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Américo Tonda y la escritura de la historia religiosa en Argentina a través de su archivo epistolar (1929-1943)

Américo Tonda and the writing of religious history in Argentina through his epistolary archive (1929-1943)



Liliana María Brezzo

Instituto de Historia, Universidad Católica Argentina –

Nodo Instituto de Historia, Instituto de Estudios Históricos, Económicos,

Sociales e Internacionales/CONICET

lilianabrezzo@gmail.com


María Gabriela Micheletti

Instituto de Historia, Universidad Católica Argentina –

Nodo Instituto de Historia, Instituto de Estudios Históricos, Económicos,

Sociales e Internacionales/CONICET

mgmicheletti@conicet.gov.ar


Claudia Di Marco

Instituto de Historia, Universidad Católica Argentina

claudia_di_marco@yahoo.com.ar


Resumen

Este trabajo presenta los resultados de una investigación sobre el epistolario inédito del historiador sacerdote Américo Tonda (1916-1984) con el propósito de contribuir a reconstruir su genealogía intelectual y profundizar en el conocimiento de sus aportes a la historia religiosa. Se ha examinado un corpus documental de aproximadamente 500 cartas, correspondientes al rango cronológico 1929-1943, en el que se han identificado provisionalmente, tres etapas diferenciadas: la del ingreso al Seminario hasta la partida a Roma (1929-1935), la de los años de estudio en Europa (1935-1939), y la de la ordenación sacerdotal y comienzo de la labor historiográfica (1939-1943).

La perspectiva teórico metodológica se inscribe en enfoques recientes situados en el campo de la historia de la historiografía que subrayan la importancia de lo personal insertado en el discurso académico e intelectual. Se argumenta que en un mundo científico en el que aumenta incesantemente la necesidad de la auto conciencia, la representatividad de lo singular y la reflexión epistemológica, se requieren nuevas formas de expresión para la comprensión de los procesos de escritura de la historia.


Palabras clave: Historia Argentina, escritura de la historia religiosa, epistolario, historiadores, sacerdotes, Américo Tonda.


Summary

This work presents the results of an investigation on the unpublished correspondence of the priest historian Américo Tonda (1916-1984) with the purpose of reconstructing his intellectual genealogy and deepening in the knowledge of his contributions to religious history. A documentary corpus of approximately 500 letters, corresponding to the chronological range 1929-1943, in which three different stages have been tentatively identified, has been examined: the entrance to the Seminary until the departure to Rome (1929-1935), the years of study in Europe (1935-1939), and that of priestly ordination and beginning of historiographical work (1939-1943).

 The methodological theoretical perspective is inscribed in recent approaches located in the field of the history of historiography that emphasize the importance of the personal inserted in the academic and intellectual discourse. It is argued that in the scientific world in which the need for self-awareness, the representativeness of the singular and the epistemological reflection increase incessantly, new forms of expression are required for the understanding of the writing processes of history.


Key words: Argentina History, writing of religious history, epistolary, historians, priests, Américo Tonda.


Introducción


Este trabajo presenta los resultados de una investigación sobre el epistolario inédito del historiador sacerdote Américo Tonda (1916-1984).. La conversación mantenida a distancia desde Santa Fe, Roma y Buenos Aires, con su familia, amigos, maestros y estudiosos de la historia religiosa, dio origen a un voluminoso acervo epistolar, comprendido entre los años 1929 y 1984, importante no tan sólo por la cartografía de corresponsales que permite recuperar con fina precisión sino por el propio contenido de las cartas, que contribuye a reconstruir su genealogía intelectual y calibrar sus aportes a la historia religiosa. De manera particular, atendiendo a las características de la correspondencia –tipologías, dinámica, funciones y temáticas- nos permite trazar un mapa de la historia familiar, de su viaje iniciático a Roma o de la robusta correspondencia intelectual que abarca la primera mitad del siglo XX, de aspectos de su intimidad –de su pensamiento, de sus experiencias vitales, de las relaciones interpersonales-, y ampliar el conocimiento sobre los procesos de gestación y elaboración de su obra histórica.

El lugar de Tonda en la historiografía argentina ha conocido, hasta ahora, pocos estudios. El primero de ellos se trató de una tesis de licenciatura y de un bosquejo biográfico seguido de una bio-bibliografía, realizado por Mónica Martínez, poco después del fallecimiento del historiador (Martínez, 1985, 1987; Florian y Fogliato, 2011:145-154). Miguel Ángel De Marco describió luego, sobre la base de recuerdos personales de la actuación profesional que compartiera con Tonda, momentos significativos de su trayecto intelectual (De Marco, 2007: 13-29). Más recientemente, los estudiosos de la historia del catolicismo en Argentina, Miranda Lida y Roberto Di Stefano se propusieron, en sendos artículos, ponderar en su “justo valor”, en palabras de Lida, “la obra de un historiador que hoy en día es poco leído, incluso entre los especialistas” (Lida, 2011: 19-46). Lo hizo a través de los aportes realizados por Tonda sobre el pensamiento eclesiológico del Deán Gregorio Funes en los años de la revolución de la independencia; en tanto, Di Stefano le dedicó, a modo de homenaje, un análisis en profundidad sobre la reforma eclesiástica en tiempos de Bernardino Rivadavia (Di Stefano, 2010: 221-239).

La perspectiva que adopta este trabajo se inscribe en una serie de enfoques recientes, cuyos autores, situados en el campo de la historia de la historiografía, concuerdan en subrayar la importancia de lo personal insertado en el discurso académico e intelectual. Jeremy Popkin, Ignacio Peiró Martín y Jaume Aurell, entre otros estudiosos, se han interesado en mostrar que el itinerario personal de los historiadores no es un hecho accidental en su carrera profesional, sino que, de un modo bastante complejo, condiciona el entero proceso de la investigación, de la elección de los temas y de sus enfoques (Popkin, 2005; Peiró Martín, 2001; Aurell, 2008, 2014).

Otro rico campo de estudio que ha sido atendido en esta investigación es el dedicado a analizar, a través del entrecruzamiento de la crítica literaria y la historia intelectual, distintas expresiones del denominado “espacio biográfico”, que comprende biografías, autobiografías, memorias, testimonios, diarios íntimos, correspondencias, cuadernos de viajes, borradores, entre otros formatos. Estos enfoques han resaltado la utilidad de las distintas formas de auto-escritura como fuentes para comprender mejor la manera en que los historiadores construyen el acceso al conocimiento del pasado, o sea, sus propios textos históricos. (Aurell, 2014; Peluffo y Maíz, 2018: 132-139; Costa Motta y Souza Fredrigo, 2018: 1-9) La carta es, pues, una producción textual que ofrece ventajas para el estudio de la subjetividad y de la sociabilidad entre hombres y mujeres abocados a las letras o la cultura: contribuye a develar la intimidad –en este caso del historiador- de su pensamiento, de sus emociones (Bouvet, 2006; Peluffo y Maíz, 2018:132-139); nos permite reconstruir el mapa de sus relaciones intelectuales así como también las vías de circulación y distribución de los textos dirigidos a la esfera pública (Myers, 2014-2015: 53-70) y hace visible el vínculo estrecho entre vida y escritura (Batticuore, 2018: 161-166).

De este modo, el estudio de la correspondencia puede producir conocimiento en una doble dirección. Por un lado, en cuanto al análisis del historiador y su evidente dimensión social, es decir, comprenderlo mejor en su historia y la historia que él ha narrado (Aurell, 2013) y, en otro sentido, percibir mejor hasta qué punto ha sido moldeado por el contexto en el que transcurrió su actuación profesional y la aparición de su producción histórica (Halperin Donghi, 2008: 305; Saitta, 2018: 155-167).

Fue el mismo Tonda quien se preocupó de acopiar las piezas epistolares como parte de un proyecto archivístico que conservara y plasmara su memoria vital (Brezzo -Micheletti, 2017: 1-3). La existencia en él, no sólo de las cartas que recibiera, sino de las que él mismo había enviado oportunamente a su familia, así como de las intercambiadas por otros miembros de su familia entre sí, dan cuenta de ese propósito. Esta “pulsión de archivo” (Derrida, 1997) data del mismo momento de su génesis, y queda demostrada en las continuas apelaciones a su familia tanto para que le escribieran de manera extensa como para que guardasen los “papeles” –es decir, las cartas- que él mismo les enviaba, “porque serán siempre lindos”.1

Los avances que se exponen a continuación se sostienen en el estudio de un corpus documental de aproximadamente 500 cartas, correspondientes al rango cronológico 1929-1943, en el que hemos identificado, provisionalmente, tres etapas diferenciadas: la del ingreso al Seminario hasta la partida a Roma (1929-1935), la de los años de estudio en Europa (1935-1939), y la de la ordenación sacerdotal y comienzo de la labor historiográfica (1939-1943).


Del campo al Seminario


Américo Alfredo Tonda, hijo de Pablo Juan Tonda y de Teresa Dominga Giay, nació el 22 de junio de 1916 en Fidela, una pequeña localidad de la provincia de Santa Fe (Martínez, 1985). La infancia transcurre en este medio rural, al que dejará aún niño, para entrar como pupilo en el colegio salesiano Nuestra Señora del Rosario de Vignaud. Pocos meses más tarde, con doce años, ingresa el 30 de marzo de 1929 al Seminario Conciliar de Santa Fe Nuestra Señora de Guadalupe (Tonda, 1957; Stoffel, 2006: 73-84).

Una densa red familiar se delinea a través de las cartas que se intercambian los Tonda entre el Seminario y media decena de poblados desparramados por la campaña santafesina y cordobesa. Américo recibe y escribe cartas a sus padres y a sus hermanos Edmundo (1918) y Celina (1929) radicados en Fidela-Pueblo Marini. Pero también escriben la tía Dominga Tonda y su esposo Liborio Buscemi, desde San Justo. Desde San Francisco (provincia de Córdoba) llegan cartas de la abuela Marta Galliano viuda de Tonda, de los tíos Adela Tonda y Pepe (José Portilla), y del tío Alfredo J. Tonda. De colonia Aldao –muy próxima a Fidela- escriben el tío Santiago Tonda y el primo Hildo. Y el tío Juan Tonda y la tía Elsa lo hacen desde Fidela. Desde Santa Fe, también escribe la tía Anita Tonda de Gallina. Desde San Martín de las Escobas (distante a poco más de 90 kilómetros de Fidela), las cartas del cura vicario Juan A. Aimini –partícipe en la decisión del ingreso al Seminario e, incluso, colaborador pecuniario de su carrera-2 lo alientan a Américo en su vocación sacerdotal. Las cartas de los parientes de Américo reflejan vidas de hombres y mujeres de costumbres sencillas, arraigados al trabajo de la tierra; trasuntan una firme creencia religiosa y una gran confianza en Dios.3

Este tramo del epistolario da cuenta del sentimiento de alegría y de la convicción de Tonda en el estilo de vida elegido, como lo demuestra la siguiente carta a sus padres, a escasos tres meses de su llegada al Seminario:


Recién me parece a mí que hace algunos días que estoy en el Seminario en vez ya han pasado tres meses, entonces podéis imaginar tan hermosa que es nuestra vida de seminarista. Tenemos que estudiar mucho, pero Dios nos da sus gracias para poder aprender lo que no sabemos. Esta es siempre mi alegría porque sé que si Dios me llamó para el Seminario me dará todo lo que necesito para continuar en él.4


El nivel de instrucción adquirido en el Seminario por el hijo mayor de Pablo y Teresa pronto supera al de sus progenitores. A medida que pasan los meses, la letra de Américo se va haciendo segura y los errores de ortografía dejan de ser frecuentes. En diversas oportunidades manifiesta su afición al estudio y queda en evidencia su dedicación para la época de los exámenes, en los que procura siempre obtener las máximas calificaciones. Además, las cartas se empiezan a teñir de referencias sacras, con la gráfica de la cruz y “J.H.S.” al inicio, o el agregado final: “Ad maiorem Dei gloriam”.5 Y para desconcierto de los padres, hasta comienza a estamparles frases enteras en griego.6 De este modo, el epistolario permite distinguir cómo la vida de Américo se va perfilando hacia la vocación sacerdotal y su entrelazamiento con la actividad académica.

Los primeros tiempos de Américo en el Seminario coinciden con la crisis económica de escala mundial que desembarca con fuerza en una Argentina agroexportadora, atada a los vaivenes del mercado internacional. Las noticias de la crisis por la que atraviesa el campo llegan hasta el joven seminarista en la forma de experiencias de vida permeadas a través de las cartas por la visión familiar, y las dificultades económicas por las que pasa la familia se ven reflejadas de manera cotidiana y en los hechos más nimios. Por ejemplo, en el ahorro en el papel, soporte material de las cartas, que es aprovechado con letra reducida y hasta sus extremos, obviando márgenes. Y se hacen presentes en las alusiones a los precios, a los gastos, y en el cuidado de Américo para reducirle a su familia la carga de su vida en el Seminario, sin duda tensionado por la preocupación de su padre y el pedido para que exprese a sus “superiores, que este año hagan poco gasto en útiles y aseo porque ya no tengo plata para pagar por causa de que no se hizo cosecha.”7

Además de las referencias a la vida en el Seminario, a la familia y al factor económico, las cartas de Américo traen alusiones al aspecto político y a la actualidad nacional e internacional y se transforman en un medio de conocimiento, para su familia, de lo que sucede en el mundo, a través de esta ventana abierta en la que el joven seminarista va expresando su posición ante distintos temas. Por ejemplo, en el epistolario se encuentran huellas sobre la situación política argentina, primero tímidas y luego más intensas. Para el período del golpe de estado de 1930 no se conservan cartas, pero al año siguiente Américo comienza a expresar su posición con respecto al presidente del gobierno de facto, el general José Félix Uriburu, considerándolo un guardián del orden. Con varios meses de anticipación, se refiere a las elecciones que habrían de celebrarse en noviembre de 1931 y a los posibles candidatos: “Los candidatos no se sabe cuáles son, eso de que quizás sea Alvear es cierto, porque éste volvió de Francia.”8 El comentario hace referencia a la llegada del ex presidente radical al país en abril de 1931, luego de su exilio. Tiempo después explica: “Al Sr. Alvear el gobierno lo invitó, con una indirecta, a que se marchase de la Argentina, porque quiso meterse en una revolución de Corrientes, y se fue a Río de Janeiro, en Brasil.”9 Las continuas referencias a Marcelo T. de Alvear permiten suponer cierta adhesión de la familia Tonda hacia el radicalismo. De todos modos, el fraude les otorgó la victoria a los sectores conservadores nucleados en la Concordancia, consagrando el triunfo del candidato presidencial Agustín Justo. Un dejo de desaliento se percibe en la carta escrita por Américo cuatro días después de las elecciones: “Como estamos en las elecciones hay que experimentar en diarios que traen cosas chistosas ¿Pero para qué escribir?”10

Américo da cuenta también, a través de sus cartas, de los cambios que se van produciendo en la Iglesia santafesina. Tras el fallecimiento de monseñor Juan Agustín Boneo, en junio de 1932, plasma sus primeras impresiones acerca de la asunción en diciembre del nuevo obispo: “El 29 recibimos a monseñor Fasolino en la plaza, frente a la casa de Ricardo Aldao (el ex gobernador y diputado) y lo acompañamos a pie hasta la catedral: después de muchas cosas, habló él mostrando una gran facilidad y una linda y fuerte voz. Vino el día siguiente al Santuario a celebrar Misa y luego al Seminario a visitarnos.”11 En 1933, el suceso eclesiástico es el Congreso Eucarístico de Rosario, del que Américo se mantiene pendiente: “Oímos nosotros el Congreso Eucarístico de Rosario por radio: fue aquello una cosa nunca vista por su gentío: pasó de 100.000 personas.”12

Mientras tanto, Américo estudia, y estudia fuerte. Su formación se nutre con nuevas lecturas, como el periódico de tendencia nacionalista Crisol, fundado en febrero de 1932 por el presbítero Alberto Molas Terán. Además, realiza representaciones teatrales en el Seminario, y comienza a escribir poesías.


Un viaje iniciático: Roma


Para 1935 el crecimiento espiritual e intelectual de Américo, luego de los seis años transcurridos desde su ingreso al Seminario, se hace palpable a través de las cartas. Se ha convertido en colaborador de la revista Guadalupe, cuyos ejemplares remite a padres y tíos,13 y sus intereses culturales despuntan, aún no definidos entre la historia y la literatura. Al comentar que próximamente se le impondrá el palio arzobispal a monseñor Fasolino, se detiene en destacar que “vendrá al acto el gran novelista argentino Hugo Wast (M. Zuviría)”.14

Pero la cotidianeidad se interrumpe en agosto de 1935, con la carta que revela el propósito del arzobispo Nicolás Fasolino de enviarlo a estudiar a Roma: “Queridos padres: Tengo que escribir esta carta con mano trémula. No pensaba escribirla, pero las circunstancias me obligan a ello. Esta misma noche me llamó el Arzobispo y me anunció sencillamente que tenía que ir a Roma.” Se trata de un momento personal intenso en la vida de este joven de diecinueve años, que toma conciencia del nuevo horizonte que le depara su vocación sacerdotal, y la tensión que se le plantea entre el entorno santafesino, campesino y familiar, conocido y próximo, del que nunca se ha alejado, y las posibilidades de abrir su mente a nuevas ideas y experiencias, en una Roma lejana y fascinante, sacra y universal. El dolor de la separación trata de ser suavizado por medio de la palabra tranquilizadora: “Yo le dije que por mi parte no tenía ningún inconveniente: lo único era por Uds. Él me dijo que por la ausencia larga no era nada, porque también él estuvo siete años en Roma. Yo sólo tengo que quedar cinco o, mejor dicho, cuatro y medio, porque allá comienza el curso en noviembre.” Pero la voluntad del arzobispo se impone como un mandato, lo mismo que la vocación por el estudio: “Me dijo él mismo que les escribiera esta noche y que les dijera que él quiere que yo vaya. Me dijo además que allá procurara estudiar y que volviese con el título de doctor […] Así pues, espero que contesten pronto y que digan que sí, que a mí me gusta mucho estudiar.”15

Resuelto el viaje, la carta del 23 de octubre de 1935 dirigida a Américo Tonda por el arzobispo Fasolino es fundamental para conocer el aprecio y las expectativas depositadas por éste en el joven seminarista. En primer lugar, llama la atención la familiaridad afectuosa con la que lo designa “padrecito”. Además, permite conocer que los estudios en Roma fueron costeados en parte gracias a una media beca abonada por un amigo del arzobispo, residente en Buenos Aires y dueño de un “gran negocio”, el señor Martín B. Etcheberry.16 Este dato habilita pensar en una preocupación personal del arzobispo por conseguir fondos para facilitar la formación de un joven seminarista de escasos recursos pero prometedor en cuanto a su proyección intelectual, tal como lo parece revelar una de las frases finales con las que se cierra la carta: “Además quiero decirle en dos palabras todo lo que espero de Ud.; que mi buen padrecito Tonda, vuelva hecho un sacerdote santo y sabio, para ser materia e instrumento apto para servir a Dios, en unión a su Obispo.”17

La ida a Roma a estudiar en la Universidad Gregoriana consiste en un viaje iniciático hacia una nueva etapa de la vida, que marca el fin de la niñez y primera juventud.

La primera carta desde Roma –a donde llegó el 14 de noviembre-, con el membrete del Pontificio Collegio Pio Latino Americano, está fechada el 4 de diciembre de 1935. Una carta-respuesta del arzobispo Fasolino permite intuir que los primeros días fueron un tanto difíciles para Américo y que la adaptación al nuevo ámbito no fue fácil, aunque no se lo hizo saber entonces a su familia:


Es natural que haya sentido la separación, pero nuevos vínculos con los compañeros, especialmente argentinos, tejerán su vida de estudiante.

La impresión ingrata, de que me habla, no me extraña, pues la vida es tan distinta de la llevada hasta ahora en Santa Fe; sin embargo, ya se hará a ella y la hallará entonces práctica.

En cuanto a la desilusión de la falta de largos estudios, debe tener en cuenta que la atención a los profesores en la clase es primordial; y el estudio es para ahondar lo que ya se aprende en clase. […] Ud. como amante del estudio hallará el tiempo necesario para desempeñarse loablemente.18


Las cartas de Américo en Roma toman la forma de largas crónicas que se van completando por días a lo largo de todo un mes o mes y medio, hasta llegarles el momento de ser despachadas. Así, por ejemplo, la carta que se abre el 4 de diciembre de 1935, es cerrada recién el 3 de enero del nuevo año.

En la correspondencia a su familia, Américo se esmera por explicar cómo es la vida en el Colegio Pío Latino Americano, cuánto cuesta vivir allí, y cuáles son las nacionalidades de los estudiantes (la mitad, mexicanos) y su aspecto, que no deja de llamar la atención a este habitante de las colonias santafesinas repletas de descendientes de inmigrantes europeos: “Una cosa me extraña mucho: es que aquí, sacando los argentinos y chilenos, los demás son todos morochos, si no son negros del todo. El castellano lo hablan mejor que nosotros: me parece que estoy entre gallegos.”19 Se van percibiendo, a la vez, las diferencias de costumbres –“el mate está prohibido durante las clases”- y la lejanía, que es no sólo física, sino cultural: “Pero los diarios de acá no suelen traer nada de la América del Sud”, la Navidad se festeja “pero todo a la costumbre italiana, que a mí no me gusta mucho”, “estos gringos ni saben dónde está la Argentina y se creen que Bs. As. es como Marini”.20 Y sobrevuela la sensación de la ausencia: “Me alegro por los saludos de tanta gente, parece que no me han todavía olvidado: menos mal.”21 Comenta que lee L’Osservatore romano, y que reciben de Argentina algunos diarios y la revista Criterio todas las semanas, pero pide a su familia que le envíen Cruzada, así tiene “noticias de allá, sino me voy a olvidar de todo”.22 Cada tanto, los argentinos del Colegio logran darse algún gusto, de la mano de monseñor Figueroa, que los convida con mate o les paga un asado. El conocimiento del propio terruño se completa en el extranjero: “En todo el camino yo comencé a darme cuenta de que nuestra tierra es muy distinta de la parte restante del mundo. Así que el que nace y muere en nuestros lugares casi no se da cuenta cómo es lo demás del mundo y los otros ni pueden imaginarse qué es la pampa.”23

También trasluce Américo su anhelo por entrar pronto en relación con la jerarquía eclesiástica. Explica que suelen ir a un paseo público por las tardes, con la esperanza de ver al cardenal Pacelli –a quien finalmente conoce en el Vaticano-, y relata en detalle la primera audiencia con el papa Pío XI. Asimismo, refiere la llegada al Colegio del arzobispo de Buenos Aires, monseñor Santiago Copello, con motivo de su nombramiento como cardenal, en diciembre de 1935.24 Este suceso lo hace entrar a Américo en contacto con una serie de personalidades distinguidas, de modo que su universo social comienza a ensancharse rápidamente luego de la llegada a Roma: participa de la visita al embajador argentino ante la Santa Sede, el Dr. Estrada, y entra en conversación con periodistas y con algunos de los obispos y embajadores que llegan al Colegio Pío Latino a visitar a Copello.

Las referencias sobre la política italiana del Duce Benito Mussolini, la guerra de Etiopía o Abisinia y su desenlace, las sanciones impuestas a Italia y los rumores sobre una posible nueva guerra mundial cobran la vivacidad de la inmediatez. A la vez, procura Américo entender y explicar las relaciones entre el gobierno y la iglesia italiana. En diciembre de 1935 explica a su familia que todos los obispos han dado su oro al gobierno y que “Mussolini ha dicho a los capellanes que está muy contento de los católicos.”25 La militarización que se vive en la sociedad y en las calles es resaltada continuamente en las cartas. Por ello, principia a elaborar una visión crítica del proceso, que busca trascender el sentimiento de italianidad: “Fue la primera vez que vi hablar a Mussolini. Uno cuando ve a ese hombre lo admira, porque sabe que es el mayor político del mundo; pero también teme, porque bien puede ser que haga sufrir a muchas naciones por el simple hecho de ser más jóvenes o más pobres. Porque bien pensado, lo de Etiopía fue una injusticia [...]”26

En Roma, el círculo más íntimo de Américo lo constituyen los argentinos: el padre Massolo –que lo acompaña al principio y luego regresa a Santa Fe como prosecretario general del arzobispado-, Vénnera27, monseñor Daniel Figueroa28, el padre Macagno, el grupo de la Acción Católica que comparte con él en el Colegio durante los primeros meses, los tres seminaristas que llegaron al mismo tiempo que él y algunos otros que ya estaban o se irán sumando en los años siguientes.

En marzo de 1936, su hermano Edmundo le escribe anunciándole que ha decidido hacerse redentorista.29 Por eso, el año 1937 será de reacomodaciones para la familia, ya que Pablo y Teresa, privados de la ayuda de sus dos hijos varones, y pensando en la educación de Celina, deciden abandonar el campo y compran una casa en Rafaela a la que se mudarán a principios del año siguiente.

A Roma le llegan a Américo, además de las cartas familiares, las provenientes de su comunidad religiosa. Le escribe cada tanto y afectuosamente desde Santa Fe, monseñor Nicolás Fasolino. Siempre con recomendaciones para que no se aparte del camino elegido:


No imite a los ansiosos de volverse; siga la voluntad de Dios, quien hace los cálculos sobre nuestra correspondencia. También en mi tiempo sucedía algo parecido y la experiencia ha enseñado que los apurados no han respondido a lo que se esperaba. Es un sacrificio que Dios devuelve con creces y por otra parte es una gracia beber la ciencia divina junto al Santo Padre”.30


En julio de 1936, Fasolino lo pone al tanto de las acciones que se están llevando a cabo para la próxima aparición de un periódico católico, “independiente de la curia pero con su control”31, proyecto que meses más tarde cristalizará en La Mañana. Desde el Seminario de Guadalupe, en Santa Fe, le escriben sus compañeros seminaristas Hugo Valenti, José María Mazzucco Ferrero, Vicente Florio, Claudio Biagioni y Carlos y Arturo Tibaldo y los sacerdotes José T. Maxwell y León Nani. Desde Helvecia, llegan las sabrosas cartas plagadas de anécdotas de su compañero Luis Dusso.32 Desde Casilda, llega carta del seminarista Olimpo Maresma.33 En general, le cuentan sobre la vida cotidiana en el seminario, los exámenes, las ordenaciones, los destinos de los sacerdotes. La carta de Maresma es interesante porque constituye un “informativo profano” que relata en 1936 datos sobre la actualidad política, la corrupción del gobierno santafesino demócrata progresista de Molinas, la intervención a la provincia a cargo de Carlos Bruchmann, el “recrudecimiento de la agitación comunista en Sudamérica”, el auge del nacionalismo.34 Sirve para contextualizar el ambiente político e ideológico del Seminario de Santa Fe a mediados de la década del treinta. Le comenta, por ejemplo, que ha aparecido Ensayo sobre Rosas, de Julio Irazusta, “obra notable y alabada” por todos. Son los tiempos del revisionismo, que conducirá dos años después a la creación en Santa Fe del Instituto de Estudios Federalistas (1938). Y del nacionalismo, que gana adeptos entre los católicos, aunque se advierte “que se perfila bastante extremista”.35 Complementa las referencias sobre las lecturas practicadas en el Seminario santafesino la carta de Vicente Florio:


Me alegra que Hugo Wast sea tan conocido en Roma, todavía sigue recibiendo piropos de César Tiempo. Manuel Gálvez publicó recientemente dos novelas, que originaron un artículo de Mons. Franceschi: “La castidad en la novela”, replicando Gálvez con una carta abierta. Mons. Franceschi contestó “ad singula”. Escribe bien, pero como novelista católico no me convence. Mons. Franceschi publicó dos libros: “Reacciones”, publicación de Criterio retocadas y un tomo de una obra en 4, que piensa escribir: “La Iglesia -La Religión”. P. H. Blomberg tiene una nueva novela; un tomo de poesías: canciones históricas; yo leí de él una colección de novelas cortas con un dulce sabor de leyenda ¡lástima que sea antirrosista! Estoy esperando que salga la historia de J. Irazusta para ver cómo trata a Rosas. Supóngote sabedor de las reuniones del P.E.N. Club en B. Aires, bajo la dirección de Ibarguren.36


Desde una Europa, sobre la que se va ciñendo cada vez más la amenaza de la guerra, Américo sigue el movimiento intelectual argentino. Mientras tanto, la formación intelectual de Américo en Roma se va perfeccionando en distintos aspectos con la asistencia regular a los cursos de la Universidad Gregoriana. Tiene profesores jesuitas de distintas nacionalidades, y compañeros extranjeros que se ofrecen a enseñarle sus idiomas. Así comienza el contacto con el inglés y también con el francés. Acomete, además, el estudio del hebreo y se anima ya en diciembre de 1935 a estampar en esta lengua su nombre en una carta.37 Se entusiasma, también, con el aprendizaje del alemán. Los estudios son exigentes y Américo se esfuerza para obtener buenas calificaciones.


Los primeros escritos históricos


La tercera etapa del análisis epistolar se centra en las circunstancias que rodearon el regreso de Tonda a Argentina y la presentación de su tesis doctoral, en la que define su vocación histórica. Hay que mencionar que ya en una carta de 1932, se encuentra la primera entrada que sobre la práctica de la historia hace Américo en su epistolario. Es en forma de recomendación, dirigida a su hermano Edmundo: “Lo que quiero decirle es que en la Historia procure enlazar los hechos unos con otros porque el solo saberlos desordenados son como eslabones desunidos, que unidos forman una cadena.”38

Una vez en Roma manifiesta empeño en el estudio de la Historia Eclesiástica, cuyo primer examen da en la Universidad Gregoriana en febrero de 1936, obteniendo una destacada calificación: “creo que hubo un solo diez y gracias a Dios lo he sacado yo”.39 Su aptitud para esa disciplina se afirma al año siguiente, tal como explica jocosamente a su familia: “Primero comenzaré diciendo que ya me llegó la nota de Historia, cuyo examen presenté el 27 de mes pasado. La nota fue diez, porque (como ustedes ya saben y no es necesario que yo se los diga) soy un coloso en cuestión de Historias y cuentos. Así que no puedo menos de sacarme una buena nota.”40

Al cursar el último año de Teología, Tonda inicia la preparación de un trabajo sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado; es la primera noticia que tenemos de su interés por las ideas teológicas del cordobés Deán Gregorio Funes (1749-1829). Al inicio de la investigación tuvo ocasión de dialogar con el padre Pedro de Leturia SJ, fundador de la Facultad de Historia Eclesiástica de la Universidad Gregoriana, conocedor de los archivos vaticanos (Batllori, 1979: 161-163), y estudioso de la historia de las relaciones entre la Santa Sede y los nacientes estados hispanoamericanos luego de las independencias.41 El estudiante subrayaría, tiempo después, en un apunte autobiográfico, la importancia de ese encuentro de cara a la futura orientación de sus trabajos históricos:


Estando yo en cuarto año de Teología tuve la satisfacción de que el padre Leturia me recibiera en su habitación atestada de libros. Me había llevado la curiosidad de saber si en Roma abundaba la documentación alusiva al Deán Funes. Por ese tiempo yo estaba haciendo un trabajo práctico, mi tema versaba sobre los principios eclesiástico-políticos del Deán Funes.

La elección del tema, a indicación del padre Leiber, me introdujo en el mundo del Deán Funes, a la vez de la Teología y de la Historia, pues el punto focal de mi estudio se concentraba en las ideas teológicas del doctor cordobés, su ortodoxia y heterodoxia. Este trabajo no lo hubiera podido realizar en Roma, donde, como me había anticipado el padre Leturia, la documentación argentina era escasa, pues desde 1810 nuestro país se había mantenido incomunicado con la Santa Sede.

Esta orientación primera de mis estudios, la conjunción de la Teología y la Historia, señaló la pauta de mis ulteriores investigaciones (Martínez, 1987: 450).


Esta anotación nos habilita a sostener que el intercambio con Leturia afirmó su decisión de adoptar a la eclesiología del Deán Funes como objeto de su primera monografía histórica. La influencia del historiador jesuita tuvo también otras expresiones, como la dirección del trabajo doctoral del sacerdote argentino Avelino Ignacio Gómez Ferreyra, amigo y condiscípulo de Tonda, quien defendió su tesis en 1939 sobre La primera misión pontificia a la América hispana: monseñor Muzzi, el canónigo Mastai y el abate Sallusti (1823 – 1825).

A pesar de que los estudios de Américo en la Gregoriana iban muy bien encaminados, 1939 fue para el joven un año de calvario físico y emocional. Su debilidad crónica y su delicado estado de salud hacen crisis en los primeros meses del año y lo abaten anímicamente,42 llevándolo a tomar la drástica decisión de regresar a Argentina, tan precipitadamente que ni siquiera consulta la opinión de su obispo, quien tenía previsto un inminente viaje a Roma. Sin aguardar la llegada de Fasolino, Américo se embarca el 20 de abril y emprende el regreso al país, al que llega en los primeros días de mayo.43 Ya en Argentina, y luego de unas estadías reparadoras en el hogar familiar y en la chacra de unos tíos, sin apuro por instalarse en el Seminario de Guadalupe en el que lo aguardan y en el que recala recién a mediados de octubre, el resto de 1939 y parte del siguiente año trascurren entre las averiguaciones sobre cómo hacer para que le homologuen los estudios realizados en Roma y poder así recibirse, y la inminencia de la ordenación sacerdotal.

El epistolario permite reconstruir con fina precisión las gestiones de Tonda luego de la partida “inesperada y prematura” de Roma.44 Realiza diligencias en simultáneo: a través de un compañero chileno del Pio Latino, ante las autoridades de la Universidad Católica de Chile –que hacia el mes de mayo de 1940 dan como un hecho su traslado a Santiago y su incorporación a la Facultad de Teología-, así como ante los superiores del Colegio Máximo de San Miguel de los jesuitas, situado en la provincia de Buenos Aires. Finalmente, el prefecto de estudios de éste habilita a Tonda a rendir su examen para obtener la Licenciatura en Teología, el que se sustancia el 25 de junio. Pocos días después, Fasolino lo anima a continuar con los cursos correspondientes al doctorado, y le expresa su decisión de acompañar la solicitud ante las autoridades de la Universidad Gregoriana para que le faciliten el traslado de su expediente académico.45

Instalado como pensionista en el seminario bonaerense ubicado en Villa Devoto, Tonda se traslada tres veces a la semana a San Miguel para asistir a clases, y los días restantes los destina al relevamiento de fuentes documentales para la elaboración de la tesis doctoral que le permitirá profundizar y completar su trabajo de licenciatura. Refiere a sus padres que: “tendré que estar siempre dando vueltas por la ciudad porque para mi trabajo necesito ir de biblioteca en biblioteca. Ahora soy ya Licenciado que es el grado antes del doctorado”.46

Surge de las cartas correspondientes a estos meses que la ayuda material y el aliento intelectual de Fasolino irán in crescendo:


Cuanto usted ha hecho concuerda con la libertad que le daba de elegir su residencia. Mucho celebro que haya obtenido hospedaje en el Seminario de Villa Devoto. Juntamente con esta, envío una carta al P. Rector para que pueda proporcionarle cuanto necesite y nos pase aquí la cuenta para abonar todo. Indíquele al P. Pita que envíe oficialmente el resultado del examen de usted a esta Curia para archivarlo en su legajo. Asimismo, tenga preparada una petición en latín para dirigir a Roma y lograr que dé el doctorado en San Martín; fírmela usted; yo le pondré la recomendación y la mandaré por medio del Excmo. Sr. Nuncio”.47


Junto a los progresos del trabajo doctoral, las cartas del bienio 1940-41 permiten cartografiar las relaciones intelectuales que comienza a tejer con estudiosos de la historia religiosa, como Rómulo Carbia, quien pergeñaba un estudio que se publicaría poco después, titulado La Revolución de Mayo y la Iglesia: contribución histórica al estudio de la cuestión del Patronato Nacional (1945) y con Emilio Ravignani, conspicuo representante de la Nueva Escuela Histórica, que acometía desde 1937 la publicación de la colección Asambleas Constituyentes Argentinas, en las cuales actuó el Deán Funes.48

A instancias del arzobispo de Santa Fe, Tonda apresuró los exámenes de los cursos del doctorado para iniciar los preparativos de su ordenación sacerdotal, prevista para los últimos días de enero de 1941, circunstancia que congregaría a toda su familia. El padre de Américo solicita al director del Colegio San Alfonso, de Villa Allende, que permita viajar a Edmundo para asistir a tan “trascendentales ceremonias”, contrata el restaurante del hotel Plaza en Santa Fe para el almuerzo que ofrecerán a continuación de la primera misa, y recorre durante varios días distintas chacras y pueblos cercanos a Rafaela para distribuir las invitaciones a parientes y amigos.49 El inminente sacerdote se ve obligado a solicitar un préstamo de dinero para costear el cáliz y circula invitaciones a amigos sacerdotes para que oficien de maestro de ceremonia en la ordenación.50 Las cartas en torno a estas diligencias lo muestran seguro, sereno, alegre, pero sin sentimentalismos: diseña los recordatorios de la primera misa, indica a sus padres cómo imprimir el menú del almuerzo y exprime los días de estudio en Buenos Aires para cumplir con los exámenes antes de viajar a Santa Fe para su ordenación.51

En los primeros días del mes de marzo de 1941 hallamos a Tonda de regreso en Buenos Aires para continuar con su investigación doctoral. En este contexto, conoce y conversa con el sacerdote historiador Guillermo Furlong quien, dos años atrás, había publicado la Bio-bibliografía del Deán Funes. Este encuentro personal estableció una sintonía, una relación de “simpatía intelectual” según rememorará Tonda más adelante, alentada por el interés común sobre la figura de Funes y, luego, a través de espacios de actuación profesional compartidos, como la Junta de Historia Eclesiástica Argentina y la revista Archivum.52

Durante el último semestre dedicado a finiquitar la tesis, el contacto epistolar entre Tonda y Fasolino tendrá diversos formatos: desde una pequeña tarjetita en la que este último le augura éxitos en el tramo final de su investigación: “no se amilane por lo arduo del trabajo; con el favor de Dios todo le irá bien”53, hasta extensas misivas con observaciones resultantes de la lectura de los capítulos de la tesis que Tonda le hiciera llegar, así como sugerencias para que, con discreción, presentara alguna pequeña sección de la investigación en un próximo congreso de historia, “pero no dé a conocer su trabajo desde ahora, pues sería juzgado antes de tiempo y mal. Guarde el trabajo entero y en su secreto para el examen; después habrá tiempo para darlo a conocer”.54

Munido de este consejo, el doctorando envía una ponencia a Francisco Silva, responsable de la filial en Córdoba de la Academia Nacional de la Historia y Secretario del Congreso de Historia Argentina del Norte y del Centro. Merece la pena atender a los términos en los que Tonda presenta su trabajo:


En él fustigo, en parte, al patricio cordobés. Le confieso, francamente, que, si cree no oportuna su presentación, por tratarse, como lo supongo, de un ambiente funesianófilo, no lo presente. A pesar de ello, me atrevo a enviárselo porque creo demostrar lo que me propongo, sin ánimo de zaherir al prócer y además tengo para mí que un congreso de historia debe oír la verdad, cuando está respaldada por documentos inobjetables. Con todo, me abstengo a su criterio.55


La carta presagia las controversias que, en efecto, provocará su trabajo, y devela cierta vacilación del historiador que entiende que los resultados de su investigación podrían enfrentarlo a la visión encomiástica que prevalecía sobre el deán cordobés. Miranda Lida ha hecho notar que “el Funes que retrata Tonda se ajusta poco al papel de héroe patrio: no pone en duda su lealtad a la revolución de Mayo, pero revisa y discute el modo en que Funes pensó y abordó el papel de la Iglesia local en el nuevo contexto político, tanto en lo que respecta a su relación con el poder temporal como con respecto a la Santa Sede” (Lida, 2011: 12- 46). En este sentido hay que señalar que, al inicio de los años cuarenta, cuando Tonda finalizó su investigación, la historiografía presentaba al deán cordobés como el hombre que “aportó” la ciudad de Córdoba a la Revolución de Mayo, como “cristiano revolucionario” y, en todo caso, su adhesión a las tesis iluministas, eran criticadas como “desviaciones de la ortodoxia” (Llamosas, 2011: 55-57).

En ese contexto, a través de un riguroso análisis documental comprendido entre 1810 y 1829, Tonda acomete su propia lectura del pensamiento eclesiológico de Funes. Hace foco en nudos principales como el dictamen favorable al patronato en el nuevo orden político y el apoyo a la reforma eclesiástica rivadaviana para concluir acerca de su desapego al papado y “sus preferencias jansenistas” (Llamosas, 2011: 57).

Las profundas vacilaciones al momento de socializar los resultados de su investigación habrían desembocado en su renuencia a publicar en su momento su tesis doctoral, la que publicaría recién cuarenta años después (Tonda, 1982).

Pues bien, hasta el mes de mayo de 1942, se ocupa de terminar la redacción y defensa de su investigación doctoral. Y en julio se encuentra ya instalado en el seminario de Santa Fe, en calidad de profesor de Filosofía.

El epistolario hace visible, para esas fechas, un notorio y progresivo cambio en lo concerniente a los corresponsales. Si bien los intercambios con integrantes de su familia se mantienen constantes, predomina ahora la conversación a distancia con distintos interlocutores, sobre temas intelectuales. El sacerdote historiador Avelino Gómez Ferreyra, uno de sus compañeros en la Universidad Gregoriana, le escribe en ocasión de la finalización de la tesis doctoral:


Por su carta a éste veo que está preparando usted un buen trabajo sobre el Deán Funes, de lo cual me alegro muchísimo y me parece muy acertada la insinuación que le ha hecho Monseñor Fasolino de publicarla en la futura revista de Historia Eclesiástica Argentina, que conviene sea tal que acredite científicamente al clero. Usted debe agotar el tema del Deán Funes, así que tiene harta tela para cortar en numerosos artículos de corte moderno y estrictamente científico […] Le adjunto ese programa de mi clase de Historia Eclesiástica para que se lo entregue a Mons. Fasolino y le haga ver cómo no es del todo exacta la afirmación hecha en la 13 sesión que celebraron aquí en Buenos Aires los miembros del Instituto de Historia Eclesiástica que él preside, de que en los seminarios no se enseña la historia eclesiástica argentina.”56


Los términos vertidos por Gómez Ferreyra conectan con una preocupación del episcopado argentino durante esos años acerca de la enseñanza de la historia de la Iglesia, y de la formación intelectual del clero en los seminarios (Auza, 1985). Esa inquietud había dado lugar a la aparición de una significativa producción histórica, como la obra del obispo de Mendoza, monseñor José Aníbal Verdaguer, Historia Eclesiástica de Cuyo (1931-1932), y la de monseñor Pablo Cabrera, Historia Eclesiástica de Tucumán (1939). Al obispo Verdaguer se debió la propuesta, en 1938, de la creación de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina, una iniciativa que se concretaría cuatro años después a instancias del cardenal Santiago Luis Copello, así como la Junta de Estudios Históricos de Santa Fe, que tendría a Nicolás Fasolino como uno de sus principales promotores. De modo que, el trabajo de Tonda puede inscribirse en un contexto de crecimiento de estudios en tono a la historia eclesiástica con pretensiones academicistas, en el que convergerán la jerarquía eclesiástica pero también sacerdotes y laicos.

También aparecen en el epistolario referencias de la amistad incipiente de Tonda con el filósofo Juan Carlos Zuretti, quien se hallaba preparando una Historia Eclesiástica Argentina que publicaría en 1945,57 y con el filósofo sacerdote Ismael Quiles, quien le envía La persona humana –un libro que editara en 1942- bajo la promesa de publicar una reseña bibliográfica.58 De este modo, las cartas hacen visible la red de relaciones epistolares que Tonda cultiva, de manera progresiva, en un contexto de creciente diversificación y pluralismo en la práctica de la historia religiosa.

Luego de la defensa de la tesis doctoral, el estudio sobre el Deán Funes adquirió formato de dos artículos que le fueron publicados en 1943 en Archivum, la Revista de la Junta de Historia Eclesiástica: “Los apoderados del Deán Funes en la Corte de Madrid a la luz de su correspondencia inédita” y “El Deán Funes y la tolerancia de cultos”. Con la aparición del primero de ellos, en una publicación que pretendía dar a conocer trabajos “científicos y documentados”59, se hicieron realidad los presagios de Tonda acerca de la recepción de su estudio sobre Funes. El editor de Archivum, Gómez Ferreyra, le explica:


Recibí oportunamente su artículo sobre Funes y la Tolerancia […] Su anterior artículo ha provocado la estúpida queja de un pobre diablo, a quien no vale la pena nombrar, y que le transcribo…Reza así el panfleto: El P. Avelino Ignacio Gómez quiere adelantar su obra de impugnación al Deán Funes: lo hace con espíritu de propagandista; quiere conquistar adeptos. Ha logrado ya que un Pbro. Tonda (de Santa Fe), publique en la nueva revista eclesiástica de historia un trabajo destinado al descrédito del ilustre Deán. El caso de un clérigo injuriando (¡sic!) a otro clérigo es por demás curioso y escandaloso. Pero lo que sube los tonos de este episodio es la consideración de que los Funes (Gregorio y Ambrosio) fueron amigos fieles y operantes de la Compañía de Jesús en la adversidad de la Orden, cuando los pusilánimes pusieron de relieve su cobardía y alma cesárea (sic). Hasta aquí el informe de marras. Usted ve que se refuta por sí mismo, porque ese argumento de la amistad jesuítica del Deán es tan pueril que no vale la pena ni siquiera enojarse. De modo que siga usted impertérrito en sus estudios sobre el Deán, como el perro grande que oye ladrar cusquitos a su alrededor…Yo le he contestado al P. Provincial que la revista Archivum pertenece al Episcopado y que el Pbro. Tonda está bajo la jurisdicción del Arzobispo de Santa Fe, y por lo tanto que le responda al inocente autor de la carta que el asunto está fuera de su competencia y que se entienda directamente conmigo si quiere oír lo que merece.60


De este modo, la carta manifiesta que se anteponen criterios de jurisdicción eclesiástica para rebatir las objeciones sobre el enfoque del artículo en cuestión antes que los eventuales méritos acádemicos.

La aparición de estos trabajos parece constituir un parteaguas en el trayecto intelectual de Tonda que, por primera vez, socializa en el espacio académico sus investigaciones. No contamos con testimonios que indiquen que haya polemizado con quienes ponían en entredicho su análisis sobre el Deán Funes, aunque esta ausencia no debería sorprender puesto que Tonda cultivaba un talante intelectual inclinado a situarse únicamente en el terreno de los historiadores especializados, sin ningún tipo de vocación por polemizar. Ese talento y ese talante se manifestarían, a continuación, en estudios de gran calado documental sobre algunas de las figuras clave del catolicismo argentino de la primera mitad del siglo XIX, como Castro Barros: sus ideas (1961), Don Félix Frías: el secretario del General Lavalle. Su etapa boliviana (1841-1843) (1956), El obispo Orellana y la revolución (1981), La eclesiología de los doctores Gorriti, Zavaleta y Agüero (1983), La eclesiología del Dr. Mariano Medrano (1983), a las que dirigió su principal actividad investigadora.


Conclusiones


El epistolario de Américo Tonda constituye un fondo archivístico de una gran riqueza para analizar su trayectoria vital y la genealogía de sus estudios sobre historia religiosa. Así, por ejemplo, en el caso de la correspondencia durante su etapa en el seminario, nos permite reconstruir no únicamente las redes epistolares familiares y de amistad, sino, en particular, los progresos en su formación intelectual y en su proyecto de vida sacerdotal.

El conjunto de cartas que ha sido analizado vuelve inteligibles los motivos, los procesos y los progresos que rigieron la articulación de sus primeros trabajos históricos; demuestra que su interés por el estudio puede filiarse casi al mismo tiempo de su ingreso al seminario.

De este análisis es posible concluir también que Nicolás Fasolino y Guillermo Furlong constituyeron corresponsales principales en el período que abarca este trabajo, así como la influencia del profesor en Roma, el sacerdote Pedro Leturia. Sin entrar a analizar la diversa altura intelectual de uno y otro, inspiraron, acompañaron y sostuvieron su formación espiritual e intelectual entre 1929 y 1943 y determinaron, en el caso de Leturia y Furlong, la orientación de su práctica de la historia.

En el recorrido de las conversaciones mantenidas a distancia con compañeros, amigos y estudiosos, Tonda parece decantarse por la práctica de una historia religiosa especialmente atenta al rigor metodológico a través de un minucioso examen de fuentes documentales, y el entrecruzamiento de perspectivas teóricas provenientes de la historia, del derecho canónico y de la teología. Se trata de un enfoque que no se construye de manera paralela a una historia civil, que no adolece de un clericalismo que imposibilitaba la distinción entre el poder político y el espiritual pero que, a la vez, pone de manifiesto cómo el conocimiento teológico le permite situar los fenómenos que estudia en los contextos ideológicos apropiados.


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Recibido: 31 de diciembre de 2018

Aceptado: 2 de febrero de 2019

Este trabajo se enmarca dentro del proyecto de investigación plurianual (PIP – CONICET 2014- 2016, Nº 00133) “Escrituras privadas y representaciones del pasado: los intercambios epistolares entre historiadores paraguayos y argentinos” radicado en el Grupo de Estudios Escrituras y Representaciones del Pasado (GEREP) en el Nodo IH, UCA, de la Unidad Ejecutora en Red IDEHESI-CONICET.



1 Carta de Américo Tonda a padres y hermanos, Roma, 4 y ss. (20) de diciembre de 1935, Carpeta 1935, de Américo a sus padres, Roma, 6 de noviembre de 1936, Carpeta 1936, Sección Correspondencia (SC), Fondo Américo Tonda (FAT), UCA, Biblioteca Central Rosario (UCA-BCR).

2 Carta de Juan A. Aimini a Américo Tonda, San Martín de las Escobas, 21 de septiembre y 21 de octubre de 1935, Carpeta 1935, de Juan A. Aimini a Américo Tonda, San Martín de las Escobas, 12 de agosto de 1936, Carpeta 1936 y de Juan A. Aimini a Américo Tonda, San Martín de las Escobas, 19 de junio de 1937, Carpeta 1937, SC, FAT, UCA-BCR.

3 Carta de Juan Tonda a Edmundo Tonda, Fidela, 13 de febrero de 1935, y Carta de tíos Adela y Pepe a Américo Tonda, San Francisco, 15 de marzo de 1935, Carpeta 1935, en SC, FAT, UCA-BCR.

4 Carta de Américo a Pablo Tonda y familia, Guadalupe, 3 de julio de 1929, Carpeta 1928- 1929, SC, FAT, UCA-BCR.

5 Carta de Américo a padres y hermanos, Guadalupe, 20 de noviembre de 1930, Carpeta 1930, SC, FAT, UCA-BCR.

6 Carta de Américo a padres y hermanos, Guadalupe, 16 de junio de 1931, y de Pablo Tonda y familia a Américo, 1 de agosto de 1931, Carpeta 1931, SC, FAT, UCA-BCR.

7 Carta de Pablo y Edmundo Tonda a Américo Tonda, Pueblo Marini, 27 de abril de 1930, Carpeta 1930, SC, FAT, UCA-BCR.

8 Carta de Américo a Pablo Tonda y familia, Guadalupe, 29 de junio de 1931, Carpeta 1931, SC, FAT, UCA-BCR.

9 Carta de Américo a padres y hermanos, Guadalupe, 20 de agosto de 1931, Carpeta 1931, SC, FAT, UCA-BCR.

10 Carta de Américo a padres y hermanos, Guadalupe, 12 de noviembre de 1931, Carpeta 1931, SC, FAT, UCA-BCR.

11 Carta de Américo a padres y hermanos, Guadalupe, 19 de enero de 1933, Carta 1933, SC, FAT, UCA-BCR.

12 Carta de Américo a padres y hermanos, Guadalupe, 15 de octubre de 1933, Carpeta 1933, SC, FAT, UCA-BCR.

13 En “el Guadalupe”, como él lo llama, publica por ejemplo un trabajo titulado “En vísperas de examen”. Cartas de Américo Tonda a padres y hermanos, Guadalupe, 10 de abril y 10 y 11 de mayo de 1935, Carpeta 1935,SC, FAT, UCA-BCR.

14 Carta de Américo Tonda a “mes chers pères et frères” (en francés en el original), 20 de junio de 1935. Carpeta 1935, SC, FAT, UCA-BCR.

15 Carta de Américo Tonda a sus padres, Guadalupe, 20 de agosto de 1935, Carpeta 1935, SC, FAT, UCA-BCR.

16 Martín B. Etcheberry aparece mencionado como socio activo de la Sociedad Rural Argentina en la “Guía general de estancieros de la República confeccionada para los miembros de las sociedades rurales argentinas bajo la dirección del señor R. J. Alais”, La Rural, XIV, 1912.

17 Carta del Arzobispo de Santa Fe Nicolás Fasolino a Américo Tonda, Santa Fe, 23 de octubre de 1935, Carpeta 1935, SC, FAT, UCA-BCR.

18 Carta del arzobispo Nicolás Fasolino a Américo Tonda, Santa Fe, 27 de diciembre de 1935, Carpeta 1935, SC, FAT, UCA-BCR.

19 Carta de Américo a padres y hermanos, Roma, 4 y ss. de diciembre de 1935, Carpeta 1935, SC, FAT, UCA-BCR.

20 Cartas de Américo a padres y hermanos, Roma, 4 y ss. (15 y 27) de diciembre de 1935, Carpeta 1935, yde Américo a padres y hermanos, Roma, 12 de febrero y ss. (5 de marzo) de 1936, Carpeta 1936, SC, FAT, UCA-BCR.

21 Carta de Américo a padres y hermanos, Roma, 13 de abril de 1936, Carpeta 1936, SC, FAT, UCA-BCR.

22 Carta de Américo a padres y hermanos, Roma, 5 y ss. de enero de 1936, Carpeta 1936, SC, FAT, UCA-BCR. La Cruzada era un periódico católico de Rafaela fundado en enero de 1932 y que estuvo dirigido durante varios años por el padre Emiliano Cerdán. En él publicará Américo Tonda artículos a partir de 1963 (Martínez, 1987: 488-489).

23 Carta de Américo a padres, Roma, 6 de noviembre de 1936, Carpeta 1936, SC, FAT, UCA-BCR.

24 Carta de Américo a padres y hermanos, Roma, 4 y ss. (6) de diciembre de 1935, Carpeta 1935, SC, FAT, UCA-BCR.

25 Carta de Américo a padres y hermanos, Roma, 4 y ss. (14) de diciembre de 1935, Carpeta 1935, SC, FAT, UCA-BCR.

26 Carta de Américo a padres y Celina, Roma, 10 de octubre de 1936, Carpeta 1936, SC, FAT, UCA-BCR.

27 El santafesino Francisco Juan Vennera (1911-1990) fue ordenado subdiácono en Roma en 1936. En 1956, el papa Pío XII lo designó Obispo Titular de Abitine y Auxiliar de Rosario. En 1959, Juan XXIII lo trasladó como obispo de San Nicolás de los Arroyos. Ejerció ese cargo hasta 1966, año en que renunció.

28 Presidente del Congreso Eucarístico de Buenos Aires de 1934.

29Carta de Edmundo Tonda y familia a Américo, Pueblo Marini, 6 y 8 de marzo de 1936, Carpeta 1936, SC, FAT, UCA-BCR.

30 Santa Fe, 4 de abril de 1936, Carpeta 1936, SC, FAT, UCA-BCR.

31Carta del arzobispo Nicolás Fasolino a Américo Tonda, Santa Fe, 2 de julio de 1936, Carpeta 1936, SC, FAT, UCA-BCR.

32 Luis Dusso nació en Helvecia en 1917y se ordenó a los veintidós años. Desarrolló una muy importante labor pastoral en Santa Fe junto a los sectores más necesitados.

33 Olimpo Maresma (1916-1979) fue ordenado sacerdote en 1940. En Rosario fue párroco y administrador general del obispado, y fue arzobispo de Mendoza entre 1974 y 1979.

34 Carta de Olimpo Maresma a Américo Tonda, Casilda, 12 de febrero de 1936, Carpeta 1936, SC, FAT, UCA-BCR.

35 Carta de Olimpo Maresma a Américo Tonda, Casilda, 12 de febrero de 1936, Carpeta 1936, SC, FAT, UCA-BCR .

36 Carta de Vicente Florio a Américo Tonda, Guadalupe, 30 de septiembre de 1936, Carpeta 1936, SC, FAT, UCA-BCR.

37 Carta de Américo a padres y hermanos, Roma, 4 y ss. (20) de diciembre de 1935, Carpeta 1935, SC, FAT, UCA-BCR.

38 Carta de Américo a padres y hermanos, Guadalupe, 19 de mayo de 1932, Carpeta 1932, SC, FAT, UCA-BCR.

39 Carta de Américo a padres y hermanos, Roma, 12 y ss. (29) de febrero de 1936, y de Américo a padres y Celina, Roma, 25 de mayo de 1936, Carpeta 1936, SC, FAT, UCA-BCR.

40 Carta de Américo a padres y Celina, Roma, 18 de marzo de 1937, Carpeta 1936. SC, FAT, UCA-BCR.

41 La historiografía americanista del historiador jesuita Pedro Leturia se ensancharía en los años treinta, en coincidencia a la permanencia de Tonda en Roma, con la publicación de obras como La emancipación hispanoamericana en los informes episcopales a Pío VII: copias y extractos del archivo vaticano (1935).

42 Cartas de Américo a padres y Celina, Roma, 25 de enero y 15 de febrero de 1939, Carpeta 1939, SC, FAT, UCA-BCR.

43 Carta de Américo a padres y Celina, Roma, 14 de abril de 1939, Copia de carta de Américo Tonda [al arzobispo Fasolino], s/f, y Carta del arzobispo Nicolás Fasolino a Américo Tonda, Roma, 26 de mayo de 1939, Carpeta 1939, SC, FAT, UCA-BCR.

44 Cartas de Fernando Rodríguez a Américo Tonda, Santiago, 5 de octubre de 1939, y Punta de Talca, 30 de diciembre de 1939, Carpeta 1939, y Santiago, 9 de enero de 1940, Carpeta 1940, y de Jorge Maier a Américo Tonda, Roma, 11 de abril de 1940, Carpeta 1940, SC, FAT, UCA-BCR.

45 Carta de Nicolás Fasolino a Américo Tonda, Santa Fe, 29 de junio de 1940, Carpeta 1940, SC, FAT, UCA-BCR.

46 Cartas de Américo Tonda a sus padres y hermana Celina, Buenos Aires, 30 de junio y 25 de julio de 1940, Carpeta 1940, SC, FAT, UCA-BCR.

47 Carta de Nicolás Fasolino a Américo Tonda, Santa Fe, 1 de julio de 1940, Carpeta 1940, SC, FAT, UCA-BCR.

48 Carta de Nicolás Fasolino a Américo Tonda, Santa Fe, 18 de septiembre de 1940, Carpeta 1940, SC, FAT, UCA-BCR.

49 Cartas de Pablo Tonda al director del Colegio San Alfonso, Rafaela, 3 de enero y 6 de enero de 1941, Carpeta 1941, SC, FAT, UCA-BCR.

50 Cartas de Juan Tonda a Américo Tonda, 7 de enero de 1941, y de Juan Aimini a Américo Tonda, San Martín de las Escobas, 4 de enero y 16 de enero de 1941, Carpeta 1941, SC, FAT, UCA-BCR.

51 Cartas de Américo Tonda a sus padres y hermana Celina, Guadalupe, 21 y 29 de diciembre de 1940, Carpeta 1940, y 18 de enero de 1941, Carpeta 1941, y de Alfredo Maulión a Américo Tonda, 2 de febrero de 1941, Carpeta 1941, SC, FAT, UCA-BCR.

52 Años después Tonda le dedicaría a Furlong el trabajo “El padre Furlong y sus estudios funesianos” en Archivum, tomo XIII, Buenos Aires, 1979, pp. 153-156.

53 Carta de Nicolás Fasolino a Américo Tonda, Santa Fe, 14 de marzo de 1941, Carpeta 1941, SC, FAT, UCA-BCR.

54 Carta de Nicolás Fasolino a Américo Tonda, Santa Fe, 15 de agosto de 1941, Carpeta 1941, SC, FAT, UCA-BCR.

55 Carta de Nicolás (seminarista) a Américo Tonda, Santa Fe, 16 de noviembre de 1941, El tratamiento crítico que Tonda proponía sobre la figura del Deán Gregorio Funes era conocido entre los amigos seminaristas. Uno de ellos, que firma como Nicolás, le escribe el 16 de noviembre de 1941: “Mucho me alegra que tu trabajo frise ya a su término, y espero que después tendremos la dicha de poderlo leer. Yo no sé, pero me parece que el pobre Deán Funes va a quedar a la miseria”. Carpeta 1941, SC, FAT, UCA-BCR.

56 Carta de Avelino Ignacio Gómez Ferreyra a Américo Tonda, Villa Devoto, 16 de agosto de 1942, Carpeta 1942. SC, FAT, UCA-BCR.

57 Carta de Víctor Hugo Quiroga a Américo Tonda, Buenos Aires, 4 de enero de 1943, Carpeta 1943, SC, FAT, UCA-BCR.

58 Carta de Mario Ruiz a Américo Tonda, San Miguel, 4 de febrero d 1943, Carpeta 1943, SC, FAT, UCA-BCR.

59 Carta de Avelino Ignacio Gómez Ferreyra SJ a Américo Tonda, San Miguel, 24 de julio de 1943, Carpeta 1943, SC, FAT, UCA-BCR.

60 Carta de Avelino Ignacio Gómez Ferreyra a Américo Tonda, Buenos Aires, 1 de septiembre de 1943, Carpeta 1943, SC, FAT, UCA-BCR.