Reseña

Blanchard, Shaun (2020).

The Synod of Pistoia and Vatican II: Jansenism and the Struggle for Catholic Reform, Nueva York, Oxford University Press, 370 pp., ISBN 978-01-9094-779-8


Es común entre los cientistas sociales intentar rastrear las raíces o influencias ideológicas de los grandes procesos político-religiosos de la Historia. En este sentido, hasta el momento los historiadores del Concilio Vaticano II (1962-65) han buscado los antecedentes de este gran encuentro eclesial en los movimientos litúrgicos, bíblicos y teológicos reformistas —con figuras como Prosper Guéranger, Romano Guardini, Jean Daniélou o Theilhard de Chardin, por dar sólo algunos ejemplos— de la primera mitad del siglo XX o, en algunos casos, también han intentado mostrar cómo los aportes de algunos teólogos de finales del siglo XIX —como el cardenal John Henry Newman— fueron importantes pasos que culminaron en las transformaciones instauradas por la asamblea convocada por Juan XXIII. Sin embargo, como Shaun Blanchard comenta al comienzo de su investigación, la “prehistoria” del Concilio nunca se retrotrae más allá de la segunda mitad del siglo XIX. El objetivo del erudito trabajo de Blanchard es, por lo tanto, demostrar que una serie de proyectos reformistas del siglo XVIII se anticiparon a los cambios promovidos por el Concilio Vaticano II en las prácticas eclesiales, litúrgicas y teológicas católicas. A lo largo de su libro el autor rastrea los orígenes de los movimientos de aggiornamento y de ressourcement en la agenda teológica y pastoral de muchos pensadores católicos del siglo de las Luces y, en particular, en uno de los eventos más polémicos de finales del siglo XVIII: el Sínodo de Pistoya.

El sínodo de la pequeña diócesis de Pistoya-Prato fue convocado por su obispo, Scipione de’ Ricci (1741–1810), en 1786 bajo el asesoramiento del teólogo Pietro Tamburini (1737–1827) y la atenta mirada de Leopoldo II, Duque de Toscana. Las noticias sobre esta asamblea eclesial local dirigida bajo la influencia del tardo-jansenismo y sus decretos sobre la eclesiología, la liturgia, la predestinación, la práctica de los sacramentos, las órdenes religiosas, las devociones marianas y de otros santos o la lectura de la Biblia por parte del laicado se difundieron rápidamente a lo largo de Europa y generaron un gran impacto dentro del mundo católico. Eventos como la Revolución Francesa o la declaración de la Constitución civil del clero hicieron demorar algunos años la condena oficial del Sínodo de Pistoya por parte del papado, la cual llegó en 1794 con la bula Auctorem Fidei de Pío VI. La memoria de los intentos reformistas de Ricci quedó entonces asociada durante todo el siglo XIX y la primera mitad del XX al mundo de la herejía.

Blanchard considera que la visión posterior sobre Pistoya y los proyectos de Ricci —y de los teólogos jansenistas o reformistas católicos del siglo XVIII— quedaron empañados por este ataque papal y que la mayoría de los académicos dedicados al estudio de la teología han descuidado o distorsionado el estudio de este periodo repitiendo muchas veces miradas estereotipadas sobre el jansenismo. De la misma manera, según demuestra el autor, la memoria de Pistoya estuvo también presente en las sesiones del Vaticano II. Una serie de obispos conservadores que buscaban frenar algunas reformas dentro de los debates del Concilio asociaron negativamente a las mismas con el pasado herético del sínodo de Ricci: las transformaciones que se intentaban llevar a cabo en el Vaticano II ya habían sido condenadas más de ciento cincuenta años atrás por el papado. Ahora bien, en su libro Blanchard está interesado no sólo en presentar un estudio histórico renovado sobre el tardo-jansenismo y el Sínodo de Pistoya y su prolongada y no del todo reconocida influencia dentro del catolicismo, sino también ofrecer una serie de herramientas hermenéuticas para interpretar el valor teológico de los aportes del Sínodo a partir de los criterios establecidos por Yves Congar para reconocer una “verdadera” reforma dentro de la Iglesia. Por otra parte, el autor se posiciona frente a los intérpretes del Concilio Vaticano II que consideran las reformas implementadas por el mismo dentro del binomio “continuidad-discontinuidad”. Blanchard sostiene que es inútil pensar al mismo dicotómicamente —como un suceso que nada cambió en la realidad teológica-eclesial o como una ruptura radical con las tradiciones del pasado— y que el estudio de las raíces históricas del Concilio en los movimientos reformistas tardo-jansenistas del siglo XVIII servirán comprender “las formas en que el Concilio Vaticano II reformó a la Iglesia Católica y de qué manera el Concilio se posiciona en una continuidad y discontinuidad con la herencia doctrinal y pastoral del pasado.” (42).

En el capítulo 1, “A Hermeneutic of True Reform. Interpreting Vatican II” el autor presenta las principales características de las reformas implementadas por el Concilio Vaticano II y algunos de los fundamentos teológicos principales del mismo como los conceptos de “aggiornamento”, “ressourcement” y el “desarrollo de la doctrina”. En los capítulos siguientes, Blanchard explora las raíces históricas en el siglo XVIII de cada uno de estos puntos hechos realidad a mitad del siglo XX. El siguiente capítulo, “Ressourcement and Aggiornamento in the Eighteenth Century”, nos introduce de lleno en la historia de la teología católica del siglo XVIII. Aquí ofrece de manera concisa las características político-teológicas de los principales movimientos del siglo: el galicanismo, richerismo, febronianismo y josefinismo. Como era de esperarse, Blanchard pone especial énfasis en el estudio del jansenismo, sus diversas etapas históricas entre los siglos XVII y XVIII y de qué manera el mismo anticipó la búsqueda del “ressourcement” teológico, histórico y devocional en el catolicismo post-tridentino. Además de describir estos grupos más radicales, el autor presenta los objetivos y los problemas que enfrentó el grupo que él denomina el “tercer partido” reformista católico cuyo mayor representante fue Ludovico Muratori a quien Blanchard considera uno de los precursores de las reformas litúrgicas del Vaticano II. A continuación, en “Radical Reform in Tuscany. Scipione de’ Ricci and Late Jansenism” se estudia la trayectoria personal, académica y teológica del futuro obispo de Pistoya-Prato. El autor muestra la participación de Ricci en las redes jansenistas y filo-jansenistas europeas y su buena relación con Leopoldo II, quien inicialmente apoyó a sus proyectos de reforma diocesana. El cuarto capítulo, “The Synod of Pistoia Radical Forerunner of Vatican II”, está dedicado a un estudio detallado del Sínodo y sus decretos que no solo buscaban aplicarse localmente, sino también ser modelo para la reforma integral de la Iglesia Católica. Esta asamblea eclesial local intentó proponer ambiciosas transformaciones —muchas de las cuales anticiparon de una manera u otra aquellas propuestas en el Concilio Vaticano II— en casi todos los aspectos de la vida cristiana: la eclesiología, la liturgia, las devociones privadas y públicas, la centralidad de la lectura de la Biblia, el rol del laicado, el uso de las lenguas vernáculas o la relación de la Iglesia con las autoridades políticas. De la misma manera, el Sínodo propuso no sólo una historia del cristianismo heredada de las perspectivas jansenistas, sino también, de acuerdo con Blanchard, un Cristocentrismo casi iconoclasta y una reacción virulenta a las prácticas religiosas relacionadas con la extinta Compañía de Jesús. En “The Spirit of Pistoia. The Reception and Failure of a Bold Reformist Vision” el autor analiza tanto las razones del fracaso inmediato del Sínodo como las condenas al mismo realizadas por el papado a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Más allá de las causas propiamente históricas al final de este capítulo, Blanchard ofrece su propia interpretación teológica —siguiendo, como dijimos, los criterios de Yves Congar— sobre la derrota de las intenciones reformistas de Scipione de’ Ricci: la falta caridad a la hora de implementar las reformas a nivel local, la cuasi ruptura con la jerarquía romana y la impaciencia a la hora de enfrentarse a las demoras en la aparición de resultados. Sin embargo, el Sínodo de Pístoya si cumplió parcialmente con uno de los criterios congarianos: la renovación a través del retorno a los principios de la tradición. Finalmente, en el capítulo 6, “The Ghost of Pistoia. The Legacy of Auctorem Fidei at Vatican II” Blanchard examina las formas en que el recuerdo de Pistoya perduró negativamente dentro de la teología católica a lo largo del siglo XIX y la primera mitad del XX y como las condenas a las reformas eclesiásticas de Ricci y el tardo-jansenismo fueron instrumentales a la construcción de una Iglesia ultramontana durante este mismo periodo. Analizando los borradores de los debates del Concilio Vaticano II el autor demuestra cómo algunos obispos conservadores buscaron frenar las reformas eclesiásticas —que buscaban una mayor colegialidad y una moderación del centralismo romano— promovidas durante esos años comparándolas con aquellas transformaciones riccianas condenadas por Auctorem Fidei. En este sentido, Blanchard demuestra con claridad de qué manera esta bula tuvo por más de un siglo y medio una función controladora de cualquier intento de reforma dentro de la Iglesia Católica.

Shaun Blanchard nos ofrece en su libro simultáneamente una nueva mirada sobre la historia del Sínodo de Pistoya, sus posibilidades clausuradas y las sombras que este proyectó durante más de siglo y medio dentro del catolicismo y una perspectiva renovada sobre las influencias histórico-teológicas del Concilio Vaticano II.


Nicolás Perrone

Universidad de Buenos Aires

nicolas_perrone@hotmail.com