Itinerantes. Revista de Historia y Religión 18 (ene-jun 2023) 29-48

On line ISSN 2525-2178


El libro sobre la Baja California, de Luis Sales O.P.



Luis Sales' Book on Baja California


Alfonso Esponera Cerdán

Facultad de Teología San Vicente Ferrer

 Universidad Católica San Vicente Mártir, Valencia

aespo.ar@dominicos.org



Resumen


Luis Sales es un escritor dominico español poco conocido, que en 1794 publicó Noticias de la Provincia de Californias, basado en sus vivencias como misionero en dicha Provincia entre 1773 y 1789, que le posibilitaron, como se presentará, por una parte corregir y ampliar la similar obra de los jesuitas Burriel y Venegas publicada en 1757, así como relatar algunas de sus experiencias misionales.


Palabras clave: Luis Sales; Misionero dominico; Península de Baja California; Concesión de títulos


Abstract

Luis Sales is a little-known Spanish Dominican writer, who in 1794 published Noticias de la Provincia de Californias, based on his experiences as a missionary in that Province between 1773 and 1789, which enabled him, on the one hand, to correct and expand the similar work of the Jesuits. Burriel y Venegas published in 1757, as well as recounting some of his missionary experiences.


Keywords: Luis Sales; Dominican Missionary; Baja California Peninsula; Concession of titles


Fecha de envío: 22 de mayo de 2023

Fecha de aceptación: 21 de junio de 2023


Introducción

Luis Sales O. P. fue un escritor dominico valenciano que publicó Noticias de la Provincia de Californias, basada en sus conocimientos y vivencias como misionero en dicha Provincia entre 1773 y 1789, siendo el primer libro que trata este periodo de la presencia de los dominicos en tal Península. Por ello, se presentarán los grandes rasgos de su trayectoria vital -desde su nacimiento en Valencia, en 1745, hasta su fallecimiento en Barracas, en 1807-, así como su producción literaria cuya noticia ha llegado hasta la actualidad en la que sobresalen sus Noticias de la Provincia de Californias, publicadas en 1794.

Posteriormente presentaré el obligado referente de ella como es el libro de los jesuitas Burriel y Venegas Noticia de la California, y de su conquista temporal, y espiritual, hasta el tiempo presente, publicado en 1757, deteniéndome en la visión que ofrecen de los californios y de su Religión. Después me centraré ya ampliamente en el escrito del dominico valenciano objetivo, división, etc., para pasar luego a sus aportaciones sobre Historia Natural y Etnografía y, entre sus diversos temas, a su presentación de la “conquista” realizada por los dominicos.


El autor: Luis Sales (1745-1807)1


Pasqual Jusep Manuel Vicent Joan Sales nació en la española Valencia el 13 de abril de 1745 y fue por lo menos un Curso, concretamente el de 1760, alumno de su Universidad de Filosofía Tomista (Albiñana, 1999). Quizás estimulado por el ejemplo de su pariente dominico José Sales, que había fallecido en 1726 en Manila con fama de santidad, tomó el hábito dominicano en el Real Convento de Predicadores de su ciudad natal el 23 de octubre de 1761, cambiando su nombre por el de “Luis”, hecho habitual en aquella época al ingresar en la Vida Religiosa y quizá por devoción a San Luis Bertrán (Callado, 2008: 137-185; Esponera, 2023:7-20). En dicho Convento realizó su formación clerical, pues era Estudio General de acuerdo con el vigente Plan de Estudios (Esponera, 1995: 375-431) y fue ordenado sacerdote que según la legislación canónica de aquel entonces solo se podía recibir con veinticinco cumplidos.

El 22 de marzo de 1770 se concedió a los dominicos españoles peninsulares ir a las Misiones de Baja California, que habían dejado los Jesuitas expulsados y llevaban los Franciscanos. Estas Misiones inicialmente no fueron atendidas por frailes de la Provincia de Santiago de México. Debe tenerse en cuenta que la Corona las otorgó para frailes de la metrópoli ibérica que deseaban ir como misioneros y que tenían que ser españoles de origen y de conventos de la Península Ibérica sin excepción. Sin olvidar que la mencionada Provincia mexicana estaba atravesando unos momentos de decadencia (Chávez, 2016: 15-16), que Mario Magaña ha calificado como de “indiferencia notable”, pero que ha matizado posteriormente (2018; 325).

Respondiendo a la convocatoria hecha en julio de ese 1770, Sales integró junto con otros veintisiete, la primera barcada o Misión que el 20 de junio de 1771 partió de la península ibérica, estando a su llegada algún tiempo en la ciudad de México. Vinculada con la llegada de frailes españoles europeos, también están la de los que se reclutaban para cumplir el multisecular tema de la Alternativa, que no hay que confundirlos como por ejemplo Sales.

Estos religiosos tomaron posesión de las antiguas Misiones existentes el 12 de mayo de 1773. Sales llegó a Loreto el posterior 21 de septiembre. Transcurrido el preceptivo decenio en las tareas misioneras, estuvo en la Misión de San Fernando, de Nuestra Señora de Guadalupe, de San Vicente Ferrer y de San Miguel, y solicitó en diversas ocasiones regresar a España.

Para mediados de 1788, la veintena de dominicos españoles que se ocupaban de atender aquellas Misiones y la región de “La Frontera”, llevaban quince años en ellas. En su correspondencia con el Provincial de la Provincia de Santiago, a la cual estaban asignados, y con el Virrey de Nueva España, señalan sus desatendidos deseos por salir de la península, y poco a poco lograron ser atendidos, aunque con dificultades. Algunos de los misioneros californios, concluido su periodo, quedaron en el Convento de Santo Domingo de México para cumplir las necesidades de la Alternativa (Magaña, 2018: 329-339), lo cual explica en parte la actitud del Prior de Santo Domingo, en ausencia del Provincial, para no dejar marchar a Sales en 1789. Si bien él en sus Noticias no lo indica expresamente, se conoce por otra documentación.

No debe olvidarse que para la Corona española las Misiones seguían representando uno de los modelos de poblamiento fronterizo más importante en la conquista y colonización de aquellas tierras. Según la vigente secular ley del decenio cada misionero debía permanecer en el puesto como mínimo diez años para ser sustituido, siempre que tuviera un sustituto y las autoridades dominicanas y civiles pertinentes dieran permiso. Por ello, a Sales sólo se le concedió permiso el 6 de junio de 1789 (Chávez, 2016: 16-22). Llegó a su ciudad natal en octubre de 1790, reintegrándose a su comunidad y labrándose cierta reputación como orador en celebraciones litúrgicas de relevancia. Además, publicó en 1794 sus Noticias de la Provincia de Californias.

Su compañero en la expedición, el andaluz Francisco Galisteo, inició en 1790 -siguiendo lo que se concedía a los franciscanos- gestiones ante la Corona y el Maestro General para que se le otorgasen títulos y privilegios por haber sido misionero en estas Misiones (Esponera, 1996: 337-390; 1995: 329-348; 1994: 271-336). Gestiones que unos años después también realizó el mismo Sales, siendo su libro editado un soterrado apoyo de ello, concediéndosele el pretendido título de Maestro (Esponera, 1999: 238-239; 243-259). Fue elegido Prior del pequeño Convento de Segorbe (Castellón) hacia 1806, y falleció en la cercana población de Navajas el 10 de septiembre del año siguiente.


El libro Noticias de la Provincia de Californias y otros escritos


Sales en enero de 1789 escribió al Virrey: “he formado una colección de noticias pertenecientes a la California, Yndios, semillas, costumbres de Yndios, entierros, Fiestas, etc.; todo lo que me ha costado un trabajo inmenso en aprender su Ydioma, y para mayor facilidad de los Missioneros he formado un Diccionario y Catecismo en lengua [casi con toda seguridad cochimíes].”2 Así pues, estaríamos ante el interesante tema de escritos misioneros como actividad humanística y traductológica. Pero sólo han llegado hasta nosotros sus Noticias además de algunos informes y cartas, si bien escribió otros volúmenes que continúan sin ser localizados:

a) Mapa particular de lo interior de la Provincia y otro de lo exterior de la costa oriental y occidental. ¿Es el mismo que el que menciona, pero que finalmente no se publicó? (Noticias, III, 97).

b) Diario de su viaje, desde que salió de Valencia hasta su regreso;

c) Instrucción fácil para la reducción de los gentiles;

d) Representación al Obispo de Sonora, D.fr. Antonio Reyes, del Orden de S. Francisco, a favor de los Misioneros, proponiendo muchos puntos importantes para el gobierno de dicha Provincia;

e) Notas críticas a la Vida que se imprimió en Méjico en 1784 en un tomo en 4o del P. Junípero Serra, mallorquín, Misionero que fue de dicha Provincia de California, en las que rebate muchas falsedades;

f) Diccionario y Catecismo en lengua cochimí.


Un referente: la obra de los jesuitas Burriel y Venegas


Es importante hablar del volumen aparecido en Madrid, en 1757, en tres volúmenes, atribuido al jesuita Miguel Venegas, pero reelaborado por Andrés Marcos Burriel, también de la Compañía de Jesús. Este libr es una obra referente de Las Noticias del dominico Sales pues le dedicará amplios párrafos a corregir y ampliar al gunas de sus afirmaciones.

Lleva este largo pero descriptivo título: Noticia de la California, y de su conquista temporal, y espiritual, hasta el tiempo presente. Sacada de la historia manuscrita, formada en México año de 1739 por el Padre Miguel Venegas, de la Compañía de Jesús; y de otras Noticias, y Relaciones antiguas, y modernas. Añadida de algunos mapas particulares, y uno general de la América Septentrional, Assia Oriental, y Mar del Sur intermedio, formados sobre las memorias mas recientes, y exactas, que se publican juntamente.

La primera parte es la “descripción de la California y de sus habitadores”. La segunda parte versa sobre los diversos intentos que se dieron para la conquista californiana antes de la llegada de los jesuitas, para centrar la siguiente en los trabajos de estos religiosos en ella “hasta el tiempo presente”. Finalmente está el Apéndice documental, al que Burriel considera “esencial”, pues justifica “que son bien hechos los gastos para mantener la California, aunque tan miserable” (Fita, 1908: 403), dado que son unas tierras de enorme importancia estratégica para los intereses españoles. Por ello transcribe siete fuentes relacionadas más con la península que con los jesuitas.

A continuación, voy a presentar con algún detenimiento la visión que de los californios y de su Religión ofrece esta Noticia de 1757, por la dependencia que de ella tiene la que brindará nuestro dominico. Se centra en los indios con los que habían tomado contacto los jesuitas. Su criterio clasificatorio es por “naciones”. Estaban desde el sur hacia el norte fundamentalmente los pericúes, los guaycurúes y los cochimíes (Venegas, 1757: I, 66-67). Por otra parte, “son bien formados y de talla corpulenta, y bien hecha; el rostro no es desapacible, aunque le afean los untos con que a veces se embijan, o pintan de colores, y los agujeros con que horadan las orejas y na­rices. El color es algo más tostado y obscuro, que el de los otros indios de Nueva España” (Venegas, 1757: I, 68).

Su capacidad, índole, genio y costumbres son muy similares a las de los restantes indios americanos, exceptuando los aztecas e incas. Y los caracteriza “la estupidez é insensibilidad; la falta de conocimiento y reflexión; la inconstancia y volubilidad de una voluntad, y apetitos sin freno, sin luz, y aún sin objeto; la pereza y horror a todo trabajo y fatiga; la adhesión perpetua a todo linage de placer y entretenimiento pueril y brutal; y finalmente, la falta miserable de todo lo que forma a los hombres, esto es: racionales, políticos y útiles para sí y para la sociedad”. No tienen ambición “y lo más que apetecen es ser tenidos no tanto por valientes como por forzudos” (Venegas, 1757: I, 74, 76).


En una palabra, estos infelices hombres pueden igualarse a los ni­ños a quienes no ha acabado de desplegarse del todo el uso de la ra­zón; y nada se pondera en decir, que son gentes, que nunca salen de la niñez. Su passión dominante es la que corresponde a estado tan in­feliz en que hacen tan corto uso de la racionalidad: es a saber, una vehemente inclinación a todo género de diversión y deleyte, ale­grías y passatiempos desconcertados, juegos, bayles y zahoras [=comilonas en las que hay bulla y zambra], en que passan brutalmente entretenidos sus miserables días (Venegas, 1757: I, 78).

Tomando como inevitable referente el origen y concepción de la autoridad “al modo europeo” de la época, afirman que “[sus jefes] daban órdenes para la colección de frutos y pescas; y para las expediciones militares, quando se havían de hacer hostilidades a otra nación ó ranchería. No se lograba ésta tal qual superioridad por sangre y familia, ni por privilegios de edad, ni tampoco por votos y elección formal de los súbditos. Sólo la natural necessidad que pide dirección y acuerdo, de uno ó de pocos, para socorro de las necesidades comunes, obligaba a que con un tácito consentimiento se elevasse sobre los demás aquel que era más animoso, ó más avisado, y ladino; pero su autoridad se ceñía forzo­samente a los términos que quería ponerle el antojo de los que, sin saber cómo, se le sometían” (Venegas, 1757: I, 80).

Como ya he señalado, distingue tres lenguas fundamentales. Además señala que -como en “todas las Naciones, que hasta ahora se han descu­bierto en la América”- “no se ha encontrado hasta ahora, que los californios hayan sabido el artificio maravilloso de las letras, con las quales hablamos a los ausentes y con que pueden conservarse las memorias de los siglos pasados” (Venegas, 1757: I, 78). Además, “el uso de las letras en los californios sería un hallazgo de mucha consequencia para rastrear si passaron o no del Asia al Continente, que oy pueblan, las naciones americanas, antes ó después de la invención de los caracteres en Asia y en Europa; y para congeturar a qué raza de las gentes conocidas pudieron pertenecer los primeros pobladores. Los californios son los más vecinos al Asia de todos los Americanos en lo descubierto y reconocido […] ¡Qué hallazgo sería tropezar estos mismos caracteres [de los pueblos del Oriente asiático], ú otros parecidos á ellos, en manos de los Indios Americanos más vecinos al Asia!. Pero por lo que toca a los californios, si alguna vez tuvieron semejante modo de perpetuar sus memorias, lo perdieron del todo, sin haverse hallado entre ellos más que aquellas tradiciones débiles, que passando de padres a hijos por sólo la viva voz, se desfiguran de unos en otros con faci­lidad. No conservaban noticia alguna de el parage determinado, de donde vinieron a poblar la California” (Venegas, 1757: I, 70-71).

Una expresión de su relativa “modernidad”, así como de sus seguidores, es que a diferencia de los autores del XVI -reiterados por algunos de los posteriores- no hablan de pecados nefandos o contra natura (p.e. sacrificios humanos y antropofagia; incesto; sodomía). Estos pecados y sus correspondientes cas­tigos divinos habían servido para explicar, en buena medida, la Historia y el desarro­llo de la Humanidad, desde la descendencia común para toda ella -primero de Adán y luego de Noé- hasta la esclavitud de los negros (pecado de Cam) y la diversidad de las lenguas (construcción de la torre de Babel), así como para calificar el salvajismo de aquella sociedad.

Sobre “la antigua falsa Religión de los californios” (Esponera, 2001: 93-127), brindan diversas informaciones pero insisten que no es “idolatría”:


todas las Relaciones convienen que entre los californios no se ha hallado hasta ahora Idolatría: porque ni adoraban a criaturas algu­nas, ni tenían figuras ó ídolos de falsas Deydades a quienes tribu­tassen algún linage de culto. Tampoco havía entre ellos templos, oratorios, altares, ó otro lugar alguno deputado para los actos de Religión; pues ni aún actos de Religión havía, ó profesión exterior de ella con fiestas, oraciones, votos, expiaciones, ó algunas otras prácticas de reconocimiento a Dios, públicas ó privadas (Venegas, 1757: I, 100).


Y si bien para aquellos europeos no tenían sacrificios ni otra cosa que pudiese parecer culto y adoración de la Divinidad, tenían sacerdotes (hechiceros), pues “la assitencia de los Sacerdotes hace que puedan mirarse como fiestas de Religión, porque ellos tenían en ellas el primer papel” (Venegas, 1757: I, 113).


Noticias de la Provincia de Californias de Luis Sales O.P.


El libro Noticias de la Provincia de Californias en tres Cartas de un Sacerdote Religioso hijo del Real Convento de Predicadores de Valencia a un amigo suyo fue publicado en Valencia en 1794, en volúmenes en octavo, de cierta difusión incluso en Madrid. Consta de tres cartas con dos estadillos finales de doble página. Probablemente su autor no creyó tener los materiales necesarios para que su libro fuera una “Historia”. Pero puede subyacer una mera emulación de la Noticia de 1757. En este trabajo se citará por la edición de V. Ribes en el segundo volumen de sus Misioneros valencianos en Indias, publicada en Valencia en 1989.

La división responde a la temática que trata en cada una de ellas. En la primera, después de un breve prólogo -Al que leyere- pasa a presentar lo que podríamos denominar “noticias complementarias de la Historia Natural de la Provincia de la Antigua o Baja California”, aunque con más exactitud -si bien él no lo indica- se referirá a los indios con los cuales entró en contacto. Los temas abordados son: a) relieve, suelo, hidrografía, y rectificaciones a diversos autores; b) “calidades de la Provincia” (extensión, climatología, animales, fauna, flora, minerales, etc.); c) “carácter y costumbre de los indios”; d) “religión de los Indios”; e) “de los curanderos de los indios”; f) “fiestas, entierros y exequias de los indios”; g) “enfermedades de los indios”; h) “idioma de los indios”.

La segunda se inicia con un extenso prólogo también titulado Al que leyere y en el que habla de las ventajas de la pacífica conquista espiritual y temporal, de la diversidad de caracteres de los indios, de un grupo étnico del “canal de Santa Bárbara” en Nueva California, y del color de los indios. Parecería que había recogido nuevas informaciones, que no encajaban en el plan previsto de la obra y, en parte ya cumplido, las coloca en este lugar y en otras partes de esta carta, como es el caso del extenso informe de Tobar y Tamariz.

Pasa luego a presentar lo que también son “noticias complementarias” de la conquista espiritual y temporal de la Provincia, o sea, sobre el modo con que se introdujo el Cristianismo, sus progresos, entrada de misioneros, disposiciones de la Corona al respecto, etc.: Apología del misionero y breve relato de la conquista temporal y espiritual de la Provincia; labor de los jesuitas en la Provincia; “Nómina de las Misiones fundadas por los Padres expulsos, con la expresión del año y de sus bienhechores”; “Entrada de los Padres Franciscos del Colegio de S.Fernando de México”; noticias del corsario Juan Kendrig; algunos comentarios personales a este Informe; otras noticias sobre Nueva California.

Y en la última carta, en el ya habitual Al que leyere, señala sus contenidos, las incidencias de su redacción y las finalidades de toda la obra. Después, presenta “las disposiciones de la Superioridad en la entrada de nuestra sagrada Religión de Santo Domingo, las conquistas y progresos hasta el presente”, añadiendo un poco más adelante, que se podrá observar “el gobierno de los Religiosos y lo que dia­riamente se practica, y advertirá, que atendidas sus inclinaciones [de los californios], no hay ni puede haber otro método para contenerlos” (Ribes, 1989: II, 55). Por tanto, ofrece lo que serían “noticias de la conquista espiritual de la Provincia” por parte de los dominicos en el período 1768-1789. Pero no hace ningún tipo de división, si bien sigue un relato bastante cronológico y autobiográfico.

El valenciano dice explícitamente que su objetivo es el de brindar información exacta y actual sobre la Baja California: ofrecer “una breve descripción de aquellos terrenos, con una cabal noticia de los indios, sus costumbres, in­clinaciones é idiomas; de los animales, peces, plantas, yerbas y demás; [… así como de] la conquista espiritual y temporal de aquel país, y las varias épocas de sus Misiones [especialmente, la dominicana]” Ribes, 1989: I, 3).

Al comienzo de la segunda carta, traza el siguiente alegato del misionero que trabajaba con aquellos indios gentiles:


Porque aquí se trata de buscar los Indios infelices, atraerlos con algunos pequeños dones, hablarles con suavidad, hasta lograr la dicha de tenerlos instruidos y bautizados, que es el fin del Misionero. Esto es menester tenerlo muy presente para desim­presionar a algunos, que les parece que los Misioneros no tienen trabajos especiales, que viven muy ociosos, y que lo pasan mejor y con más libertad que en otras partes. En esto ciertamente se engañan, porque el oficio de Misionero Apostólico es el más distin­guido: su objeto el más noble, y sus ideas adornadas con la caridad deben considerarse como las más útiles, no sólo para la Religión, sino también para el Estado; pues los Misioneros al paso que ade­lantan el reyno de Jesu Christo, extienden los dominios del Rey Católico, y por eso en estas Provincias importan más los Misioneros que las Tropas veteranas. (Ribes, 1989: II 17-20).


Significativamente a lo largo de toda su obra insiste en que “un misionero en las fronteras de gentiles se debe contemplar como un hombre solo, sobre cuyos hombros descansa el gobierno espi­ritual y temporal de una República” y que “en las fronteras de los Gentiles, en donde he vivido muchos años, los tra­bajos son imponderables” (Ribes, 1989: II, 15; III, 86). Además de lo arduo, difícil y solitario de tal trabajo, tampoco hay que olvidar que dichos puestos misionales solían ser pobres y con grandes carencias de medios materiales y por lo tanto no posibilitaban el enriquecimiento, unos de los fallos más señalados de algunos misioneros.

Es su libro una autobiografía ¿un libro de memorias, o más bien una relación histórica? Personalmente me inclino a pensar que la obra de Sales en realidad es una especie de informe en forma epistolar, basado tanto en documentos como en la experiencia de casi veinte años. Pero ¿por qué eligió la forma epistolar, tan diferente de la seguida por sus antecesores? Sin olvidar la posible influencia de las modas literarias del momento en cierto tipo de sus potenciales lectores, quizá la razón fue porque no pretendía hacer una exposición sistemática y completa de la temática que iba a tratar, que es lo que buscaban algunas de sus principales fuentes. Además, le interesaba más hablar de sus experiencias personales, origen de muchos de sus conocimientos.


Las aportaciones de las “Noticias” sobre Historia Natural y Etnografía

Como ya se ha indicado, Luis Sales escribe su obra para corregir, precisar y completar lo que se venía publicando sobre los reinos mineral, vegetal y animal de aquella California así como de sus indígenas. Cuando habla, por ejemplo, del actual volcán Las Tres Vírgenes dice: “los montes llamados Vírgenes, en que apenas se ve una mata de yerba, solo sí muchos Volcanes de azufre, que sirve de abasto a todas las Provincias”. O cuando habla de la marea en el puerto de San Luis: “el fluxo y refluxo que se advierte, es grande é irregular; anega todas las playas del desemboque del río Colorado, dexando infinitos pantanos, de modo que no se atreven a subir las lanchas más pequeñas”, o de los habituales huracanes (Ribes, 1989: I, 11-14).

En cuanto a la cuestión discutida por los naturalistas de la época del posible silencio y poco colorido de la avifauna americana -para algunos una de las manifestaciones de la inferioridad del Nuevo Mundo- la rechaza al señalar que “entre las aves se cuentan las mismas que en España, aunque abunda de Cardenales, que son muy hermosos; los Censoncles [cenzontles, llamados “los ruiseñores de América”], que cantan primorosamente; y Chupa-mirtos, que hacen diferentes visos en su cuerpo por sus colores” (Ribes, 1989: I, 20). Respecto a la cobardía de sus fieras, otra expresión de la pretendida inferioridad americana, afirma que “aunque los leopardos son muy feroces, con todo la naturaleza ha hecho su constitución de tal modo que tienen un tendón que baxa de la frente a la nariz, en el qual dándole un golpe quedan como muer­tos” (Ribes, 1989: I, 19).

No aporta mayores novedades cuando al hablar del ganado vacuno “cimarrón o montaraz” dice que “se cría en los montes, abunda extraordinariamente más en unas tierras que en otras; éste no es propio de la tierra, sino que habiéndolo conducido los misioneros de la Provincia de Sonora, por descuido de los vaqueros ó pastores, se fue saliendo de las cer­cas, procreó en los montes, y acomete con fiereza a las gentes”. O cuando de los caballos señala que “los castran todos, porque trabajan más y se mantienen con menos” (Ribes, 1989: III, 99-103).

La característica de ser lampiños era otro de los argumentos que se estaba aduciendo para fundamentar la inferioridad de los indios americanos, vinculándose a su falta de ardor viril y a su indolencia (González, 1992: 25-33), con lo cual se identifica nuestro valenciano. En cuanto al origen de todos los indios americanos -otra de las cuestiones disputadas en aquellos momentos- coincidiendo con lo que indicaba la Noticia de 1757, es partidario del paso desde las tierras asiáticas (Ribes, 1989: I, 15-17). También señala que los californios:


antes de bautizarse [o sea, de integrarse a las Misiones] jamás han probado el pan, porque no conocen el trigo, cebada ni mijo; del mismo modo ni conocieron carneros, bacas, machos cabríos ni gallinas. De modo que sus comidas son muy simples: de yerbas, frutas silves­tres, conejos, venados, víboras, culebras, ratas, lagartos y otros animales del monte. (Ribes, 1989: I, 42).


El tema de la salud y de las enfermedades le preocupó bastante, dedicando un extenso apartado a ello. Y así dice:


La salud de que gozan los indios gentiles [es debida] a que sus comidas son muy simples: no prueban la sal, y como casi siempre son yerbas ó frutas, son de más fácil digestión; carecen de Médicos, sólo los viejos suelen servir, pero jamás usan de sangría, ni otros remedios fuertes. Añádese a esto los muchos y continuados sudores con que agitan su naturaleza, y aunque alguna vez estén enfermos, siempre duermen en el duro suelo, y junto al fuego, y éste con humo (Ribes, 1989: I, 84).


También constata que “en algunas Misiones ya reducidas se ven los indios con accidentes de pecho y algo flacos; y se advierte por lo común, que sobre comer solas yerbas quando gentiles, gastan menos salud después de christianos, quando ya se alimentan de trigo; lo que sin duda pro­viene del nuevo método de vida, del trabajo, y de que no tienen tanta libertad” (Ribes, 1989: I, 98).

Habla de graves epidemias de viruela, de “tabardillo” y de “llagas gálicas”. Pero “la poca dieta que ellos guardan (pues aunque se estén muriendo, si les traen algún pescado ú otra cosa no la desean); el estar á la inclemencia, y siempre al lado del fuego y del humo, aunque haga el calor más furioso; el arrojarse dentro del mar en sus enfermedades; y otras locuras que ellos practican, pensando erróneamente libertarse de sus dolores, son la causa de que estas epidemias los acaben.” (Ribes, 1989: I, 85-86). Los “civilizados” europeos no podían comprender que a veces estos abandonos eran por temor al contagio y por necesidad de ir a recolectar alimentos en nuevas tierras.

Dedica unos extensos párrafos -punto que no tocan sus antecesores jesuíticos- al mal “gálico” (Ribes, 1989: I, 86-89), es decir, la sífilis, y a sus estragos en la población indígena, sobre todo la que estaba en relación con los europeos. En primer lugar, rechaza la identificación de este mal con “unos tumores que aparecen sobre las ingles, y luego desaparecen” de los indios que no están en contacto con “la Tropa, cuya vida y libertad en aquella Provincia es bastantemente licenciosa, y suele ser causa de muchísimo perjuicio en las conquistas”. Una vez descartada que sea una enfermedad “nacional”, o sea oriunda de aquellas tierras, continúa haciéndose eco de las diversas opiniones acerca de dicho origen, inclinándose por el contagio a través de los españoles, aunque actualmente se ha descubierto que ya existía en algunas zonas de América antes de que llegaran éstos.

Y tanto esta “peste” como las otras de las que se hace eco -sarampión, tifus y viruela- y que ocurrieron en el período comprendido entre 1734 y 1788, afirma que la gran mayoría fueron “como castigos de Dios” por los alzamientos de los indios, añadiendo un cauteloso “pero sea lo que fuere para nuestro asunto” (Ribes, 1989: I, 94). Comenta también respecto a las inoculaciones y demás cuidados realizados durante las diversas epidemias: “En quanto a los remedios que aquí se han experimentado puedo decir a Vuestra Merced que hay algunos muy eficaces”. Se describe a continuación el uso de diversas plantas medicinales:


En fin, hay otras yerbas muy provechosas. Si desde el principio se hubieran aplicado algunos inteligentes á hacer exacta averiguación de estas yerbas, segura­mente se podría haber formado un libro curioso y de muchísimo provecho. Si los muchos trabajos y obligaciones indispensables que rodean a un Misionero puesto en las fronteras de los gentiles, no le ocuparan la mayor parte del día, algo más se podría añadir aquí especificando la figura, el color, extensión y demás circunstancias de dichas yerbas (Ribes, 1989: I, 97-98).


Habla muy poco del trigo y del vino, rasgo que tienen los autores jesuitas respondiendo a la imperante polémica anti-jesuítica. Esto es debido no tanto a no querer participar o ser salpicado por ella, sino a que en la zona que él conoció no había gran producción al respecto.

Antes de concluir este apartado, quiero mencionar una constatación etnográfica suya no recogida por ninguno de sus predecesores y que quizá se refiere a los semi-esclavizados prisioneros de guerras pasadas, miembros de tribus enemigas: “Aunque los Indios Californios son pobres, como llevo dicho, hay entre ellos otros más pobres: a estos jamás se les oye una palabra quando conversan los demás; se ponen en un rincón; comen los desperdicios de los otros; son obedientes a todos; y si acaso los maltratan mucho, huyen a los bosques y allí viven solos como fieras” (Ribes, 1989: I, 43).


La “conquista” realizada por los dominicos


Luis Sales para precisar los verdaderos alcances de lo que había sido el quehacer de sus hermanos y de él mismo en aquellas tierras, se vale de un término empleado ya antes por diversos autores sobre la obra misional en el Nuevo Mundo: la “conquista espiritual.” Por una parte, es una visión únicamente encomiástica y enaltecedora de la conquista espiritual, fundamentalmente de la desarrollada por los dominicos, brindando juicios negativos muy discutibles, pues están lastrados por su etnocentrismo europeo y su visión de la Historia.

Si bien puede hablarse de la existencia de un programa misional, ello no quiere decir que aparezca clara y sistemáticamente formulado, sobre todo tal como se entiende en la actualidad. Sin olvidar que Sales habla fundamentalmente de su experiencia en Misiones de frontera. De su dimensión física estructural aborda diversos aspectos. En cuanto a las condiciones del lugar de asentamiento señala que los hijos de San Ignacio fueron colocando sus Misiones “en aquellos sitios mas cómodos [o sea, con agua, leña, piedra, etc. lo más abundantes posibles], aunque de éstos hay muy pocos en toda la extensión de esta Provincia; y por eso advertirá Usted ser en algunas Misiones la distancia muy considerable, y ni en las medianías se ven casas, gentes ni Pueblos; y muchas veces ni aún agua para beber” (Ribes, 1989: II, 30-31). Los religiosos dominicos -y autoridades civiles- procuraron seguir los mismos criterios para elegir el lugar de asentamiento, pero no siempre lo lograron en la primera ocasión y tuvieron que hacer algunas mudanzas.

En cuanto a la ubicación intentaba responder a los planes geoestratégicos previamente diseñados. No ocurría lo mismo en relación a la distancia entre cada una de ellas. El franciscano Junípero Serra opinaba en 1771 que fuera de unas 25 leguas (aproximadamente 105 km.), por estas razones (Borges, 1992: 468): establecer sin solución de continuidad un territorio cristiano; evitar el total aislamiento de los misioneros; para que los religiosos que viajaban, recorriendo unos 35 km. diarios, pudieran pernoctar en una Misión al menos cada tres días de camino; y para el mejor funcionamiento del Correo si estaban enclavadas en su camino de paso.

Lo mismo que en el resto de la América hispana de la época, cada Misión solía estar compuesta del poblado cabecera al que correspondía un territorio jurisdiccional. La ca­becera era un pequeño caserío, de construcciones escasas y senci­llas, de adobe o de estacas y tierra las más principales. Teóricamente cada una debería tener: una Iglesia y normalmente junto a ella la “casa de los Padres”, el almacén, la casa de los solda­dos si los había, las casas de las diversas familias cristianizadas -“corta y pequeña” la define Sales (Ribes, 1989: III, 59)-, la casa para los indios gentiles, las respectivas casas para los viudos, solteros, etc. de ambos sexos y las respectivas enfermerías, las escuelas para los niños de uno y otro sexo, e inclusive una casa para que pernoctasen los forasteros.

Sobre los diversos quehaceres de la vida cotidiana de tales establecimientos, dice: “Cada una de las Misiones debe contemplar[la] Vm. como una pequeña, pero ordenada República. El Misionero es el Padre, la Madre, el Criado, el Juez, el Abogado, el Médico y quantas castas de artesanos hay en el pueblo. Nada se em­prende, nada se determina, que no sea según la di­rección del Misionero” (Ribes, 1989: III, 54-55). Expresiva y elocuente presentación de las diversas responsabilidades y obligaciones que tenían los misioneros, lo cual ya no ocurría en los puestos misionales de otras zonas americanas o de mayor antigüedad, que se limitaban únicamente al campo espiritual. El multisecular sello de omnipresencia y paternalismo por parte del misionero en este “programa reduccional” seguía indeleble. Tal acti­tud indudablemente posibilitó una convivencia pacífica y cierto bienestar, pero mantuvo al indígena en la dependencia del menor de edad.

A continuación, el valenciano se refiere a lo que podríamos denominar “actividades relativas a la vida religiosa y espiritual de sus pobladores”, que eran las típicas y comunes en aquellos tiempos (Ribes, 1989: III, 55-56). Como en el período jesuítico, los niños acudían a una especie de escuela. Sales no habla expresamente de ellas, aunque las Instrucciones de 1784 era terminantes al respecto: “que por ningún pretexto se deje de tener escuela en todas las Misiones, para enseñar a leher y escribir a todos los pequeñuelos”3. Los niños además aprendían el Catecismo y permanecían comúnmente de los seis a los doce años.

Un aspecto de particular importancia eran los días de fiesta, que tenían una evidente doble dimensión. Por una parte, la del reparador descanso de los trabajos, pero por otra la del impacto psicológico de los rituales desarrollados en su celebración sagrada. En relación con todas estas tareas religiosas, está el empeño para que no recayeran en su Religión anterior. Y para ello se esforzaban por disolver los bailes rituales indígenas por parte de “[la Tropa y] del Misionero es muy conveniente […] para evitar las muertes y demás desórdenes; y también para im­pedir las resultas del bayle, pues como allí se juntan de tantas partes, suelen convocarse para pegar fuego a la Misión, hurtar ó matar al Religioso” (Ribes, 1989: I, 74-75).

Pero la labor de los misioneros no se reducía sólo a esto. Si bien a comienzos del siglo se había dado la ten­dencia a limitarlas al campo exclusivamente espiritual, arrebatándoles las funciones de índole temporal o profana por consi­derarlas impropias de su ministe­rio. Dice Sales que:

la otra pesadísima carga que tiene el Misionero es el cuidar de lo temporal, porque aquí debe suponer Vuestra Merced. que los indios en las Misiones todos viven de común. Por lo qual, para que tengan qué comer, los unos Misioneros trabajando mezclados entre los indios, otros pro­yectando modos para adelantar las siembras, otros fa­bricando Iglesias, casas y almacenes para las semillas, han levan­tado a estos indios para que salieran de su pobreza. Concluido el exercicio espiritual por la mañana en la Iglesia, se presentan todos los días los indios y el Misionero señala a cada uno el oficio en que debe exerci­tarse; a las mu­geres les reparte su hacienda de lana ó algo­dón para que la hilen, lo mismo hace con los niños y con las niñas. Igualmente nombra a uno de los más racionales para que cuide del trabajo y para que avise de lo ocurrido; lo mismo hace con las mugeres. Desocupado de esta fa­ena, debe visitar la enfermería, y de aquí se va al campo a ver el tra­bajo de los indios ó a trabajar con ellos (Ribes, 1989: III, 56-57).

El misionero se dirigía a los indios muy probablemente -aunque hay referencias sobre cierto conocimiento de las lenguas indígenas- en castellano, siguiendo así la normativa vigente que mandó su castellanización, la cual debía estar avanzada (Ribes, 1989: III, 88-89). Las Instrucciones de 1781 dan esta significativa orden: “que para evitar algunos grabes incombenientes que de la natiba curiosidad de los indios se han originado y aún pueden acaecer en lo sucesibo, hagan los Religiosos todo lo posible para hablarse en latín unos a otros, así dentro como fuera de la Casa”4.

Si bien las la­bores agrícolas eran la actividad principal de los indígenas, tenían tam­bién otras ocupaciones dentro de la Misión: albañiles, constructo­res, enfermeros, etc. Las de intérprete, correo y fiscal-gober­nador exigían una mayor responsabilidad y sólo las desem­peñaban los que habían demostrado le­altad y conocimiento de la Doctrina Cristiana.

La atención a los enfermos, evangélica obra de misericordia, también preocupación por la mano de obra, no se descuidaba. Actuaciones de los misioneros que buscaban contrarrestar la poderosa influencia de sus chamanes: llegar hasta los desatendidos por los suyos por convicciones religiosas o por miedo al contagio, organizan puestos de socorro, etc. De este modo, en vez de extirpar directamente las consideradas supersticiones, las hacían repulsivas a los indígenas y a cambio les ofrecían unas relaciones humanas basadas en una moral y una concepción del hombre novedosa.

La separación por sexos no sólo se daba en las enfermerías. El valenciano informa que “entre día es necesario una continua vigilancia para que no se junten hombres con mugeres y que éstas en medio de sus labores estén siempre emplea­das en rezar ó en cantar cantos de la Iglesia”. Y también que el misionero debe esforzarse por “hacer que todos duerman separados: los niños, solteros y viudos en su casa con llave, y sólo el marido con su muger en su casita corta y pequeña” (Ribes, 1989: III, 56, 59).

El ganado vacuno “se cría dentro de las cercas, porque el cimarrón ó mon­taraz, que se cría en los montes, abunda ex­traordinariamente más en unas tierras que en otras […] Cada Misión dentro de su territorio tiene acción a abastecerse de este ganado montaraz aunque con mucho peli­gro, no para vender las carnes sino para las necesidades de los Indios.” (Ribes, 1989: III, 99-100). También había caballos del Estado (yeguas y machos) que pertenecían a la Corona y estaban para las tareas militares (Ribes, 1989: III, 102-103).

Así pues, cada establecimiento misional tenía un conjunto de bienes -caballos, mu­las, vacas, borricos, ovejas, cabras, trigo, maíz, etc.- “para su subsis­tencia y su administración está al cuidado del Misionero, sin que éste pueda utilizar cosa alguna, pues todo pertenece al común de los indios” (Ribes, 1989: III, 99). Sales continúa señalando que “[el misionero] debe dar disposición para el almuerzo, comida y cena […] La comida toda se hace en un caldero co­mún y de allí lo reparte el Misionero con su propia mano a los indios infelices. Lo mismo su­cede con la ropa, pues con la poca que le suelen remitir desde México va cubriendo en los hombres y mugeres lo que la naturaleza pide estar oculto.” (Ribes, 1989: III, 57-59).

La asegurada alimentación fue uno de las motivaciones de la incorporación de los indios a las Misiones y lo mismo debe decirse en cuanto a la distribución de ropa. En otro lugar informa que “las cosechas del trigo no suelen ser muy abundantes, pero las de maíz son abundantísimas; más no en todos los parages y en algu­nos falta aún para lo necesario y en otros sobra. Esto es, atendida la es­casa comida de los indios y que el abasto de la Tropa se lleva la mayor parte” (Ribes, 1989: III, 99). Hechos que a nuestro valenciano le llevan a concluir al hablar de la Misión de Santa Gertrudis y constatar que a sus indios cuando “no los puede mantener los echa a los montes, y esto es muy regular: Vuestra Merced podrá inferir, qué progresos se podrán esperar de estas proporciones” (Ribes, 1989: II, 41). Sin mencionar que a veces por tal carencia de alimento “se veían precisados a robar de la Misión o ir a la fuga”.

En cuanto a las visitas alternadas de los indios a las Misiones dada la escasez de comida, que ya practicaban los jesuitas, lo ideal era que permanecieran en ellas, pero dado que por las precariedades existentes no podía ser así, con estos contactos repetidos y constantes se esperaba que fueran asimilando rasgos y comportamientos propios de las sociedades sedentarias y fueran abandonando poco a poco sus antiguas costumbres. Pero cada cierto tiempo, se les permitía retornar a su antigua forma de vida para que obtuvieran por sí mismos su alimento.

Ante la constatación de que ciertos males provenían “del nuevo método de vida, del trabajo, y de que no tienen tanta libertad: y así se procura no quitarles de un repente aquel modo de vivir, sino que poco á poco ya se les impone una cosa, ya otra, hasta que se hagan á la vida de Christianos” (Ribes, 1989: I, 98). Los indios no sólo trabajaban en el campo, inclusive los frailes, sino también los denominados “soldados-colonos”. Es que “si los Misioneros logran algún soldado hábil en la labranza sin faltar a su obligación, tiene grandes ventajas el soldado: porque ahorra el sueldo del Rey por asistirle en un todo, [y] los Misioneros y la Misión mucho alivio porque ellos tienen más conocimiento de la tierra y de sus producciones” (Ribes, 1989: III, 102).

Además comenta: “el vino y aguardiente es bonísimo y se cosecha con abundancia. Pero no se les da a los indios porque luego se embriagan y hacen mil locuras” (Ribes, 1989: III, 88). Sales también indica: “nadie sale a parte alguna, aún a beber agua, que no sea con el permiso del Misionero” (Ribes, 1989: III, 55). Además, informa que se castigba con azotes a hombres y mujeres. Los castigos corporales eran una realidad no sólo en todo “programa misional” desde su aparición en el siglo XVI, sino en la pedagogía vigente en aquella época.

Por otra parte, este programa misional, contaba con la necesaria presencia de la tropa, de los soldados.


Con el tiempo, la escolta adquiriría tres modalidades, según se tratara de un fuerte [o Presidio] que protegía a toda la comarca, de un pequeño destacamento de soldados que vivían permanentemente en la Misión o Reducción, o de un grupo más o menos numeroso de hombres armados, profesionales o no, que acompañaban al misionero en sus excursiones reduccionísticas (Borges, 1992: 470-471).


Efectivamente en seis de los establecimientos erigidos por los dominicos había solda­dos para desempeñar las funciones de vigilancia y defensa de esa zona, La Frontera según la denominación de los primeros informes. Sin embargo, su número total, sujeto a las órdenes del oficial de la Misión de San Vicente, era tan sólo de dos o tres docenas de hombres, aunque fue tal su firmeza y lealtad, junto con su superioridad en monturas y armas, que fueron capaces de mantener el orden en la zona la mayor parte del tiempo (Meigs, 2005: 157).

Sales cuando menciona a los soldados pone entre paréntesis “aunque perjudiciales” (Ribes, 1989: III, 61), pues no tenía una visión muy positiva de ellos, ni del resto de euro­peos no religiosos, dado el temor que provocaban a los indios, su mal ejemplo, etc. (Ribes, 1989: II, 3-4). Aunque siguiendo el pensamiento predominante desde fines del XVI, dice que en California cuando se va a evangelizar a los indios gentiles “es necesaria la Tropa para oviar todos los inconvenientes y malas resultas que pudieran ocurrir: así lo dexó escrito el Padre Acosta en su obra intitulada De procuranda Indorum salute” (Ribes, 1989: II, 22-23).

Otro aspecto fundamental para la sustentación económica, por lo menos de algunas de estas Misiones, son las actividades comerciales, que habría que mencionar con cuidado dadas las serias acusaciones que se les venían haciendo a los jesuitas. El fraile valenciano dice que los excedentes de producción en las Misiones se vendían a los soldados, según precio regular “formado y aprobado por el Rey” para la tropa de aquella Provincia (Ribes, 1989: III, 103). Ellos pagan “con ropa útil, que sirve para vestir los Indios; y por esta razón si el Misionero es inteligente en las cosas del campo y con su industria aumenta los bienes de la Misión, con mucha facilidad logra ver a aquellos indios vestidos y la Misión abastecida de los utensillos pertenecien­tes a la Tropa” (Ribes, 1989: III, 101).

Otro producto en venta -ello indica la existencia de una cierta industria artesanal- eran calzones y casacas confecciona­dos con pieles de venados, berrendos y ciervos, pues eran muy fi­nas y durade­ras; también se hacían vaquetas para zapatos, sillas, etc. “Todo esto se vende quando llegan los barcos y suelen dar ropa ó tabaco para los indios”. A ello habría que añadir las codiciadas pieles de nutrias (Ribes, 1989: III, 102).

También indica que lo percibido por la venta de parte del vino y aguardiente producidos, posibilitaba que “a los Misioneros se compren ropas y utensillos para la Misión y para los indios” (Ribes, 1989: III, 88). Sin olvidar que “el Rey consigna mil pesos duros y de éstos saca el misionero para herramientas, calderos, ollas, etc. Lo per­tene­ciente a la Iglesia lo envía el Señor Virrey de los espolios de los Padres Expulsos que asistían en México” (Ribes, 1989: III, 63).

Sales informa también que la denominada Caja (o Depósito) de San Luis subvencionaba ciertos envíos de materiales desde México a la Misiones californias (Ribes, 1989: III, 63), probablemente con obligación de reponer la cantidad adelantada, pues si finalidad era subvencionar los viajes de los religiosos para cumplir la alternativa.

Luis Sales se preguntaba:


¿Cómo es que los Padres expulsos hicieron tantas conquistas y noso­tros en el espacio de diez y siete años sólo hemos verificado quatro, con otra que va a verifi­carse luego? Respondo que el defecto no ha es­tado por parte de los Misioneros, pues éstos han instado incesantemente a la Superioridad para extender la Reli­gión Christiana. Los Padres Franciscos estuvieron clamando [a las autoridades civiles pertinentes] por diez años y no lograron más que la traslación de un Pueblo [...] Los Padres expulsos te­nían la Tropa y los Xefes a su mando y como eran fundaciones particulares, en logrando diez mil pesos fuertes de algún apasionado, verificaban la reducción y fundación de un Pueblo. Pero nuestras fundaciones son del Rey, éste apronta mil pesos fuertes para verificarla, se registra el parage, se avisa al Gober­nador, éste al Virrey, se debe aumentar la Tropa, los gastos del Real Erario se miran con deli­cadeza. Y así como hay tantos puntos que tocar, se frustran las intenciones de los Misione­ros y no se pueden socorrer los pobrecitos indios gentiles. Omito otros puntos deli­cados en la instrucción que se practicaba en aquellos tiempos, como igualmente las disposiciones, los pro­yectos é inten­ciones de ciertos subalternos que, por sus fines particulares, se oponen a las pre­tensio­nes de los Misioneros (Ribes, 1989: III, 89-90).


Así pues, la respuesta ha de buscarse en las diferen­tes características de las fundaciones. Las dominicanas dependían to­talmente del Estado, con las limitaciones que ello representaba, algu­nas de las cua­les seña­laba Sales, como por ejemplo las trabas puestas por algunos funcionarios. Las de los jesuitas eran, sin embargo, “particulares”; o sea, “buscaban algún de­voto en México: éste aprontaba de capital diez mil pesos fuertes, los quales redi­tuaban una su­ficiente cantidad para el Religioso, a más de lo que su Magestad les consignaba” (Ribes, 1989: II, 30); por lo tanto no tenían algunos de los condicionantes indi­cados. “Los Dominicos estaban abandonados a sus propias fuerzas y a los problemáticos dones que la Providencia pudiera otorgarles” (Zavala, 1964: 248).


Conclusión

Como ha podido observarse, las Noticias de la Provincia de Californias del dominico valenciano, basadas en sus vivencias como misionero en dicha Provincia, le posibilitaron como ha podido observarse por una parte corregir y ampliar la similar obra de los jesuitas Burriel y Venegas, así como relatar algunas de sus experiencias misionales, siendo el primer libro que recogió el periodo inicial de la presencia de los dominicos en tal Península.

Además, este escrito nos posibilita por una parte conocer las vivencias personales de este misionero español peninsular en Baja California en el periodo 1773-1789, así como el programa misional de los dominicos en ella, un poco diferente del que habían llevado a cabo años antes jesuitas y franciscanos.















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1 Para mayor información sobre Luis Sales, revísese los trabajos de J. Pastor Fuster (1830: 295-296); A. Esponera Cerdán (1997; 1999; 2001: 384-397; 2002: 329-366; 2006).

2 Sales al Virrey. 26 de enero de1789. Misiones, T.23, f. 360-361. Archivo General de la Nación (AGN), México.

3 Órdenes de 1784. 1784. Guadalajara 586, 39ª, Archivo General de Indias (AGI), España.

4 Órdenes e Instrucciones Generales (Misión de todos los Santos). 20 de marzo de 1781). Guadalajara 596, 89ª, AGI, España.