Itinerantes. Revista de Historia y Religión 15 (jul-dic 2021) 86-103

On line ISSN 2525-2178




Una temprana historia de la Independencia: las Letters on the United Provinces of South America


An Early History of Independence: Letters on the United Provinces of South America



Pablo Martínez Gramuglia

Universidad de Buenos Aires

pmgram@gmail.com


Resumen

Letters on the United Provinces of South America es un libro publicado en 1819 en los Estados Unidos que presentó al público norteamericano una mirada sobre las actuales Argentina y Bolivia (y zonas aledañas), incluyendo un panorama histórico. El relato trazado construye la Revolución de Mayo como un acontecimiento central que, si bien reconoce algunos antecedentes, inaugura casi por completo la historia de la región, pensada como una historia de la libertad que deja atrás un período de opresión cuyo estudio se relega. Esa opresión, a su vez, se concibe doble: de España y de la Iglesia católica, cuyos funcionarios son caracterizados de manera muy negativa. El estudio descriptivo del texto da pie a una exploración del impacto en el público inmediato y de cómo este definió, en buena medida, las características centrales del libro.


Palabras clave: historia argentina, historiografía, Revolución de Mayo, letrado


Abstract

Letters on the United Provinces of South America was a book published in the United States in 1819. It advanced a view of present-day Argentina and Bolivia (and nearby places) to the US American public, including a general historical survey. The story told turns May Revolution into a central event, which, even though it has some precendents, practically inaugurates the history of the region, understood as a history of liberty that leaves behind a period of oppression almost disregarded as an object of study. This oppression, at its time, is conceived as twofold: exerted by Spain and the Catholic Church, whose officials are portrayed in a very negative way. The descriptive study of the text gives place to an exploration of the impact in the immediate public and of how this public defined, by and large, the book’s most salient characteristics.


Keywords: Argentine history, historiography, May Revolution, lawyer



Fecha de envío: 17 de septiembre de 2021

Fecha de aceptación: 20 de diciembre de 2021



En abril de 1819, los estadounidenses tuvieron a su disposición un libro que, como venía siendo cada vez más frecuente en la prensa periódica, se refería a una región vista a la vez como remota y semejante. Las Letters on the United Provinces of South America, firmadas por Vicente Pazos y traducidas, como indicaba la tapa, por Platt H. Crosby, venían a llenar una demanda de información cada vez mayor en la sociedad norteamericana, que veía las luchas por la independencia de las excolonias españolas con simpatía al tiempo que los sucesivos gobiernos del país se declaraban neutrales1. Claro que, según las variables circunstancias del juego de potencias europeas desatado por las guerras napoleónicas dos décadas antes, esos mismos gobiernos podían declarar una neutralidad que no era real y albergar en puestos legislativos a funcionarios que abiertamente la cuestionaban, como nada menos que el entonces presidente de la Cámara de Representantes, Henry Clay2. De modo que no fue casual que este nombre estuviese también en la tapa del libro, completando el largo título: Addressed to Hon. Henry Clay, Speaker of the House of Representatives of the United States.

El género mentado por el título, “Cartas sobre las Provincias Unidas de Sudamérica”3, exigía la presencia del remitente y del destinatario, además del mediador clave que realizó la traducción. Esta fue la única edición del libro y no se conserva, hasta donde hemos podido averiguar, un original en lengua castellana o en alguna otra de las que manejaba Vicente Pazos. ¿A quién se refería este nombre, cuya hispanidad saltaba a la vista en una tapa plagada de términos anglosajones? En otras ocasiones había firmado o firmaría Vicente Pazos Silva, combinando el apellido paterno con el de su padrastro, quien lo había criado desde los seis años, o bien Pazos Kanki, convirtiendo el nombre de pila de su madre en segundo apellido y subrayando así su origen mestizo; en el ámbito anglosajón, renuente a la acumulación de apellidos, tal vez la prudencia o el marketing sugirieron el uso exclusivo, aunque la omisión no dejase de tener un sentido específico4. Nacido en el Alto Perú en 1779, ordenado sacerdote y doctorado en teología en Cuzco, este letrado vivía en ese momento entre Nueva York y Baltimore, a donde había llegado luego de una intensa actividad como publicista revolucionario en Buenos Aires entre 1810 y 1812, de su paso por Londres entre 1812 y 1816 y una nueva estancia en Buenos Aires en 1816 y 18175. Crítico del director supremo Juan Martín de Pueyrredón y después de varios conflictos con la Junta Protectora de la Libertad de Imprenta, fue apresado y expulsado del país junto con algunos otros letrados, entre ellos Pedro José Agrelo y Manuel Moreno6.

Pero en su viaje a Europa, además de ampliar su formación intelectual y abrazar un liberalismo más radical, había tomado una decisión vital que dejaría marcas en sus futuros textos: Pazos dejó el sacerdocio, contrajo matrimonio y no solo se convirtió al cristianismo anglicano sino que también inició una encarnizada crítica a la influencia del catolicismo en la cultura americana de entonces7. Según Bartolomé Mitre,

Era Pazos Kanki de carácter excéntrico, de moralidad equívoca, con un juicio desequilibrado y una inteligencia bastante cultivada y activa, nutrida con fuertes lecturas. En los últimos años que había pasado en Inglaterra, se había familiarizado con las instituciones británicas, interpretadas por los demócratas republicanos, especialmente por Tomás Payne, cuyas doctrinas profesaba. (1887, v. 2, 438)


Como ha estudiado Alejandra Pasino, centrándose en la actuación de Manuel de Sarratea pero dedicándole algunos párrafos a Pazos, quienes actuaban de consuno, la estadía en Londres fue una aprendizaje de cómo relacionarse con funcionarios públicos, estableciendo redes y contactos, y de cómo influir en la opinión pública a favor de la independencia americana a través de la prensa periódica (2013). Mucho de ese aprendizaje le sería útil a Pazos en 1818, cuando como representante del fugaz y ya frustrado gobierno independiente de la Isla de Amelia recorriese los escritorios de miembros de los poderes ejecutivo y legislativo norteamericano (Bowman 1975b y 1975c). En esas recorridas, justamente, conocería a Henry Clay, en quien confiaría los resultados -finalmente nulos- de sus gestiones para resarcir a los insurgentes de Amelia de las pérdidas generadas por la invasión estadounidense en diciembre de 1817 (Bowman 1975c, 438). Pazos era entonces conocido ya entre políticos y lectores de Estados Unidos cuando salió el libro de 1819, pues esas gestiones en torno del llamado “Amelia Island Affair” habían llevado su nombre al Congreso y a la prensa más de una vez (Bowman 1975c, 430, 435, 437-441).

En las Letters… se reflejaban aquellas nuevas lecturas y convicciones religiosas y políticas producido para un público diferente y con una formulación poco orgánica. ¿Qué eran, en definitiva, esas “cartas”? El texto combinaba la historia reciente, la descripción etnográfica y la geográfica, así como sugería la posible explotación económica del territorio del antiguo Virreinato del Río de la Plata, orientado a generar el interés del lector curioso norteamericano, pero sobre todo del gobierno de los Estados Unidos. El buscado apoyo político a las independencias americanas no tenía como (única) motivación el noble apoyo a una empresa encarada en nombre de la libertad y la igualdad, sino que, como probaremos en seguida, podía encontrarse en intereses comerciales del país que en menos de cuatro años sentaría las bases de la Doctrina Monroe.


La historia de Pazos


El libro trae una “Advertencia” [Advertisement] del traductor Crosby, un prefacio del autor y dos partes sin un título específico, en las que cada capítulo se denomina “carta”, aunque en ninguna aparecen marcas de un discurso epistolar (fecha, firma, destinatario, etc.)8. La primera parte está destinada a la historia de la denominada “República de las Provincias Unidas de Sud América”, mientras que la segunda está destinada a una descripción geográfica de las provincias del Alto Perú, según “su clima, suelo, producciones y otras propiedades físicas” (125), haciendo particular énfasis en las posibilidades de explotación económica, probablemente con el objetivo de seducir al potencial inversor extranjero9. Aprovechando ciertas ambigüedades del término “peruano”, se incluyen también episodios y descripciones del supérstite Virreinato del Perú.

La primera parte, centrada de modo casi excluyente en el ya desaparecido Virreinato del Río de la Plata (incluyendo el Alto Perú, aunque poco se diga de la Banda Oriental y el Paraguay), puede dividirse a su vez en dos secciones distintas: de la carta 1 a la 9 se ocupa de la historia de la región y de la 10 a la 14 traza una especie de etnografía o una geografía humana, describiendo los distintos grupos sociales con una lógica colonial (de castas): indios, criollos, cholos, mestizos, españoles europeos, negros y mulatos. Si bien el texto llega a esta descripción para poder explicar el “misterio” planteado por el movimiento revolucionario (¿por qué pueblos tan guerreros y aptos para la independencia como los del Alto y Bajo Perú todavía no la han logrado?), esas últimas cartas de la primera parte constituyen ya una transición hacia la segunda, centrándose en la descripción del presente más que en la narración histórica, a la que no es ajeno también el peso del relato de viajes, pues más de una vez el enunciador exhibe cierto conocimiento basado en el haber estado allí, incluso cuando se permite cierta entonación lírica en la que la apelación a los sentimientos se contrapone con el discurso ilustrado cientificista; por ejemplo, al describir la ciudad de La Paz, escribe:

¡Infeliz ciudad de mi nacimiento! El tiempo de tu sufrimiento se acerca a su fin; ya el rayo de la guerra se desvanece en la lejanía; días más brillantes empiezan a despertarse para ti y pronto tus calles desiertas bullirán con el vivaz bisbiseo de los negocios; ¡y de las cenizas de tus héroes asesinados saldrá un pueblo que emule sus virtudes y que te devuelva más que nada tu antiguo esplendor! (190)


La parte estrictamente histórica, entonces, se despliega en las primeras nueve cartas, aunque en las descripciones de las otras once es habitual referirse a los hechos narrados en las primeras, ya sea dándolos por conocidos, ya volviéndolos a contar10. ¿Cuál era esa historia que construía Pazos? Dejando de lado la mayor parte de la dominación española, el proceso de conquista y el pasado prehispánico, el escritor se centraba en el período reciente, para escribir (como el deán Funes un par de años antes) la historia del Río de la Plata como una historia de la libertad nacida en mayo de 1810, que reconocía, con todo, como antecedentes valiosos el alzamiento comunero en Asunción del Paraguay (que ubica en 1725) y la revolución liderada por Túpac Amaru. De hecho, señalaba que

Es un hecho histórico que, en el año 1725, en una remota y distante punta del mundo civilizado y en una colonia de un gobierno tan despótico como es probable que jamás haya habido en Europa, los principios verdaderos y fundamentales del gobierno libre fueron entendidos y públicamente proclamados. (11)


En ese punto comenzaba la historia de las Provincias Unidas para Pazos: nada refería del proceso de exploración y conquista de la región en las primeras páginas y solo en los capítulos que hemos relacionado con la etnografía o en la segunda parte aparecían algunas mínimas anécdotas. De ese modo fijaba en el proceso revolucionario el inicio de esa historia de la libertad, pues del pasado anterior solo merecían su atención sus antecedentes; incluir el período colonial con toda su complejidad habría implicado hacer una historia de la opresión española -y tal vez reconocer triunfos parciales de un ideal civilizatorio al que Pazos no dejaba de adherir- y dejar para el final su foco de interés. Como ha señalado Fabio Wasserman en relación con el período, “sin que dejara de ser considerada una narración, un repertorio de ejemplos o una fuente de conocimientos”, la historia empezó a ser escrita ordenada como una explicación racional y como despliegue de un valor abstracto que la guiaba (2010, 23), en este caso la libertad. Claro que Pazos no ahondaba en las consecuencias filosóficas de la decisión, ni siquiera era consecuente con ella pues, como ya señalamos, buena parte del libro se aparta del relato histórico; pero sí ve en el proceso revolucionario el resultado de una dirección única y necesaria de las acciones humanas, aun cuando sus propios actores ignorasen este rumbo e incluso cuando parecían ser contrarias a él:

Las crueldades infringidas por el gobierno español sobre el pueblo de Sud América, cuando quiera que haya manifestado cierto espíritu de independencia y de reforma en la administración, proveyeron la más clara evidencia de que siempre ha existido un amor inextinguible por la libertad y la independencia política en sus corazones. (10-11)


Esa libertad, enunciada tanto de los individuos como de las Provincias Unidas y otras entidades políticas que reconoce (Paraguay, Chile, Perú), que no pueden ser caracterizadas como nacionales sino que responden a las unidades administrativas españolas, había sido arrebatada a un despotismo que Pazos entendía doble: por un lado, el imperio español, culpable de una larga serie de injusticias tanto contra los indígenas que poblaban la región antes de su llegada como contra los mismos habitantes de la colonia; por el otro, la acción de los miembros de las distintas órdenes religiosas, sobre todo los jesuitas, a los que destina duros anatemas personales (ambiciosos, ladrones, acomodaticios, mal formados en teología)11. En ese sentido, también hay una continuidad con el período londinense del autor, marcado por el americanismo y el anticlericalismo (Pasino 2013). Más en general, retomando aspectos de la llamada “leyenda negra” de la conquista española –“las mismas crueldades practicadas por los españoles en el tiempo de la conquista se repitieron tres siglos después” (25) señala al relatar la represión de la revuelta de Túpac Amaru- y críticas protestantes al catolicismo, concibe esta religión como sostén ideológico del dominio español y del despotismo en general:

un sistema religioso que obliga a sus creyentes a actuar como fiscales de sí mismos y a considerar las doctrinas y los consejos de sus pastores como oráculos del Cielo es, sin duda, el más poderoso motor del despotismo que se haya inventado. (15) 12


Pese a no estar orientada por una idea de nación, la de Pazos, como las historias “ilustradas” europeas, veía en la religión un obstáculo para el progreso13. De ahí también su crítico distanciamiento de la obra más reciente y más completa con la que contaba, el Ensayo de historia civil de Buenos Aires, Tucumán y Paraguay (1816-1817) del deán Gregorio Funes, historia “oficial” escrita por encargo del gobierno porteño que seguía con bastante rigor las crónicas coloniales, sobre todo las elaboradas por los padres jesuitas como Pedro Lozano y José Guevara y que no dejaba de mostrar cierta simpatía por el rol de la Compañía en el desarrollo rioplatense. De hecho, el contraste con la obra de Funes es mayor, pues esta, aun guiada por el ardor revolucionario y por un similar amor a la idea de libertad (no en balde está dedicada “A la patria”), se centraba en el período colonial y solo su último capítulo, “Bosquejo de nuestra revolución desde el 25 de Mayo de 1810 hasta la apertura del Congreso Nacional el 25 de marzo de 1816”, ponía el acento en el proceso revolucionario. De las pocas menciones que Pazos hizo, dos son más largas y de fuerte rechazo, relacionadas justamente con los considerados antecedentes principales de la Revolución de Mayo: la revuelta de los comuneros en Paraguay y la de Túpac Amaru en Perú. En cuanto a la primera, escribía Pazos:

El principal historiador de este país, Charlevoix, era un jesuita y en consecuencia parcial hacia esa orden religiosa compuesta por sus compañeros y hermanos. Estaba inspirado por todo el espíritu intolerante y excluyente que caracteriza tan fuertemente a esa secta, y es por lo tanto natural que presentase en su historia una imagen poco favorable de los enemigos de los jesuitas […]. Pero es mucho más sorprendente que el deán Funes, que escribió casi un siglo después de Charlevoix, en una edad de luz y libertad, siguiese, sin crítica y con tan notorio servilismo, cada detalle encontrado en los escritos del jesuita. (12-13).


La segunda crítica es menos abierta y más propia del cruel ironista que Pazos había probado ser en su escritura en la prensa unos años antes. En una nota al texto, ubicada como todas al final del libro (excepto alguna que otra aclaración sobre la traducción), señala que Funes, al referir el levantamiento de Túpac Amaru “…ha relatado correctamente la historia de esta revolución, la primera parte de la cual ha tomado de un bosquejo delineado por el señor Sea y yo mismo y publicado en Londres en 1815” (252). El deán cordobés, parecía sugerir, acertaba cuando se copiaba; y el publicista altoperuano debió haber sido el primero de la larga lista de lectores que acusarían a Funes de plagio en la concepción de su obra magna.

De todos modos, había un acuerdo básico (aunque no explícito) con la representación del proceso revolucionario: como Funes, y a diferencia de los relatos que el historicismo romántico primero (Domingo F. Sarmiento, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, las primeras biografías de Bartolomé Mitre) y la historiografía con pretensiones científicas después (Mitre y Vicente Fidel López), la Revolución de Mayo no aparecía como un desarrollo necesario o fatal en el curso histórico14. Si bien para Pazos la Revolución de Mayo era un parteaguas de la historia sudamericana, al reconocer los antecedentes señalados y al enfatizar, como Funes, la crisis interna de la monarquía española (la invasión napoleónica, las abdicaciones de Bayona y el movimiento juntista en la península) como desencadenante del cambio en América, esa revolución era más resultado del azaroso curso de los hechos que de la acción deliberada de quienes la llevarían adelante. Que ese cambio fuera pacífico, sin embargo, dentro de la propia legalidad hispana y en nombre de Fernando VII no engañó a los españoles, que vieron que la Junta instalada el 25 de mayo de 1810 implicaba el fin de su dominación en América, dado que el nombre del monarca cautivo “…solo fue preservado como maniobra política para remover dificultades, y con su influencia avivar el espíritu de independencia que ya vivía en todos los pechos” (39). El razonamiento es algo contradictorio, pero esbozado en 1819 señalaba a las claras las dificultades para enfatizar la irrevocabilidad y a la vez la contingencia de la independencia argentina cuando la España absolutista preparaba su último intento de recuperar las perdidas colonias.

Las pocas menciones a la obra de Funes llaman la atención por su cercanía temporal y temática (era el único antecedente de una historia de la revolución en el formato libro), es cierto, pero en general las Letters… no eran eruditas. La obra toma como fuentes cronistas y viajeros como Pierre François Charveloix, Antonio de Ulloa, Amédée-François Frézier y algunos escritores en lengua inglesa que habían producido descripciones sobre la región, como Samuel Hull con su History of the Viceroyalty of Buenos Aires, publicada en 1808 (un año después del último intento británico inglés de conquistar la ciudad) o la Modern Geography de John Pinkerton, reeditada con revisiones de Benjamin Burton sobre América en 1804; es decir que Pazos de seguro trabajó con los pocos libros que tenía a mano en su destierro15. Y con su propia memoria de lo narrado por otros y lo vivido por él: más de una vez Pazos explota su condición de testigo de la información aportada. Al tratar la conspiración de José Aguilar y Manuel Ubalde en 1805, en Cuzco, por ejemplo, relata así su final: “Ubalde, cuya ejecución yo presencié, fue ahorcado en agosto de 1805” (29)16.


El historiador y sus lectores


En ese sentido, este carácter de testigo, junto con el orgullo altoperuano que aparece al registrar la revolución de La Paz en 1809 o al caracterizar las victorias de los ejércitos porteños en las “más ricas y mejores provincias de la Unión” (43) y las durísimas críticas dirigidas a la religión que apenas unos años atrás había abandonado, dejan ver una presencia fuerte de la subjetividad del enunciador en esta historia que se propone presentar al público norteamericano los detalles completos de una parte del mundo hasta entonces solo conocida por “…mugrientos canales de información que, de tanto en tanto, el peor de los gobiernos y la peor de las religiones han abierto con el mundo” (v).

De los pocos testimonios de la recepción del texto con los que contamos podríamos con todo suponer que, lejos de comprometer su régimen de verdad, esa subjetividad actúa como garante de los datos vertidos. El primero de esos testimonios está en el paratexto inicial que forma parte del mismo libro, la “Advertencia” del traductor Crosby, quien abría su texto señalando:

el autor de las Cartas que siguen es un nativo del Alto Perú; en consecuencia, mucho de lo que describe es la memoria familiar de su infancia o el resultado de su estudio y de su observación personal en la madurez.

En su rápido bosquejo de la revolución de las Provincias Unidas de Sud América, hay muchas escenas en las que tomó parte, sea como actor o como víctima, y que están por lo tanto impresas en su memoria demasiado profundamente como para que se olviden fácil. Para el resto, en los casos que no está ya en la historia, descansa en información auténtica y en documentos públicos. (iii)


El complemento de la memoria familiar y la observación personal no revela una característica del enunciador que lo hacía singular (aunque no único) entre los letrados del período de la Independencia, que era la condición de mestizo del propio Pazos. Si bien el hecho de ser “víctima” [sufferer] podría pensarse signo de un lugar poco privilegiado en esa sociedad, en el marco del vasto y opresivo despotismo representado no es necesario identificarlo con la pertenencia a los pueblos indígenas o a las castas de mestizos. En el libro, pese a las inscripciones del enunciador en primera persona, en las que se recuperan datos provenientes de su propia experiencia, en ningún momento aparecen rastros del origen familiar de Pazos, quien, recordemos, para esta publicación había dejado de lado su apellido aymara, con tanto orgullo exhibido en las polémicas porteñas17; tampoco mencionaba Pazos su vieja condición de sacerdote, aunque sí reseñaba su paso por las aulas universitarias de Charcas y por la prensa porteña.

Un comentario en un periódico enfatizaba las ventajas de una versión “de primera mano”:

Todo lo relacionado con esa interesante parte del mundo se compra con gran avidez; pero, si los trabajos de los extranjeros son buscados con ansiedad, con mucha mayor satisfacción tomamos un libro sobre Perú escrito por un PERUANO en busca de información auténtica, y [más] de una mente muy cultivada, mezclada con un ardor patriótico por la gran lucha en marcha en esa parte. (The National Advocate 1819, destacado en el original)


Este énfasis en la subjetividad del historiador se explica también al considerar qué leían esos lectores en las Letters…: más que un interés puramente historiográfico -que lo había-, la mayoría de los comentarios señalaban lo “interesante” del libro, en un doble sentido: por un lado, relacionado con las curiosidades propias de los relatos de viaje; por el otro, con las posibilidades de explotación económica que también generaban “interés” en el lector norteamericano18. Como señalamos antes, el texto ya planteaba esa posibilidad de lectura al referir no solo grandes cuadros descriptivos (fueran de la historia, fueran de la geografía física, fueran de las características de la población), sino también relatos y descripciones menores que despertarían ese interés del lector curioso19.

Sin embargo, lo anecdótico se muestra ideológico cuando reparamos en las caracterizaciones que Pazos realizaba de los pueblos indígenas y de los mestizos: aptos para la guerra, llenos de fuerza y coraje, sí, y trabajadores esforzados, nobles, honestos, pero también incapaces de pensar por sí mismos, poco educados, susceptibles de ser engañados, difícilmente civilizables. Por eso planteaba un “misterio” al finalizar la parte estrictamente histórica en la carta IX:

parece claro que el pueblo de Perú no solo ha mostrado voluntad de independencia, sino que ha sacrificado mucho por la causa. En cada batalla en que ha participado ha luchado con desesperación; donde fuera que apareciese el ejército patriota era recibido por el pueblo con júbilo; las crueldades infringidas por los españoles agregaron combustible a la llama, y las tropas realistas fueron recibidas con la hostilidad más acerva. Pero, ¿cómo tan favorable disposición para la independencia de parte del pueblo no ha sido suficiente entonces para deponer a las autoridades españolas? ¿Qué causas todavía existen que impiden al pueblo que tiene tan abundantes recursos establecer su independencia política? (70)


Para explicar eso Pazos daba lugar a la serie de cartas que más arriba llamamos “etnográficas”, en las que describía el carácter “civil y político” de los habitantes de las provincias (70). Un hombre “sin libertad, sin propiedad, sin seguridad es una mera máquina” (76); la ausencia de una rebelión masiva de indígenas y mestizos solo puede explicarse, para el exsacerdote, por la presencia de la religión católica. En la carta XI, desarrollaba una curiosa teoría que explicaba el carácter opresivo del catolicismo por estar aliado al gobierno y, en consecuencia, por no tener “competencia”, defendiendo de este modo la libertad de cultos y congraciándose con su público norteamericano, que podemos suponer reformado en su gran mayoría: “Puede preguntarse si en una comunidad dada la pureza de costumbres puede ser preservada sin diferentes sentimientos religiosos, sin esos útiles controles y contrapesos [checks and balances]” (83). El modelo era desde ya Estados Unidos, donde “la libertad religiosa y la rivalidad entre diferentes sectas es el mejor medio para mantener la pureza en las costumbres del pueblo” (84). Si bien la idea está presente en varias partes del libro, este capítulo en particular, la Carta XI, estaba todo destinado a demostrar la “perniciosa” influencia del catolicismo, que instilaba obediencia a los creyentes y corrompía a los propios funcionarios eclesiásticos. Así como en la versión del pasado colonial los jesuitas aparecían como los grandes “villanos” de la historia rioplatense, en el presente el clero secular era la gran traba para un progreso real de esta región del mundo, incluso por ofrecer una carrera en exceso tentadora para las elites criollas, dado el bienestar económico del que, según Pazos, gozaban todos sus miembros20.

No estaba del todo claro, sin embargo, quiénes eran los protagonistas de la historia de la libertad que trazaba, pues los diferentes actores sociales (criollos, mulatos, mestizos, etc.), a excepción de los españoles peninsulares, coincidían en el objetivo, pero no había una entidad política que los aunase: Pazos no podía todavía imaginar una nación en un sentido romántico y tampoco lograba delinear una identidad americana pues consideraba fundamentales las diferencias entre los distintos grupos sociales. Influido por una concepción teleológica de la historia, no delineaba un historicismo en el que el punto de llegada fuera un Estado nación o una cultura nacional difícil de hallar en el sur del continente, sino que más bien la libertad misma funcionaba como horizonte al que se dirigía la acción21. En ese sentido, la historia de la libertad que planteaba era la de una lucha contra el poder de las instituciones eclesiásticas, consecuente con una idea restringida de la Ilustración que veía en la religión apenas una herramienta para morigerar las costumbres “bárbaras” o bien para movilizar a las masas ignorantes de indígenas y mestizos. Es ejemplar en ese sentido el relato de la batalla de Tucumán, que ya para ese momento gozaba de una breve tradición de haber sido zanjada por una intervención divina22. Pazos refería que Belgrano “se puso bajo la protección de la Virgen Mercedes, cuya fiesta anual tiene lugar ese día” (52), pero no mencionaba ninguno de los “milagros” que los patriotas habían visto en las fortuitas circunstancias que permitieron el triunfo frente a un ejército más numeroso, largamente más veterano y mejor equipado. Y de hecho aclaraba: “En esta ocasión, Belgrano, imitando el ejemplo de Goyeneche…” (52). ¿Qué ejemplo? Menos de diez páginas antes, había relatado cómo el general realista José Manuel Goyeneche, vencedor en la Batalla de Huaqui, había observado que las tropas porteñas tenían hábitos religiosos más “liberales” que los altoperuanos y

encontró un recurso poderoso para persuadir a los peruanos de que los porteños habían venido al país para destruir su religión y de que por su desprecio de las ceremonias de la Iglesia debían ser considerados enemigos de Dios y del Rey; y al mismo tiempo proclamó a la Virgen del Carmen como comandante en jefe de todo su ejército y a sí mismo como su segundo al mando. Este mensaje, reiterado por los capellanes de los diferentes cuerpos, que eran curas fanáticos, produjo en las mentes de los soldados miserables e ignorantes los mismos efectos que siempre ha causado el fanatismo religioso. Estos hombres de mente débil, que eran mayormente indios de Cuzco y mestizos, la más degradada porción de la población […] fueron a la batalla con el mismo entusiasmo que los cruzados al mando de Pedro el Ermitaño. (44-45)23


La piadosa actitud de Belgrano, entonces, conocido por su ferviente devoción cristiana, en la versión de Pazos se convertía en un instrumento que explotaba los aspectos más atávicos de la religión, aprendidos incluso en los ardides del enemigo; el sentimiento religioso de esa soldadesca tan negativamente descripta era una pasión disponible para el líder que mejor supiese adularla24.

Si este modo de representar la historia rioplatense dejaba claras las ideas que el exsacerdote ahora defendía, reflejaba también las convicciones de buena parte del público al que el texto estaba dirigido, presente en las frecuentes comparaciones entre una sociedad y otra, pero, sobre todo, en la exhortación a pensar en el otro extremo del continente como una oportunidad concreta de expansión comercial de los Estados Unidos, que, según Pazos, debía adelantarse a los planes económicos de Gran Bretaña y a las ambiciones políticas de las potencias reunidas en la Santa Alianza, ansiosas por reafirmar el principio de derecho divino de los monarcas (240-244). América toda (del norte y del sur) se oponía en su relato a Europa a partir del eje república/monarquía-despotismo tanto como libre comercio/privilegios comerciales. Y así lo entendía el anónimo redactor de una reseña del Western Review and Miscellaneous Magazine en noviembre de 1819, quien declaraba:

El comercio de Sud América, cuando sea libre y abierto, será, sin dudas, un asunto de vasta importancia, sobre todo para Gran Bretaña y Estados Unidos. Dejando de lado nuestros sentimientos y simpatías, es por nuestros intereses como nación comercial que Sud América debe ser independiente. (s/a 1819, 4, destacado en el original)


Y de hecho así lo planteaba Pazos en su libro, como principal incentivo ofrecido para lograr aquello que consideraba el objetivo último de su tarea política y paso imprescindible de las nuevas repúblicas americanas: el reconocimiento de la independencia por otros países, si bien evitaba de plantearlo de manera directa, para no intervenir en conflictos políticos estadounidenses:

[Las Provincias Unidas] ejercen todos los derechos de la soberanía y poseen todas sus ventajas, con la excepción del reconocimiento de otras naciones. La política de los gobiernos europeos, como sea que se haya originado, ha sido seguida por Estados Unidos; qué tan atinado es esto no será juzgado aquí, ya que nos metería en los laberintos de la política más allá de lo que es prudente o deseable […]. En un estado de profunda paz, como el presente, cuando las naciones pueden perseguir sus intereses y políticas, la competencia presiona sobre las ganancias comerciales. […] Visto bajo esta luz, la emancipación de Sud América es de importancia central para todo el mundo comerciante, pero sobre todo para Gran Bretaña y Estados Unidos. (vii-viii)


Las Letters… en la historia


De ahí también que el destinatario de Pazos fuese doble: por un lado, Henry Clay, líder político clave en las disputas parlamentarias de Estados Unidos, elegido como interlocutor explícito y sinécdoque de los funcionarios públicos de aquel país; y, por otro lado, el público general que compraría el libro, pues después de todo se ofrecía como una mercancía más en el mercado25. La posible “presión” política ejercida por el texto tenía entonces como objetivo tanto a los miembros del gobierno como a la opinión pública norteamericana26.

Resulta hoy muy difícil calibrar la eficacia de la intervención: apenas tenemos algunos testimonios de la recepción del texto en la prensa periódica (entre ellos, un acuse de recibo de Clay, quien le envió una carta elogiosa, quizás “de circunstancia”, a Pazos, quien sin embargo se encargaría de hacerla pública27) y el libro no ocupa ningún lugar importante en la historia de la historiografía argentina ni aparece citado (cuando aparece) más que como una curiosidad. Sería desde luego exagerado suponer que influyó en algún sentido en el cambio de la política norteamericana a partir de 1821; con todo, releerlo nos permite pensar los tempranos usos políticos de la historia en un contexto alejado del escenario principal de los acontecimientos, a la vez que relevar una versión particular de esa historia muy cercana al tiempo de lo narrado. En relación con lo primero, para Pazos la historia, como la descripción geográfica y etnográfica y las anécdotas y datos curiosos que hemos relacionado con el relato de viaje, resultaba una manera de intervenir en las discusiones públicas de un país en el que no tenía inserción institucional ni contactos firmes establecidos y solo podía confiar en la eficacia de su escritura. Y en cuanto a los acontecimientos narrados, ofreció un relato que, aunque no sería una referencia en la historiografía posterior, proponía una explicación posible y un rumbo cierto para los cambios que vertiginosamente se acumularon en el sur del mundo en la segunda década del siglo, enfatizando la crítica de las instituciones católicas como origen y a la vez destino de esa historia de la libertad.







Bibliografía


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1 En general se atribuye la neutralidad de las diferentes administraciones estadounidenses a las negociaciones en marcha con España para la venta del territorio de la Florida. En efecto, solo después del tratado Adams-Onís, firmado en febrero de 1819 pero ratificado dos años más tarde por España (que adrede estiró las negociaciones para evitar que Estados Unidos se inmiscuyese en conflictos percibidos como internos a la propia corona española), la república del norte reconocería las independencias americanas, entre ellas la de las Provincias Unidas. Ver Mamaní y Cortés, 2017.

2 Según Fernando Enrique Barba, “Los Estados Unidos sostenían también el principio de neutralidad en la guerra que España mantenía con sus excolonias: pero, estando sus intereses íntimamente relacionados con la emancipación americana, esta neutralidad tuvo características muy especiales. Si bien el gobierno no prestó colaboración directa a los revolucionarios, tampoco les impidió que realizaran un intercambio comercial con su país. […] Los Estados Unidos no estaban dispuestos a perseguir a los hispanoamericanos y menos a interponerse en su revolución, antes bien, continuaron prestando su colaboración en forma indirecta. Fue también evidente que los Estados Unidos se opondrían abiertamente a cualquier intervención europea en América.” (2016, 27).

3 Todas las traducciones del inglés son nuestras.

4 Es común en la bibliografía referirlo como “Pazos Silva (Kanki)” o directamente como “Pazos Kanki”, haciendo hincapié en la identidad mestiza enfatizada por él mismo al elegir ese nombre (a veces con exagerado optimismo sobre las consecuencias de esa identidad). En el marco de este trabajo, dedicado centralmente a las Letters…, usaremos la versión breve con la que van firmadas.

5 Para una síntesis biográfica de Pazos y un estudio de su actividad en la prensa periódica porteña en 1811-1812 y 1816-1817, ver Eiris 2014 y Martínez Gramuglia y Rosetti 2017. La biografía más completa es la de Charles Harwood Bowman 1975a. Una exploración sistemática sobre su pensamiento político en general puede leerse en Rojas Ortuste 2012.

6 Omitimos referencias más detalladas a la actuación en la prensa periódica y en la política porteñas por haber dedicado un estudio previo al tema (Martínez Gramuglia y Rosetti 2017).

7 De hecho, su vuelta a Buenos Aires estuvo acompañada de un pequeño escándalo motivado por el nuevo estado civil y también porque llevó consigo y puso a la venta ejemplares de un libro que había traducido y publicado en Londres junto con Manuel de Sarratea (en misión diplomática), Observación sobre el inconveniente del celibato de los clérigos, versión libre de Les inconvéniens du célibat des prêtes de Jacques Gaudin. Prohibido más por las críticas a la autoridad religiosa que por la discusión sobre el celibato, el libro sin embargo circuló y halló lectores en el antiguo virreinato. Al respecto, ver Di Stefano 2010, sobre todo 114-124.

8 En puridad, la primera carta de la primera parte está dirigida al “honorable Henry Clay”, y la primera de la segunda encabezada por un escueto “Señor” [Sir].

9 Avanzado el libro, Pazos expone su credo económico liberal (aunque heterodoxo), sobre todo en la última de las cartas, en las que discute abiertamente con la fisiocracia y con autores como Alexander von Humboldt y Adam Smith. Allí afirma, por ejemplo, que “…es en el intercambio intenso con naciones extranjeras que este país [Perú] debe buscar su progreso en el conocimiento, la industria, las artes y las libertades civil y religiosa” (209) o bien que “…el gobierno procure sus derechos a todos sus ciudadanos y fomente la inmigración de extranjeros industriosos” (212).

10 En una misma vena subjetiva, una página antes de la citada apelación a la grandeza futura de La Paz, el orgullo por su patria chica aparece al recordar un hecho que había relatado antes de manera más despojada, el levantamiento del 25 de mayo de 1809, señalando que “fue en esta ciudad que el fuego de la revolución se encendió por primera vez, y aquí es donde más ha brillado” (189). Así como la metáfora ígnea exagera un poco la importancia del suceso, los deícticos “esta” y “aquí” revelan bien la ubicación imaginaria del enunciador.

11 Sorprende un poco, por eso, el señalamiento de que “Pazos, que no era jesuita en su formación como sacerdote, reitera esta idea admirativa de los jesuitas” (Rojas Ortuste 2012, 47), pues esa admiración era de la eficacia en la maquinaria colonizadora.

12 La tematización de la libertad había sido una constante en los escritos de Pazos desde sus primeros artículos en la Gazeta de Buenos Ayres. Por ejemplo, el 10 de octubre de 1811 señalaba que era “el derecho más sagrado de la humanidad y el primer germen de la virtud y del bien” (Pazos Kanki, 975). Pero, si bien, como ya hemos argumentado en otro lado, “deslinda el lenguaje revolucionario del matiz heroico y sacralizante con el que ciertos letrados rioplatenses construían la lente patriótica” y “formula un lenguaje didáctico moral que se vale del iluminismo peninsular” (Martínez Gramuglia y Rosetti 2017, s/p), la manera de cimentarla es reforzar la educación y las instituciones, pues “la educación, las leyes, la religión, el espíritu, con las máximas y principios del gobierno, son otras tantas fuerzas que continuamente obran sobre el hombre civil” (Pazos Kanki 1811, 975). Unos años atrás, entonces, lejos de ser aliada del despotismo la religión permitía el ejercicio de la libertad.

13 Como señala Stefen Berger, “muchas de las narraciones nacionales del siglo XIX que celebraban la extensión de la idea de libertad contenían críticas feroces al despotismo y a la corrupción de las elites aristocráticas. También por lo general señalaban la religión y la Iglesia como villanos clave de la historia nacional, culpables de intentar frenar el progreso. En esto se parecían bastante a la tradición previa de la Ilustración, que presentaba un enfrentamiento entre la ‘civilización’ y la ‘barbarie’” (2011, 32-33).

14 Fabio Wasserman ha estudiado en detalle el contraste entre las representaciones históricas propias de la “historia nacional” de Mitre (en su versión de 1874), basada en un principio de nacionalidad cuya existencia se postula como previa al proceso revolucionario, y las versiones formuladas hasta los años 1850-60 que no apelaban a la nación como agente de ese proceso. Pero a la vez insiste en cómo ya la generación romántica había entendido la revolución y la independencia como una consecuencia necesaria de la historia, que, aun cuando sus actores lo ignorasen, habría de acabar del modo en que efectivamente lo hizo, a diferencia de las versiones “ilustradas” de Funes y de algunos otros letrados en la década del 20, que insistirían en el carácter contingente del movimiento de mayo, motivado por la caída del poder central en España en 1808. Ver, entre otros, Wasserman 2001 y 2008. Para el caso de Mitre en particular y su cambio de concepción historiográfica entre las décadas de 1850 y 1870, ver Palti 2009.

15 También cita, en una nota al final, la monumental History of America de William Robertson, publicada en partes en 1777 y 1796, cuya circulación prohibió el rey Carlos IV por presentar una imagen negativa de la conquista española.

16 Esa memoria, sin embargo, pudo traicionarlo un poco, pues Ubalde y Aguilar (cuya muerte no menciona) fueron colgados (un castigo inusual en la sociedad peruana y, por lo tanto, podría pensarse que memorable) el 5 de diciembre de ese año. Ver Fisher 2016.

17 Una de esas polémicas, curiosamente, fue la que entabló con quienes defendían el proyecto belgraniano de nombrar a un descendiente del inca rey de las Provincias Unidas en el Congreso de Tucumán de 1816. Ver Mitre 1887 y Martínez Gramuglia y Rosetti 2017. Como señala Rojas Ortuste, Pazos haría más tarde un uso táctico de una identidad indígena cuando la discusión en la que se hallase la hiciese propicia: “…los énfasis de su identidad social fueron algo cambiantes como mudables eran sus tiempos modernos. Es el caso evidente de su condición indígena, que la hace evidente cuando tiene que ganarse la vida como primer traductor de los evangelios de la Biblia al aymara, pero también la tenía antes [en 1825]…” (Rojas Ortuste 2012, 72). Sin embargo, hasta la década del 20, amén del uso del apellido “Kanki”, no hubo en sus escritos una reivindicación de ello.

18 Un artículo en la Orleans Gazette, titulado “Interesante [interesting] obra nueva”, precisaba que el libro era “interesante e instructivo, tanto para el erudito y el historiador como para el político, el amigo de la libertad, el admirador de la naturaleza y sus grandes obras y los amantes de lo curioso en libros de geografía y viajes. Exhibe un estado de la sociedad, de las artes, difíciles de aprender en ese país, que sorprenderá tanto al hombre de letras como las inagotables minas de oro y plata y las riquezas inmensas que podrían dar a todas las naciones amistosas […] asombrarán al mercader y al hombre de Estado…” (The New-Yorker Columbian 1819).

19 Para dar un ejemplo, así cierra su comentario sobre la producción de vino en Moquegua: “El modo de transportar estos licores al interior es curioso: se carga en cueros de cabra, llamados ‘odres’, a lomo de mula. Estos cueros son tomados de las cabras de la manera más bárbara: el animal se sostiene en el aire por sus cuernos, la piel se corta alrededor del cuello, ¡y se arranca! El cuero es secado y parcialmente curtido después, y luego, cuando ya ha recibido el licor, alquitranado por fuera.” (198).

20 Como en el libro traducido en 1815 y en algunos artículos -moderados- en la prensa porteña, Pazos volvía criticar el celibato clerical, una “ley bárbara […] contraria a la ley natural” (102).

21 Como ha observado Stefan Berger al caracterizar la temprana historiografía romántica europea, la filosofía de la historia de Herder fue influyente en el historicismo, pero también lo fue un pensamiento teológico que veía en el curso de los sucesos un designio de la Providencia (2011, 22-25). El auge de las filosofías de la historia de la segunda mitad del siglo XVIII, además del afán ilustrado de desentrañar un curso “secreto” subyacente al fluir de los hechos, implica la concepción de una historia única (ya no “historias” sino “historia”) con un rumbo subyacente y un punto de llegada (Koselleck 1985). Ese punto de llegada es, en última instancia, una secularización de la parusía cristiana; es más pertinente asociar a Pazos a esta concepción que al historicismo romántico.

22 La batalla tuvo lugar el 24 de septiembre de 1812, el día de la Virgen de la Merced, a la que el general Belgrano, al mando del Ejército del Norte, hizo una especial oración antes de la batalla y nombró “Generala del Ejército” después, en agradecimiento al triunfo. La intervención de la Providencia fue vista en la época sobre todo en la aparición de una manga de langostas que confundió al ejército realista.

23 Pedro el Ermitaño fue el sacerdote francés que en 1096 encabezó de manera informal la Cruzada de los Pobres, mezcla de peregrinación e invasión a Tierra Santa por parte de un irregular ejército compuesto por hombres, mujeres y niños armados con herramientas de trabajo.

24 Pazos tenía una mala opinión del General Belgrano, tanto por sus ideas monárquicas como por sus sentimientos religiosos, tal como se había reflejado en las páginas de la Crónica Argentina en 1816 y 1817.

25 Entre abril de 1819 y mayo de 1820 hemos encontrado avisos de venta y publicidades en la prensa periódica; entre noviembre y enero en particular el libro figura casi a diario en la lista de “Nuevas publicaciones y otros libros valiosos” de Alexandria Gazette & Daily Advertiser, a un precio bastante alto (2 dólares).

26 Unos años después, en 1825, Pazos solicitó al gobierno de las Provincias Unidas un cargo diplomático o una pensión desde un nuevo exilio en Londres, en una carta en la que felicitaba por el reconocimiento de Estados Unidos y Gran Bretaña. Si bien se permitía cierta grandilocuencia en la descripción de sus méritos, se cuidaba bien de exagerar los efectos de su prédica en Estados Unidos: “…en Washington dirigió al Congreso y Presidente escritos, demostrando la justicia de la revolución de toda América y abogando por ella, como puede verse en el mensaje de dicho Presidente […]. En Nueva York en 1819, pronosticaba en sus escritos que el estandarte de la libertad tremolaría muy pronto en Méjico y Guatemala […]. Mil elogios le prodigaron en aquella época las Gazetas de Washington, el National Advocate, el Evening Post de New York, la Aurora de Filadelfia, y otros periódicos, felicitándose además ellos mismos porque los frutos literarios de un indígena del sur fueran dedicados en favor de la libertad de sus oprimidos compatriotas” (Bowman 1984, 162).

27 Escribía Clay: “Las he leído [las Cartas] con el profundo interés que tengo en todo lo conectado con su país, y en la gran causa en la que está empeñado. Traen mucha información valiosa, en particular sobre el Alto Perú, que no era conocida antes en este país. Han sido muy leídas en esta parte del país. Vi el libro en New Orleans, en la cubierta de un barco a vapor y en otros lados… Estoy seguro de que contribuirá más y más a mover los sentimientos y los afectos de la gente de este país…” (Clay, 1819).