A 25 años del primer número de

Studium. Filosofía y Teología

 

25 years after the first issue of Studium. Filosofía y Teología

 

Rafael Cúnsulo[1]

Universidad del Norte Santo Tomás

de Aquino, San Miguel de Tucumán, Argentina

rcunsulo@unsta.edu.ar

ORCID: 0000-0002-3757-6113

 

DOI: https://doi.org/10.53439/stdfyt50.25.2022.289-295

 

Para hacer un recorrido histórico de una Revista que se refiere a la Filosofía y a la Teología en diálogo conviene reflexionar brevemente sobre el carácter filosófico y teológico del tiempo y de la historicidad e intentar, luego, tratar de aplicar algunas de esas reflexiones a la revista.

 

Consideraciones sobre el tiempo y su historicidad

 

El tiempo es un continuo para la física, sucesivo para el narrador de historias, datos cronológicos para el historiador, momentos inspiradores para el poeta, momentos de rituales para los religiosos. Al celebrar veinticinco años cronológicos descubrimos su continuidad, celebramos narrando las historias que hemos vivido, señalamos fechas que nos han marcado, poetizamos los momentos que nos llenaron de luz y color la vida, también elevamos la mirada con gratitud por cada momento vivido y el ritual del brindis quisiera sintetizar los rituales del amor entregado.

El tiempo es, para los seres humanos, una categoría vital de la existencia. Atraviesa todas sus experiencias, preocupaciones y expectativas. Decimos también que “llegó el momento”, que “era la hora indicada”, etc. La experiencia humana del tiempo nunca es la mera sucesión de instantes iguales entre sí. La duración es un concepto básico para medir el tiempo, pero son muy distintas la duración medida por la cronología, la duración en los estados de conciencia o la de los relatos poéticos e históricos.

A pesar de que el reloj marque los minutos de igual manera, unos nos pasan muy rápidos, otros se nos hacen eternos. Se pueden distinguir dos dimensiones del tiempo. Una, objetiva, referida sobre todo a su medición utilizando alguna unidad que es la misma para todas las personas. Ésa es la función que cumplen los relojes y los calendarios, aunque también hay formas naturales de medir el tiempo, por ejemplo, la posición del sol, la sucesión de las estaciones, la temporada de crecida o bajante de un curso de agua, las fases de la luna, los tiempos de siembra y cosecha, etc.

En todos estos casos se trata de la constatación empírica del lapso de tiempo transcurrido, explicitado en la distancia que recorre una aguja o en el cumplimiento de un proceso natural. A esto se contrapone lo que puede caracterizarse como la dimensión subjetiva del tiempo, que tiene que ver con cómo el tiempo es sentido, experimentado por alguien, más allá del uso de un sistema de medida aceptado por otros. En esta segunda dimensión, se trata de un tiempo que corre de distinto modo para los sujetos, según las condiciones en las que se encuentren. En la situación de espera, de miedo, de alegría o de sufrimiento, aunque la medida objetiva indique una cantidad igual de intervalos transcurridos, la duración sentida puede no corresponderse con ellos.

La experiencia de ese tiempo presente depende también de los otros sucesos que podrían producirse luego o que se han producido antes, además de la condición subjetiva que lo acompañe. El recuerdo de lo sucedido previamente o la expectativa por lo que habrá de suceder cualifican el momento que se está experimentando y hacen que se perciba de distinto modo su duración: la noche previa a un evento de gran importancia, los meses de una gestación, entre otros, son ejemplos de situaciones que impactan en la sensación que tenemos del transcurso del tiempo en nuestras vidas.

En cuanto a las relaciones entre tiempo y experiencia, debe aclararse que toda experiencia es temporal, en el sentido de que nos ocurre en determinado momento y dura cierto lapso de tiempo. Podría decirse incluso que las experiencias son también formas en las que percibimos el paso del tiempo. De manera más precisa, por experiencia del tiempo entenderemos a la temporalidad. Al decir de Heidegger, somos conscientes de “contar con el tiempo” y a eso refiere la temporalidad, como una forma de experiencia del tiempo que es propiamente humana, por oposición a la simple sucesión de instantes que caracteriza a toda existencia en el mundo físico y que también nos afecta en cuanto cuerpos materiales que estamos sujetos al desgaste y al envejecimiento.

A su vez, en la temporalidad pueden reconocerse dos aspectos. Uno, vinculado a la temporalidad individual, que podríamos identificar como biográfica, y otra social o comunitaria. No se trata de aspectos escindidos y sin contacto, al contrario, uno permea al otro: es la comunidad la que fija el inicio de la madurez al admitir ciertas conductas que no estaban permitidas antes.

También, los modos en los que experimento mi tiempo de madurez tiñen las temporalidades sociales asociadas a ella. Ahora bien, la inserción de nuestra temporalidad biográfica en un marco comunitario más amplio implica ya el paso a un tipo de temporalidad que podríamos considerar histórica, puesto que la historia es, en una primera aproximación, el tiempo compartido por una comunidad. Este tiempo histórico supone una interacción particular entre los tiempos biográficos de los miembros de un grupo social, que involucra también la relación con los otros miembros con los cuales somos contemporáneos y con aquellos a los cuales reconocemos como antecesores. El tiempo histórico establece nuestra pertenencia generacional con aquellos con los que compartimos los diversos momentos que constituyen la vida de nuestra comunidad. Entonces, por temporalidad histórica queremos precisar cierto carácter de la temporalidad social. Los modos sociales compartidos en los que las comunidades miden el tiempo definen los distintos momentos de sus vidas, sus duraciones, sus cortes y las modalidades de transición entre unos y otros, componen la temporalidad social. La temporalidad histórica involucra, más específicamente, aquello que las comunidades pretenden transmitir a las próximas generaciones, que se expresa en la relación que establecen entre las tres dimensiones temporales de pasado, presente y futuro. El pasado histórico se compone de aquellos sucesos que son identificados como centrales para la conformación actual de una comunidad y que consideran objeto de recuerdo compartido, es decir, herencia a conservar. El presente podrá ser leído en relación al pasado como la realización de las promesas pretéritas, como su traición o abandono, como el rastro de un pasado de gloria, y en relación al futuro como la antesala de las realizaciones por venir. Los marcos de sentido que provee el tiempo históricamente entendido permiten descubrir la densidad del momento presente, al transformarlo en un lugar temporal en el que se cruzan la recepción de la herencia del pasado con lo que se espera del futuro. R. Koselleck ha mostrado que el tiempo histórico se inicia en la Modernidad. Según este autor, hacia mediados del siglo XVIII puede constatarse la aparición recurrente del término Geschichte en el vocabulario alemán, que expresa de manera novedosa la conceptualización de una experiencia del tiempo que no estaba disponible antes. Se trata de una manera particular de considerar a la historia, independizada ahora de los modos de comprensión propios de la teología judeo-cristiana. Si en las sociedades antiguas el tiempo estaba vinculado fundamentalmente a los ciclos naturales, y desde la Edad Media el tiempo era el relacionado a las profecías bíblicas, en la Edad Moderna habría surgido el tiempo histórico como tiempo del hombre (entendiendo por éste al ciudadano burgués que está surgiendo en los estados nacionales europeos). El tiempo histórico es también un tiempo político, vinculado a la disponibilidad de la historia, es decir, a lo que ahora es el resultado de las acciones humanas y ya no producto de una providencia cuyo plan había que, simplemente, esperar a que se cumpliera. En síntesis, entenderemos al tiempo histórico como una forma del tiempo social relacionado con la experiencia de la duración, la espera y el recuerdo de los acontecimientos compartidos. También provee un marco de significación para nuestras vidas, las que aun cuando son individuales se desarrollan en ámbitos comunitarios. Se da así una imbricación compleja entre el tiempo biográfico (iniciado con nuestro nacimiento y que finaliza cuando morimos) y el tiempo histórico (asociado a los orígenes y desarrollos del colectivo del cual formamos parte).

Una teología de la historia tiene su punto de partida en el carácter histórico de la divina revelación como acontecimiento indeducible que produce reales novedades históricas y promete un futuro. De esta revelación Cristo es la cumbre, la plenitud y el quicio. De aquí parte la teología de la historia que, acudiendo a sus fuentes específicas, comprende la historia del mundo a partir de la historia de la salvación. En sus expresiones va ligada a los diversos modelos empleados para expresar la concepción del tiempo. Desde el punto de vista teológico, el modelo más apropiado parece ser el tipológico-sacramental, propio de la Escritura y de la teología patrística. Aquí los diversos acontecimientos, como historia del mundo e historia salvífica en su unidad, se perciben en la relación mutua entre su colocación en el presente y de su anticipación. De aquí se derivan las leyes fundamentales de la continuidad, debido a la fidelidad de Dios a su plan de salvación y a la novedad que apunta al futuro –“ya, pero todavía no”–, de la concentración en el acontecimiento particular y de la universalidad: el individuo llamado por Dios está siempre en posición representativa y solidaria con toda la humanidad. A todo esto corresponde en el creyente la triple actitud teologal de la fe, de la esperanza y de la caridad.

 

Aplicación de algunas de estas reflexiones

a la Revista en forma de recuerdos

 

Subjetivamente parece que ayer estábamos hablando con Fr. Gabriel Chico, de la Provincia de México, cuando me aconsejaba que tuviera siempre tres números en carpeta antes de iniciar el primero. Y así lo hicimos. Me aconsejaba también generar eventos académicos que fueran el sustento de una revista (y de una carrera que comenzaba), también lo intentamos: congresos, disputas académicas, coloquios, mesas panel, etc. Y sin darnos cuentas ya teníamos los tres primeros números. La continuidad es un elemento importante para que el tiempo se haga historia.

Otro gran consejo fue cambiar el nombre, dejar de usar el nombre Revista de estudios filosóficos y teológicos, que había tenido dos fundaciones y dos discontinuidades, pero tratando de mantener cierta identidad y así nació el nombre: Studium. Filosofía y Teología. Si bien cumple 25 años es heredera de una larga y fecunda vida intelectual de la Provincia Argentina[2].

También recuerdo la generosidad para colaborar con una revista naciente de Jean Ladriere, Guido Vergauwen, Claude Geffre, Juan A. Tudela, Vincent Bourguet, Jorge Saltor, Gabriel Zanotti, Cecilia Avenatti, Luis Santiago Ferro, Jorge Scampini, Ramón E. Ruiz Pesce, entre otros. Aunque esos primeros números no estuvieron indexados nos abrieron un camino al intercambio con otras revistas.

El entusiasmo por mantener viva la Revista me impulsó a buscar artículos en cada reunión científica internacional que participaba, siempre recibí respuestas positivas y generosas y regresaba de las mismas con dos o tres artículos para la incipiente publicación.

Otra sugerencia para comenzar fue la de no tener números temáticos para no restringir las posibilidades y para dar la consistencia de libertad académica que requiere una revista científica. Además, la historia está hecha de entrecruzamientos de libertades y sus resultados suelen ser ambiguos y pendulares.

La estructura con la que se comenzó fue muy pequeña y, al mismo tiempo, muy valiosa. La licenciada Liliana Oterino, la señorita Carla Passarell y el equipo de Biblioteca de la UNSTA Tucumán para el envío postal. En la historia, los frutos no llegan si primero la semilla no cae en tierra.

También debo recordar a Fray Pedro Blanco quien me dio la base de datos de todos los intercambios de revistas que tenía la Editorial San Esteban de Salamanca.

Las autoridades de la UNSTA comprendieron la importancia que tenía para la Universidad tener una revista científica y nos brindaron todo su apoyo, en especial el Dr. Pedro W. Lobo (P) y el Ingeniero Juan Carlos Muzzo. Esta comprensión se tradujo también en el importante apoyo económico que significo al comienzo y que luego la Universidad vio recompensada con numerosos intercambios.

Los bienes arduos, como mantener una Revista en el tiempo, solo pueden ser conseguidos en el esfuerzo común, pues lo que a uno solo resulta inaccesible, puede ser perfectamente alcanzable en la vida común. Con lo cual se manifiesta que la historia es una tarea comunitaria.

Los comienzos dieron paso al crecimiento y se comenzaron a conformar equipos, consejo de redacción, evaluadores de artículos, necesidad de indizar la Revista para alcanzar otros niveles. A todo esto, ayudó mucho la Dra. Fátima Lobo, secretaria y miembro del Consejo de Redacción de 2012 a 2016.

Posteriormente, para adaptarse a los nuevos tiempos, fue necesario iniciar el proceso de poner a la Revista a disposición en formato digital y de acceso abierto, con todos los desafíos que ello implica y cumpliendo los estándares necesarios. Esta tarea, que comenzó de manera incipiente en 2017 con el uso de la plataforma OJS para subir los números del año corriente, actualmente se encuentra bastante avanzada: se han subido de manera ininterrumpida los números posteriores y se ha llevado a cabo también la publicación retrospectiva en formato digital de los números, que cubrirá la totalidad de los artículos de Studium hasta el primero del año 1998.

Mediante el uso de la plataforma, la Revista no solamente visibiliza toda su producción, si no que pone de manera totalmente trasparente a disposición de sus lectores y colaboradores los criterios y proceso de evaluación, los objetivos de la Revista y sus políticas en cuanto a la publicación, acceso y conservación.

Studium busca cumplir con los estándares de los índices, bases de datos y directorios más relevantes, y sigue en la tarea de actualización y postulación a las mismas. Esto se materializa gracias al gran trabajo de Juan José Herrera, Julio Söchting y Mariana Saade.

Algunas líneas conclusivas

 

Muchos criterios cambiaron, desde lo estético a los contenidos, con el fin de mejorar cada día el servicio de trasmisión de las investigaciones teológicas y filosóficas que nos hermanan in dulcedine societatis quaere veritate.

Me parece que este es el reto mayor para una revista que está obligada a no ser autorreferente y, al mismo tiempo, ser órgano de expresión de una comunidad académica que piensa, investiga y comunica los resultados y aportes de su tarea.

El tiempo subjetivo nos dice que fue ayer que comenzamos, pero el derrotero de la Revista, como el de los buenos vinos, al añejarse ha ido ganando en calidad y buen sabor, puesto que la cronología nos marca 25 años.

La Providencia de Dios se entremezcla en el tiempo y es la que verdaderamente da consistencia a los proyectos que los seres humanos soñamos en común. Esa interacción de Providencia y esfuerzos humanos cobran sentido teologal en la esperanza: lo cual se comprueba que la historia es una tarea comunitaria para que sea historia de salvación. La verdad es adecuación, evento, manifestación y, aún más, encuentro y comunión. Al fundar la Revista este fue el objetivo y el derrotero histórico ha ido confirmando, según lo he podido percibir al analizar casi todos sus números, poniendo en diálogo a la filosofía con la teología, como comunión dominicana auténtica.

 

 


[1]  Fundador y primer director de la Revista Studium. Filosofía y Teología

 

[2]   El primer número de la Revista Estudios Teológicos y Filosóficos apareció en 1959 y, aunque se vio interrumpida durante más de diez años (1966-1976), la edición se prolongó hasta 1979, con un total de 10 números.