Ojos viajeros, escritura nómade: Apuntes sobre los itinerarios de Fr. Ángel María Boisdron, 1876-1924

Traveler eyes, nomadic writing: Notes on the itineraries of Fr. Ángel María Boisdron,1876-1924.




Cynthia Folquer

Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA),

cfolquer@unsta.edu.ar


Resumen

Fray Ángel María Boisdron, dominico francés (1845-1924) fue un viajero incansable, y escribió cada recorrido describiendo los detalles que observaba del paisaje y su gente. Se estableció en Argentina en 1876 y la provincia de Tucumán fue su patria de adopción. Realizó varios viajes a Europa para participar en Capítulos Generales de la Orden, bordeó las costas africanas y recorrió la Tierra Santa y Egipto. Contempló absorto los paisajes de la montaña tucumana y su gente, a la vez que describía impactado su camino por Palestina. Se reconoció heredero de Lacordaire y como él buscó ser contemporáneo de su tiempo. En su escritura viajera puso de manifiesto sus representaciones sobre Europa, América o el Cercano Oriente buscando explicarse a sí mismo, intuyéndose ciudadano del mundo. En este trabajo busco reconstruir sus itinerarios y analizar la escritura de Boisdron (relatos de viajes, autobiografía, cartas, artículos periodísticos y conferencias) buscando desentrañar su mirada, las representaciones que impregnan su escritura nómade.


Palabras clave: Boisdron, Escritura de viajes, Francia, Argentina

Abstract

Fray Ángel María Boisdron, French Dominican (1845-1924) was a tireless traveler, and wrote each tour describing the details he observed of the landscape and its people. He settled in Argentina in 1876 and the province of Tucumán was his adopted homeland. He made several trips to Europe to participate in General Chapters of the Order, he skirted the African coasts and toured the Holy Land and Egypt. He contemplated the landscapes of the Tucuman mountain and its people, while describing his path through Palestine. He was recognized as the heir of Lacordaire and sought to be contemporary with his time like him. In his travel writing he showed his representations about Europe, America or the Near East seeking to explain himself, intuiting himself as a citizen of the world. In this work I seek to reconstruct his itineraries and analyze the writing of Boisdron (travel stories, autobiography, letters, journalistic articles and conferences) seeking to unravel his gaze, the representations that permeate his nomadic writing.

Key words: Boisdron, Travel writing, Francia, Argentina


Fecha de envío: 15 de enero de 2020

Fecha de aprobación: 26 de febrero de 2020


Introducción

Fray Ángel María Boisdron (Montmoreau, Francia1845- Tucumán, Argentina, 1924) fue un viajero incansable y escribió sobre sus viajes, transmitiendo el asombro, la fascinación o la perplejidad. Tuvo la necesidad de salir del país de sus padres -como Abraham en el relato bíblico- y comprendió que el “viaje abrahámico” tan importante en la tradición judeocristiana, es símbolo del movimiento de todo ser humano que va en busca del otro. En sus viajes Boisdron experimentó la pluralidad de los universos mentales, experimentando las diferencias y la particularidad de sus propias convicciones y por lo tanto sus límites.

Realizó viajes geográficos, pero sobre todo interiores y cada recorrido fue para él una experiencia espiritual. Ante el extranjero experimentó la multiplicidad a veces el rechazo, la confrontación y la ineludible comparación.

En este abordaje a su experiencia viajera utilizaré como fuentes cartas de sus primeros años en Argentina (1880-1890); su autobiografía que data de 1910 aproximadamente y unas memorias escritas en su viaje a Europa, en 1913. Así mismo pondré en diálogo la experiencia de viaje de Boisdron con los escritos de otros autores que abordan el binomio viajes-escritura.


Debe partir el que duda: la confusión del primer viaje hacia América (1876)

Boisdron ingresó a la Orden de predicadores en 1862 a la edad de 18 años, había nacido en Montmoreau en el Departamento de Charente cuya capital es Angoulême. Realizó sus estudios primarios en la escuela de enseñanza de Montmoreau, su pueblo natal, pasando luego a estudiar latín y griego "en la casa y bajo la dirección del cura de Jugnac pueblito situado más o menos a seis kilómetros de Montmoreau".1 Sus estudios secundarios los desarrolló en el Petit Seminaire de la ciudad de Cognac, en la misma provincia de Charente.

Conoció al dominico Mateo Lecomte, quien solía predicar retiros espirituales a los alumnos del seminario y decidió ingresar en la Orden Dominicana, haciendo su noviciado en Lyon, en 1862. Allí se formó con dominicos que habían sido discípulos o compañeros de Lacordaire (el restaurador de la Orden en la Francia posrevolucionaria) pero que, tomando distancia de él, habían decidido la fundación de una nueva provincia dominicana, la de Lyon. Esta nueva provincia se caracterizó por la implementación de una restauración de la Orden buscando revivir el espíritu medieval, diferenciándose de la provincia de Francia, a la que comprendían como demasiado adaptada al mundo contemporáneo.2

Realizó sus primeros votos religiosos y fue destinado a la casa de estudios de Carpentras, cerca de Avignon en la antigua región de Provence. Allí realizó sus estudios filosóficos y teológicos. Se ordenó en Avignon en 1869 y a mediados de 1870 fue enviado al convento de Poitiers en donde se dedicó a la predicación, realizando misiones rurales.3

En 1872 fue destinado nuevamente a Carpentras para iniciarse en la enseñanza superior como profesor de Filosofía e Historia eclesiástica. Fue en esa ciudad donde en 1874, conoció a Fr. Reginaldo Toro,4 un dominico del convento de Córdoba (Argentina) quien en su viaje por Europa fue a visitar a Fr. Luis María Pierson,5 subprior del convento de Carpentras. En esa oportunidad Toro invitó a Boisdron y a otros religiosos jóvenes a viajar hacia a la Argentina para colaborar con el proceso de restauración de la Orden. Pero el Vicario de la Orden José Sanvito no autorizó el traslado de frailes franceses a la Argentina. Así lo explicaba en una carta al Provincial de Argentina, Jacinto Varela:

A pesar de mi vehemente deseo de atender a las necesidades de la Provincia y de ese convento [Córdoba] en particular, no he creído conveniente acceder a la petición del P. Toro de llevarse algunos religiosos franceses que se presten a ello, sin decirme quienes son primero, porque no debo obrar sin el debido consentimiento y segundo porque el remedio podría ser peor que el mal, atendido el estado de agitación en que se encuentran los ánimos y muchos de los cuales podrían sobresaltarse más y aumentarse los disgustos.6

Por otra parte, había comenzado Boisdron a mirar con ojos críticos el estilo de formación de la provincia de Lyon, experimentando la incompatibilidad de la formación recibida con las exigencias del mundo contemporáneo como se adivina en estas palabras:

desde un tiempo bastante largo, aún antes de recibir la ordenación sacerdotal un cambio se había producido en mi. A un período de intensa misticidad, había sucedido una especie de apasionamiento por la actividad intelectual y científica. Algo independiente, demasiado sin duda, hablaba con algunos otros coristas y padrecitos, sobre nuestra formación que me parecía demasiado escolástica y también insuficiente nuestra preparación para la lucha intelectual que llena los tiempos actuales.7

En una carta que escribía al Vicario General de los Dominicos en Roma, habiendo transcurrido unos pocos días desde su arribo a Buenos Aires, explicaba los motivos de su partida:

La primera idea de venir a América surgió del deseo de ayudar a mi familia que, sin ser muy pobre, necesitaba asistencia. Mi padre era cartero rural,8 y en tal condición no podía -como es evidente- hacer fortuna. Cuando ingresé en religión, tenía en el siglo un hermano y una hermana. Mi hermano, que podía haberles auxiliado, murió infaustamente en la última guerra de Francia contra Prusia.9 Mi hermana,10 hoy casada y con hijos, apenas puede sostener el peso del matrimonio. Por eso hace dos o tres años comencé a pensar y a repensar en venir a América donde, según me aseguraba gente seria, podría encontrar en nuestros Padres el aludido socorro. Lo que, es más, un religioso11 de la Provincia Argentina que encontré en Francia y con quien hablé hace tiempo, me dio seguridad de que esto sería fácil en su convento de Córdoba.12

Además de estos motivos ideológicos y económicos, Boisdron vivió en ese tiempo una profunda crisis existencial que lo movilizó intensamente y lo llevó a tomar la decisión de emprender el viaje, experimentando una gran confusión: "mi situación actual es tan intrincada, tan oscura, tan difícil, tan desesperada, que ignoro completamente que deba hacer y cuál será la salida".13

El motivo del viaje a América fue entonces una huida ante la dificultad de encontrar otra salida a su compleja situación, el viaje en este sentido fue un salto al abismo, en medio de la confusión, pero en la búsqueda de un futuro. Al llegar a Buenos Aires, Boisdron es acogido en el convento de dominicos de esa ciudad. La situación de la provincia dominicana de Argentina era de gran precariedad, como sucedía con el resto de las órdenes religiosas en este país y en América Latina. Los procesos de secularización de religiosos habían diezmado los conventos y, hacia 1870, juntamente con el incipiente proceso de ordenamiento estatal, las diferentes familias religiosas buscaban restablecer la vida común.

En Argentina, Boisdron se convirtió en un viajero incansable, su correspondencia y varios de sus escritos están impregnados de relatos de viajes, descripciones de los paisajes y su gente, asombros y vivencias del camino. Sus viajes fueron una sucesión de retiros, siempre en búsqueda de un espacio donde encontrar su suelo, un lugar donde poner palabras a sus convicciones nuevas. Desde Francia a Buenos Aires en 1876 y hasta su muerte en 1924 recorrió durante 48 años, la geografía argentina, realizando cinco desplazamientos por Europa,14 estableciendo puentes entre las búsquedas que emergían en ambos lados del Atlántico y llegando también a Palestina y Egipto, sin dejar de observar desde el puerto de Dakar, la inmensidad de África.


El viaje como experiencia mística


Se podría decir de Boisdron lo que Baudelaire describe del hombre moderno: "hombre de mundo, es decir hombre del mundo entero, hombre que comprende el mundo y las razones misteriosas y legítimas de todas sus costumbres (...) se interesa por el mundo entero; quiere saber, comprender, apreciar todo lo que pasa en la superficie de nuestro esferoide" (Baudelaire, 1995: 82-83).15

Los viajes de Boisdron fueron expresión de sus búsquedas más profundas, de su viaje "interior" que, como tópico común a todo camino místico él fue realizando en la metáfora de los diversos itinerarios. Sus viajes revistieron muchas veces la característica de una peregrinación que, sabemos, es una constante en todas las religiones a lo largo de la historia. En sus epístolas, Boisdron hablaba de sus paseos como peregrinaciones: "el viernes, después de celebrar temprano el Santo Sacrificio de la misa, emprendí mi última peregrinación por las calles de Roma".16

En la Orden Dominicana, la elección de la itinerancia como estilo de vida, implicó asumir la clave de peregrinatio, lo que suponía incluir tanto el desplazamiento geográfico como interior y la movilidad intelectual de búsqueda mendicante de la verdad. Esta práctica llevó a los frailes a romper los límites de un esquema geográfico en su estilo vida de la Iglesia, que había pautado tanto hasta entonces la organización diocesana como la vida monástica.

El fraile dominico Lacordaire,17 en su Memoria para la restauración de la Orden en Francia publicada en 1839, hacía una relectura del proyecto de la Orden fundada por Domingo de Guzmán en el siglo XIII. Se apoyaba en la bula de Inocencio IV de 1253 para insistir en el carácter itinerante de los frailes. El Papa se dirigía a Domingo y sus amigos en estos términos: "A nuestros amados hijos los frailes predicadores que predican en tierras de los sarracenos, griegos, búlgaros, cumanos, etíopes, sirios, godos, jacobitas, armenios, indios, tártaros, húngaros y demás naciones infieles del Oriente, salud y bendición apostólica....", afirmaba Lacordaire que hubo que crear una orden de “religiosos viajantes de Jesucristo entre los infieles”, que enviados a las naciones fuesen con conocimiento de sus lenguas, costumbres y religión. Así describía a los dominicos:

el tránsito del claustro a los viajes y de los viajes al claustro, daba a los frailes predicadores un carácter particular y maravilloso. Sabios, solitarios, aventureros, llevaban en toda su persona el sello del hombre que todo lo ha visto por parte de Dios y por parte de la tierra. Aquel fraile que hallabais caminando a pie como un trivial de vuestro país, había acampado entre los tártaros, a lo largo de los ríos de la alta Asia; había habitado un convento de Armenia, al pie del monte Ararat; había predicado en la capital de Marruecos, Fez; iba a ahora a Escandinava, quizás de allí a la Rusia [...] rara vez aquellos frailes peregrinantes volvían a morir a su convento natal que había recibido sus primeras lágrimas de amor... (Lacordaire, 1927 [1839]: XLVI).

En la vida de Santo Domingo, escrita por Lacordaire en 1840, se encuentra el relato del ingreso a la Orden de un joven, Reginaldo de Orleans, quien había estudiado derecho en París y se encontraba de peregrino en Roma. Había decidido abandonarlo todo para dedicarse a la predicación del evangelio y comunicando el deseo a un cardenal, este le dijo: "acaba de aparecer una Orden de Predicadores que tiene por lema de vida lo que andas buscando: desarraigo y anuncio. Precisamente se encuentra en Roma predicando el Maestro de la Orden" (Lacordaire 1987 [1840]: 311).

Esta imagen y estos relatos ponen de relieve la intuición de itinerancia que impregnó la vida de los frailes predicadores y que el restaurador Lacordaire, buscó resaltar en el siglo XIX.

El término Itinerantes18 evoca la palabra hebrea ibrî que quiere decir “el otro lado de un límite” y recuerda la idea de migración. El viaje y la movilidad son aspectos constitutivos de la experiencia humana. Los creyentes en la predicación de Jesús de las primeras comunidades cristianas eran conocidos como “los del camino”. Hildegard von Bingen -una de las escritoras, científicas y místicas más importantes del siglo XII- tituló su obra más conocida Scivia Vias, o “Conoce los caminos”, en la que pretendió describir la larga peregrinación del hombre hacia Dios. En la tradición sufí nos encontramos con un precioso libro de Ibn Arabi19 titulado El esplendor de los frutos del viaje,20 en el que se acentúa la importancia del viaje interior, del viaje nocturno como metáfora del encuentro con la divinidad. Este autor avanzó en su interpretación de los motivos del viaje afirmando que la divinidad también viaja, “y lo hace en forma de Soplo vivificador, de aliento, animando y manteniendo a toda la creación como un gran fuelle”. El viaje, decía Ibn Arabi, “no tuvo lugar más que en mí mismo y era hacia mi dónde había sido guiado”. Mientras analizaba los viajes de los profetas a quienes presentaba como modelos para ser seguidos por los creyentes en su personal camino de perfección, interpretaba la existencia humana como un largo viaje de descenso, por el sufrimiento y posterior ascenso con el gozo, tras la purificación (Varona Narvión, 2008: 9-49). Ponerse en camino, realizar un viaje implica un ir más allá de los límites habituales, exige cultivar el desapego, marchar “ligero de equipaje”.

En la tradición dominicana, el beato Susón, en su sermón 4, utilizaba la imagen del viaje o camino para hacer referencia a los que se iniciaban en la vida espiritual: “hay tres clases de personas: las que se ponen en camino, las que avanzan y las que llegan a la meta” (Susón, 2008: 609).21

Así, Boisdron emprendió su viaje exterior e interior a la vez, buscando comprender el mundo y comprenderse así mismo y al otro, a los otros. Así, descubrió su particularidad y diferencia como afirma Michel de Certeau, “el viajero aprende en medio de tantas voces que es un ser particular entre muchos otros” (2015: 27).

Boisdron se transformó en un apasionado de los viajes y como religioso, sus viajes fueron una oportunidad para la búsqueda de Dios y se experimentó como peregrino. No en vano conocía la tradición bíblica en la que Yahveh, el Dios de Israel, se manifestó como un Dios del camino, cuyo santuario era un arca móvil, su morada una tienda, su altar unas toscas piedras, un Dios que camina por el desierto junto a su pueblo nómade. Y que le recuerda al profeta Natán que

desde el día en que saqué a los israelitas de Egipto hasta hoy no he habitado en una casa, sino que he viajado de aquí para allá en una tienda de campaña que me servía de santuario. Y en todo el tiempo que viajé de aquí para allá con los israelitas, ¿encargué acaso a algún juez de Israel, a los que mandé pastorear a mi pueblo, Israel, que me construyese una casa de cedro? (2 Samuel, 7).


A su vez, los viajes de Boisdron revistieron un carácter de utilidad, viajó para cumplir una misión y así garantizó la de sus trayectos (Kupchik, 2008: 77).


Sus ojos puestos en Tucumán, Argentina


Los relatos de viajero de Boisdron, creaban una visión paradisíaca del paisaje de la montaña tucumana y su gente. Sus ojos descubrían nuevos mundos, desde una curiosidad enciclopédica, su mirada sobre Tucumán estaba impregnada de fascinación:

Tucumán era entonces, en el año 1876 una ciudad de veinticinco y treinta mil habitantes. Su territorio el más reducido de todos los demás estados de la Confederación, pero en toda su extensión cultivable y sumamente fértil, presenta el aspecto de un inmenso valle encerrado entre montañas que arrancando de la famosa cordillera de los Andes, levantan sus altas y hermosas cumbres, dibujando bajo un firmamento habitualmente diáfano, sus líneas suaves con el brillo de las nieves perpetuas, unido a los verdes de una vegetación permanente que al bajar hacia los llanos forma sobre las laderas de la sierra, selvas vírgenes de una extraordinaria elevación y de un enmarañamiento o espesura imposible de ser penetrada. Es la naturaleza más lujuriante y la más curiosa. Las tierras se prestan a toda clase de cultivos, el maíz, el trigo, el arroz, el tabaco, particularmente la caña de azúcar destinada desde entonces a ser la base principal de fortuna y el elemento mayor de su actividad.22

Esta imagen de la naturaleza americana como “lujuriosa” fue muy típica de la literatura de viajes influenciada por Humboldt quien describe algunas regiones de América impregnadas de “prodigiosa humedad” de la que depende la “lujuriosa y exuberante vegetación y la riqueza del follaje que son tan peculiarmente características del Nuevo Continente”.23

Estas descripciones de los lugares nuevos, por él descubiertos, abundan en todos sus escritos; era un hombre de su tiempo, que debía registrar lo que encontraba e informar de sus observaciones y miradas nuevas. En un viaje a caballo desde El Potrero en Tucumán hasta Santa María en Catamarca, se detenía en lo pintoresco, dejaba aflorar emociones íntimas y se consolaba en el espectáculo de la naturaleza serena:

Cuando llegamos a la cumbre del Tucu-Yaco, pudimos contemplar un panorama de los más hermosos que hay en el mundo (...) por su vasta extensión, las líneas infinitamente quebradas que cercan la perspectiva, los bosques que con su perpetuo verdor y lozanía descansan y deleitan la vista, y los ríos que a lo lejos se extienden como hileras de plata. Es difícil en medio de una naturaleza tan rica y majestuosa no acordarse de Dios que ha hecho todas estas cosas.24

Seguramente Boisdron leyó los textos de otros viajeros que recorrían Argentina y la región del Noroeste. El inglés Joseph Andrews, había publicado sus crónicas de viaje tituladas Viaje de Buenos Aires a Potosí y Arica en los años 1825 y 1826, publicadas en Londres en 1827. Describía en su paso por Tucumán, la belleza del paisaje y elogiaba esta provincia como un “un jardín del universo” (Andrews, 1920:95). Luego el tucumano, Juan Bautista Alberdi describía en su Memoria descriptiva sobre Tucumán (1834) la naturaleza tucumana como un verdadero edén, y como argumento de autoridad citaba al capitán inglés, aludiendo que un extranjero lo había afirmado con anterioridad “que la naturaleza de Tucumán no tiene superior en la tierra” (Alberdi, [1834]1999:89). Años mas tarde, fue Sarmiento quien en su libro Facundo, popularizó la idea de Tucumán como un edén, retomando las descripciones de Andrews y Alberdi, afirmaba que la provincia era “un país tropical en donde la naturaleza ha hecho ostentación de sus más pomposas galas; es el edén de América, sin rival en toda la redondez de la tierra” (Sarmiento, [1868]1999:179).

Tucumán, que será luego para Boisdron su patria de adopción, comenzó a constituirse en su imaginario como una tierra de promisión y su población como la más emprendedora y próspera de la nueva nación:

La población es bien dotada física y psíquicamente. Su inteligencia es vivaz, con predominio de la imaginación y de la sensibilidad propia de naciones jóvenes, con el sentido y gusto de la civilización, aspirantes a todos los progresos, bondadosos y generosos en el trato social, respetuosos de la religión que practican sin fanatismos y criados en el ambiente de la libertad, viven una vida fácil y agradable. La buena orientación de sus facultadas, con las riquezas y el amor a su País, les abren un provenir que hará de la Argentina la primera nación de la América del Sur y de la Provincia de Tucumán, la joya de los estados del Plata.25

Como bien señala Soledad Martínez Zucardi (2016: 63) también la poesía ofrecía una imagen de Tucumán en su pasado glorioso, ya que la provincia simbolizaba la heroicidad de haber sido la cuna de la independencia. Los sucesos se desencadenaron la libertad de las provincias del Río de la Plata, tuvieron como protagonistas a valientes tucumanos como Marco Manuel Avellaneda, Bernabé Aráoz, Bernardo de Monteagudo, Gregorio Aráoz de Lamadrid y luego en la etapa de la organización nacional al mismo Alberdi y a los presidentes de la Nación Nicolás Avellaneda y Julio A. Roca. La presencia de tales personajes hacían que la provincia se asocie a nociones de gloria, heroísmo, independencia, libertad. Por ello, la compilación poética publicada en 1916 con motivo de la celebración del centenario de la independencia, El Tucumán de los Poetas, representa una visión idílica de la provincia, al igual que las representaciones que impregnan la mirada de Boisdron.

Boisdron se desplazó en el siglo XIX, en el contexto de la revolución de las maneras de viajar. Como afirma Alain Corbin (2001) el modelo clásico del itinerario tranquilo y sereno fue cediendo lentamente a una práctica elaborada a finales del siglo XVIII que apuntaba a hacer vibrar el yo, enriquecerlo con una nueva experiencia del espacio y de las gentes, vivida al margen del espacio habitual. Boisdron mismo expresaba: "no nos asustan estas expediciones porque estamos atendidos lo mejor que se puede y el viaje ofrece mil incidentes y entretenimientos".26

Así los sucesivos viajes de Boisdron por la geografía argentina, que realizó con motivo de la visita a los diferentes conventos dominicos, se convirtieron en una oportunidad para maravillarse con lo exótico y un estímulo permanente para la escritura de descripciones y anécdotas.

En los escritos viajeros de Boisdron, la narración de los sucesos cede lugar a la descripción que se presenta como espectáculo. Como bien explica Marcela Pezzuto (2008: 46) “la preponderancia de las descripciones genera la ausencia de hechos que dejan de lado la narración, por lo cual el tiempo se halla en suspenso”.

Por otra parte, Boisdron ya no es un conquistador en América, sino que se auto comprende como una presencia europea no intervencionista, al estilo de lo que Pratt denomina “escritores sentimentales”, que experimentan una mística de la reciprocidad en la zona de contacto en la que interactúan (1997:143-144). Boisdron en sus escritos ratifica su posición de anti conquistador, asumiendo el imperativo de la reciprocidad extendida al conocimiento y la cultura (Pratt, 1997:150).


Los argentinos: temperamento y paisaje

Boisdron asumió el servicio de Provincial de los dominicos en Argentina en dos oportunidades 1894-1898 y 1901-1905. Esto le implicó visitar los conventos dominicanos de Argentina en Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, San Juan, Santa Fe, Tucumán, La Rioja y Santiago del Estero, elaborar informes sobre la situación de cada uno y exhortar a los frailes para la correcta vivencia del espíritu dominicano.

En cada visita como el mismo lo relata,

tomaba ocasión -que era un deber- de hacer a cada religioso en particular (si había lugar) o a la comunidad reunida, las advertencias, las correcciones que eran del caso. Estas los presentaba en forma de alocuciones escritas que dejaba en el archivo del convento. Me sugería su expresión y su realización la prudencia. Dijeron que esta prudencia pasó los límites y degeneró en excesos o condescendencia. Puede ser, y creo que varias veces habrá sido así. Pero me inclinaban a este modo de proceder, primero mi índole natural que sobremanera se complacía en la suave claridad y la generosa bondad de los seres; segundo, en la convicción de que los términos y los modos de rigor alejan a los hombres antes de atraerlos, sobre todo a los argentinos.27


En su observación del temperamento argentino comparaba con el europeo a quien consideraba más firme, resistente y al explicar su interpretación aludía a la estrechez del paisaje europeo y a la amplitud del argentino, reflejando así una comprensión decimonónica que explicaba los temperamentos a partir de cierta determinación del ambiente natural como bien explica Mary Louise Pratt (1997:324). Así describía al americano Boisdron:

el europeo, nacido y educado en países en que es pequeño el espacio que ocupa cada uno de sus infinitos habitantes, grande es la lucha para desarrollar su individualidad, predominante la fuerza del atavismo y las tradiciones, adquiere carácter más firme, contrae más respeto al principio de autoridad, es más dominado por el vigor de las ideas y de los principios, con el que el asiente y concierta mejor los encargos, la estrictez, el vigor del gobierno.28

Por otra parte, describía que el americano creado en regiones vastas, abiertas a todos los vientos y a todos los seres,

al cóndor que se cierne entre peñascos y escala las más altas cumbres y al picaflor que revolotea delicadas plantas, el tigre cruel y a la víbora fatal como a la ágil corzuela (...) tierra de razas jóvenes, rebozando de vida, de aspiraciones y de esperanzas, sedientas de independencia y libertad.29

Estas características no favorecían la capacidad de aceptar “el yugo de la autoridad” ya que pronto se cansaba de él, el americano desde los ojos de Boisdron, era “refractario al tono imperioso y tenía a la vez una pasividad desesperante, que excluye los modos malos y las alteraciones odiosas, neutraliza las exigencias del mando y las exhibiciones intempestivas de la autoridad”.

Por ello recordaba lo que había sucedido con “un Provincial de genio fuerte y asaz desgraciado para formular las observancias de sus visitas, quien dejó de una de ellas un auto enérgico. Poco después desapareció la hoja de esta imprudente y mal hábil redacción”.30

Esta comprensión del argentino como personas libres la encontramos en los escritos Charles Brand, quien se admiraba de la sociedad pampeana: “viven tan libres e independientes como el viento, no pueden ni quieren reconocer la superioridad de ningún otro mortal”.31

Las miradas de Boisdron sobre el temperamento de los argentinos expresan que por momentos se ha convertido en un explorador social, con un fuerte interés etnográfico (Pratt, 1997:278).

Bordeando la costa africana (1894)

Entre 1890 y 1894, Boisdron fue nombrado profesor de teología en la Universidad de Friburgo en Suiza y retornando nuevamente a la Argentina en 1894, tomó su barco en Bordeaux. En ese viaje coincidió con comerciantes, industriales y con algunos misioneros y misioneras del Instituto del Espíritu Santo que viajaban rumbo al África. Su mirada sobre la población africana y su geografía dista en gran medida con sus apreciaciones sobre América, quedando expuesto su etnocentrismo y una mirada despectiva sobre los pobladores de ese continente. Mary Louise Pratt (1997: 100) al referirse a la literatura de viajes de algunos europeos en África, observa que ellos describen a los pueblos africanos como seres sin cultura, esta mirada la encontramos a Boisdron en sus apuntes sobre su paso por Dakar:

Subieron al vapor algunos misioneros y misioneras para África (...) que salieron de su patria con la única misión de llevar a los tantos salvajes del continente negro la regeneración y los beneficios de la civilización cristiana, sacar a esas almas de sus condiciones bestiales de existencia y acercarlos al eterno ideal de la virtud y de la felicidad. Con emoción me detenía mirándolos, personas de educación francesa, de existencia delicada, cuando bajaren en Dakar, puerto y posesión de entrada pobre todavía, del vasto imperio que ha conquistado Francia en estas regiones incultas, de clima candente y malsano, con todos los peligros de la ferocidad de la fauna, con las groserías, supersticiones, maldades, fealdades físicas o morales de aquellos rebaños de seres humanos (...) ¡solo la compasión de tantas criaturas desgraciadas! ¡Solo el deseo intenso de levantar y perfeccionarlos! con el heroísmo de todo sufrir para salvarlos y darles en la grande y noble familia humana un asiento al banquete de las puras y permanentes felicidades!.32

Esta mirada sobre África sin haberla visitado antes refleja ese cúmulo de representaciones que un francés podía tener sobre esa región en el siglo XIX. Como afirma Peter Burke, algunas apreciaciones de los viajeros simplemente reflejaban “prejuicios en el sentido literal de opiniones formadas antes de que los viajeros salieran de su país, tanto si dichas opiniones eran fruto de conversaciones como de lecturas” (2000:128). Boisdron al mirar el puerto de Dakar y su gente, puso en movimiento lo “pre-sabido, sus interpretaciones y sus sistemas semánticos para la interpretación del mundo que describe su relato” (De Oro-Rodríguez, 2008:21). Sin haber conocido el territorio se expresaba según información recibida de su matriz cultural, esta herencia configuró su ojo de viajero, su imaginario se plasmó con una serie de lecturas e interpretaciones heredadas de su tradición francesa, esa cultura imperial que se desarrolló en la segunda mitad del siglo XIX y que configuró una “estructura de actitudes y referencia” según lo explicaba Edward Said (1990;1996).

Pero en el barco no todos pensaban como Boisdron, ya que como él mismo constata se escuchaban críticas hacia “los generosos mensajeros del Evangelio y la civilización” que los culpaban de “ir a perturbar la vida sencilla y poética de aquellas hordas de salvajes antropófagos y desnaturalizados adoradores de fetiches, cultores de sacrificios humanos, la degradación en sus últimos términos, ¡oh filosofía! ¡oh ciencia! ¡oh razón y libertad!!”.33

Boisdron no escapó de una mirada imperial francesa de supuesta superioridad cultural respecto a la otredad.


Miradas sobre Montevideo (1898)

Como Provincial de los Dominicos de Argentina le tocó participar en el Capítulo General de la Orden de Predicadores que se desarrolló en Viena (Austria) y junto a Fr. Tomás Ortega se embarcaron rumbo a Europa haciendo una pequeña escala en Montevideo, ocasión para observar el país vecino y extraer sus conclusiones sobre la situación política y el espíritu de los habitantes de la Banda Oriental, llamándole la atención de su "impiedad” inmersa en un paisaje abrazador.

En los dos o tres días que allí estuvimos cundía el tema del espíritu republicano y los instintos de impiedad de esta población. La hermosura de sus perspectivas, el cerro que domina la inmensidad del mar y cautiva desde lejos la vista de los navegantes, las construcciones variadas, elegantes, que se desarrollan en líneas (...) campos fértiles con todas las riquezas de la vegetación y cultivos y con todos los tonos de la verdura, las olas del océano que ciertas horas vienen a furiosamente sus playas, en otras van a tenderse y como a morir suavemente sobre ellas.34

Boisdron se pregunta porqué no se detiene en Montevideo la poderosa corriente de inmigración, cuales son las causas de la lentitud del progreso demográfico a diferencia de Buenos Aires: “¿Será la mentalidad propia del país que viene de revoluciones y crea una inestabilidad y desconfianza que aparta a los europeos?”

También expresa sus impresiones sobre el Obispo Soler, a quien le tocó vivir el proceso de separación de la Iglesia y el Estado en Uruguay, caracterizándolo como “activo, inteligente”. Describe al gobierno de Uruguay como “inestable” y se refiere a “la declaración de hostilidad hacia la Iglesia y la persecución contra el clero” valorando al mismo tiempo la “firme actitud de los católicos que allí son sinceros, resueltos, generosos”, y que sobrellevan muy bien la situación esperando tiempos mejores.”35

Susana Artal, al analizar la literatura de viajes de los franceses en América del Sur y el Río de la Plata en el siglo XVIII, afirma que algunos de ellos que realizaron misiones de exploración, como Charles de La Condamine o Louis de Bougainville, escribieron sus relaciones científicas buscando explicar e interpretar la enorme masa de datos geográficos, etnográficos o astronómicos que recopilaron, pero por otro lado transmitieron la pasión por la aventura que sin duda los había llevado hasta estas lejanas tierras (1998:336).

Agrega que hacia el siglo XIX, se continúan escribiendo los libros de viajes en que se prioriza la relación científica como lo de Alicdes D’Orbigny, Charles Wiener o Désire Charnay, quienes llegan a América meridional comisionados por organismos científicos, no solo para reunir datos sino también para acopiar objetos y documentos para las colecciones de numerosos museos franceses. Pero a la vez se pueden encontrar relatos de viajes de franceses como Auguste Guinnard o Jean Baptiste Douville que no llegaron a estas tierras por ninguna misión científica, sino que son viajeros individuales en busca de fortuna o aventuras (1998: 337-338).

Al analizar estos relatos de viaje, Artal afirma que ellos escriben porque han viajado, a diferencia de otros –como Jules Huret- que viaja porque escribe, es decir que viaja para escribir a cerca de las tierras que visita y escribe para un público que espera encontrar descripciones de los lugares visitados por el viajero a la vez que desafíos para una aventura (1998: 339-340).

Boisdron como viajero francés, también busca detallar todo lo que ve, pero no escribe para un público en general sino para otros miembros de su Orden, para su familia y para mujeres del interior de Argentina que esperan ávidas sus relatos para viajar con su imaginación.


Capítulo General de la Orden de Predicadores en Gante en Bélgica y los curas obreros (1901)


Con motivo de participar en el Capítulo General en Gante, una vez más Boisdron se puso en camino, y escribe a Elmina Paz sobre su recorrido previo por Francia:

el R.P. Roldán y yo hemos recorrido Francia en su mayor extensión y pasado por los centros de población más densa y fácil de agitarse como son Marsella, Lyon y París. Estoy sano, como siempre y contento con las tareas capitulares que me han confiado. He recorrido tierras en que se admiran todas las riquezas de la industria y arte moderno, ferrocarriles en toda dirección y con toda rapidez, ascensores por los que se sube a la cumbre de las montañas, usos y juegos de electricidad para alumbrar y cuantas otras maravillas que encantan.36

Describía admirado a la ciudad de Gante en donde se desarrollaba el Capítulo General y hacía memoria de un fraile dominico joven que había decidido optar por convertirse en cura obrero:

Gante es una linda y rica ciudad, de grande población e industria. El elemento obrero es el que domina y aquí está el joven padre que quiso vivir en las minas y estuvo algún tiempo disfrazado de minero y entre los mineros, para estudiar de una manera más práctica la cuestión obrera y escribió sobre este tema un libro que ha llamado la atención en Europa.37


Estos viajes a Europa le ayudaron a comprender que la cuestión más acuciante del momento era la cuestión obrera y el ejemplo de los frailes que asumían el trabajo en las minas, influyó en su mirada de la llamada “cuestión social”. Ya había Boisdron difundido en Tucumán las enseñanzas del obispo alemán Von Ketteler38, quien fuera uno de los propulsores de lo que se denominó “catolicismo social”. Con motivo de una conferencia que dictó en el Círculo Católico de Obreros de Tucumán, Boisdron describía el sufrimiento del trabajo en los surcos de caña y denunciaba la enorme desigualdad en las condiciones de vida de las personas y afirmaba: “el que meditando y profundizando este orden de cosas, queda indiferente, mudo, impasible, es que no tiene corazón en su pecho, ni alma en su cuerpo”39 (1921[1896]: 24).

Juan B. Terán recordaba que pocos predicadores como Boisdron habían llamado las cosas por su nombre, “como Von Ketteler, el arzobispo de Maguncia, ha escuchado el clamor sordo y murmurante de las plebes desheredadas y ha dicho: el orden social debe reformarse, es inadmisible la desigualdad monstruosa de las condiciones en cuanto a la posesión de fortuna, de los bienes y bienestar en este mundo”.40

Como he analizado en otro trabajo (Folquer, 2018) Boisdron influyó en un grupo de jóvenes tucumanos que asumieron un fuerte compromiso con la “cuestión social”, proponiendo como legisladores las primeras leyes laborales de la provincia de Tucumán. En este sentido, la palabra y la acción de Boisdron produjeron un proceso de transculturación en la “zona de contacto” según explica Mary Louise Pratt, al referirse al fenómeno de transmisión cultural de una cultura dominante o metropolitana a otras regiones subordinadas como es el caso de América Latina, a la vez que advierte cómo la misma periferia determina a la metrópoli (Pratt, 1997: 25).41 En el caso que aquí observamos, la mirada de Boisdron sobre la cuestión obrera en Gante y el conocimiento del pensamiento del obispo alemán Von Ketteler, aportaron a los jóvenes tucumanos nuevos criterios de discernimiento, pero también la cuestión obrera en torno a la industria azucarera en Tucumán le amplió la mirada a Boisdron para comprender la urgencia de reforma del orden social. Así Tucumán se puede considerar una zona de contacto al tratarse de una región en donde sujetos anteriormente separados geográficamente, intersectan sus trayectorias y se constituyen en y por sus relaciones mutuas (Pratt, 1997: 27), Boisdron y un sector de la juventud tucumana se influenciaron mutuamente y sus identidades narrativas fueron transformándose en el intercambio.


Entre Egipto y Palestina, el color de Oriente (1904)

Los viajes en barco inspiraron a Boisdron la contemplación del mar, y en sus escritos abundan referencias a esta experiencia: “la mar y el cielo tranquilos, reflejándose sus espléndidos de luz que daba al azul del firmamento mas transparencia, al verde de las islas marinas mas pureza, abordamos mas felizmente a las playas de Egipto”.42

Con motivo de participar en el Capítulo de Viterbo en Italia, en 1904, decide visitar a los frailes que había enviado a estudiar biblia en Jerusalén, visitando primero Egipto.

Sus ojos se detienen en Alejandría y la describe como una ciudad “mas bien musulmana o inglesa que egipcia y griega”.

Atentamente va describiendo lo que observa y analiza la situación de la mujer en ese mundo musulmán y el trabajo casi esclavo a que son sometidas:

estando yo parado en la ventana del hotel y mirando en la calle vi un carro vulgar, tras el seguía una media docena de mujeres vestidas todas del mismo traje, pobre género de color azul, la cara cubierta de un velo que solo deja ver los ojos, negros y brillantes, pero eran unas desgraciadas víctimas de la anormal poligamia, el estigma humillante de la religión de Alá. Se los veía también mal vestidas, trabajando en los campos como esclavas antes que esposas, para mayor prosperidad de las industrias inglesas o judías, que allí tienen la administración de estos países adquiridos y colonizados por los capitales de ellos. 43


Contrasta su mirada crítica hacia las empresas inglesas o judías mientras se enorgullece de los franceses estudiosos de los jeroglíficos egipcios: “Me era grato leer en las calles los nombres de Champollion o de Mariette los dos ilustres egiptólogos franceses que han descifrado y dado la llave para descifrar los jeroglíficos de Egipto, con que se ha reunido y puesto a punto la historia del Egipto antiguo”.44

Al llegar a El Cairo su mirada se posa en los rasgos musulmanes y orientales de la población, en los hombres vestidos “a lo turco”, en los bazares “con exposición de las cosas mas disparatadas y en las mujeres “unas veladas el rostro, envueltas en flotantes joyas de colores vivos, otras sentadas dejadamente, fumando el narguile.”45

Luego, saliendo de Alejandría, se detiene en su relato y alaba la maravilla del Canal de Suez, “cuyo solo nombre conmueve el corazón de un francés, empresa de unir dos mares, que la realizó un hombre cuya carrera experimentó las mayores vicisitudes, Mr. Lesseps, el gran francés, como se lo ha llamado, y merece este calificativo, es acreedor de una admiración que no pueden imaginar.46

Bordeando la costa meridional del Mediterráneo arribó a Haiffa, “el puerto de entrada a Palestina”, luego de describir la geografía de la región se refiere a al Dios de Israel, Jehová, “el Dios de la justicia y algunas veces de terribles ejecuciones” que contrasta con “Jesús, el Dios del amor y de su infinita misericordia.47

En su recorrido por Jerusalén la describe como “una ciudad, la más triste del mundo, como un sello de maldición. Las calles angostas y sucias”.48

En su escritura viajera, Boisdron no puede desprenderse del expansionismo imperial europeo y de las rivalidades anglo-francesas en África y el cercano oriente. Como europeo no escapa de la “conciencia plantearia” que lo empuja a la exploración y construcción de significados a escala global (Pratt, 1997: 38).

Supremacía de Europa sobre los otros continentes

Boisdron se interroga profundamente en su retorno a Francia en 1913 y confirma su comprensión sobre la superioridad europea sobre el resto del continente.

¿Más cuáles han sido mis impresiones al pisar de nuevo las playas del viejo continente? Las del mayor gusto interés y admiración de ver de nuevo lo que ya había visto varias veces. Sin querer establecer una comparación, que sin duda sería demasiado superficial, sentada sobre nociones insuficientemente profundizadas y que por lo demás podría ser odiosa, me permitiré decir que Europa, la pequeña Europa si se mira la extensión de sus territorios, es todavía de todos los continentes que forman nuestro globo terrestre, el que tiene la preeminencia de actividad intelectual. Aquí se hallan los hombres, los estudios, las ideologías, el buen gusto, las obras más ambiciosas de las ciencias y de las artes.49

Exalta la supremacía en el diseño urbanístico, comparando las viejas ciudades europeas con las extravagantes de EE. UU. o las cuadriculadas de América del Sur.

Las ciudades conservan todavía su carácter original, los sellos del pasado de más de dos o tres mil años, para edificarlos no tienen como las del nuevo mundo, la precisión matemática y algo seca de los cuadros de un ajedrez. Las calles siguen las direcciones seculares que determinaron circunstancias de topografía. De géneros y de costumbres inalterados. Las construcciones que sin caer en las extravagancias de los utilitarios y caprichosos pega-cielos de Norte-América alcanzan una elevación que les da majestad y con una corrección que hace su gracia. Monumentos espléndidos, templos, museos, teatros, hospitales, municipios, academias de superior habilidad, estaciones de ferrocarriles, bolsas, salas para diputados de la Nación, para habitación de los soberanos, pasan y detienen la mirada, solicitan la observación, llevan a la admiración.50

En cuanto al nivel cultural de la población alaba en los europeos “sus cualidades de civilización y de sociabilidad que se manifiestan en las relaciones cotidianas de personas de misma nacionalidad, en el trato que se da a los extranjeros, en las visitas y en los entretenimientos particulares en las ocurrencias de la calle, en el hablar y en el vestir, siempre trasluce la decencia, la sobriedad, la distinción, la elegancia y esto no en los grados más elevados de las clases sociales”. 51


A modo de conclusión

Enfrentándose con la alteridad es que Boisdron fue tomando conciencia de su propio yo, sus viajes generaron una gran curiosidad, a veces expresándose con una mirada colonialista, analizando y enjuiciando la realidad desde un sentimiento de superioridad francesa, pero otras mirando con una cierta ingenuidad que lo fascina con la novedad del paisaje y de su gente.

Cuando Walter Benjamin escribió El Narrador (1936), buscaba recuperar el arte de la narración y afirmaba que los viajes constituían un espacio y tiempo privilegiado para contar una experiencia. El mismo en sus diarios de viaje y escritos autobiográficos, narraba su propia experiencia vital. Había descubierto el valor de registrar lo minúsculo, lo insignificante como si fuera el relámpago del tiempo en miniatura. Cada viaje era ocasión de un diario personal ya que no comprendía los viajes sin relato, ya que estos se convertían en verdaderas aventuras del alma. Consideraba el viaje en barco como el más propicio para el arte del narrar y la escritura como la oportunidad de volver inolvidable la experiencia del viaje. Preocupado porque la “era de la reproducción técnica” hacía peligrar el arte de contar historias, consideraba la narración como la nítida apertura de la intimidad humana.

Desde esta perspectiva de Benjamín, podemos afirmar que Boisdron vivió los viajes como una excelente oportunidad para escribir y narrar sus experiencias, lo hizo en sus diversas cartas, muchas de ellas escritas cuando atravesaba en barco el Atlántico, o al concluir el recorrido por un nuevo lugar que visitaba. Estos relatos fueron enviados sistemáticamente a las dominicas de Tucumán y a frailes de distintas provincias de Argentina.

Es en viaje cuando escribo estas memorias. Principiadas sobre la mar en los primeros meses del año, enero y febrero de 1913. Fueron interrumpidas hasta mi viaje de regreso en octubre de 1913. Las continúo hoy”.52

La Argentina desde los tiempos de la colonia estuvo visitada por geógrafos, naturalistas, aventureros, burócratas. Llegaban como exploradores, ávidos de nuevos conocimientos. En tiempos de la organización nacional los viajeros arribaron para establecer rutas comerciales y nuevos mercados y los relatos de viaje adquirieron un tono más económico. Hacia las celebraciones del centenario de la independencia, los relatos de viaje se centrarían en una mirada sobre este espacio geográfico y su población que se manifestaba como consagración de un modelo de desarrollo (Navarro- Fernández, 2015).

Boisdron seguramente leyó las descripciones de los viajeros que pasaron por Tucumán que fueron muy valoradas y Juan B. Terán, el primer rector de la Universidad tucumana, hizo traducir varias de ellas, que fueron conformando las miradas sobre Tucumán. Y como ávido lector de autores franceses como Chateaubriand y Lamartine, seguramente se dejó influir por estos autores románticos que viajaban por el solo placer de viajar.

James Clifford en su libro Itinerarios transculturales (1997), se refiere a la movilidad y las historias de desarraigos para describir la posmodernidad, el nuevo orden mundial, pero a la vez constata que nuestros antepasados también viajaron y migraron de modo parecido a como lo hacen los contemporáneos, a causa de las guerras, en busca de trabajo, dinero o simplemente por buscar un nuevo lugar donde vivir. Ese espíritu inquieto lo encuentra Clifford en habitantes de cualquier rincón del mundo. En el fondo como afirma Amitav Ghosch, un nativo de la India, cada ser humano es un viajero (Clifford, 1997:12).

Parafraseando a Clifford, podemos afirmar que este fraile dominico francés vivió complejas historias de residencias, viajes, experiencias cosmopolitas y que experimentó intensos encuentros en viaje que ampliaron su mirada sobre sí mismo y sobre el mundo. Sus sucesivos recorridos fueron diseñando una cartografía de persona en tránsito permanente, su experiencia humana estuvo atravesada por el desplazamiento continuo y por una abigarrada mezcla de experiencias culturales. Así en las travesías de Boisdron podemos observar una experiencia cultural translocal (Clifford, 1997: 18) que atraviesa fronteras de forma permanente poniendo en contacto tradiciones de ambas márgenes del Atlántico, de la cultura francesa y la criolla latinoamericana como así también de Egipto y Palestina.

Con Boisdron viajan culturas, ideas, experiencias religiosas y tradiciones espirituales. Sus itinerarios rompen fronteras, son de intersección, ponen en contacto mundos diversos, su experiencia cultural es transnacional, muchas veces ignora la frontera de la comunidad nacional y la cruza con libertad. Boisdron estableció redes entre ambas márgenes del Atlántico, envió frailes de Tucumán a estudiar biblia en Palestina, observó las costas de África y caminó por las calles de El Cairo y Jerusalén. Recorrió cada ciudad de Argentina con la misma fascinación que descubría Alemania, el imperio Austro- Húngaro o la Italia de norte a sur. Su existencia fue transnacional, sus caminos fueron una sucesión de viajes, exilios, peregrinaciones, migraciones, rupturas de fronteras. Su escritura es una invitación a recorrer esos caminos que circunvalan el occidente y oriente, la ciudad puerto o el pie de los Andes con la mirada siempre curiosa del que todo quiere aprender.

Boisdron escribió para un auditorio predominantemente argentino –aunque también para sus familiares franceses- amigos y religiosas, que esperaban sus relatos viajeros con ansias de descubrir mundos nuevos a través de los ojos del fraile. A veces su escritura fue inmediata, en el mismo momento del viaje, otras fue una recapitulación escrita varios meses o años después, como es el caso de su autobiografía y de las memorias de 1913. En estos relatos Boisdron ocupó el lugar central, el habló desde su experiencia y sus escritos tuvieron para su auditorio, un carácter de verdad, el les fue develando a sus lectores un mundo desconocido a la vez que fue plasmando su mirada del mundo. Boisdron también se fue construyendo así mismo desde los relatos de sus viajes y su escritura fue un instrumento de legitimación personal.

Como en todo relato viajero, en los textos de Boisdron encontramos la doble vertiente, documental y literaria. La primera se relaciona con las necesidades o intereses del lector mientras que la segunda revela la red intertextual en donde se hacen presentes recursos literarios (Pessuto, 2008:56)

El sabía que tenía lectores interesados, escribió para ellos y sus relatos fueron configurando su propia identidad a la vez que construyeron una mirada sobre el otro, el extranjero. Como afirman Sandra Fernández y Fernando Navarro, “hay literatura de viajes porque hay lectores” (2008:43).

Fue un instrumento de transculturación de materiales europeos que fueron recibidos en Argentina, seleccionados y desplegados sin necesariamente reproducir y legitimar las visiones hegemónicas de Europa (Pratt, 1997: 326). Fue un explorador social, que vivió una mística de la reciprocidad, en él los argentinos aprendieron a mirarse y él también se reconoció en ellos.


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1 Ángel María Boisdron, Autobiografía, f. 3 en la Caja: Escritos de Fr. A.M. Boisdron Archivo Hermanas Dominicas de Tucumán (en adelante AHDT).

2 Ángel María Boisdron, Autobiografía... f. 2.

3 Las noticias de su vida son extraídas de su propia autobiografía y de la primera biografía escrita por Fr. Rubén González (1974).

4 Toro había nacido en Tucumán, pero se formó en Córdoba, fue un apoyo importante en la reforma de la orden dominicana en Argentina iniciada en Córdoba por Fr. Olegario Correa. Fue luego dos veces provincial de los dominicos y Obispo de Córdoba.

5 Pierson había sido nombrado Visitador de la República Argentina y de otros países de América del Sur por Maestro de la Orden Fr. Vicente Jandel, motivo por el cual había estado en esta región entre 1860 y 1861.

6 Carta Fr. José Sanvito a Fr. Jacinto Varela, 18 de abril de 1874, f. 173. Libro Maestros Generales, Correspondencia, 1793-1900, Archivo de la Orden de Predicadores, Provincia de San Agustín. Buenos Aires (en adelante, AOPSA).

7 Autobiografía... f.2.

8 Pierre Boisdron, figura como cartero rural en todas las actas de nacimiento de sus hijos, Libre de Registres de Actes de Naissances (1843- 1858), Archives de la Mairie du Montmoreau, Francia, en (adelante AMM).

9 El fallecimiento de su hermano Pierre, se produjo el 26 de diciembre de 1870 (Vesel, Alemania), durante la guerra franco-prusiana, según consta en Libre de Registres de Actes de Décès Nº 10, del 21 de septiembre de 1871 (AMM).

10 Se refiere a Menaïde Paulonie, nacida en 1856, casada con François Boisdron en 1872, Libre de Registres de Actes de Naissances et de Mariages (AMM). Menaïde y Jean Adrien Boisdron, son los únicos con vida hacia 1876, -fecha de la carta- de los seis hijos del matrimonio Boisdron-Bruneau.(1- Catherine (1843-1845) ; 2-Jean Adrien (1845-1924) ; 3-Pierre (1847-1870, Vessel, Alemania) ; 4-Jean (1850-?) ; 5-Joseph (1852-1854); 6-François (?- +1858); 7-Menaïde Paulonie (1856-?) Matrimonio con François Boisdron 1872).

11 Hace alusión a Fr. Reginaldo Toro, quien había estado en Carpentras en 1874, visitando a Fr. Pierson.

12 Carta de Boisdron a José Sanvito, Buenos Aires, 6 de abril de 1876, (original en latín, agradezco la traducción a José García Bustos), Epistolae Variaque, Serie XIII, Caja 024098 (AGOP).

13 Carta de Boisdron a José Sanvito...

14 Participa como delegado en los Capítulos Generales de la Orden en Viena, 1898; Gand (Bélgica) 1901; Viterbo (Italia) 1904, llegando hasta Egipto y Palestina; Venlo (Holanda) 1913. En 1920, a la edad de 75 años, realiza su último viaje a Europa.

15 Fue Walter Benjamin quien analizó el personaje de Baudeliare con lucidez: "el flâneur está en el umbral tanto de la gran ciudad como de la clase burguesa. Ninguna de las dos le ha dominado. En ninguna de las dos se encuentra en su casa. Busca asilo en la multitud” (Benjamin, 1991: 184).

16 Carta de Boisdron a Elmina Paz, Roma, 9 de octubre de 1890 Caja: Correspondencia Boisdron- Elmina Paz (AHDT).

17 Jean Baptiste Henri Lacordaire (1802-1861) fue abogado, político, orador y fraile dominico, quien restauró la Orden Dominicana en Francia

18 Sigo aquí las intuiciones de Carlos Azpiroz Costa (2003) en la Carta sobre la Itinerancia dirigida a la Orden Dominicana.


19 Filósofo, escritor, viajero y místico sufí. Nació en Murcia en 1165 y murió en Damasco en 1240. Sus importantes aportaciones en muchos de los campos de las ciencias religiosas islámicas le han valido el sobrenombre de “Vivificador de la Religión”; es, probablemente, la figura más influyente en la historia del misticismo islámico.

20 Me resultó muy sugerente para este estudio la lectura del libro de Ibn Arabi y la introducción de Carlos Varona Narvión (2008).

21 La tradición cristiana ha tipificado los pasos del camino místico en tres etapas: purificación, iluminación y perfección que equivalen a la vía purgativa, iluminativa y unitiva (Martín Velasco, 2003: 303).

22 Autobiografía, f.17.

23 Humboldt, Views of Nature, 1850: 7-8 citado en Pratt (1997:219).

24 Carta de Boisdron a Elmina Paz, El Potrero, 21 de enero de 1890, Caja: Correspondencia Boisdron- Elmina Paz de Gallo, (AHDT).

25 Autobiografía, f.18.

26 Carta de Boisdron a Elmina Paz, El Potrero, 21 de enero de 1890.

27 Boisdron, Memorias de 1913, f.31, Caja: Escritos de Fr. A.M. Boisdron (AHDT)

28 Boisdron, Memorias de 1913, f.31.

29 Boisdron, Memorias de 1913, f.32.

30 Boisdron, Memorias de 1913, f.32.

31 Charles Brand, Journal of a voyage to Perú: a Passage across the cordillera of the Andes in the winter of 1827, 1828:57, citado en Pratt (1997:263).

32 Boisdron, Memorias de 1913, ff. 20-21.

33 Boisdron, Memorias de 1913, ff. 22.

34 Memorias de 1913, ff. 43.

35 Memorias de 1913, ff. 44.

36 Carta de Fr. A.M. Boisdron a Elmina Paz de Gallo, Gand, 19 de mayo de 1901.

37 Buenos Aires, Archivo de la Provincia de San Agustín (AOPSA) Libro: Cartas 1731- 193, Carta de Boisdron al Prior Fr. Rufino Pucheta, Vic. Provincial de los Dominicos, Córdoba, Gante, 26 de marzo de 1901, f.3r.

38 Obispo de Maguncia, Von Ketteler, La cuestión social y el cristianismo (1864) Los católicos y el imperio alemán (1873). Este Obispo afirmaba el derecho y el deber de la iglesia de intervenir en la cuestión social ya que era al mismo tiempo una cuestión moral y el deber del estado de interesarse por la clase obrera, ayudar a organizarse y protegerlos de toda explotación. Reconoció́ la validez de todos los postulados de los obreros: reducción de la jornada laboral, aumento del salario, protección de la mujer y de los jóvenes.

39 Boisdron, Ángel María (1921 [1896]: “La cuestión social”, Discursos y Escritos.

40 Terán, Juan B. (1905). “El Padre Boisdron”. Revista de Letras y Ciencias Sociales. Tucumán, Tomo 2, Nº11, pp.379-380.

41 Mary Louise Pratt, en su ya clásico libro Ojos imperiales, analiza el proceso de transculturación que se produce en la zona de contacto, preguntándose de que manera los modos de representación metropolitanos son recibidos y apropiados en la periferia.

42 Memorias de 1913, ff. 49.

43 Memorias de 1913, ff. 50.

44 Memorias de 1913, ff. 50.

45 Memorias de 1913, ff. 52.

46 Memorias de 1913, ff. 54.

47 Memorias de 1913, ff. 54-55.

48 Memorias de 1913, ff. 56.

49 Memorias 1913, f.3r.

50 Memorias 1913, f.4r.

51 Memorias 1913, f.4r-4v

52 Memorias de 1913, f.1.

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