Itinerantes. Revista de Historia y Religión 17 (jul-dic 2022) 195-214

On line ISSN 2525-2178

https://doi.org/10.53439/revitin.2022.2.09


Vida y obra de Bernardo Sotomayor, el primer trapense chileno (1779 – 1829)


Life and work of Bernardo Sotomayor, the first Chilean Trappist (1779 – 1829)


Alfredo Palacios Roa

Universidad de Aconcagua (Chile)

alfredo.palacios@uac.cl


Jaime Padilla Parra

Universidad de Chile

jaime44cl@yahoo.com



Resumen


El siguiente trabajo aborda la vida del primer trapense chileno, don Bernardo Sotomayor (1779-1829). Sotomayor es un claro ejemplo de cómo se desarrolló la vida monástica en la América virreinal, pues la concreción de sus anhelos lo llevó por los caminos del eremitismo, seclusión en casas mendicantes y viajes a Europa en busca de monasterios ya establecidos. Se estudia su trayectoria a través del análisis documental, epistolar y bibliográfico, conservado tanto en el Archivo Histórico Nacional de Chile como en el Archivo del Arzobispado de Santiago, considerando y tomando nota del proceso de emancipación que experimentó el Chile de la época y analizando cómo estos acontecimientos sociopolíticos marcaron su vida.


Palabras clave: Chile, trapense, vida monacal, monasterio Santa Susana.







Abstract


The following work studies the life of the first Chilean Trappist, Don Bernardo Sotomayor (1779-1829). Sotomayor is a clear example of how monastic life developed in viceregal America, as the fulfillment of his monastic yearnings led him down the paths of hermitism, seclusion in mendicant houses and trips to Europe in search of established monasteries. His trajectory is studied through documentary, epistolary and bibliographic analysis preserved both in the National Historical Archive of Chile and in the Archdiocese of the Archdiocese of Santiago, considering and taking note of the emancipation process experienced by Chile at the time; and it is analyzed how these sociopolitical events marked the life of the religious.


Keywords: Chile, trappist, monastic life, Santa Susana monastery.




Fecha de envío: 28 de julio de 2022

Fecha de aceptación: 28 de octubre de 2022



Introducción


Pese al poder reformador y auto-reformador de las órdenes monacales, fueron las órdenes mendicantes las llamadas a ayudar a la corona española en la empresa de evangelizar las nuevas tierras de Indias. Esto se entiende de dos maneras: 1. Los reyes prefirieron autorizar a órdenes que se especializaran en misiones y que, desde su esencia, disfrutaran con el contacto-interacción con los demás. 2. Se temía que las órdenes monásticas se llenarían de vocaciones que se restarían a la misión principal, que era la evangelización de los naturales.

Ahora bien, es verdad que se privilegió a los mendicantes por sobre los monásticos, y esto se entiende por la naturaleza de sus empresas. Pero, ¿existió una prohibición de la corona hacia las órdenes monásticas? Es aquí donde las tesis se dividen, pues, por un lado, se encuentran datos de prohibición: Felipe II impidió en 1559 la fundación de una cartuja en México y otra en Lima en 1564, y Felipe III detuvo, en 1604, una fundación benedictina (Guarda, 2011: 227-228); pero, por otro lado, se evidencia una carencia de empuje fundacional, una carencia de ganas de ir a nuevas tierras y una costumbre de vivir en el orden espiritual. De esto da cuenta la anécdota de un rico caballero de Lima que, en 1760, ofreció toda su fortuna para la fundación de una casa cartuja en América, pero estos rechazaron el ofrecimiento debido a la lejanía de las tierras (Linage, 1983: 82-83).

Surgen así las siguientes preguntas: ¿cómo se practica la soledad cristiana si no existe una institución que de acogida?, ¿acaso un contemplativo americano, se encontraba en la misma posición de un contemplativo del siglo IV?, ¿huir al desierto, asociarse, viajar?

A falta de monasterios establecidos, el religioso benedictino e historiador chileno Gabriel Guarda propone tres formas para entender cómo se vivió la vida contemplativa en los tiempos de la Conquista y Colonia: el eremitismo, admisión en casas mendicantes y el viaje a un monasterio europeo. Es precisamente aquí, dentro de este contexto, donde el estudio de la vida de Marcos Sotomayor adquiere especial interés, pues su aventura sintetiza los distintos tipos de búsqueda monacal de la Hispanoamérica de la época; al mismo tiempo retratan la conquista de un anhelo personal, en medio de tiempos complejos en la independencia de Chile.


Marcos Sotomayor, sus primeros años y el inicio de su vida sacerdotal


Marcos Rafael Sotomayor de Elzo, nació en Santiago de Chile el 24 de abril de 1779. Sus padres don Francisco Sotomayor y doña Concepción de Elzo. Sus padrinos fueron sus tíos, el presbítero don Marcos de Elzo y doña Juana de Dios de Elzo. Así se puede leer en el “Libro de Bautizos” de la parroquia San Isidro conservado en el Archivo del Arzobispado de Santiago1. Fue bautizado, por el vicario general de la Diócesis de Santiago don José Antonio Martínez de Aldunate, un día después de nacer en la parroquia San Isidro, en la cual ejercía de cura su tío y padrino. En estos mismos registros se puede leer el cambio de nombre (Bernardo por Marcos, ocurrido el 17 de julio de 1825 en España).

Su infancia se desarrolló en una casa ubicada en la calle San Antonio número 119, frente al templo de San Francisco; junto a sus otros tres hermanos. En su hogar reinaba la abundancia de los bienes materiales. Su padre se ocupaba de las labores del campo y de servicio público, su madre se ocupaba de la crianza y el hogar, de familia acomodada, era dueña de una famosa hacienda en Tagua-Tagua (Carvallo, 1876, I: 85).

Como era la costumbre de la época, recibió las primeras letras de su madre y de su tía madrina Juana de Dios de Elzo, quien le mimaba en demasía y sería, como se indicará, una figura fundamental e influyente en el curso de su vida.

Sus estudios secundarios los realizó en el colegio Carolino, institución que reemplazó al antiguo convictorio de San Francisco Javier perteneciente a los jesuitas. En 1798, a sus 19 años, comienza sus estudios de filosofía en la Universidad de San Felipe, según consta en el fondo custodiado en el Archivo Histórico Nacional de Chile.2 En noviembre del mismo año, inició sus estudios sacerdotales. En junio del 1799 se matricula para cursar Teología en San Felipe, del cual se titula como Bachiller el 6 de diciembre de 1800.

En estos años de juventud, el país gozaba de la eficiente y progresista administración política y económica de Ambrosio O’Higgins. Ciertamente, Sotomayor debió disfrutar de los avances y progresos arquitectónicos de la ciudad.3

El 28 de enero de 1802, a sus veintitrés años, es ordenado como presbítero. Coronando un gran año, con los buenos resultados en los exámenes (13 y 15, 17 y 20 de diciembre) y la obtención de su licenciatura y doctorado en Teología, según consta en los documentos de la Real Universidad de San Felipe.4

Nancagua es una comuna de la provincia de Colchagua de la VI Región de Chile. Su historia se remonta al siglo XVI, destacándose como centro ganadero y aurífero. En 1769 se comienza lentamente la fundación de la parroquia de Nuestra Señora de la Merced, a manos del presbítero Peredo Sepúlveda, quien la tuvo a su cargo hasta 1803. Los limites parroquiales comprendían desde: “el oeste el fundo de Calabozo y puntilla de Peñuelas; al norte y noroeste el cordón de cerros que la separan de San Vicente; al poniente con el peñón de Huique; al sur y sureste con el cordón de cerros de la Rinconada y Puquillai” (Prieto, 1922: 508).

Es precisamente a estos lugares, y como sucesor de Peredo, donde llega el 3 de mayo de 1803 don Marcos Sotomayor a ejercer como cura coadjutor. Destacándose por la solemnidad de la celebración de la misa y los avances en la construcción de la parroquia y edificios aledaños (como lo fueron el cementerio, casa de ejercicios, habitación de cura y la casa pastoral); en una creciente urbanización, que incrementaba notoriamente su población, pasando de 2.082 habitantes en 1787 a 7.003 “almas” según el censo de 1813.5

Aquí, a sus veinticuatro años, Sotomayor deja el primer rastro visible de su inclinación monacal, más precisamente su inclinación eremita, al construir una pequeña choza entre los cerros del ya mencionado sector del “Calabozo”. Es en esta choza donde encuentra sus momentos de retiro, soledad y oración, y durante su tiempo en Nancagua alterna la vida de servicio sacerdotal con “retiros” en su ermita. Solo una silenciosa y llamativa vid, plantada por el “ermitaño”, sobrevive para dar muestra de este secreto lugar.

Es quizás por su juventud, o por sus “excéntricas costumbres inclinadas a la soledad”, que termina segundo en dos ocasiones, tanto para el obispado de las parroquias de Barraza, Guacargue, Melipilla y Petorca, y para Colina, Lontué, Maipo y Rosario, según dicta el oficio del 23 de diciembre de 1807 de don Luis Muñoz de Guzmán (Prieto, 1888: 20-21).

Tal como la vid, que hasta el día de hoy existe en el lugar, evidencia su vida de retiro, un manuscrito inédito del Archivo del Arzobispado de Santiago, nos muestra su vida como sacerdote al servicio social. El texto en cuestión corresponde a un informe elaborado en agosto de 1809. En el, Sotomayor da cuenta de un “feligrés que se niega a esposarse y vive amancebado”. Al comienzo del mismo detalla su injerencia en el caso “No solo los fueros que el ministerio de párroco me corresponde…sino el beneficio espiritual de esta feligresía”, luego especifica tres intentos de acercamiento a este feligrés “por la primera ocasión se negó a venir a mi casa, fingiendo motivos que no ocurrían”. “La tercera vez…no surgió el menor efecto…me digo que yo no tenia la menor jurisdicción en él”. Así, y después de otros intentos, se logra finalmente el entendimiento, con el compromiso de “Recibir el sacramento del matrimonio, y ocurriendo dentro del termino de un mes”.6 Es interesante la lectura del manuscrito, pues permite conocer el accionar cotidiano de un párroco de comienzos del siglo XIX, y también revela la mentalidad y la disposición anímica tanto del pastor como del feligrés.

El asunto descrito, fue probablemente el último que atendió Sotomayor en su estadía en Nancagua, pues concluyó su servicio el día 10 de diciembre de 1809, sirviendo a esta congregación seis años y siete meses.

Según las fuentes orales que recoge Prieto, la renuncia de Sotomayor a Nancagua fue imprevista e inesperada, para algunos quizás forzada por la estridencia de la música que se practicaba en la iglesia; pero más probable, planificada por los nuevos rumbos que el religioso quería dar a su vida, pues en secreto, había solicitado licencia para trasladarse a Lima. Nuevos viajes y nuevos destinos se divisaban en el horizonte.


Hacia el monasterio de Santa Susana, su primer viaje


El monasterio de Santa María de la Trapa de Santa Susana es un antiguo monasterio, ubicado en la comarca de Bajo Aragón-Caspe en Aragón, España. Fundado en el siglo VI por monjes benedictinos, tuvo que ser reconstruido por la orden de Calatrava para luego ser cedida en 1227 por Jaime I de Aragón a la orden del Císter procedentes de Santa María de Escarpe cerca de La Granja de Escarpe, quienes tuvieron que reconstruirlo de nuevo.

Consta que el 13 de enero de 1796 llegó al monasterio una comunidad de trapenses franceses, después de que Carlos IV de España les cediese el edificio. Esta comunidad, de veinticinco monjes, venía escapando de la Revolución Francesa desde 1791, pasando por Suiza e instalándose hasta 1795 en el Valle Santo. Desde Suiza a España hicieron su viaje a pie, llevando unas reliquias de San Bernardo y San Malaquías.

Ya en 1796, la comunidad trapense fue bien recibida por la población de Aragón, pero años después, en 1808, tropas francesas, tras incendiar el castillo de Maella, saquearon el monasterio, robando y destruyendo gran parte de sus riquezas. En 1808, Napoleón invadió España para llevar adelante sus planes de hegemonía de Europa. El entonces rey de España, Fernando VII y la familia real fueron conducidos prisioneros a Francia y en su lugar el emperador de los franceses puso en el trono a su hermano José Bonaparte. Esto significó, para las distintas órdenes y comunidades religiosas, una constante persecución.

Por lo mismo, probablemente entre 1809 o 1810, los trapenses de Santa Susana, encontraron refugio en un desértico lugar llamado San José, en la isla de Mallorca. Lugar que ellos no despreciaron y les vino bien para los trabajos manuales por los cuales esta orden se destaca.

Esta era la situación que vivían los monjes de Santa Susana, cuando Marcos Sotomayor emprende su viaje en enero de 1810. Su anhelo era claro: convertirse en un monje trapense y vivir sus días en un monasterio. Su trayecto lo realizó través de Valparaíso y Lima, lugar donde pasa algún tiempo solucionando problemas económicos y administrativos (era difícil conseguir permiso para viajar a España, dada la complicada situación que atravesaba) y, especialmente, dedicado a profundizar su devoción hacia Santa Rosa de Lima (1586-1617), devoción que le acompañó de por vida.

Llegados a este punto su biografía se torna incierta, pues no se tiene claridad de cuáles fueron las circunstancias como se encontró Sotomayor con sus anhelados trapenses. ¿Llegó a Aragón, a un monasterio saqueado y vacío?, ¿fue directo a San José de Mallorca? Estas son cuestiones que quedan abiertas a espera de nuevas fuentes. De lo que sí se tiene certeza, es que Sotomayor se encontró con ellos en este primer viaje, pues en 1829 el abad de Santa Susana, fray Fulgencio de Mora, al dar cuenta de la muerte del monje chileno refiere en forma textual que “fue y vino hasta tercera vez”; asegurando así la existencia y éxito de, al menos, tres viajes (Prieto, 1888: 35).

En marzo del año 1813, Sotomayor ya esta devuelta en Chile. Su viaje se prolongó por tres años; periodo en el cual Chile vivió importantes cambios políticos, como por ejemplo, la deposición del gobernador García Carrasco, el nombramiento del interino don Mateo de Toro y Zambrano y el desarrollo de la primera Junta Nacional de Gobierno, hecho ocurrido el 18 de septiembre de 1810. En 1811 la disolución de la Real Audiencia, fundación del primer Congreso Nacional y la Constitución de 1811; terminando este año vino el pronunciamiento armado de José Miguel Carrera, tomando el control del país, la disolución del recién creado Congreso y la redacción de una nueva Constitución en 1812 (Villalobos, 2005: 341).

Durante todos estos años de preparación para la Independencia, Marcos estuvo de viaje, siguiendo un anhelo monacal. Sin embargo, se ven en su familia ejemplos claros de una participación política. Por ejemplo, su padre fue tres veces alcalde ordinario del cabildo de Rancagua, y en 1813 prestó importante ayuda al ejército nacional liderado por Carrera. En efecto, y haciendo mención a los donativos para esta primera campaña de Independencia, en la edición del Monitor Araucano del 1 de mayo de 1813, se detalla lo siguiente: “El coronel Don Francisco Sotomayor 100 pesos. Y franqueó 150 mulas, 10 arrieros, tres madrineros, 25 caballos, 10 yuntas de bueyes, dos carretas, manteniendo en su potrero cantidad de caballos, y cediendo la renta de Administrador de correos de Rancagua”.7 Convirtiéndose así la persona que más recursos dona según en listado de personas que contribuyeron con la causa, demostrando con ello el interés y su situación acaudalada.

Es interesante pensar cual sería el sentir interno del coronel Francisco Sotomayor que, mientras el destino de patria se gesta en heroicas hazañas en el Roble 1813, y sendas derrotas en Cancha Rayada (Talca) y Rancagua en 1814; su hijo experimentaba la inevitable derrota de ver como su intento de establecer un trabajo análogo al de la Trapa española fracasaba.

Pues bien, entre 1813 y 1814, Marcos intenta construir en los terrenos de su hermano Justo en Nancagua, un proyecto trapense. Para tal efecto, emprendió la obra de levantar un edificio y entrenar el espíritu de un grupo de campesinos que le ayudaban con destreza empuñando la barreta y la pala. Con ellos se dispuso a ayunar diariamente, siendo de legumbres su comida, y el trabajo se los alternaba con oración, lectura y otros ejercicios piadosos que todos practicaban; a la usanza benedictina ora et labora. Estos hombres recibían un salario de doble jornal (Prieto, 1888: 40).

Estos campesinos que trabajaban junto a Sotomayor, como “guardaban el cabello natural”, fueron conocidos en Nancagua como los “barbones”. Sin embargo, la empresa no llegó a concretarse del todo, pues grande fue el desencanto de Marcos, cuando un día sorprendió a sus barbones en alegre y muy buen regada comilona detrás de unas tapias (Matthei, 1963: 95). Verificando el rumor popular que “los días corrían con signos manifiestos de postración de don Marcos. Causa única, la falta de alimento, la penitencia. Los otros compañeros, a los que llamaron barbones, permanecían rollizos y fuertes, signo claro de su ninguna abstinencia”.

Llegados a esta fecha, y tras el retorno de Fernando VII a España en 1813, los trapenses de Santa Susana ya estaban consolidados una vez más en Aragón. Desconocemos si Marcos sabía de esto o no; sin embargo, con el anhelo y la valentía de siempre, emprendió su segundo viaje.


Segundo viaje


Una vez más, quizás ajeno a los grandes acontecimientos de la independencia de su patria, Sotomayor emprende viaje en 1816. En esta ocasión, no estará presente en Chile, durante el ingreso del Ejército Libertador (1817), los triunfos en Chacabuco (1817) y Maipú (1818), y la consolidación definitiva de la independencia chilena en 1818 (Jocelyn-Holt, 2008: 403-408).

Es aquí donde la propia voz de Sotomayor da cuenta en detalle de su aventura. En una carta enviada el 18 enero de 1817 desde Aragón, a su tía, la religiosa carmelita María de Gracia, relata que:


A pesar de los inconvenientes que tenemos para escribir, me he determinado a noticiarle a Ud. en particular de estado de mi residencia, que la miro como el mayor ascenso del mundo. Por esto mismo he creído me ayudara Ud. a celebrar una tan feliz colocación. Me hallo pues, de monje en el monasterio de la Trapa, cuya situación es en el reino de Aragón, como veinte leguas distantes de Zaragoza, en una soledad bastante apreciable, excepto unas pocas casas. Después de haber hecho una navegación bastante feliz, porque de Lima llegué a Panamá, de allí a Chagres, luego después Portobello, donde estuve bastante enfermo y de allí a la Habana y de la Habana a Málaga. Esta última navegación, que fue la más penosa, quiso Dios que fuese en una fragata llamada “Rosa de Lima” y dio fondo en Málaga el mismo día de la santa a las tres de la tarde, después de haberme librado de dos goletas corsarias que ya nos iban a echar mano. Pues ¿no reconoceré yo estos por favores de Santa Rosa? Y verdaderamente se ha estrechado nuestra amistad. A mi pasada por Zaragoza les regale a las monjas rosas que hay allí una copia que traía de Lima del retrato de la Santa, y se enloquecieron de gusto aquellas santas religiosas. Salieron todas a verme y a preguntarme de la Santa como venía de su tierra, y después de haber dicho allí misa tuve que volver a la tarde y les hice una larga visita, y después de haberme obsequiado unos preciosos versos del niño Dios, que fue la última vez que nos vimos…..Al otro día partí para encerrarme en este santo retiro, donde me hallo cada día más contento y más agradado del monasterio, de sus religiosos y superiores, de todos sus usos y ejercicios y más deseosos de practicar estos con perfección… Aquí nos amamos y queremos mucho unos a otros, sin que sepamos siquiera quien es, ni de adonde vino etc. Todos dormimos en un dormitorio, sin que tengamos más habitación que una alcobita con una cortina, donde solo cabe la tarima sobre que se duerme, sin más colchón que la tabla. Nos levantamos a la una y media a maitines de Nuestra Señora y del día, y todo cuasi siempre cantado, excepto el oficio de Nuestra Señora que siempre rezamos y lo decimos bastante pausado. Ya no nos volvemos a acostar, porque luego después se sigue oración, misas etc.; pero todo con devoción y aseo, que es capaz de hacerle conocer a cualquiera a quién se adora y a quién se sirve. Finalmente toda nuestra vida es una oración continua, porque sin hablar, considere Ud. qué se hará. Esta es, pues, verdaderamente la casa de Dios, donde he hallado una quietud que nunca encontré en lugar alguno y que me hace sensiblemente conocer estoy donde quería el Señor estuviera. Ud. me ayudará a pedirle al Señor me conceda la perseverancia. Me pondrá a la disposición de la Madre Priora, de la Manuela Matta y demás señoras religiosas de esa venerable comunidad, encargándoles me encomienden mucho a Dios en sus oraciones, como lo haré por acá, aunque indignísimo.8


Así, el aspirante Marcos, vivió una temporada sometido a la dura y a la vez gratificante disciplina monacal diseñada por San Benito, y practicada por siglos hasta hoy, por sus herederos benedictinos, cistercienses y trapenses. Sin embargo, tal como su primer intento, sus fuerzas desfallecieron en el curso del noviciado, y se vio detenido por su propia debilidad a seguir adelante.

Probablemente, a mediados 1818, vestido otra vez Sotomayor con su sotana clerical, emprendió la vuelta a América rumbo a Perú, y en este país fijó temporalmente su residencia en Lima y se incorporó a la congregación del oratorio de San Felipe Neri. Como forastero, buscó a Dios por medio de la oración, ofreciendo los sacramentos de penitencia y eucaristía; visitando el hospital del oratorio y compartiendo con los enfermos en sus casas para auxiliar en dolor del alma y el cuerpo.

En marzo de 1819 regresó Chile. Entre 1819 y 1821, visita regularmente la Recoleta Franciscana; especialmente al pequeño grupo que se congregaba a un costado del convento, dirigidos estos por el fray José de la Cruz Infante. Sotomayor pasaba días completos encerrado en este lugar, incluso llegando a pensar sus familiares que se encontraba perdido. Esto sugiere que visitaba la Recoleta, no como un creyente más, sino encontrando en este templo franciscano, un lugar de refugio que satisfacía en parte su anhelo monacal. José Infante y Marcos, se hacen muy amigos, amistad que dará frutos de ayuda social en un futuro cercano.

Entró en posesión de dos nuevas capellanías, por la muerte del presbítero don Juan de Molina, siendo esta de 12.350 pesos y la que dejó don José Antonio Briceño, con la suma de 22.000 pesos. Estos aportes, sumado a donaciones que le regaló su madre, lo dejaban preparado para iniciar un nuevo y gran proyecto.


Casa de Ejercicios Santa Rosa en Santiago de Chile


En 1801 la Real Audiencia mandó a establecer un cementerio en la ciudad, destinado a guardar los cuerpos de los pobres, anónimos y sin hogar. Se eligió para esta fundación un tramo de la chacarilla denominada el Conventillo, situada el lado sur del hospital San Juan de Dios, entidad a quien pertenecía este predio. Tenía este terreno, llamado popularmente el Calvario, una capilla pequeña con un departamento anexo para depositar los cadáveres antes de su inhumación. Se calcula que entre 1810 y 1816 se enterraron 3.958 cadáveres; funcionado el cementerio y su capilla sin “otro fondo que el de las limosnas”, por lo mismo La Gaceta de Chile del 16 de febrero de 1816 pide caridad pública.

El cementerio del Calvario, quedaba en el último tramo poblado de la calle “Las Matadas” (actual Santa Rosa). Aquí es interesante, y necesario, hacer una pausa y mencionar alguna de las distintas versiones que circulan sobre el nombre de dicha calle; por ejemplo, para Francisco Prieto, el nombre viene en recuerdo al fusilamiento clandestino de los hermanos Vicente y Timoteo Benavides, prisioneros tras la batalla de Maipú. Para Benjamín Vicuña Mackenna, “las matadas o las matadoras” vienen debido a la cantidad de mujeres asesinadas enterradas en el cementerio (Vicuña Mackenna, 1877: 12). Otra versión nos la relata Luis Thayer Ojeda, al proponer que el nombre deriva de una serie de asesinatos a “mujeres de vida alegre”, efectuados por un asesino del cual las autoridades jamás tuvieron pista (Thayer Ojeda, 1904: 38).

Entre tanto, el Senado se estaba preocupando de establecer cementerios generales en la naciente República, y así terminar con las inhumaciones que se realizaban en los distintos templos. Por lo mismo, el Director Supremo, don Bernardo O’Higgins, aprobó esta medida, y dos años más tarde, en 1821, se inaugura el primer Cementerio General de Chile.

Esta es la situación cuando, en 1821, Marcos Sotomayor compra los terrenos del “Calvario” por la suma de 2.458 pesos, para crear una obra que poco a poco cambiara toda la historia del barrio. Los “Ejercicios Espirituales de San Ignacio”, son una breve serie de meditaciones, oraciones y ejercicios mentales, diseñados para ser realizados por un periodo de veintiocho a treinta días. Bajo el nombre de “Ejercicios Espirituales”, se incluye no solo los clásicos de San Ignacio de Loyola (1491-1556), sino todo tipo de jornadas, muchas veces vinculadas a las grandes festividades litúrgicas, especialmente a la Cuaresma y Semana Santa. Desde el siglo XVII, en todas las ciudades de importancia existían las llamadas “Escuelas de Cristo” o “Casas de Ejercicios”, lugares que albergaban a adultos, que periódicamente se reunían a practicar estas disciplinas guiados por un sacerdote.

Y precisamente, una casa de ejercicios espirituales, fue lo que inauguró en 1822, don Marcos Sotomayor con estos nuevos terrenos adquiridos. Su nombre, “Santa Rosa” en honor a su venerada guía espiritual. Esta nueva casa de ejercicios, fue la tercera en Santiago de Chile, precedidas por las casas jesuitas: La Ollería (fundada en 1701)9 y Nuestra Señora de Loreto (creada en 1752).

Aprovechó Sotomayor, los utensilios de la Ollería, pues esta se encontraba fuera de funciones religiosas desde 1817, ocupándose sus dependencias como maestranza militar. Una vez reunidos los objetos sacros, y arreglado tanto la capilla como los edificios anexos del cementerio; se inauguraron los ejercicios el 26 de mayo de 1822, recibiendo cuarenta y cuatro hombres entre sacerdotes y seglares, dirigidos por el presbítero peruano don Carlos Pedemonte.

Diez series de ejercicios se dictaron desde mayo hasta octubre; seis dirigidas por Pedamonte y tres guiadas por el amigo de Sotomayor, el franciscano José Infante. Noviembre es un mes donde se hace una pausa forzada, debido al “gran temblor de 1822”. Este terremoto no solo provocó daños gran parte de Santiago y Valparaíso, sino también en el gobierno de O´Higgins, que terminó por desplomarse un año más tarde (Palacios, 2021: 218-244).

Durante el año 1823 se ofrecieron un total de dieciocho series de ejercicios, todas promediando las doscientas personas. En junio se dio la primera gratuita para pobres. Todas estas sesiones fueron dirigidas por José de la Cruz Infante. Visitaron este año, el intelectual y educador Manuel de Salas, el diputado Fernando Errázuriz y Francisco Ruiz Tagle; además de los religiosos Pedro Nolasco Ortiz y Manuel Vicuña, quien tiempo más tarde, abriría la casa de ejercicios “San José”, casa que por muchos años fue considerada la primera casa de ejercicios, desconociendo el valor de la Ollería, Loreto y Santa Rosa.

Dos avisos publicados en El Observador Eclesiástico, dan muestra de la actividad de Santa Rosa en 1823. El primero el 15 de noviembre, informa que: “El día 20 del corriente se dan ejercicios de mujeres en la casa de Santa Rosa en memoria del terremoto del año pasado y con el fin de suplicar al Señor nos libre de azote igual”.10 El segundo, del 29 de noviembre, anuncia: “Para el día 9 de diciembre se dan ejercicios de hombres en la casa de Santa Rosa”.11

Durante el mismo año de 1823 fallece su padre, don Francisco Sotomayor, a la edad de ochenta y siete años. Su hijo Marcos es quien le entrega los últimos sacramentos, y le canta salmos en el lecho y al borde de su tumba.

Alternando sus actividades en Santa Rosa, se desempeña como cura confesor de monjas en los monasterios de Santa Rosa, Santa Clara y el Carmen. Y, debido a sus largas caminatas por Santiago, desde la periferia hasta el centro, puede ver la “verdadera ciudad, sus verdaderas necesidades”, lo que le lleva a frecuentar lugares de dudosa reputación para predicar el evangelio, gesto que le valió algunas críticas. Sin embargo, no fueron pocos los hombres que declararon: “yo era el que daba escándalo borracho en la calle, antes de ser convertido por don Marcos”.

En consecuencia, bien se puede indicar que gran parte del trabajo de Sotomayor fue en el más sencillo de los silencios, dejando hermosos legados que se manifiestan hasta hoy, pero sin la estampa de su nombre. Tal es el caso de la actual calle Santa Rosa, la cual antes de la llegada de Sotomayor se llamaba “Las Matadas”, llena de las oscuras influencias ya mencionadas; fue paulatinamente tomando el nombre de la Santa, no por orden de las autoridades, sino por el uso espontáneo que comenzaron a utilizar sus residentes; quizás también, por el deseo de Marcos, quien llegó a escribir en la paredes de su casa de oración: “la Santa más prodigiosa. Se ha venido a avecindar, por cuya obra misteriosa. Desde hoy se debe llamar, la calle de Santa Rosa”. No obstante, en ninguno de los libros sobre los nombres de las calles de Santiago, se nombra la influencia de Sotomayor y su obra. No lo nombra Thayer Ojeda, ni tampoco Miguel Laborde (1986).


El último llamado, tercer viaje


Pese a todas sus actividades, su mayor anhelo no estaba satisfecho. Sotomayor siempre creyó no tener salvación fuera de la trapa; sin embargo, quizás desconfiado de un nuevo viaje a España y esperanzado por el clima más benigno de su propia patria, pensó nuevamente crear un proyecto trapense en Chile, en la ya mencionada hacienda de Tagua-Tagua. En los primeros días de 1824, estuvo un tiempo para reconocer el local y fijó sus miradas en una rinconada de montes llamada “Quilicura”; pero el proyecto terminó en este primer paso. Muy probablemente, Marcos escucho un último llamado, y como decía el abad de Santa Susana, don Fungencio de Mora: “Marcos nos aseguraba siempre que aunque se le resistía nuestra observancia, mas no podía sufrir cuando se iba los remordimientos y la voz interior que le decía: No hay para ti salvación ni seguridad sino mueres en la trapa”.

En silencio, y sin decir nada a nadie, Marcos comenzó a preparar su último viaje. Encomendó la casa Santa Rosa a don Joaquín Isarra y al presbítero don José María Urriola, en calidad de administrador, y como director de los ejercicios, a su amigo fray José de la Cruz Infante.12 Deja pequeños regalos, prueba de ellos, es el libro de Santo Tomás de Aquino, Breve diálogo para llegar un alma con brevedad al último de la perfección cristiana, dedicado a su ahijado Domingo Chavarría, con las siguientes palabras: “pide, por amor de Dios, que lo encomienden a Dios. Marcos Sotomayor”. Los últimos momentos de Sotomayor en Chile, son relatados así por el presbítero Luis Francisco Prieto:


Entre tanto, cierto día de verano, a los comienzos de 1824 según calculo, se fue a pie a la chácara que arrendaba su hermano a la parte de allá del zanjón de la Aguada. Abrasado por el calor de aquel día se le presentó a pedirle dos mozos y mular con el pretexto de hacer un viaje a los baños Colinas…Con un ánimo digno de su virtud, al paso que de un modo propio de la excentricidades de su genio, entro después a caballo, para despedirse al patio de la casa en que había nacido, allí donde vivía su madre anciana…En tan raro talante torció hacia el oriente siguiendo por la misma Alameda, así partió para tomar el camino de la cordillera por la provincia de Aconcagua, yendo desprovisto de recursos pecuniarios (dinero en efectivo), atendió con solicita piedad a llevar consigo una imagen de su predilecta Santa Rosa de Lima…Los mozos de la chácara del hermano que lo acompañaban regresaron a ella pasados muchos días, contando que lo habían dejado en Mendoza y dícholes que seguía camino de Buenos Aires (Prieto, 1888: 110-112).


Durante su estancia en Buenos Aires, comienza una buena amistad con don Manuel Ortiz de Basualto, capitán de las milicias urbanas de infantería, a quien escribe una importante carta desde Aragón, que será comentada más adelante.

Desde Buenos Aires a España, por distinta vía que sus dos intentos anteriores, fue el viaje que emprendió Marcos Sotomayor para estar por tercera vez ante las puertas de Santa Susana. Con anterioridad, conoció dos veces la derrota; esta vez, en cambio, sí conocería el triunfo del anhelo satisfecho.

Las palabras de Jeremías; “Sedebit solitarius et tacebit” – “Se sentará solitario y callara” escritas en las murallas del claustro de Santa Susana, corresponden a una buena síntesis de los últimos años (1824-1829) que vivió Sotomayor como trapense. Una vez más, es la propia voz de Marcos la que mejor relata sus días como monje. Tres son las cartas de este periodo que se encuentran disponibles: dos de 1825, una dirigida a su amigo argentino don Manuel de Basualto13 y la otra escrita a José Eyzaguirre;14 la tercera también escrita a José Eyzaguirre,15 corresponde a un año antes de su muerte en 1829.

Los profundos cambios políticos y las guerras que se desencadenaron a partir de la Revolución Francesa, llevaron a la nacionalización del patrimonio eclesiástico y a la desaparición de los monasterios. Esta ofensiva del poder político contra el poder espiritual, cambia el mapa monástico europeo: en casi todos los países católicos se disolvieron los monasterios, los monjes fueron expulsados, los bienes monacales requisados por el Estado y los edificios de los conventos e iglesias vendidos, y a menudo destruidos. Tras el retorno de Fernando VII en 1813, las cosas comienzan lentamente a cambiar en España, los monasterios comienzan una renovación a pesar de una gran precariedad material y sellada por un sentido profundo de ascesis y retorno a la simpleza original. Al menos, así lo atestigua Sotomayor:


Hallándome muy acomodado en la cama dura o de tabla, con dormir vestido con todo mi traje y con el limitado y pobre alimento que no es más que yerbas y algunas menestras con agua y sal, sin más aliño, con no hablar ni una sola palabra en toda la vida, si no es solo para confesar las culpas o alabar a Dios en la iglesia. Sería el mayor delito si alguno hablara una sola palabra en ella, porque allí nunca se puede hablar, como tampoco en los claustros, refectorio, cocina y sala de capitulo…. No comemos hasta las dos y media de la tarde y la cuaresma hasta las 4. Nadie puede ni aún tomar agua más que al comer y después de vísperas, que vamos al refectorio todos juntos y después de haber bendecido el agua y nada más, toma el que quiere. Nadie usa tabaco, ni en humo ni en polvo; nadie toma desayuno, ni menos chocolate, que nunca se permite en la casa, ni para los huéspedes que vienen a tomar el hábito.16


Esta vida más es angélica que humana: aquí se ven practicar con exactitud todas las virtudes cristianas; es un verdadero desierto convertido en casa de santos; y aquí se ven practicar a estos santos monjes todo lo que leemos de los primeros anacoretas y de los asombrosos penitentes habitantes de los desiertos de Tebaida. He pedido el oficio de despertador y así es bien corto el tiempo que tengo de dormir, porque tengo que levantarme cerca de una hora o tres cuartos antes que la comunidad para encender todas las lámparas del monasterio y luego tener tiempo de estar solo en la iglesia, y a la una y media toco una gran campaña de vuelta o de torno con la que despiertan todos… Algunas cosas que son indispensables se explican con señas que tenemos establecidas; en toda la vida no hay un rato de esparcimiento, y a esto se agrega el gran trabajo de manos al calor y al frío, que son aquí terribles.17


Y fue quizás por lo agradecido que estaba de la hospitalidad hispana, y a pesar de lo que pudiese pensar su familia y algunos amigos en Chile; Sotomayor demuestra una simpatía explicita hacia los peninsulares:


Yo me hallo sumamente contento: he encontrado en nuestro reverendo padre abad (que es un santo y de un gran espíritu), un padre el más amante; en los monjes he encontrado unos hermanos verdaderos y unos ángeles custodios que me animan y sostienen por su ejemplo y oraciones. ¡Ay. Americanos! ¡Qué injustamente se quejan los americanos de los españoles! Ellos nos aman mucho v se congratulan de tenernos en .su compañía, nos miran con amor y nos aman con ternura. Yo lo he tocado por mí mismo y así mismo lo he escrito a todos los míos.18


Los españoles son hábiles y de talentos muy finos, de modo que aquí no se conoce pueblo bajo; porque todos son dotados de unas prendas y aptitudes muy singulares. Yo en obsequio de verdad, digo esto, porque lo he tocado bastante y aun lo estoy tocando. Cuan cierto es, amigo mío, que están muy equivocados los americanos, mis paisanos, de persuadirse que los españoles son nuestros contrarios, que nos desprecian o nos detestan. Lo cierto es que yo no he observado en toda la conducta de estos honrados individuos de la naturaleza humana más que una suma adhesión hacia nosotros, y en todo cuanto he tocado por mi propia persona y cuanto ha llegado a mi noticia de lo de afuera.19


En sus últimas cartas, resultan interesantes las alusiones que tiene Sotomayor en relación a la muerte, y la aceptación del dolor y la enfermedad como una extensión de esta. En su “Historia de la muerte en Occidente” el historiador Philippe Ariés (2000), propone que la muerte ha ido cambiando desde algo colectivo, próximo y familiar, que caracterizaba a la Antigüedad y Edad Media, a algo que se vuelve vergonzoso y objeto de tabú en nuestros tiempos. Para el historiador francés, el siglo XVIII, corresponde a un momento en que la preocupación se desplaza desde la propia muerte a la muerte del otro. Desplazando el estado anímico y la reflexión hacia la muerte como algo que le ocurre a otro, no a nosotros mismos; o sea, se vive sin pensar en la propia muerte. Esto de la mano con el ideal de una moral más utilitaria y austera, propia de la Ilustración Católica, que estima la muerte como un problema del conjunto de la sociedad, en especial del Estado. Sotomayor vive este momento de cambio, con una actitud íntima y esperanzadora. La muerte del otro es una invitación a meditar sobre su propia muerte:


Yo aquí, he vertido más lágrimas que un Jeremías. De contado estos monjes han muerto, pero dejándonos muy edificados y con unos vivos deseos de seguirlos. Sus semblantes han quedado que parecían que estuvieran en algún éxtasis o en una dulce y deliciosa contemplación. Aquí por lo regular, se vive muy poco….Llegando esta tan deseada hora los ponen en el suelo sobre una cruz de ceniza cubierta de paja para consumar sobre aquel humilde y cinericio altar el sacrificio de una vida que tantas veces han sacrificado a Dios. Finalmente inundados de júbilo e inexplicables consuelos se van a la eternidad, dejando la más segura esperanza de que el Señor los recibe en el seno de su paternal bondad v misericordia, y enseñando con su ejemplo a todos los mortales que sólo la penitencia es el verdadero y seguro camina del cielo. Todos los que mueren aquí se ve en ellos un gozo tan grande al morir, que hasta el semblante de sus cadáveres queda como en un dulce éxtasis o deliciosa meditación. ¡Qué de lágrimas me han hecho derramar los que han muerto en el tiempo que estoy en esta santa casa! Y ciertamente que esta ha sido una de las cosas que más me han afirmado en esta mi vocación20.


Para Sotomayor, las penurias de sus últimos años de vida, son una anticipación a la muerte. La experiencia de vivir es también una confrontación con la muerte. Estar vivo y tener que morir son dos datos inseparables de la experiencia de ser hombre. Así, el sentido de la muerte sólo puede ser el de la libertad que se abre a la gracia, vale decir, el sentido que proviene de la apertura y entrega a ese Otro más grande. La muerte, ya no es una fatalidad, sino una posibilidad de abrirnos y entregarnos a Dios. Esta apertura y entrega, no puede reducirse a la solitaria vivencia del momento de la muerte, sino en el transcurso total de nuestra vida. Saint-Exupery indica: “Lo que da sentido a la vida es lo que da sentido a la muerte”. Todo parece señalar que fray Bernardo lo experimento así:


Aquí, mi amigo, todo nuestro deseo es llegar cuanto antes al termino de nuestros días, porque todos estamos penetrados de aquellos sentimientos del Apóstol: Cupio disolvi et esse Christo. Una enfermedad grave se recibe aquí como el más precioso hallazgo, y aunque sea de aquellas en que es preciso cortas grandes pedazos de carne (que suelen ser aquí frecuentes), o de cosas semejantes, nadie la dejaría por cuanto hay en el mundo. La gracia del Señor, mi amigo, hace que llevemos con gozo y paz esta vida penitente y que muden en nuestro favor de naturaleza las penas, las aflicciones y la muerte misma, pues siendo tan terrible hace que nos sea dulce y agradable. También es cosa de suma admiración la heroica paciencia, resignación e indiferencia con que se portan en sus enfermedades y en el tránsito de la muerte, el cual todos esperamos con la más ansiosa alegría. Es cosa, pues, de suma edificación ver a unos hombres por la mayor parte criados entre las delicias y regalos del siglo, pasar en pie y con poca asistencia las molestias de sus enfermedades, como olvidados de sus cuerpos y necesidades21.


Su última epístola la concluye casi presagiando el breve futuro que le espera y describiendo con profunda sinceridad su felicidad:


¡Oh, que feliz me contemplo, amigo mío, en esta tierra! Créame Ud. Que doce veces al día renuevo los votos que hice el día de mi felicísima profesión, y no me canso todos los días, todos los días, de besar las paredes de esta santa casa y la santa cogulla que me cubre. ¡Con que gusto renuncio el tumulto del mundo y todo lo más curioso y bello de sus atractivos, de sus novedades y pasatiempos! Esta vida solitaria y escondida en Jesucristo es la que constituye verdaderamente dichoso, y esta fue la que robo el corazón de los mayores Santos. O beata solicitud, ¡O sola beatitudo! Aquí estoy visitando y cavando continuamente el altar en que se ha de consumar el sacrificio de mi vida; aquí está el apetecido sepulcro en que mis cenizas esperan en paz la última y eterna resurrección22.


Y no estaba equivocado el monje chileno; pues todo viaje llega a su fin, y cada anhelo a un punto de calmo éxtasis. Comenzando el año 1829, sufre de una pulmonía que “llevó con la mayor alegría, porque conocía se le iban a cumplir sus ansias, que eran de morir para vivir eternamente”. El jueves 29 de enero de 1829, fallece don Marcos Sotomayor de Elzo, conocido ahora como fray Bernardo, el primer trapense chileno


Consideraciones finales


Si se considera que en la historia de un hombre se pueden encontrar elementos de toda la Historia de la humanidad; bien se puede asociar, en la búsqueda monacal de Sotomayor, un símil valido, pues al igual que la historia del monacato, el monje chileno fue desde el retiro solitario del anacoreta, la búsqueda de compañía del cenobitismo e intención de la regulación franciscana, hasta llegar al ideal monacal de una orden establecida como son la cadena benedictina, cistercienses y trapense.

Cada periodo del monacato cristiano fue incluyendo, depurando y transcendiendo al otro, hasta llegar a un punto de equilibrio y crecimiento. Según se puede observar, la vida de Sotomayor representa un desarrollo análogo, que creció a través del ensayo y error, la superación personal y la búsqueda de espacios que no existían en su entorno; pues sí, el anhelo de Sotomayor incluía abrir puertas que no estaban al alcance de la mayoría de los americanos de su época.

Nada, ni nadie, puede ser separado de la influencia de su época; unos más, otros menos, cada uno de nosotros somos una creación de nuestro tiempo, de nuestro entorno, nuestra nación, del paradigma y la cultura que nos rodea. Así fue y así será. Dicho esto, parecer ser que Sotomayor se mantuvo bastante independiente al proceso de emancipación chilena. Pasó la mayoría de las fechas importantes, ya sea fuera del país o absorto en proyectos personales lejanos a los proyectos de los héroes patrios. Pese a que su familia estaba comprometida en parte con la causa independentista, él se mantuvo distante, y esto puede tener distintas interpretaciones.

Un aspecto puede ser la escala que entrega la Historia para observar un hecho o un periodo. Después de un tiempo, es más fácil observar que durante los primeros años del 1800 se estaba forjando la Independencia de Chile; no obstante, es muy probable que, para las personas que vivieron estos años, muchos de los acontecimientos fueran más bien normales e incluso muchos de ellos ignorados, no formaban parte del espectro de su consciencia y continuaron sus vidas cotidianas sin darle importancia a estos hechos. Sin embargo, ¿acaso no ocurre lo mismo con nosotros? ¿Sabemos algo sobre los acontecimientos del presente? Ni siquiera la velocidad de la información y la comunicación, nos pone en mejor posición que nuestros antepasados, pues, el ser humano “vive” el acontecimiento, y luego la Historia le pone un nombre y mide su importancia. Esto pasa en todo orden, la historia universal, nacional o de la vida privada. Quizás Sotomayor no comprendía ni media la importancia de los acontecimientos que ocurrían; por lo mismo, estos acontecimientos influyeron poco en sus anhelos monacales.

Otro aspecto es inherente a la esencia de ser un monje. Estar apartado, separado y oculto para la sociedad, para así entregar toda su energía y tiempo a la oración, la alabanza y la contemplación del misterio máximo que llamamos Dios. Quizás, en el presente, la velocidad y frecuencia en transporte y la información, un monje puede estar inmerso e informado de la sociedad; existen algunos que son grandes profesores, escritores de excelencia y hasta asesores empresariales, sin por ello, descuidar su vocación monacal. Pero, en los tiempos en que un viaje tomaba casi un año, una carta, una información o una influencia cultural otro tanto. Ante estas circunstancias, ¿acaso no es más difícil estar conectado de ciertos aspectos de la sociedad? Más aun para alguien que su mayor anhelo residía en un mundo espiritual y contemplativo, como eran los de Sotomayor.

Y, pese a lo expuesto, Sotomayor tenía su opinión sobre estos temas relacionados a la coyuntura de la emancipación o, mejor dicho, tenía una simpatía evidente hacia los españoles, simpatía que no escondió en ninguna de las cartas que aquí se estudiaron. Probablemente porque esto convenía mejor a sus planes; o bien, porque siempre se desenvolvió en un entorno donde se apreciaba a los hispanos, o simplemente porque su experiencia fue “que los españoles nos aman mucho y se congratulan de tenernos en su compañía, nos miran con amor y nos aman con ternura”. Al final, y tras conocerse la trayectoria vital de este religioso se puede indicar que una persona nunca puede escapar de forjar su propia opinión, basándose en la experiencia.




Bibliografía


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1 Libro de Bautizos San Isidro. 1768-1795. Sección Libro de Bautizos San Isidro. Volumen 3. Archivo del Arzobispado de Santiago (AAS).

2 Universidad de San Felipe. 1798. Fondo Universidad de San Felipe. Volumen 7. Archivo Histórico Nacional de Chile (AHN).

3 Ambrosio O¨Higgins (1720-1801), en su periodo como gobernador de Chile se destacó por la creación de villas y ciudades (Illapel, Vallenar, San José de Maipo, Linares, Parral), impulsar el desarrollo de obras públicas (camino carretero Santiago-Valparaíso, tajamares del río Mapocho) y abolir la encomienda (Frías, 2001: 78-79).

4 Universidad de San Felipe. 1802. Fondo Universidad de San Felipe. Volumen 21. AHN.

5 Egaña, Juan (1953 [1813]). Censo de 1813. Santiago de Chile: Imprenta Chile, p. 318.

6 Informe de Marcos Sotomayor. 1809. Sección Parroquias. Legajo 67. AAS.

7 Donativos (1 de mayo de 1813). El Monitor Araucano, p. 44.

8 Carta de Bernardo de Sotomayor a María de Gracia. 18 enero de 1817. Sección Parroquias, Legajo 67. AAS.

9 La Ollería funciona (con algunos intervalos) entre 1701 al 1875, fecha en la cual se autorizan los últimos ejercicios y el Arzobispo de Santiago, don Rafael Valentín Valdivieso (1847-1878), envía una carta a los administradores evaluando las cuentas entregadas. Cuentas de la Ollería. 1855-1875. Sección Casa de Ejercicios. Legajo 32. AAS.

10 Aviso (15 de noviembre de 1823). El Observador Eclesiástico, p. 240.

11 Bula de Cruzada (29 de noviembre de 1823). El Observador Eclesiástico, p. 264.

12 La casa de Santa Rosa, fue comprada por el presbítero Manuel Antonio Valdivieso el 4 de mayo de 1859. Se realizan ejercicios hasta abril de 1864. En 1866 es vendida al gobierno, que a su vez la destina a una casa de corrección de mujeres a cargo de las religiosas del Buen Pastor. Casa de Ejercicios Santa Rosa. Sección Casa de Ejercicios. Legajo 32. AAS.

13 Carta de fray Bernardo Sotomayor a Manuel de Basualto. 1825. Fondo José Ignacio Víctor Eyzaguirre. Volumen 34. AHN.

14 Carta de fray Bernardo Sotomayor a José Eyzaguirre. 1825. Sección Parroquias. Legajo. 67. AAS.

15 Segunda carta de fray Bernardo Sotomayor a José Eyzaguirre. 1825. Sección Parroquias. Legajo. 67. AAS.

16 Sección Parroquias. Legajo. 67. AAS.

17 Carta de fray Bernardo Sotomayor. 1825. Fondo José Ignacio Víctor Eyzaguirre. Volumen 34. AHN.

18 Carta de fray Bernardo Sotomayor. 1825. Fondo José Ignacio Víctor Eyzaguirre. Volumen 34. AHN.

19 Sección Parroquias. Legajo 67. AAS.

20 Carta de fray Bernardo Sotomayor. 1825. Fondo José Ignacio Víctor Eyzaguirre. Volumen 34. AHN.

21 Sección Parroquias. Legajo 67. AAS.

22 Sección Parroquias. Legajo 67. AAS.