primer lugar, recibir el misterio. La misión del padre cristiano, sobre todo hoy, debe entenderse como el guardián del misterio de Dios en la familia, el que guarda la fe personalmente y la hace vivir a los suyos. Esta intimidad familiar fue el principal motivo de la santidad de José, ya que participaba de las mismas virtudes de María:

José, amando a María, ama al Espíritu Santo. Sabe que su Esposa inmaculada tiene otro esposo invisible, infinitamente santo, y que ese Esposo vive y reposa en el alma de ella como en un santuario, el más precioso santuario que una creatura puede ofrecer a su Señor […] Por eso, mientras ama a la Esposa, José ama al Espíritu Santo. Mientras imita la obediencia, la caridad, todas las virtudes que hacen tan santa y amable a la Madre divina, su alma se adhiere cada vez más íntimamente a su Dios. (Sinibaldi, citado en Llamera, 1953, p. 248)

La crisis de la paternidad se debe en cierto modo a la pérdida de esta dimensión espiritual y, por ello, ha quedado relegada a un segundo plano.

Otro aspecto de san José que podemos destacar es su audacia, que le llevó a arriesgarse por Jesús, obedeciendo plenamente la voluntad del Señor, aunque no entendiera los planes de Dios. La audacia de san José se debió a una confianza sin igual, santo Tomás nos dice que la “confianza implica esperanza del hombre en las cosas arduas […]. Confianza parece significar la esperanza que da crédito a las palabras de otro que le promete su ayuda” (S. Th. II-II, q. 128, a. 1; q. 129, a. 6). José siempre mostró ese valor que le llevó a exponerse a grandes peligros para proteger al Hijo que el Altísimo le había confiado (Rey, 2018).

Esta audacia está estrechamente unida a la prudencia de José. San Isidoro nos dice que “prudente significa el que ve de lejos, que es perspicaz y prevé con certeza a través de la incertidumbre de los sucesos” (citado en S. Th. II-II, q. 47 a. 1). Esta prudencia del esposo de María refleja el amor que tenía, y es éste amor el que le permitía discernir en los momentos difíciles. Esta virtud es la que más se destacó en la vida de san José “en todas las escenas de la infancia del salvador advertimos no solo la presencia de José, sino su intervención directa, su acción inmediata; acción si se quiere, oculta y silenciosa, pero eficaz y constante” (Llamera, 1953, p. 236).

La misión de todo padre es ponerse al servicio de su familia; es tener, como san José, el valor de atravesar las innumerables pruebas que jalonan la vida. Esta misión es una llamada a desempeñar el papel de protector, de guía, de servidor, pero la grandeza de esta tarea no puede realizarse sin sacrificio. San José, hombre audaz, valiente y prudente debe animar a los padres a realizar esta tarea que les es propia. La presencia del padre y el ejercicio siempre presente y necesario de su paternidad es lo que cimentará el crecimiento, la confianza y la seguridad de la familia.

Esta audacia de José nos habla de la grandeza de alma de este santo. El Aquinate, citando a Aristóteles, comenta:

El magnánimo está en el extremo en cuanto a la grandeza, porque tiende hacia lo más grande; pero se mantiene en el justo medio, porque aun cuando se dirige a las mayores cosas, tiende a ellas según el orden de la razón y se estima en su justo valor, pretendiendo solo aquello de lo cual se cree digno. (S. Th. II-II, q.129, a. 3)

San José fue verdaderamente el hombre de cosas grandes, se arriesgó a grandes empresas para llevar adelante el mandato confiado. Los Evangelio llaman a José “hombre justo” (Mt. 1, 19). La justicia, nos dice el doctor Angélico “es el hábito según el cual uno, con constante y perpetua voluntad, da a cada cual su derecho” (S. Th. II-II, q. 58, a. 1). Es atreves del cumplimiento de sus deberes de justicia que dio testimonio de ser un hombre lleno del espíritu de Dios que ejecutaba sus deberes cotidianos de humilde trabajador para sostener a Jesús y María “¿No es Éste el hijo del carpintero?” (Llamera, 1953, p. 237). Es gracias a esta virtud de la justicia que José cumplió con esmero sus deberes de Piedad:

En aquel tiempo, apareció un edicto del César Augusto, para que se hiciera el censo de toda la tierra. Subió también José de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Betlehem, porque él era de la casa y linaje de David, para hacerse inscribir con María su esposa, que estaba encinta. (Lc. 2,1.4-5)

Es gracias a esta virtud que el carpintero de Nazaret se entregó de una manera total y generosa al servicio de Dios, cumpliendo hasta en los mínimos detalles los mandatos divinos. El padre Llamera (1953) citando a Mons. Sinibal dice:

José todo se lo debe a Dios y todo lo entrega a Dios: le debe su inteligencia y le entrega todos sus pensamientos; le debe su corazón y le entrega todos sus afectos; le debe todo su ser y se da a si mismo sin reserva, sin excepción, sin vacilación. (pp. 237-238)

El carpintero de Nazaret viene a iluminar al hombre moderno con su vida misma, con su abnegación y olvido de sí mismo. Estas virtudes eran las aspiraciones constantes del corazón de José; era lo que el Padre esperaba de él. Esta abnegación por el hecho mismo de no buscar más que los deseos divinos. El cardenal Ratzinger (1992) nos dice al respecto:

La vida de este hombre no ha sido la del que, pretendiendo realizarse a sí mismo, busca en sí solamente los recursos que necesita para hacer de su vida lo que quiere. Ha sido el hombre que se niega a sí mismo, que se deja llevar adonde no quería. No ha hecho de su vida cosa propia, sino cosa que dar. No se ha guiado por un plan que hubiera concebido su intelecto, y decidido su voluntad, sino que, respondiendo a los deseos de Dios, ha renunciado a su voluntad para entregarse a la de Otro, la voluntad grandiosa del Altísimo. Pero es exactamente en esta íntegra renuncia de sí mismo donde el hombre se descubre.

El padre de familia está llamado a olvidarse de sí mismo para que la belleza de la propia familia, con las virtudes propias de cada miembro, así como sus debilidades, la hagan única e insustituible. Es la abnegación de los gustos personales, los deseos, los pensamientos, las formas de hacer y de ser a lo que hay que renunciar para que las cualidades de sus miembros puedan brillar. La mayor alegría de san José fue esconderse para que Jesús y María pudieran brillar.

La actitud más razonable para los padres es la de ser lo suficientemente humildes como para acudir a Dios en busca de la luz necesaria para esta tarea y proporcionar los medios para llevarla a cabo. Los padres deben ser conscientes de que en la tarea que les corresponde hay cosas que dependen de ellos y otras que no.

Que cada padre aprenda en la escuela de san José lo que es la verdadera paternidad, examinando, meditando y contemplando las cualidades de este eminente santo. Todo padre debe aspirar a la vocación universal que es la santidad. Pero para alcanzar esta santidad es necesaria la plena unión con Dios por medio de la gracia. Es en esta escuela donde uno aprende a ser padre y puede enseñar a sus hijos el camino hacia Dios.

La figura de san José como padre sigue siendo singularmente importante, porque con su vida, sus ejemplos y sus virtudes, sigue invitando a todo padre a restaurar la imagen paterna que hoy está olvidada, devaluada, manchada y de alguna manera perdida por diversas circunstancias. San José nos invita a restaurar la presencia paterna en las familias. Nos invita a restablecer la patria potestad en el seno de la familia, lo que implica cumplir con los deberes de esposo y padre. San José también nos enseña a vivir en un abandono confiado a los planes que Dios ha preparado para cada uno de nosotros.

San José se convierte así en un modelo a redescubrir en el camino de la paternidad. Que esta figura ejemplar del custodio del Redentor sea para todo padre un modelo de esposo, de santidad, de virilidad, de fuerza, de servicio, de sencillez, de prudencia, de audacia y de pureza, siendo, para sus hijos, la imagen de Dios en este mundo. Que nos dirijamos asiduamente a este sublime santo y que las palabras pronunciadas por el Faraón al pueblo egipcio resuenen en nuestro corazón en todas las circunstancias de nuestra vida: “Id a José y haced lo que os diga” (Gn. 41,55).

Conclusión

Hemos destacado cómo el matrimonio de los santos esposos es un modelo perfecto que todo matrimonio cristiano debe imitar. San José supo entregarse plenamente en una comunión de vida con su esposa, uniéndose virginalmente a ella y con la que formó una familia de la que ella es el arquetipo de la fecundidad. María y José supieron ser un solo corazón, una sola voluntad y una sola vida. Siempre quisieron hacer sólo la voluntad de Dios.

José fue eminentemente fiel a su vocación de esposo y padre. Supo ser un claro ejemplo de servicio en cada tarea u obra que emprendió, por insignificante que fuera, participando así en la obra de salvación. En el silencio cotidiano que envolvía la vida del esposo de María, éste supo tener una verdadera intimidad con su Creador, haciendo de su trabajo una verdadera oración. Nuestro santo Patriarca supo transmitir a Jesús la ternura de Dios Padre, esa ternura que habla a través de los gestos y las acciones, más que a través de las palabras.

Este aspecto de la paternidad de san José que acabamos de describir nos ha permitido ver que Dios mismo confió a san José el cuidado de su familia mediante el ejercicio de su paternidad, experimentando, en todo momento, la presencia amorosa de José. San José nos mostró con sus virtudes, fundamentalmente masculinas, el lugar que todo hombre debe ocupar. A través de su obediencia silenciosa y en la contemplación de la vida cotidiana, supo velar por su familia con verdadera ternura paternal. El santo Patriarca ejercía su papel de educador, su autoridad, guardaba la intimidad de su familia y el misterio de Dios en ella, vivía en la abnegación y el olvido de sí mismo y sólo buscaba vivir en cumplimiento de los designios divinos.

San José sigue siendo un paradigma para nuestra sociedad contemporánea. Que cada padre aprenda a contemplar sus virtudes, tan sencillas y a la vez tan profundas, y descubran la importancia de su papel paterno en esta escuela de san José. Que podamos redescubrir la figura incomparable del padre del Redentor y, a través de él, redescubrir el valor y el verdadero lugar de la paternidad.

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