Homenaje a Joseph Ratzinger – Benedicto XVI
(1927-2022)
DOI:https://doi.org/10.53439/stdfyt50.25.2022.i-x
La Providencia dispuso que el número 50 de nuestra revista Studium. Filosofía y Teología estuviera dedicada al pensamiento de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI y viera la luz días antes de su fallecimiento. La decisión del comité editorial de la revista había sido tomada un año antes y encomendada al Profesor Andrés Di Ció quien, con gran generosidad y competencia, alentó y reunió un grupo de expertos en el pensamiento del teólogo y pontífice emérito para colaborar, además del concurso permanente de autores.
El fundamento de la elección del autor no requiere explicación: estábamos ante el pensamiento de uno de los más grandes e influyentes teólogos del siglo XX y principios del siglo XXI. Nadie pudo sospechar entonces que Dios llamaría a su presencia a Benedicto XVI el día 31 de diciembre de 2022 llenándonos a nosotros, a la Iglesia y a una gran cantidad de personas de distintas naciones, confesiones religiosas y filosofías, de sentimientos encontrados: la tristeza que produce la ausencia de un ser entrañablemente querido y el gozo de la posesión, ahora definitiva, de un legado extraordinario de amor a Dios, la Iglesia y el mundo basado en un compromiso distintivo y martirial con la verdad.
Por esta razón y de modo póstumo, quisiéramos dedicar este número como homenaje a la persona, labor teológica y pastoral de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI meditando brevemente sobre lo que consideramos han sido algunas de las claves de pensamiento y aportes fundamentales a la filosofía y a la teología: su visión teológica del mundo; la teología como servicio eclesial a la fe; la reflexión creyente sobre la Iglesia; Jesús de Nazaret: fuente y cumbre de la existencia; la esencia de la liturgia y, finalmente, la escatología como teología de la historia.
Realmente, el pontífice emérito ha encarnado de modo personal el significado del studium latino como preámbulo de la universitas y de la sabiduría, tal como han sido comprendidos en la tradición teológica perenne de la Iglesia: la primera, como un consorcio o sociedad de maestros y discípulos comprometidos en la búsqueda genuina y desinteresada de la totalidad del saber y el segundo, como el hábito y don de la contemplación de la verdad de las cosas buscando su primera causa y su último fin en Dios.
Una visión teológica del mundo
Un primer aporte que nos parece fundamental es la convicción de Ratzinger respecto de la real presencia y acción de Dios en el espacio y el tiempo de los hombres. Bien podría resumirse el pensamiento del teólogo muniqués como “una visión teológica del mundo”.
Sus dos primeros escritos de envergadura mayor, su tesis doctoral Iglesia y pueblo de Dios en la enseñanza de Agustín sobre la Iglesia (1954) y su tesis de habilitación Teología de la historia de San Buenaventura (1959), expresan su fina sensibilidad sobre el sentido profundo de la Iglesia en el designio de Dios desde la reflexión de uno de las más grandes teólogos de Occidente, que permanecerá con él a lo largo de toda su vida como maestro y amigo. Esta sensibilidad posteriormente será determinante en su contribución como teólogo conciliar en la renovación del esquema De eccclesia del concilio Vaticano II que se plasmó en la constitución dogmática Lumen Gentium y en su comprensión del problema de la Revelación como comunicación del Dios uno y trino en la historia.
De su interpretación del pensamiento de San Buenaventura concluye que la historia no se confunde con la Revelación, como lo han interpretado los distintos idealismos desde la teoría místico-escatológica del abad Joaquín de Fiore hasta algunas teologías de la liberación, especialmente, en lo que deben a la metodología marxista signada por el idealismo de Hegel. Pero tampoco la historia se separa de la Revelación: separación que Ratzinger rastreará desde el primer conflicto y aparente dicotomía entre “el Dios de la fe y el Dios de los filósofos” (reflexión que se recoge en un texto homónimo de 1960) hasta los fundamentos filosóficos de la teología protestante liberal y la radical división entre fe e historia, entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe (R. Bulltmann) que sintetizó de modo luminoso en su evaluación del método histórico-crítico en la introducción de su primera entrega de lo que bien puede considerarse su obra magna: Jesús de Nazaret. Desde el bautismo en el Jordán hasta la transfiguración (2007).
Efectivamente, la Revelación del Dios uno y trino penetra en la historia mediante la progresiva conformación de Israel, el pueblo de la primera alianza que prepara la revelación del Dios único de la zarza ardiente (ver la exégesis de este texto en Introducción al cristianismo, 1968) para preparar la encarnación de Su Hijo enviado al mundo para la salvación del género humano en el Espíritu vivificador que es el alma de la Iglesia, pueblo de la Nueva Alianza. Pueblo que vive de Dios y para Dios, sin sucumbir a la doble tentación de identificar cualquier tarea histórica con tal salvación o de separar la historia de la salvación, haciéndose insignificante e ineficaz para la historia que, en Dios, quiere redimir y llevar a su plena realización en el Espíritu.
La teología como servicio eclesial a la fe
He aquí el segundo aporte fundamental del recordado Benedicto XVI. Sus primeras armas como teólogo se realizaron en dos contextos providenciales: la investigación teológica y el magisterio pastoral. En su Autobiografía así como en muchas de sus entrevistas (Informe sobre la fe, 1985; Sal de la tierra, 1996, Dios y el mundo, 2000, Últimas conversaciones, 2016) Joseph Ratzinger subrayó que desde su más tierna infancia tuvo un profundo sentido de Dios y de la belleza de las cosas de Dios, experimentado, especialmente, en la liturgia. Sin embargo, este sentido de Dios que recibió como don en el seno de su cristiano hogar nunca fue percibido solo como una experiencia sentimental. Por el contrario, el pequeño Joseph, dotado de una exquisita sensibilidad, fue penetrando en el misterio de Dios a partir de una convicción fundamental: la verdad y la belleza se convierten. Su gozo en los parajes de su tierra natal se vincula profundamente con el descubrimiento de los misterios de la fe pero, sobre todo, con el encuentro con la persona de Cristo vivo.
Nuevamente, su Jesús de Nazaret hace explícito este sentido de Dios: lo que ha intentado y logrado en este texto es la vocación de toda una vida: dar testimonio del encuentro vivo con Cristo. Esta es la raíz y la fuente de su teología: la Palabra de Dios rezada y leída en la liturgia, con los Padres de la Iglesia, en el contexto de la fe eclesial, especialmente, aquella de los sencillos y, sin contradicción alguna, confrontada y analizada en diálogo con los exponentes más relevantes de la filosofía y la ciencia de todos los tiempos, especialmente, los exégetas contemporáneos con una valiente e informada toma de posición a favor de la verdad histórica y unidad de las Escrituras.
El cristocentrismo de su teología es una expresión de su lema episcopal y pontifical: Cooperatores veritatis (3 Jn 8). Por eso, repitió muchas veces que nunca quiso hacer una teología propia como sistema, sino expresar la teología de la Iglesia en diálogo con los desafíos de nuestra época, tanto en la Iglesia como en el mundo a la cual ella está llamada a evangelizar.
Dada la circunstancia histórica de su docencia teológica, podemos destacar dos disciplinas en las cuales Ratzinger teólogo realizó aportes especialmente relevantes: la eclesiología y la teología fundamental.
Respecto de la eclesiología, como perito del Concilio Vaticano II y asesor teológico del influyente cardenal Frings, fue protagonista de la radical revisión del esquema De Ecclesia propuesto por la comisión organizadora así como de la organización y redacción de la constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium. El cristocentrismo de la constitución es evidente desde su título. En palabras suyas más recientes: la Iglesia no debe hablar de sí misma sino de Cristo. Esta es su esencia, la realidad de su misterio: ser como un sacramento de salvación en Cristo por la fuerza del Espíritu para gloria del Padre. Todo surge de Cristo y va hacia Cristo.
Respecto de la teología fundamental, ya notamos su preocupación por el tema de la Revelación y la historia; agreguemos ahora su atención en la relación entre filosofía y teología así como su fina percepción de la importancia del ecumenismo y el diálogo interreligioso.
Para Benedicto, desde el comienzo, la fe cristiana, inspirada en la misma Revelación, hizo una opción insoslayable por el Dios de la recta razón, tal como lo ha reflexionado la filosofía de todos los tiempos. De este modo se ha opuesto radical y consistentemente a la afirmación de Pascal preparada y proseguida por gran parte de la teología reformada: no al Dios de los filósofos, sí al Dios de la fe. La creación y la redención manifiestan la unicidad de Dios que se manifiesta en la encarnación del Logos (cf. Jn 1,14). Ahora bien, este Logos, que está en la estructura del ser desde su creación, se expresa en el logos humano, una de cuyas dimensiones es la experiencia religiosa.
El ecumenismo y el diálogo interreligioso tienen, para Ratzinger, una misma y única base: el Señor Jesús, el único mediador (ver la expresiva declaración de la Congregación para la Docrina de la Fe Dominus Iesus sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, 2000).
Existe un mandato explícito de Cristo respecto de la unidad de todos sus discípulos cuya fuente es el bautismo y que se expresa en las Sagradas Escrituras. Existe un mandato de la razón de dar culto al único Dios verdadero. Por ello, tanto el ecumenismo como el diálogo interreligioso no son más que la expresión de una misma y sola búsqueda de Cristo y del deseo de Dios (respecto del deseo de Dios conviene considerar en su mérito la clase magistral en la Universidad de Ratisbona, 12 de septiembre de 2006 y meditar el discurso a la Academia de Francia en el Colegio de los Bernardinos del 12 de septiembre de 2008).
Destaquemos finalmente, dos aspectos más de su ministerio docente: el primero, su preocupación constante por la fundamentación racional y la raíz religiosa de la vida social y, de modo especial, la actividad política (ver el diálogo con J. Habermas sobre las bases pre-políticas del Estado liberal y los discurso al Parlamento de Inglaterra – Westminster Hall, 17 de septiembre de 2010– y al Parlamento Alemán –Bundestag, Berlín, 22 de septiembre de 2011–). El segundo, su modo especialmente pastoral, hasta podríamos aventurar, patrístico, de hacer teología. El valor de sus catequesis de los días miércoles sobre la fe, San Pablo y los santos padres y doctores, así como sus dos encíclicas: Deus caritas est (2005) y Spe Salvi (2007) y los apuntes sobre la fe que confió al papa Francisco quien hizo uso de ellos en la encíclica sobre la fe Lumen fidei (2013).
La reflexión creyente sobre la Iglesia
Un tercer aporte y clave teológica se refiere a la reflexión creyente sobre la Iglesia. Testigo y partícipe del concilio Vaticano II, el teólogo bávaro dedicó numerosas reflexiones a exponer, durante y posteriormente a la asamblea eclesial, los fundamentos teológicos del misterio de la Iglesia y a intentar transmitir el espíritu del concilio en su auténtica riqueza y verdad.
Entre muchos textos y conferencias, merece ser destacada la obra de recopilación y madurez El nuevo Pueblo de Dios. Esquemas para una eclesiología (1962), en el cual trata temas de alta erudición histórica en el ámbito de los Padres de la Iglesia, el desarrollo medieval, cuestiones relativas a la pertenencia a la Iglesia, el oficio episcopal y el ministerio petrino, la relación entre Iglesia y mundo y, finalmente, cuestiones relativas al ecumenismo, las misiones y lo que él denomina “los nuevos paganos”, es decir, aquellos quienes, proviniendo de una cultura cristiana, se han alejado por distintas causas de la fe de la Iglesia. En este escrito desarrollado entre los años 1958 y 1959 aparece la reflexión, considerada por algunos como profética, de una Iglesia del futuro minoritaria, mística y mártir.
En el desarrollo de la meditación de Benedicto XVI sobre la Iglesia, al margen de los aportes específicos relacionados con la colegialidad episcopal, el primado del obispo de Roma, el ministerio sacerdotal, la vocación laical y otros, es posible reconocer elementos que recorren todo su pensamiento teológico.
El primero indica que el objeto y, más radicalmente, el ser de la Iglesia no es ella misma sino Cristo. Para Ratzinger esta es la interpretación auténtica de la naturaleza y de la misión de la Iglesia y, por tanto, de las constituciones “eclesiológicas” del Concilio Vaticano II. No se trata tanto de aquello que la Iglesia dice de sí misma y de su misión cuanto de lo que la Iglesia es y predica: el misterio de Cristo, luz de las gentes y respuesta única al enigma del ser humano. En efecto, el misterio del hombre y de la Iglesia solo se esclarecen a luz del misterio del Verbo encarnado (GS 22). Por ello, la eclesiología se fundamenta y se resuelve en la cristología.
El segundo es lo que Benedicto ha llamado, en la madurez de su pensamiento teológico la “hermenéutica de la continuidad” en contra de toda interpretación dialéctica del misterio de la Iglesia. Respecto de esta continuidad con la Tradición y el Magisterio, por lo demás, no solo querida sino explícitamente señalada en los textos del Concilio, Ratzinger, junto con otros teólogos y cada vez con mayor claridad, advirtieron el peligro de una falsa o, al menos, incompleta interpretación del Concilio, denunciándola en todas sus expresiones y revalorando el papel de la tradición eclesial como lugar del Espíritu en el cual se actualiza el misterio de Cristo.
Ciertamente, lo que señala respecto de la “lectura canónica” de la Escritura, en contra de la absolutización y unilateralización del método exégetico histórico-crítico, a saber, que deja a Cristo en el pasado, puede aplicarse al misterio de la Iglesia y a sus instituciones (culto, legislación y acción pastoral): la tradición eclesial que se funda en la Tradición Apostólica asegura la vitalidad y la contemporaneidad de Cristo con Su Cuerpo Místico y, por tanto, la realidad teologal y la eficacia salvífica de la Iglesia de ayer, de hoy y de mañana.
Jesús de Nazaret como fuente y cumbre de la existencia
La honda e integral cristología de Joseph Ratzinger, cuarto aporte que destacamos, puede considerarse la fuente y la cumbre, no sólo de su magisterio teológico y pastoral, sino de toda su existencia.
Sus últimas palabras, según el testimonio de sus más cercanos colaboradores fueron: “Jesús, te amo”. Ellas reflejan de modo cabal su vida entera, su profunda e interior vida de contemplación y la raíz de su teología. Junto con Introducción al cristianismo (1968), obra a la cual ya hemos hecho referencia, que es un desarrollo del Credo Apostólico donde el centro absoluto es la meditación y explicación del artículo cristológico, podemos destacar El Dios de Jesucristo (1972) que recoge meditaciones sobre la Trinidad basadas en la Revelación del Padre en Cristo por el Espíritu Santo; la recopilación sobre el misterio de la Eucaristía Eucaristía: centro de la Iglesia (1978) y la hermosa colaboración con H.U. von Balthasar de 1980: María, primera Iglesia.
Jesucristo en la Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia y de cada cristiano en particular. Por ello, la adoración es su actividad principal y primera: a este respecto, resuena en nuestro corazón la alocución a los jóvenes en la vigilia de la Jornada Internacional de la Juventud en Colonia en Marienfeld el sábado 20 de agosto de 2005. En ella, meditando sobre el texto de los Magos de Oriente que encuentran a Jesús junto a Su Madre en el pesebre, afirmó: “Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron” (Mt 2, 11). Queridos amigos, esta no es una historia lejana, de hace mucho tiempo. Es una presencia real y viva: un Tú verdadero. Aquí, en la Hostia consagrada, él está ante nosotros y entre nosotros. Como entonces, se oculta misteriosamente en un santo silencio y, como entonces, desvela precisamente así el verdadero rostro de Dios”.
Para Joseph Ratzinger, la persona de Cristo es la esencia de la realidad y de la historia. Por ello, su Jesús de Nazaret (2007, 2011 y 2012) puede ser considerado, al mismo tiempo, la síntesis de su búsqueda personal del rostro de Cristo (y, por tanto, de su teología) y la forma de toda su labor científica y pastoral: no una ciencia basada en hechos del pasado sino una sabiduría del encuentro con el Dios vivo. Por ello, la elección del método de la exposición de los misterios de la vida de Cristo, que el autor refiere explícitamente a Tomás de Aquino, es el más adecuado para la predicación, la catequesis, la adoración del Dios que actúa en el aquí y ahora de la historia.
De esta presencia adorable de Cristo se desprende la viva y delicada devoción a María, la Madre de Jesús y la centralidad del misterio eucarístico como dos dimensiones inalienables del ser de Cristo y de su misión. Un texto bellísimo puede ser leído con fruto para captar la honda piedad mariana del teólogo bávaro. Se encuentra en la recopilación ya señalada María, Iglesia naciente (o primera Iglesia, 1980 según el año de su traducción al español) y su título es Llena eres de gracia. En esta conferencia, Ratzinger contempla la figura de María a la luz del misterioso personaje veterotestamentario de la Hija de Sión a partir de la afirmación del Magnificat: “Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1,48). Adhiriéndose estrictamente a las fuentes bíblicas nos conduce desde la esperanza de Israel, hasta la Encarnación y, desde ella, al Misterio Pascual, mostrando la unidad de las Escrituras que reflejan la unidad del misterio de la bondad del único Dios trino en favor de toda la humanidad, representada y como elevada en la persona de la Madre de Dios.
Por su parte, la centralidad de la Eucaristía en la vida y el pensamiento de Benedicto XVI casi no requiere ilustración: el testimonio de su vida que culmina en sus últimos años dedicados a la contemplación de Cristo eucarístico en la soledad del retiro en el monasterio Mater Ecclesiae en Roma es refrendado por predicaciones y escritos que abarcan todo su magisterio teológico y pastoral, que en él, como en los padres de la Iglesia, prácticamente se identifican.
La esencia de la liturgia
El vínculo entre adoración como expresión radical del amor y Eucaristía se resuelve en una quinta clave del pensamiento de nuestros autor: la sagrada Liturgia. En su Mi vida. Recuerdos 1927-1977 (1997), Joseph Ratzinger trae a la memoria vivencias litúrgicas que han marcado su ser cristiano: el bautismo el día Sábado Santo, el día en que le regalaron su primer misal, la aparición de un pequeño pajarillo en medio del canto de las letanías el día de su ordenación sacerdotal, entre muchos otros. La delicada y profunda personalidad del futuro Benedicto XVI creció en un ambiente donde lo sagrado y la belleza se identificaban de un modo peculiar, íntimo y familiar.
Esta relación con Dios por medio de los actos de culto y “las cosas de Dios” es una clave esencial de su teología. La belleza y su armonía se expresan, fundamentalmente, en el ars celebrandi y la música sacra.
En uno de sus libros de recopilación, La fiesta de la fe. Ensayo sobre teología litúrgica (1981), ofrece una meditación sobre la fundamentación bíblica de la oración y la liturgia y reproduce un artículo de 1974 sobre el fundamento teológico de la música sacra. Este tema es ampliado en Cantad al Señor un canto nuevo (1995), recopilación de artículos desde 1975 hasta 1990 relacionados con el culto divino y su esencial relación con la música.
Con todo, la expresión más acabada y articulada de su pensamiento teológico sobre la liturgia se encuentra en El Espíritu de la Liturgia. Una introducción (2000). En este texto, el cardenal prefecto reflexiona sobre la esencia de la liturgia que consiste en el Misterio Pascual de Cristo recibido en la Iglesia como adoración, en el espacio y el tiempo en la liturgia, mostrando la dimensión cósmica de la salvación realizada por Cristo; el arte como componente esencial de la liturgia en tanto expresión significativa de lo sagrado que se expresa en ella y la forma trinitaria de la liturgia que es el ejercicio del sacerdocio del Cristo total, Cabeza y Cuerpo, que se ofrece al Padre en el Espíritu reconciliando y uniendo de modo perfecto al hombre (y a todo el cosmos) con Dios.
La liturgia y la Palabra de Dios son las expresiones vivas de la presencia de Cristo, el único salvador del mundo (Declaración Dominus Iesus, 2000).
Por ello, en la mente y el corazón de Joseph Ratzinger, estas distintas claves teológicas se unifican en Jesús de Nazaret creído, celebrado, seguido y orado tal como muestra la estructura del Catecismo de la Iglesia Católica, cuya redacción encabezó por mandato de su predecesor san Juan Pablo II. Visto lo anterior, a nadie debe sorprender el delicado cuidado con el cual Benedicto XVI celebró y legisló sobre distintos temas relacionados con el culto divino porque en él se expresa de modo vivo y eficaz el depósito de la fe del cual él se consideró siempre un colaborador y servidor.
La escatología como teología de la historia
El último aporte y clave para comprender la riqueza del legado teológico de nuestro autor bien puede describirse bajo el título de escatología como teología de la historia.
El cristocentrismo de Ratzinger es un teocentrismo en el cual Dios y el hombre se encuentran en el indisoluble misterio de la creación, la redención y la santificación. Desde su tesis de habilitación en San Buenaventura (1959), el joven teólogo advirtió que la Revelación del Dios de Jesucristo implica la conversión del tiempo en historia de salvación. Esta conversión es una tensión dinámica hacia el futuro del hombre que es Dios como lo expresa en Fe y Futuro (1970).
Dos peligros amenazan permanentemente la comprensión de la Revelación y de la Encarnación de Dios en la historia. El primero es la identificación entre la historia y la acción salvadora de Dios en ella. Se trata de lo que en su texto Escatología (1977) denuncia como una consecuencia de la escatología realizada. Para ella, el Reino de Dios se identifica con el ya de la historia y, de este modo, compromete todas las fuerzas de la sociedad en la construcción del Reino no como la recepción de un don que viene de lo alto sino como una construcción humana autónoma y emancipada de Dios. Esta visión dialéctica de la teología de la historia se ha plasmado en algunas versiones de la Teología de la Liberación. El diálogo de Ratzinger, especialmente, en su tiempo como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (Instrucciones Libertatis Nuntius y Libertatis Conscientia, ambas de 1986) con los fundamentos, alcances y límites de esta teología van mucho más allá de una controversia ideológica o política: alcanzan el misterio mismo de Dios y, al mismo tiempo, la esencia del ser humano.
El segundo peligro es la posposición de Dios más allá de la historia y que implica un nuevo modo de humanismo ateo, problema con el cual se encontró en diversas oportunidades y que abordó en diversos ámbitos (Fe y ateísmo, 1988 y Ser cristianos en la era neopagana, 1995, entre otros). En este lugar puede ubicarse su fina reflexión sobre la acción cristiana en el mundo, especialmente, en los temas referidos a la relación entre conciencia, ley moral y la defensa de la vida (Elogio a la conciencia, 2010); la política (Iglesia, Ecumenismo y Política, 1987), el diálogo humano en todas sus dimensiones (Fe, Verdad y Tolerancia, 2003) y la tensión definitoria de la modernidad: verdad y relativismo.
La verdad de la historia es Jesucristo; el relativismo no es sólo una enfermedad de la fe: principalmente lo es de la razón. El relativismo es ateísmo y, al mismo tiempo, irracionalidad. Implica y explica el divorcio entre fe y razón, entre el Dios creador y el Dios redentor.
Por el contrario, el recto uso de la razón y de la conciencia indican el camino de la verdadera ciencia y de la auténtica conducta humana que siempre se plenifica en su contacto con Dios, contacto que aspira a la comunión última y final de todo el hombre con Él en la resurrección. Por ello, la coronación de la teología de la historia es la escatología como reflexión creyente sobre la dignidad del ser humano como hijo de Dios, creado con alma subsistente e inmortal y cuerpo, y llamado a la resurrección en Cristo por el Espíritu Santo, convocado a vivir para siempre en la memoria y corazón de Dios en los cielos nuevos y la tierra nueva del Reino.
Damos gracias a Dios por el don a la Iglesia y, especialmente, a la teología que ha significado la vida, el magisterio y el ministerio de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. Que este número 50 de la revista Studium. Teología y Filosofía contribuya como homenaje de recuerdo y gratitud a su persona y su obra, y, al mismo, tiempo como aliento y desafío a toda la Iglesia para que, como él, busque siempre ser cooperadora de la Verdad que hace libre. En este espíritu, nos unimos a las palabras del papa Francisco dichas en la homilía de la Misa Exequial celebrada el 5 de enero de 2023: “Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre Su voz”.
Julio Söchting Herrera O.P.
Director Revista Studium. Filosofía y Teología
Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino, Tucumán, Argentina
jsochting@unsta.edu.ar
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