Las Hermanas Dominicas de Santa Catalina de Siena de Albi. Su instalación en el Río de la Plata y Cuyo como modelo de itinerancia (1874-1886)


Dominican Sisters of Santa Catalina de Siena of Albi. Their settlement in Río de la Plata and Cuyo as a model of itinerancy (1874-1886)


Susana Monreal

Universidad Católica del Uruguay

smonreal@ucu.edu.uy


Resumen

A partir del texto inédito “Les fondations dans l’Amérique du Sud par les Soeurs Domicaines d’Albi”, este artículo se propone el estudio de la instalación de la congregación de las Hermanas Dominicas de Santa Catalina de Siena de Albi en Uruguay y en la región. El artículo analiza las circunstancias de la llegada del instituto, fundado en 1852 por Catherine Fabre en el sur de Francia, al Cono sur. El trabajo se detendrá en el análisis de tres momentos de este proceso, como vivencias de itinerancia geográfica espiritual y personal: el viaje y la llegada del primer grupo de misioneras en 1874; la instalación en San Juan (Argentina) en 1876; y las actividades de la congregación en torno la epidemia de cólera de 1886 en Montevideo. Las fuentes utilizadas permiten examinar las opciones y las tácticas utilizadas por las hermanas en su proceso de inserción.


Palabras clave: Hermanas dominicas, itinerancia, María del Rosario Kohler, Montevideo, San Juan


Summary

On the basis of the unpublished text "Les fondations dans l'Amérique du Sud par les Soeurs Domicaines d'Albi", this article proposes the study of the installation process of the French Congregation of the Dominican Sisters of St. Catherine of Siena of Albi in Uruguay and in the region. The article analyzes the circumstances of the arrival in the Southern Cone of the institute, founded in 1852 by Catherine Fabre in the South of France. This study will focus on the analysis of three episodes, as experiences of physical, spiritual and personal itinerancy: the journey and the arrival of the first group of missionaries in 1874; the trip to San Juan (Argentina) in 1876; and the activities of the congregation around the cholera epidemic of 1886 in Montevideo. The sources used allow us to examine the options and tactics used by the sisters in their insertion process.


Key words: Dominican sisters, itinerancy, María del Rosario Kohler, Montevideo, San Juan


























La llegada al Río de la Plata de las congregaciones religiosas francesas se inscribe en una amplia política de fomento de la vida religiosa y de atracción de congregaciones, que se desarrolló en toda América Latina desde mediados del siglo XIX. En el caso de Uruguay, el nombramiento de Jacinto Vera como cuarto vicario apostólico, en diciembre de 1859, representó un estímulo importante en este sentido. La situación de la Iglesia no era precisamente alentadora: Uruguay tenía 235.000 habitantes de los cuales un cuarto eran extranjeros inmigrantes; el vicario podía contar solamente con 84 sacerdotes, 13 orientales y 71 extranjeros (Pons, 1904: 181-191).

En este artículo trataremos el proceso de instalación de las Hermanas Dominicas de Santa Catalina de Siena de Albi, a partir del texto inédito Les fondations dans l’Amérique du Sud par les Soeurs Domicaines d’Albi, que habría sido redactado por la Hna. Marie du Rosaire Kohler, integrante del tercer grupo de misioneras que llegó a la región. Nos detendremos en el análisis de tres episodios, que tuvieron lugar entre 1874 y 1886, como vivencias de itinerancia física, espiritual y personal.


Estado de la cuestión

La llegada de institutos religiosos franceses a Iberoamérica ha motivado contados estudios en Europa, más precisamente en Francia. Los trabajos de los investigadores se han centrado en las obras de las congregaciones en África, en las que también pusieron el acento los boletines misioneros del siglo XIX. Las noticias sobre las misiones francesas en las Américas, África del Sur y Oceanía fueron desplazadas por los informes que llegaban del África Negra, lo que resulta poco comprensible para la especialista en el tema, Elizabeth Dufourcq. Para 1900, la presencia de las religiosas francesas en tierras de misión era la siguiente: 40,6% en América del Norte; 22,8% en América del Sur; 13,9% en Asia; 15,7% en África del Norte y el Levante; 4% en Oceanía; 3% en África Subsahariana (2009: 421). Dufourcq afirma que las noticias relativas al África subsahariana tenían una amplia difusión en Europa, con la intención de despertar la generosidad de los católicos y así costear las obras misioneras africanas, que contaban con muy poco apoyo local. Tal vez, la necesidad metropolitana de justificar su acción “civilizadora” en África, no siempre pacífica, podría explicar la histórica preeminencia otorgada a las misiones africanas. Como sea, la experta francesa señala: “De este modo, los franceses tendieron a pensar que las misiones religiosas y el subdesarrollo siempre marcharon juntos, cuando, de hecho, sus sacerdotes y religiosos expatriados participaban en el desarrollo de países que se volvían prósperos” (2009: 492).1

A pesar de estas limitaciones, investigaciones dedicadas a la vida religiosa en Francia en general son de gran valor para los casos de América Latina y del Río de la Plata. Es el caso de la clásica obra de Claude Langlois, Le catholicisme au féminin. Les congrégations françaises à supérieure générale au XIXe siècle, de 1984, y del ya citado trabajo de Elizabeth Dufourcq, Les aventurières de Dieu, de 1993, reeditado con ampliaciones en 2009.2 Más recientemente, Rebecca Rogers y Camille Foulard han realizado investigaciones de interés sobre las congregaciones educadoras francesas. Historiadora norteamericana, actualmente profesora en la Universidad Paris-Descartes/ Paris V, Rogers (2007; 2014) se ha centrado en el estudio del modelo escolar francés y su exportación a través de las misioneras, en particular a Brasil y Chile. En cuanto a Foulard, francesa e integrante actual del Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos/ CEMCA, ha centrado sus investigaciones, desde su tesis doctoral, en las congregaciones francesas en México, en un contexto de particular secularización (2009ª; 2009b; 2011).

En relación con las investigaciones realizadas en América Latina, si dejamos de lado las publicaciones, generalmente laudatorias, realizadas por las propias congregaciones, los trabajos no son muy numerosos. De todos modos, la producción académica no deja de crecer, centrándose en congregaciones dedicadas a la educación. Es el caso de las investigaciones de Sol Serrano y Alexandrine de la Taille para Chile, de Beatriz Castro Carbajal para Colombia, de Maria Alzira Da Cruz Colombo, Paula Leonardi y Ana Cristina Pereira Lage para Brasil, de Cynthia Folquer para el Noroeste argentino y de la autora para Uruguay. En el caso de Sol Serrano y Alexandrine de la Taille, sus trabajos se refieren a cuatro congregaciones francesas -Sagrados Corazones de Jesús y María, Sociedad del Sagrado Corazón, Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl y Hermanas del Buen Pastor de Angers-, instaladas en Chile entre 1839 y 1856.3 En cuanto a Colombia, debe destacarse el trabajo de Beatriz Castro, investigadora de la Universidad del Valle en Cali, sobre las Hermanas de la Caridad de la Presentación, llegadas a Bogotá en 1873, a partir del análisis de sus relatos de viajes y sus “cartas-diarios” (Castro Carbajal, 2014). En relación con el Brasil, María Alzira da Cruz Colombo ha dedicado sus principales estudios a las Hermanas de Nuestra Señora de Sión en la ciudad de San Pablo (Colombo, 2006, 2013). Por su parte, Paula Leonardi investigó, para su tesis de doctorado, sobre las congregaciones de las Hermanas de la Sagrada Familia de Bordeaux y las Hermanas de Nuestra Señora del Calvario.4 Finalmente, Ana Cristina Pereira Lage dedicó sus tesis de maestría y doctorado a la acción educativa de las Hermanas de Nuestra Señora de Sión y de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, en un principio en la región de Minas Gerais, y continúa investigando las conexiones sociales y políticas de estas actividades (2012ª; 2012b); 2014; 2016). Para la Argentina, contamos con los trabajos de Cynthia Folquer sobre las Hermanas Dominicas del Santísimo Nombre de Jesús, también llamadas Dominicas Tucumanas. En este caso, si bien se trata de una fundación americana, en su creación fue decisiva la presencia del fraile dominico francés Ángel María Boisdron (2008; 2012).5 Para Uruguay, los trabajos realizados son los que hemos elaborado antes del presente estudio (Monreal, 2005; 2015). Existe pues un vasto campo aún por desbrozar.


Congregaciones francesas de vida activa al Río de la Plata

Las congregaciones francesas, llegadas en la segunda mitad del siglo XIX, pertenecían mayoritariamente al ciclo de florecimiento de la vida religiosa que siguió al fin del Imperio napoleónico (Langlois, 1984; Dufourcq, 2009; Hasquenoph, 2009). Coincidieron en este período el restablecimiento de las órdenes antiguas y la fundación de nuevas congregaciones masculinas y femeninas, dedicadas en particular al cuidado de los enfermos y a la educación. Desde las primeras décadas del siglo XIX, el aporte de las mujeres había sido muy importante en la resistencia ante la descristianización, sobre todo en las zonas rurales. Se trató sin embargo de un movimiento de individualidades, con ciertas conexiones en algunos casos. La organización de las comunidades y los conventos se consolidaría más tarde, entre 1840 y 1880. En efecto las fundaciones, por humildes que fueran, exigían una mínima inversión para financiar el alojamiento común, la vestimenta y una organización básica. Esta etapa de desarrollo de los conventos se cumpliría a partir de la segunda mitad del siglo XIX, estimulada por el enriquecimiento del campo francés que tendría lugar en ese tiempo (Cholvy, 2011: 36-40). Como sea, entre 1800 y 1880, se fundaron en Francia más de 400 congregaciones y más de 200.000 mujeres ingresaron a la vida religiosa, lo que iniciaba la progresiva feminización de los cuadros permanentes del catolicismo francés.

Por otra parte, la gran mayoría de estas fundaciones dieron impulso al “catolicismo de movimiento”, en expresión de Elizabeth Dufourcq, que se había manifestado antes de manera muy acotada, desde el siglo XVI, en la actual Italia, con fundación de la Orden de Santa Úrsula, y en Francia, desde el siglo XVII, con la aparición de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Por primera vez las religiosas abandonaron los muros de monasterios y conventos para ganar libertad de movimiento y desarrollar su vida apostólica en círculos sociales más amplios, no sin resistencias. De esta manera, se consolidó la alternativa al “catolicismo de referencia”, vinculado a la vida contemplativa, que había predominado hasta entonces y que había tenido la exclusividad en la vida religiosa femenina, en Europa y también en la América colonial (Dufourcq, 2009: 54-56; Serrano, 2009: 505-535).6

Volviendo a Uruguay, el arribo de los institutos religiosos femeninos fue particularmente tardío. Las dos primeras congregaciones llegaron a fines de 1856, durante el Vicariato Apostólico de José Benito Lamas. En noviembre de ese año, en el vapor Cerdeña, llegaron a Montevideo cinco monjas salesas y ocho Hermanas de la Caridad Hijas de María Santísima del Huerto, procedentes de Génova. Eran dos institutos bien diferentes, en su historia y en su carisma, y llegaban para satisfacer necesidades también diversas: la instalación del primer monasterio de la Visitación en el Río de la Plata, por un lado, y el desempeño de tareas de asistencia en el Hospital de Caridad de Montevideo, por otro.7 Con mucho rezago con respecto al resto de la América española, y de manera simultánea, se inició entonces la vida religiosa contemplativa y la vida activa, el apostolado “de referencia” y el “de movimiento”.

Entre 1856 y 1892 -a lo largo de 35 años- ingresaron al país veintiuna congregaciones -trece femeninas y doce de vida activa. De las trece congregaciones, cinco eran francesas y cuatro italianas. Provenían de Francia las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, las Hermanas Dominicas de Santa Catalina de Siena de Albi, las Hermanas de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor de Angers, las Hijas de San José de Saint Jean de Maurienne y las Hijas de San José del P. Joseph Rey, llamadas luego Hermanitas de San José de Montgay.

La congregación de las Hermanas Dominicas de Santa Catalina de Siena de Albi surgió en 1852, fundada por Catherine Fabre, madre Marguerite Gérine en la vida religiosa (Bonhomme, 1991: 9-216; Roca, 1976: col. 1376).8 Fabre había nacido en 1811, en Saint-Geniez d’Olt (Aveyron), en una familia de escasos recursos (Pandolfo, 2001; Gambirasio, 1983). Era la segunda de siete hijos, su infancia trascurrió en el pueblo de Saint-Martial y, después de la primera comunión, entró al pensionado de las religiosas de la Presentación de María, en Chaudesaigues. Cuando tenía 19 años ingresó a la Orden de Terciarias Dominicas, y se consagró a la atención material y espiritual de los enfermos.

Con el estímulo del P. Henri Dominique Lacordaire y bajo el liderazgo de la hermana Gérine, una pequeña comunidad de mujeres, dedicada al cuidado y a la evangelización de pobres y de enfermos, se instaló en Toulouse y se consolidó en Albi. Así nacieron las Hermanas Dominicas de Albi, se pusieron bajo el patronato de Catalina de Siena y adoptaron el hábito blanco de Santo Domingo. Consagradas a la atención de los enfermos, y más adelante a la enseñanza, las religiosas se expandieron por el suroeste francés y se instalaron en Narbona, Lavaur, Perpignan, Gaillac, Castres y Pau, Bayona y Biarritz. La obra se extendió a toda la región de los Pirineos, llegó a Italia en 1862 y a América del Sur, concretamente a Uruguay, en 1874.

A veinte años de la fundación del instituto, la hermana Catherine Attané, priora de la comunidad de Génova, inició, con una joven enferma de tuberculosis, un viaje transatlántico que la conduciría a Montevideo. A comienzos de diciembre de 1872, Catherine Attané y su paciente llegaron a la isla de Flores, frente a Montevideo, para pasar el período de cuarentena. La enferma murió; la Hna. Catalina desembarcó sola en Montevideo. Alojada por las Hermanas del Huerto, Attané solicitó la atención espiritual de un sacerdote francés. Conoció entonces al P. Francisco Laphitz,9 sacerdote betharramita deseoso de lograr la presencia de una congregación francesa que se dedicara a la educación de las niñas. Attané prometió solicitar a la madre Gérine la fundación de una comunidad dominicana en Uruguay. En mayo de 1874, el primer grupo de cinco religiosas dominicas llegaría a Montevideo.


El relato de una misionera: « Les fondations dans l’Amérique du Sud par les Soeurs Domicaines d’Albi »


En las primeras décadas del siglo XIX, los diarios de viaje y la correspondencia, que relataba en detalle la llegada a nuevas tierras, se volvieron una práctica corriente, desconocida hasta entonces en el mundo religioso femenino. Efectivamente, estos textos, propios de las congregaciones de vida activa que iniciaban misiones en regiones extrañas, sustituyeron a las memorias y autobiografías espirituales, propias de la vida de claustro (Castro Carbajal, 2014: 97).

La obra inédita, en la que se apoya este estudio, se conserva en los archivos de las Hermanas Dominicas de Santa Catalina de Siena en Buenos Aires, y cubre el período que se extiende entre 1872, año del primer viaje de la Hna. Attané a Montevideo, y 1914, año de instalación de la comunidad de Alvear, en la provincia de Corrientes, Argentina. El escrito incluye dos tipos de relatos, por un lado la crónica de los acontecimientos entre 1872 y 1876, siguiendo lo conservado por la tradición y los relatos de las protagonistas; por otro lado, las memorias personales de una religiosa, a partir de abril de 1876.

Se puede deducir, por las razones que expondremos, que la autora del texto es la Hna. Marie du Rosaire Kohler. La Hna. Kohler integró el tercer grupo de seis religiosas que llegó a Montevideo, el 30 de abril de 1876, encabezado por la madre Agustine Pradiel, francesa y priora de Génova. La madre Pradiel llegó en calidad de visitadora y retornó a Europa con tres hermanas. Del grupo inicial, solo dos dominicas quedaron en la región, Marie du Rosaire Kohler (1856-1935) y Stéphanie Rivière (1846-1919), francesas ambas y de perfil bien diferente. Mientras la Hna. Riviére llevó una “vida humilde y silenciosa”,10 la Hna. Kohler tuvo una actuación destacada en diferentes comunidades de Francia y Sudamérica. En Francia, tenía 18 años cuando actuó, primero, como secretaria de la madre Gérine y, luego, como directora de la escuela de Pau, cuando la Hna. Dominique Roques se vio obligada a dejar esta obra para viajar al Río de la Plata.11 Llegada en abril de 1876 a Montevideo, Kohler fue destinada, cinco meses más tarde, a la fundación del colegio de San Juan de Cuyo, donde residió hasta diciembre de 1878, “trabajando como profesora y colaborando en el apostolado colegial”. Desde marzo de 1879 integró la comunidad de Almagro, en Buenos Aires, siendo designada priora en julio de 1890. Entre 1896 y 1908, fue la segunda priora provincial del Río de la Plata, con residencia en Montevideo. Regresó a Francia en 1911 y murió en 1935 en la case madre de Albi.12

En la “Introducción”, que la madre Kohler titula “Relatos y recuerdos de nuestras misiones en América del Sur”, señala que escribe para “satisfacer el deseo expresado por la M. Marie Jourdain,13 priora general de la congregación”. En “el ocaso de mi vida”, escribe Kohler, “deseo rememorar los recuerdos de nuestros comienzos y sobre todo dar nueva vida a los generosos benefactores hacia quienes la Provincia debe conservar una eterna gratitud y encomendarlos sin pausa a Dios en sus oraciones”.14 Puesto que la madre Kohler regresó a Francia en 1911 y murió en 1935, y que la M. Jourdain fue priora entre 1925 y 1937, parece claro que la antigua misionera escribió sus memorias en algún momento entre 1925 y 1935. Era muy frecuente que las superioras solicitaran informes de los viajes o visitas, o relatos de lo acontecido en una provincia durante un período más amplio. Muchas veces se trataba de la única vía de mantener un registro de la vida de la congregación, dada la prioridad que tenía la acción, y no la escritura, en este tipo de instituto (Castro Carvajal, 2014: 101). En este caso, el relato de la M. Kohler fue solicitado por la priora general, residente en Albi, a una religiosa septuagenaria, que había vivido más de treinta años en el Río de la Plata y que había protagonizado buena parte de esa historia, cumpliendo funciones de gran responsabilidad. Se trataba pues de una testigo muy calificada, con una formación que superaba ciertamente a la media de las consagradas.

La autora deja constancia de que no “cambiará nada de lo que está escrito”, pero advierte que va a señalar “algunos errores que existen en el libro de las Dominicas de Albi redactado por el padre Bonhomme, el difunto capellán. Los había insertado a su criterio (…); pero nuestras hermanas de ultramar no lo aprobaron”. La madre Kohler precisa: “Obrera de la primera hora, puedo asegurar que cuento lo que vi, y aquello de lo que no fui testigo, lo he sabido por nuestras queridas Hermanas Fundadoras”.15 Estas reflexiones resultan del mayor interés: Kohler no duda en desautorizar parte del relato del capellán de Albi, para dar prioridad a la voz de las religiosas, las mujeres que habían sido las protagonistas directas de los relatos.

De la obra utilizada como fuente se desprenden algunos rasgos precisos de la personalidad de Marie du Rosaire Kohler. En primer lugar, era una mujer de fe profunda, que encontró en la labor misionera el sentido de su vida religiosa. En ese sentido, Kohler interpreta en clave de “Fe”, “Providencia” y “Cruz” todos los acontecimientos que narra. Por otra parte, fue una religiosa inteligente, muy capaz para las tareas educativas y de gestión que desempeñó con eficiencia durante 35 años. Se aprecia además en sus relatos y comentarios el afecto a sus compañeras de misión, “las obreras de la primera hora”, dedicando a cada una de ellas un elogio, una anécdota, un comentario afectuoso o jocoso. Kohler no carecía de sentido del humor y se detiene con frecuencia en episodios francamente graciosos; es muy amena y describe con sutileza las costumbres regionales, con frecuencia inesperadas para una francesa del sur. Sin embargo, todos estos datos deben ser entresacados cuidadosamente del relato; en el mismo no hay datos autobiográficos, ni reflexiones personales, propios de los escritos de claustro de los siglos XVI y XVII.


Tres episodios, como vivencias de itinerancia geográfica intelectual y espiritual


A continuación, analizaremos tres episodios narrados en el texto, que se ubican entre 1874 y 1886, como vivencias de itinerancia física, intelectual y espiritual: el viaje y la llegada del primer grupo de misioneras, en diciembre de 1874; el viaje fundacional hacia San Juan de Cuyo en 1876; y la epidemia de cólera de 1886, en Montevideo, que obligó a crear una comunidad de emergencia en el barrio más afectado por la enfermedad.

En la espiritualidad dominicana, el concepto de itinerancia está ligado al de libertad, libertad de movimiento, libertad de espíritu, libertad de expresión, que provienen de la propia experiencia de Domingo de Guzmán y de los primeros frailes. La itinerancia implica también un estilo de vida, asociado a la peregrinación que no se detiene, y que abarca -en palabras de Cynthia Folquer- “tanto el desplazamiento geográfico como interior y la movilidad intelectual de búsqueda mendicante de la verdad” (Folquer, 2012: 336). Si el estilo itinerante, de “estar en camino”, es un sello de la vida dominicana, cuánto más en el caso de los misioneros -misioneras, en este caso- que se lanzaban por rutas totalmente nuevas y desconocidas, solo con certezas sobrenaturales. Por otra parte, la itinerancia adquiere dimensiones diversas en relación con el momento histórico y con las circunstancias en las que se encarna. En este caso, nos referimos a una congregación de mujeres, fundada a mediados del siglo XIX, que se abrió a la acción misionera en tierras lejanas y desconocidas, veinte años más tarde. En este contexto intentaremos interpretar “en clave de itinerancia” - geográfica, espiritual y afectiva- la peripecia de estas religiosas.


La llegada de las primeras religiosas

El 10 de mayo de 1874, un grupo de cinco religiosas, procedente de Génova, llegó a Montevideo. Integraban la partida la madre Catherine Attané,16 como superiora, y cinco novicias italianas, con nombres afrancesados en las fuentes documentales: Marie de la Visitation Ogliengo, Marie du Rosaire Garabello, Joseph Fabbri, Agnès y Dominique Percevalli.

Llama la atención que una congregación francesa, con numerosas vocaciones en el sur de Francia, enviara cinco novicias italianas a tierra de misión. Esta decisión se explicaría por las reticencias del arzobispo de Albi, Mons. Jean-Paul Lyonnet en aprobar el viaje de las hermanas.17 La Hna. Kohler comenta: “Habiendo parecido haber dado con complacencia su consentimiento para la fundación de América, los Superiores Mayores [se refiere al arzobispo de Albi en un párrafo anterior] se retractaron y vacilaron ante el temor de no encontrar personas preparadas para afrontar aquellas distancias. Temían no poder dirigir a las Hermanas tan alejadas, etc., y ¡renunciaron a la fundación en América!”.18 Se manifiesta entonces la libertad de espíritu en la toma de decisiones de la madre Gérine. De visita en Génova, la superiora “confió su pena” al obispo de la ciudad, Mons. Salvatore Magnasco,19 quien “se sintió autorizado a disponer de las Hermanas de su diócesis” y aprobó su partida para concretar la fundación en Montevideo, lo que explica la nacionalidad de las primeras misioneras.20 Este curioso episodio, que revela el carácter decidido de la fundadora, merecería un mayor estudio, dado que este no habría sido el primer desencuentro de la madre Gérine con los obispos locales. Para la superiora -mujer fuerte, severa y austera con ella misma y con los demás- las debilidades y los cambios de planes no eran de fácil aceptación. En tal sentido, una cierta inflexibilidad podría haber dificultado, en algunos momentos, la buena marcha de la congregación (Reicher,1874/2005: 10-37).21

Otro tema a destacar es que, al concretarse el viaje, la salud de la madre Attané estaba “en ruinas”, lo que preocupó a la madre Gérine, temiendo que no soportara el viaje transoceánico. Si bien las novicias mantenían su entusiasmo, la superiora general designó a Marie de la Visitation Ogliengo “para reemplazarla [a Catherine Attané] en caso de cualquier desgracia”.22 A solo dos meses del arribo a Montevideo, en julio de 1874, la muerte de Attané fue un golpe duro para la comunidad, si bien las misioneras ya contaban con el apoyo del vicario Jacinto Vera, de los padres betharramitas y de varias familias locales. Cuatro meses más tarde llegó el socorro de Francia, lo que concretaría el perfil francés de la obra. El 30 de noviembre de 1874, a bordo del Níger, llegaron seis religiosas: las Hnas. Dominique Roques, primera priora provincial, Marie du Saint Esprit Gimalac, Laurence Jaoul, Hyacinthe Prativiel, Marie de Jésus Marquier y Marthe Cantonnet, todas francesas y profesas de primeros votos.23 El 30 de abril de 1876 arribó a la ciudad, a bordo del Ecuador, un tercer grupo, que incluiría a la Hna. Kohler (Bonhomme, 1991: 333-336).

Diversos rasgos de esta accidentada instalación de las Hermanas Dominicas en Montevideo revelan el espíritu de itinerancia de la obra. En primer lugar, se trata del inicio de la obra misionera de la congregación fuera de Europa, en condiciones nada sencillas. Para cada religiosa, el traslado implicaba el abandono de sus raíces y sus costumbres, la adaptación a una tierra nueva y desconocida, y el desafío de una obra por comenzar. Las decisiones de la madre Gérine, en principio compartidas por las protagonistas de la misión que se iniciaba, fueron audaces: las opciones por la partida desde Italia y por mantener a Catherine Attané, extremadamente débil, a la cabeza del grupo. El entusiasmo ante tales decisiones es ciertamente aún más audaz: “¿Puede haber un espectáculo más conmovedor? Una Madre que envía a su hija moribunda más allá de los mares, hacia lo desconocido, y las hijas que apenas la conocen se atreven a aventurarse a seguirla…”24 Claude Langlois, quien destaca que las congregaciones femeninas fundadas en el siglo XIX “se lanzaron a la conquista del mundo” -lo que antes solo habían realizado órdenes masculinas- , señala también que, hacia 1880, solo el 20 % de los numerosos institutos fundados en Francia habían iniciado su internacionalización (1984: 437). Las Dominicas de Albi integraron ese grupo, reducido aún.


El viaje a San Juan “a través de las pampas”

La presencia de las hermanas dominicas en San Juan del Cuyo tuvo diversos promotores. Destinado a Buenos Aires desde 1875, el betharramita Francisco Laphitz, histórico sostén de las misioneras, impulsó su instalación en la capital argentina, poniéndolas en contacto con los frailes dominicos de Buenos Aires. Ese mismo año, las religiosas francesas comenzaron a cumplir tareas en el asilo de Nuestra Señora de la Misericordia, en el barrio de Flores. Entretanto, en visita a San Juan de Cuyo, el prior provincial Reginaldo González25 retomó contacto con Rosa Garrigas, terciaria dominica, porteña de origen, que dirigía una muy pequeña escuela en esa ciudad, para la que solicitó el apoyo de las francesas.26

El 23 de agosto de 1876 se inició el viaje hacía San Juan, que duraría diez días, con el objetivo de apoyar el pequeño colegio religioso ya existente. Cuatro hermanas -Dominique Roques, Marie du Rosaire Kohler, Joseph Fabbri y Sacré Cœur Castro27- se embarcaron en Montevideo hacia Buenos Aires.28 Les esperaban largas esperas y duros días de viaje, por ríos y por tierra “a través de las pampas”, al decir de la M. Kohler.29 Este fue ciertamente el viaje más complejo y sorprendente que las misioneras realizaron en la región. Desde Buenos Aires en tren hasta Tigre, donde se embarcaron “en el gran y bello río Paraná” hacia Rosario, “ciudad grande, bella y la más comercial después de Buenos Aires”. En tren llegaron a Río Cuarto y a Villa Mercedes, donde se iniciaron las esperas y los trayectos menos confortables, a través de zonas poco pobladas y menos europeizadas. Siguió una verdadera aventura, con paradas en fuerte Fraga, la posta de Paso del Moro y la ciudad de San Luis -“un lugar pobre, sin progreso, triste, sin agua suficiente”. Con poco descanso, falta de alojamiento, sin camas para dormir, y comida más o menos escasa, arribaron a Mendoza, donde las esperaba un buen puchero -“el plato tanto del rico como del pobre”. Finalmente, el 8 de setiembre, llegaron a San Juan, donde el “toque de clarín” anunció la pomposa recepción que les estaba reservada.

El relato de la llegada está lleno de sorpresas y de episodios jocosos, para las francesas y para los lectores. Rosa Garrigas, a cuya solicitud respondía el viaje, tenía 89 años, llevaba un hábito dominicano bastante particular - “llevaba un largo abrigo negro que la cubría de la cabeza a los pies, más o menos como los de los campesinos de los Pirineos”30-, practicaba devociones que las recién llegadas no conocían, pero puso todos sus bienes al servicio de la obra. Se destinó a las hermanas una casa contigua a la capilla, tan decorada y llena de muebles que la superiora, Dominique Roques, temió estar faltando a la “Santa Pobreza”. “¡Los escrúpulos sobre este tema no duraron demasiado!” -comenta con gracia la Hna. Kohler. A partir del segundo día, las “chinitas” comenzaron a llegar, en nombre de los vecinos, para llevarse los muebles y adornos que habían prestado a la Hna. Rosa para la recepción de las hermanas…31 La cronista concluye: “¡En aquella época nos acomodábamos a todo! ¡No éramos tan difíciles!... La Fe dominaba sobre las delicadezas de hoy”.32 Sin oratorio, sin muebles, sin materiales de enseñanza, la obra pudo avanzar y afirmarse.

Este episodio, que dio origen a un colegio siempre en funcionamiento- que se instaló finalmente en el edificio que Mons. Justo Santa María de Oro33 había hecho construir para convento y colegio en San Juan- está impregnado también de espíritu de itinerancia. A dos años del arribo a Montevideo y con religiosas recién llegadas de Francia, se realizó esta expedición -temeraria en algunos aspectos- para fundar en una región lejana, desconocida y con malas comunicaciones. El largo y complicado viaje es prueba de la itinerancia geográfica asumida plenamente. Impresiona, por otra parte, el contraste entre las costumbres y la cultura de las misioneras y de los locales. En Río Cuarto, las hermanas fueron alojadas en el “mejor hotel, atendido por franceses”: “las habitaciones sin baldosas tenían solo una abertura: la puerta ¡que no cerraba bien!”. En cuanto a las camas: “cueros de vaca, clavados en caballetes, constituían todo el lujo, un mesa coja y una vela de sebo, he aquí todo el amueblamiento y el confort...”34 En Mendoza, la recepción fue excepcional, a cargo de una dama de la ciudad, que alojó a las religiosas y les ofreció una excelente cena, puchero y asado: “fue un verdadero festín, pero, para nosotras francesas, faltaba un vaso para cada una, para beber. Un solo vaso, ubicado al extremo de la mesa, es usado por todos”.35 El relato, que la M. Kohler realizaba casi 50 años más tarde, tomaba con humor lo que seguramente había inquietado a las viajeras, que asumieron al extremo su carisma de itinerancia. Por otra parte, en este viaje se vivieron experiencias fuertes de tránsito personal: a los cinco meses de haber llegado a Montevideo, la joven hermana Kohler se trasladó a San Juan, donde se quedaría dos años; la madre Roques afirmó en este viaje su perfil de líder regional, promoviendo la multiplicación de comunidades y dando especial importancia a las obras educativas.


La comunidad en la Unión para enfrentar la epidemia de cólera de 188636

El tercer episodio que presentamos no implicó un importante desplazamiento en el espacio, sin embargo representó una nueva prueba de disposición a la itinerancia. Al iniciarse la década de 1880, el proceso secularizador tomó impulso en Uruguay, sucediéndose, a partir de 1885, la aprobación de leyes -de matrimonio civil obligatorio, de conventos y se sucedieron una serie de actos de persecución religiosa, que fueron interpretados como crecientes amenazas anticlericales desde el campo católico. En concreto, la llamada ley de conventos había determinado el control y la limitación del ingreso de religiosos a los conventos, e imponía también restricciones a las gestiones financieras de las congregaciones.

En este contexto, estalló en Montevideo un brote de cólera que adquirió particular desarrollo en la Unión, zona bastante apartada al oeste del centro de la ciudad (Soiza Larrosa, 1995-1996: 314-318). “Esta época tan triste -señala nuestra cronista- puso fin a todas las maquinaciones anticlericales”.37 La religiosa narra cómo, en estas circunstancias, las autoridades municipales, encabezadas por el Dr. Ángel Brian,38 director de salubridad, golpearon a las puertas del convento de Santo Domingo en la madrugada, para plantear a la superiora: “Venimos a rogarle que envíe hermanas a la Unión”.39 Dominique Roques, la priora, les respondió que volvieran a la mañana siguiente. A comentarios sin duda filosos -“No nos sobran las hermanas, porque ustedes no las quieren y las que entran deben viajar a hacer su noviciado en otra parte. No puedo fabricar hermanas cuando ustedes las necesitan”40 -la superiora agregó el envío de religiosas “dispuestas al Sacrificio”. Varias se ofrecieron para la misión; cuatro se trasladaron a la Unión, donde se alojaron en una pequeña casa alquilada por la municipalidad.41

Nuestras obreras no perdieron el tiempo y no ahorraron esfuerzos”42, afirma Kohler y a estos comentarios, de tono laudatorio, se agrega valiosa información sobre los protocolos aplicados por las religiosas -fundamentalmente de higiene- que fueron eficaces y que las autoridades replicaron de inmediato, lo que habría contribuido a contener la epidemia:

Iban de casa en casa, de enfermo en enfermo, cerrando los ojos a los moribundos, aislando a los saludables que aún quedaban. Además, los señores de la higiene (sic) las secundaban ampliamente proporcionando bebidas alcohólicas que se agregaban a las infusiones bien calientes. Se agregaban fuertes fricciones para enderezar las extremidades que los calambres habían torcido. La bebida caliente con alcohol detenía el vómito negro”.43


Terminada la emergencia, las cuatro religiosas volvieron al convento de Santo Domingo. El gobierno de la ciudad envió una carta de agradecimiento a la madre Roques, destacando “los sentimientos de humanidad y de abnegación”, “la ofrenda del corazón y de la vida” de las dominicas. “Sin este valor ante el sacrificio inspirado por la caridad cristiana, nos hubiera sido muy difícil, si no imposible, salvar muchas vidas”44.

En este último caso, la misión exigió a la comunidad tomar medidas rápidas e inesperadas, que incluyeron la división de la comunidad del convento de Santo Domingo. La itinerancia geográfica se manifiesta en el traslado y en la instalación en un barrio nuevo, entre gente desconocida y enferma, y en una situación riesgosa. Para las religiosas, lo más complejo era vivir fuera de su comunidad, casi incomunicadas con la misma. Por otra parte, también las tareas fueron un desafío: muchas eran veladoras, pero nunca habían atendido, ni en Francia ni en América, una epidemia. Finalmente, aparece en este caso la rápida reubicación intelectual y espiritual: la comunidad responde a la solicitud del “adversario” -había anticlericales en el gobierno- y mantiene la fidelidad a su misión.


Para concluir

A través de la lectura y el análisis del relato de Marie du Rosaire Kohler hemos acompañado la llegada de las Hermanas Dominicas de Albi al Río de la Plata y nos hemos detenido en algunas de sus experiencias de itinerancia.

Primeramente, debemos destacar que las congregaciones francesas -también las de otro origen- que llegaron al Río de la Plata aportaron un modelo nuevo de vida religiosa, de “catolicismo de movimiento”, que era también respuesta a los avances de la secularización. Este modelo se acordaba perfectamente con el espíritu de itinerancia de la Orden de Predicadores.

Por otra parte, las Dominicas de Albi vivieron con amplia disponibilidad los traslados necesarios y la adaptación a nuevas tareas. En tal sentido, también cooperaron con el Estado liberal y ofrecieron servicios esenciales en muchos aspectos. Como enfermeras realizaron tareas indispensables y a bajo costo (Dufourcq, 2009: 195-199). Como educadoras cumplieron el papel de “madres sociales”, muy valorado en otras sociedades del continente, aunque más cuestionado en Uruguay.

Además, lo que es muy revelador, estas mujeres, casi todas extranjeras en una primera etapa, encontraron en la vida religiosa espacios de libertad y de acción con los que no contaban otras mujeres de su tiempo (Serrano, 2000:13-44). Los relatos de las misioneras -también el de la madre Kohler- nos descubren mujeres convencidas de su fe y de su misión, comprometidas con sus opciones, más audaces y emprendedoras que la mayoría de las mujeres de su tiempo, curiosas y siempre abiertas a otras sociedades y a otras costumbres (Castro Carvajal, 2014: 121)

En definitiva, en el complejo proceso de transformar la tierra extraña en patria, las religiosas tuvieron una ventaja muy importante: integraban patrias mayores y universales, la de la Orden de Predicadores y la de la Iglesia, lo que propiciaba su libertad de movimiento y su libertad de acción. Por esta misma razón, por los valores que representaban y los espacios de poder de los que disponían, provocaron la resistencia de grupos -no cristianos o incluso anticlericales- que desconfiaban ante su presencia y su gradual influencia.


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Recibido: 16 de noviembre de 2017

Aceptado: 25 de febrero de 2018


1 Ver también Dufourcq (2009: 449-450) traducción de la autora.

2 Langlois (1984); Dufourcq (1984 y 2009). En ambos casos se trata de la tesis doctoral de los autores.

3 Serrano (ed.) en colaboración con De la Taille (2000); Serrano (2009); De la Taille (2012a, publicación de la tesis doctoral defendida en la Pontificia Universidad Católica de Chile) y (2012b)

4 Leonardi (2010), publicación de la tesis doctoral defendida en la Universidade de São Paulo, también en (2011a) y (2011b).

5 Existe un trabajo previo sobre esta congregación: Hernández y Brizuela (2000).

6 La dinámica « de referencia », polarizadora y centrífuga por naturaleza, conllevaba la virtud de la solidez pero en germen el riesgo de la esclerosis. A la inversa, la dinámica « de movimiento» presentaba riesgos de pérdida y de fragilidad, pero más posibilidades de renovación. Durante tres siglos, la complementariedad y la alternancia de estas dos lógicas jugarían un rol esencial en el crecimiento dialéctico de las obras de enseñanza y de caridad” (Dufourcq, 2009: 55-56).

7 Visita ad limina de Mons. Inocencio Ma. Yéregui a Roma, Montevideo, 5 de julio de 1888, f. 40, Serie Obispado, Mons. Inocencio Yéregui, carpeta 1888, Archivo Curia Eclesiástica de Montevideo (ACEM).

8 La obra del P. Bonhomme, Les dominicaines de Sainte-Catherine de Sienne d’Albi. Récit historique de la fondation et du développement de la Congrégation en France, en Italie et en Amérique, fue publicada en 1913 en Albi. Parte de la obra fue traducida por la Hna. Paulina Douzet García (Hna. Clarita) y publicada en Montevideo en 1991.

9 Francisco Laphitz (Arizkun, Navarra, 1832-Buenos Aires, 1905) Ordenado sacerdote del clero secular en 1857, fue párroco en Baigorri y Altzai. Ingresó, en 1867, a la congregación del Sagrado Corazón de Nuestra Señora de Betharram y, al año siguiente, viajó como misionero al Río de la Plata; vivió en Montevideo, hasta 1875, y en Buenos Aires hasta su muerte. Se consagró a las misiones y a la atención espiritual de los inmigrantes vascos (Iaconis, 2002).


10 Cuaderno de la madre Albertina (Cuaderno M. Albertina), Montevideo, s.f., f. 24. Archivo de las Hermanas Dominicas de Santa Catalina de Siena, Buenos Aires (AHHDDCS-BA). En su texto, la Hna. Kohler se refiere a la Hna. Rivière: « De carácter vivo, impetuoso, era adecuada para la misión que se le fue confiada. Dio clase a los pequeños varones muchos años, y (...) era amada”. Hna. María del Rosario Kohler, Les fondations dans l’Amérique du Sud par les Sœurs Dominicaines d’Albi, Kohler, Fondations, Albi, s. f. 27. AHHDDCS-BA. La Hna. Rivière murió en el convento de Santo Domingo, en abril 1919, y fue sepultada en el Cementerio Central de Montevideo.

11Yo estaba entonces en Pau, y ella [Madre Gérine] también, de visita. Aunque era muy joven sin merecer su confianza, actué como su secretaria”. Kohler, Fondations, ff. 13 y 17.

12 Cuaderno M. Albertina, ff. 22 y 23.

13 La Madre Marie Jourdain fue elegida priora general, por seis años, en el Capítulo general de 1925, el 7 de setiembre. Fue reelecta por un nuevo período de seis años el 30 de abril, en el Capítulo general de 1931. Cuaderno M. Albertina, ff. 41 y 44.

14 « Introduction », Kohler, Fondations, s. n.

15 « Introduction », Kohler, Fondations, s. n. A partir de ahora, citaremos en el texto, agregando el número de folio correspondiente.

16 Catherine Attané (Cassagnes, 1829-Montevideo, 1874) Ingresó en 1848 a la Tercera Orden regular de Santo Domingo, en Toulouse, y realizó su primera profesión religiosa en Albi en 1853. Al año siguiente fue destinada a Narbonne y, en 1867, a Lavaur. En 1871 hizo su profesión de votos perpetuos y fue inmediatamente designada priora de la comunidad de Génova. Al año siguiente se inició su aventura americana. Murió en Montevideo el 10 de julio de 1874. Bonhomme, 1991: 318-328; « Introduction-Fondateurs », Kohler, Fondations, s. n. y Cuaderno M. Albertina, ff. 1-4.

17 Mons. Jean-Paul Lyonnet (Saint-Etienne, 1801-Albi, 1875) Fue ordenado sacerdote en la diócesis de Lyon (1824), fue obispo de Saint-Flour (1851/1852-1857), luego de Valence (1857-1864), y finalmente arzobispo de Albi.

18 Kohler, Fondations, f. 5.

19 Mons. Salvatore Magnasco (Portofino, 1806-Génova, 1892) Estudió en el seminario de Génova y fue ordenado sacerdote en 1828 en Savona. Fue obispo de Bolina y auxiliar de Génova (1867) Participó de los trabajos del Concilio Vaticano I y , en 1871, fue designado obipso de Génova.

20 Kohler, Fondations, f. 6.

21 Agradecemos a Fr. Gilles-Marie Marty, O.P. la posibilidad de consultar este material.

22 Kohler, Fondations, f. 7.

23 Desde 1863, la congregación había confiado a la Hna. Dominique Roques tareas de enseñanza, en la ciudad de Pau. Cuando se ofreció para viajar a América en 1874, la Hna. Roques había ya desarrollado un definido perfil docente, hecho decisivo para el futuro desarrollo de las obras educativas de la congregación en el Río de la Plata.

24 Kohler, Fondations, f. 7.

25 Reginaldo González, O.P. A mediados del siglo XIX, se inició la restauración de la vida dominicana en la actual Argentina, promovida por el maestro general Fr. Alejandro Vicente Jandel. Esta nueva etapa comenzó en Córdoba y, más adelante, en Buenos Aires, asociada a las obras de enseñanza superior de la orden. En Buenos Aires se destacaron Jesús Estévez, Reginaldo González y Enrique Posada. Entre 1868 a 1876, Fr. Dionisio Márquez y Fr. Reginaldo González –gran predicador- estuvieron a la cabeza de la provincia. En 1877, el P. González solicitó la secularización.

26 Kohler, Fondations, f. 68.

27 Fabbri había llegado a Montevideo con el primer grupo misionero, Roques en el segundo viaje y Kohler en el tercero. Marie du Sacré Cœur Castro -María Josefa Castro García- uruguaya, era novicia; hizo su primeros votos, en Montevideo, en mayo de 1879. Archivo de las Hermanas Dominicas de Santa Catalina de Siena, Montevideo (AHHDDCS-M), Congregación de Santa Catalina de Sena de Albi. Tercera Orden Regular de Santo Domingo. Casa del Noviciado, Montevideo, s. f.

28 Kohler, Fondations, ff. 69-83.

29 Kohler, Fondations, f. 72.

30 Kohler, Fondations, f. 72.

31 Kohler, Fondations, ff. 86-87.

32 Kohler, Fondations, f. 83.

33 Fray Justo Santa María de Oro (San Juan, 1772-1836) Ingresó a la Orden de Predicadores, vivió en Chile en el convento de la Recoleta, y fue ordenado en 1794. En Chile, fue profesor de teología en la Universidad de San Felipe, volvió a Mendoza en 1814, fue diputado en el Congreso de Tucumán e impulsó la declaración de Independencia. Entre 1818 y 1828 volvió a residir en Chile; regresó a San Juan, siendo nombrado obispo en 1830. Construyó la catedral, en la que se encuentran enterrados sus restos, e impulsó las obras educativas.

34 Kohler, Fondations, f. 71.

35 Kohler, Fondations, ff. 81-82.

36 En este punto el relato de la M. Kohler presenta algunos datos confusos: ubica la epidemia en 1881 y se refiere al “presidente Cuestas”, quien gobernó entre 1897 y 1903. Estas imprecisiones podrían explicarse porque, durante esos años, Marie du Rosaire Kohler vivía en Buenos Aires y conoció los hechos por el relato de otras hermanas. La Hna. Kohler se refiere además al “comunismo” como el adversario de la Iglesia: “El eco de la expulsión de los religiosos y religiosas de Francia resonó en estas playas y el comunismo quiso imitar los desórdenes de nuestra infeliz patria” (Kohler: 53).

37 Kohler, Fondations, f. 54.

38 Ángel Brian (Gualeguaychú, 1850-Bahía Blanca, 1923) Médico argentino, que desarrolló actividades políticas y periodísticas en Uruguay. Fue jefe político y de policía de Montevideo (1884-1886) y presidente de la Junta Económico Administrativa (1897-1898). Fue secretario de la Presidencia, entre 1890 y 1894, como estrecho colaborador de Julio Herrera y Obes. Como periodista, dirigió el diario La Nación y utilizó el seudónimo “Nerón Gallina” en sus artículos. Como jefe de Salubridad de la Junta Económico Administrativa de la capital, debió coordinar las acciones ante la epidemia de cólera de 1886 y 1887. Publicó, algunos años más tarde, Apuntes de la epidemia de cólera de 1886-1887 (Montevideo, Barreiro y Ramos, 1895).

39 Kohler, Fondations, ff. 54-75.

40 Kohler, Fondations, f. 55.

41 Kohler manifiesta sus discrepancias, y las de las protagonistas, con el relato del P. Bonhomme, quien había escrito que toda la comunidad del convento de Santo Domingo se había mudado a la Unión: “Lo que afirmo es la verdad. Lo contrario solo tiene importancia para las Hermanas que vivieron estos hechos y que desean que sean narrados como realmente sucedieron” (Kholer: 55). Agrega que dos de las religiosas que habían partido a la Unión, las Hermanas Emilie y Clémence, aún vivían en Montevideo. Ninguna de las religiosas murió por la epidemia.

42 Kohler, Fondations, f. 56.

43 Kohler, Fondations, f. 56.

44 Carta del Dr. Ángel Brian, director de Salubridad, a la Hermana superiora del Convento de Santo Domingo. Unión, 2 marzo 1887; Carta de Federico Zambrano, subdirector de Salubridad, a la Hermana superiora del Convento de Santo Domingo. Unión, 2 marzo 1887; Carta de la Comisión de Salubridad de la Unión a las Hermanas Dominicas de la Asistencia Pública de la Unión (sic). Unión, 14 febrero 1887. Carpeta Cartas Epidemia de cólera, 1886. AHHDDCS-M.