Espiritualidad y cotidianidad en la escritura de monjas, donadas, terciarias y beatas durante la Colonia en la América Meridional.


Spirituality and Everyday Life in Nuns, Donadas, Beatas and Tertiaries’ Writings in South America along the Colonial Period.


Alicia Fraschina

Instituto Ravignani, Facultad de Filosofía y Letras, UBA

aliciafraschina@gmail.com



Resumen


El objetivo de este trabajo es recuperar para la Historia y para la Literatura la escritura de quince “mujeres en religión” –monjas, donadas, terciarias y beatas- durante el período colonial en la América del Sur. Un universo que comprende desde Santa Fe de Bogotá a Buenos Aires. Mujeres que toman la palabra para hablar de sí y de Dios. Trabajo con fuentes primarias y secundarias recogidas durante dos décadas en distintos archivos, bibliotecas y sitios web. Me interesó conocer y comprender los motivos y objetivos de su escritura, cuál fue el peso en sus obras de la tradición escrituraria proveniente de Europa, el nivel socio-económico y educacional del universo seleccionado, en qué contexto histórico surgen, a qué géneros literarios apelan, la temática que abordan, el rol del confesor o director espiritual en sus vidas y las posibilidades de publicación y difusión de sus escritos.


Palabras clave: escritura, monjas/donadas/terciarias/beatas, período colonial, América del Sur, influencias europeas, géneros literarios


Summary

The aim of this article is to recover for History and Literature, the writings of fifteen “religious women” –nuns, donadas, tertiaries and beatas- along the Colonial period in South America. A group of women living in different cities from Bogotá to Buenos Aires who decided to write about both God and themselves. I deal with sources placed in different archives, libraries and in the website, sources that I have gathered along two decades. I am interested in knowing the reasons and aims of their writings, understand the importance of the European influence in their works, know the socio-economic and educational level of this group of women and the historical contexts they lived in, the literary genres they appealed to, the confessor or spiritual director role in their life and writings, and the possibilities of having their works published and made known.


Key words: writing, nuns/donadas/tertiaries/South America, European influence, literary genres



Continuando con mi investigación en torno a la experiencia religiosa y social de las monjas y las beatas de Buenos Aires (Fraschina 2010; 2015, 1ª. reimpresión 2017), en esta etapa proyecto un tercer libro sobre dicho universo: puntualmente, recuperar para la Historia y para la Literatura la escritura de las monjas de los monasterios de Santa Catalina de Sena –de dominicas- y Nuestra Señora del Pilar (actualmente Monasterio de Santa Clara) –de capuchinas (ahora clarisas)- desde la fundación, a mediados del siglo XVIII, hasta la década de 1920.

Al relevar las fuentes que albergan sus respectivos archivos surgieron inquietudes, dudas, la necesidad de dar respuesta a un sin fin de interrogantes, de contextualizar, de indagar otros horizontes. Comprendí que para abarcar la densidad de sentidos que cada texto entraña se hacía ineludible llevar a cabo una investigación a escala macro sobre la escritura producida por “mujeres en religión” durante el período colonial en la Hispanoamérica meridional -desde Santa Fe de Bogotá a Buenos Aires- durante los siglos XVII a principios del XX.

Con dicho objetivo en este artículo propongo analizar lo producido por quince “mujeres en religión”, un número no exhaustivo pero sí suficiente de mujeres que toman la pluma para hablar de sí y de Dios, de su experiencia religiosa y social. Trabajo con fuentes primarias y secundarias que he recogido durante décadas en distintos archivos, bibliotecas y espacios virtuales.1

Surge ineludiblemente una primera cuestión: ¿Por qué escriben? Las motivaciones o razones son múltiples: algunas lo hacen por vocación, otras por mandato. Por una inexorable necesidad de poner en palabras su experiencia, para explorar su subjetividad, reivindicar su papel como testigo, para comprender y ser comprendida, abrir un camino de libertad, para dar cuenta de lo que les sucede y de ese modo permitir a su comunidad y a la sociedad mirarse y ser mirada, comprendida.

Sus escritos emergen en un complejo tejido de voces, en un entramado intertextual donde las asociaciones se disparan y cada producción establece su linaje.2 Son parte de una tradición escrituraria que encuentra sus raíces en los textos de mujeres medievales: Hildegarda de Bingen, Lutgarda de Ayuwiéres, Gertrudis de Helfta, Ángela de Foligno y Catalina de Siena, entre otras. Muchos de ellos mandados traducir al castellano por el cardenal español Martínez de Cisneros (1437-1517), enviados a América, presentes en las bibliotecas conventuales, cuya lectura era recomendada por los directores espirituales de las monjas, beatas y terciarias y/o algún laico con una profunda formación religiosa. Temas como las distintas formas que toma la respuesta del amor por Jesucristo -dolor, penitencia, acción de gracias, entrega al prójimo- el pasaje de la justicia divina a la misericordia, la simbólica del cuerpo, el lugar de la comida y la Eucaristía en la vida cotidiana, el cuerpo de Cristo: su corazón contemplado, deseado y habitado como espacio que resume y concentra su presencia, el intercambio de corazones, el costado abierto -un lugar de encuentro íntimo con el Señor-, el abrazo con el amado, la participación en el proyecto salvífico, la identificación con el cuerpo sufriente; la dimensión solidaria, la comunión de los santos -la profunda convicción de que todos somos responsables de todos- son temas que se repiten una y otra vez en los textos medievales (Martínez Gayol, 2012: 339-358) y que las hispanoamericanas recogen.

A la vez pudimos percibir que cada escritura tiene su tiempo, cada relato se impregna de un espacio, cada texto se gesta en relación con unas condiciones socio-históricas concretas: algunas recrean la sociedad interétnica tan presente en sus monasterios y beaterios; otras optan por los acontecimientos históricos que desembocarán en las independencias.

Las obras analizadas, muy especialmente las de tono autobiográfico, se instalan en una encrucijada más profunda: la del momento del tránsito del Barroco a la Ilustración, un momento en el que se produce la emergencia de un nuevo orden de subjetividad: el advenimiento del sujeto moderno como consecuencia de una de las revoluciones filosóficas más importantes que permite el tránsito de la “vida” –biografía hagiográfica- a la autobiografía, cuya emergencia algunas de las escritoras intuyen. En muchos casos, en estos escritos de tono autobiográfico estamos ante textos escritos por mandato, dirigidos a una autoridad privilegiada -el confesor/director espiritual/Dios- de la que se espera conseguir un reconocimiento o justificación. Textos que se insertan en una tradición genérica que había consolidado su existencia y fijado sus partes desde sus comienzos en los escritos de Teresa de Jesús -Libro de la Vida, Las Moradas, Las fundaciones- un esquema de escritura que se puede reconocer en los escritos hispanoamericanos. También conviene recordar la vigencia de la Imitatio en todo el período: es que la semejanza con el modelo es garantía de impunidad. Es más, debemos tener presente que el discurso religioso cuenta con un universo propio de referencias, un universo que extiende el principio imitativo más allá del marco de una época. En consecuencia las auto-biografías de las mujeres “en religión”, en múltiples ocasiones se escriben sobre una plantilla ya que la Imitatio Christi, la Imitatio Marie y la Imitatio Vitae Sanctorum son no solo un requisito literario sino un imperativo moral. Al punto que la mujer que quiera hacer valer su singularidad, deberá apelar a las “tácticas del débil”: recurren a una serie de topoi, esos lugares comunes que se repiten en la vida de los santos. El modelo de santidad que cada escritora elige para sí actúa como principio rector del texto. Adscriben a una genealogía de mujeres que han tenido derecho a tomar la palabra: Santa Catalina de Siena, Santa Gertrudis, Santa Teresa de Jesús, y varias otras cuyas trayectorias conocían a través del Flos Sanctorum (Ferrús Antón y Girona Fibla 2009:17-25). Sin embargo, a pesar de tantos imperativos, cada una rescribe el modelo elegido de manera particular, le da su impronta personal, de modo que en cada texto podemos leer su propia experiencia, su propio deseo.

Estamos ante una tradición escrituraria que llega a América y se instala siguiendo la ruta de la conquista, la colonización y la fundación de ciudades, de monasterios y beaterios en Lima, Quito, Santa Fe de Bogotá, Tunja, Arequipa, Santiago de Chile, Córdoba y Buenos Aires. En cada una de estas ciudades se han ido encontrando manuscritos redactados por las protagonistas de este artículo.

La investigación en torno a la escritura religiosa femenina, el género de mayor auge en la actualidad en el ámbito de la historiografía de las mujeres en religión, se inició con la publicación de Cultura femenina Novohispana de Josefina Muriel en 1982 y Untold Sisters: Hispanic Nuns in their Own Words, de Electa Arenal y Stacey Schlau en 1989. Durante años los escritos de las monjas y las beatas se excluyeron del canon literario con la excusa de que se trataba de “textos de religión”. Hoy en día el protagonismo de los estudios culturales ha ayudado a su legitimación. La Historia y la Literatura posaron su mirada sobre los escritos de estas mujeres casi al mismo tiempo. Las autobiografías, las biografías, los epistolarios, la poesía y el drama -siguiendo una categorización propuesta por Asunción Lavrin y Rosalva Loreto López (2005, 2006)- son objeto de análisis y de numerosas publicaciones.3

Enfoquemos nuestra atención en las quince mujeres y los textos por ellas producidos. Para una rápida visualización de este conjunto remito al Cuadro I al que haré referencia en varias oportunidades a fin de evitar una incómoda repetición de datos.

Tenemos entre manos un universo de “mujeres en religión” compuesto mayoritariamente por monjas. Diez de velo negro (los números remiten al Cuadro I): (2)Jerónima de San Francisco (van Deusen, 2006: 40-72); ( 4) Gertrudis de San Ildefonso (Iturburu, 2006: 201-224); (5) Antonia Lucía del Espíritu Santo y Josefa de la Providencia (Arenal & Schlau, 1989: 293-335), (6) Gerónima del Espíritu Santo Nava y Saavedra (Herrera, 2013: 211-260), (7) Úrsula Suárez y Escobar (de Ramón, 1984; Myers, 2003:116-139) ; (8) Francisca Josefa de la Concepción del Castillo (Mc Knight, 1997; Ferrús Antón y Girona Fibla, 2009; Herrera, 2013: 87-95; 157-209); (10) María Manuela de Santa Ana (Armacanqui-Tipacti, 1999); (11) Catalina de Jesús Herrera (Stolley, 2000; Rossi de Fiori, et al, 2008: 457-464) , (14) Monjas del Carmelo de Córdoba ( Rossi de Fiori, et al, 2008: 249-299); (15) María Manuela de la Ascensión Ripa (Armacanqui-Tipacti, 2006: 228-260); y dos de velo blanco o legas (9) Hermana María de Jesús (Herrera, 2013: 105-110, 261-317; Cadavid Yani, 2017); (13) Sor Josefa de los Dolores Peña y Lillo (Araya Espinosa, Azúa Ríos, Invernizzi 2006: 264-327; Kordic-Riquelme, 2008); pero también una terciaria (1) Rosa de Santa María –Santa Rosa de Lima- (Mujica Pinilla 2001; Myers 2003: 23-43; Ferrús Antón 2007: 151-160; Castro-Godoy, 2013: 51-58; Araya Espinosa, 2010: 132-155; Folquer, 2008: 193-211; una beata (12) María Antonia de San José (Fraschina, 2005: 704-728), y una donada mulata (3) Úrsula de Jesús (van Deusen, 2004), pertenecientes a las distintas órdenes religiosas que se fueron instalando en América a partir de 1540 (Borges: 1992: 268): 6 de ellas son clarisas, 5 dominicas, 3 carmelitas, y una jesuita -a pesar de que esta orden no tiene rama femenina-.4

En general las monjas de velo negro son mujeres de un sector socio-económico alto, hijas de funcionarios, propietarios de haciendas, de linaje noble, criadas en un hogar en el que han recibido formación religiosa y realizado o tenido acceso a una considerable lectura devocional. Pero también las hay de sectores socioeconómicos medio y bajo. Mujeres que, en general, leen y escriben. No se sabe si la donada (3), originariamente esclava en el Monasterio de clarisas de Lima, sabía leer y escribir ya que en el texto de su autoría se ven distintas caligrafías. La beata rioplatense (12), a pesar de saber leer y escribir también se valió de amanuenses para la escritura de sus cartas.

En general ingresan al convento, al beaterio o a la tercera orden siendo muy jóvenes, a los dieciséis años -una edad establecida en la normativa conventual y en la que las jóvenes de la época tomaban estado- y aún antes, a los doce, como educandas. Pero hay excepciones: dos mujeres casadas (2) (5) ambas excepcionales, carismáticas, que se ven obligadas a obtener licencia de su esposo y del obispo antes de profesar.

Todas refieren directa o indirectamente al momento preciso en que inician su escritura: después de una confesión general o a continuación de un accidente de cuyas consecuencias catastróficas son salvadas “por milagro”: es decir a partir de un giro en su existencia, un giro fundamental que se da generalmente en la madurez. Los motivos invocados son múltiples: en su casi totalidad aducen una orden de su confesor o padre espiritual. Sin embargo, con el correr de la pluma afirman que la orden de escribir les llega de una autoridad superior: el mismo Jesucristo. Con respecto a este tema relata Sor Gertrudis (4), la clarisa quiteña: “A esta súplica del alma respondió el Señor: ´tres libros has de escribir´. ¿Cómo Señor, siendo en todo ignorante? El alma respondió: Hágase tu voluntad. A lo que el Señor añadió: Serán de Fe, Esperanza y Caridad. Dispón tu corazón”.5 Sor Catalina de Jesús Herrera (11) –dominica de Quito- también transcribe el diálogo a partir del cual toma la pluma: “Ese día a la tarde, en la hora quieta, escuché tu voz Señor que me decía: ´Prepara el tinterito´. […] ´Prepara el tinterito, te lo vuelvo a decir´. Y yo entonces te dije: ´Bien está Señor. Prepararé el tinterito. Y ahora no me apures´”.6

Escriben por una necesidad de dar cuenta de lo que les ocurre, de ser interpretadas, guiadas, aliviadas. Es el caso de las visionarias, tan atormentadas por las dudas sobre el origen divino o demoníaco de sus visiones, de las “hablas” que pueblan sus días y muy especialmente sus noches (7) (8). En general buscan información y corrección, necesitan que alguien confirme que están en el camino correcto en la búsqueda de la perfección espiritual. Para ellas escribir es desahogarse de una pesada carga. En muchas ocasiones, escriben por mandato, en respuesta a un pedido del confesor ante el deseo del sacerdote de tener un material primario a partir del cual él escribirá una biografía ejemplarizante, una Vida (4), (6), (12). En el caso de los poemas no se menciona mandato alguno: muy probablemente se escribe por vocación. Tal vez con la intención de comprender ciertas zonas aún no percibidas de la experiencia, de relacionarse con los poetas que antes hubo -el Salomón de El Cantar de los Cantares, el San Juan de la Cruz de La noche oscura del alma- que muy probablemente les sirvieron de inspiración, para hablar de aquello que en la lengua cotidiana no se puede decir, para dar pie al esparcimiento, para crear momentos de sociabilidad, para comprender un poco más el sentido de su vida entregada a Dios, a veces a partir de un “exceso de amor”. Pero también para recorrer un camino de libertad.

Estamos ante escritoras que surgen en dos momentos históricos muy precisos. El primero lo inaugura Rosa de Santa María, más conocida como Santa Rosa de Lima (1), quien llega a ser un valorado símbolo de consolidación de identidad nacional en la ciudad de los Reyes en un tiempo de cambios dramáticos tanto en la capital del Virreinato del Perú como en la Iglesia Católica, una ciudad de contrastes extremos -sociales, económicos y raciales- y de rápido crecimiento; vulnerable al peligro de terremotos y piratas -leídos en clave de “castigos de Dios”- así como de profundos enfrentamientos políticos y religiosos. En este ambiente de disturbios de todo tipo, florece un intenso ascetismo: solo en Lima surgen seis santas populares protagonistas de visiones, milagros, premoniciones y curaciones (Myers, 2003: 25): dos de ellas forman parte del universo que estudiamos: Rosa de Santa María (1), terciaria dominica, primera santa americana desde 1671 y la monja concepcionista Jerónima de San Francisco (2). El segundo momento histórico en el que surgen otras de estas escritoras está en relación con la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767. Cuatro de ellas refieren a la expatriación de los jesuitas: una monja dominica de velo blanco (9) aspira a prevenir a Carlos III sobre las terribles consecuencias que traería la expulsión; otra (10) predice en dos años el acontecimiento; la beata rioplatense (12), ante la decisión de reemplazar a los ignacianos en la organización de los Ejercicios Espirituales intercambia una copiosa correspondencia con exjesuitas instalados en los Estados Pontificios; la monja dominica de velo blanco de Chile (13) mantiene informado a su confesor, un exjesuita ya anciano recluido en la capital chilena, de todo lo relacionado con la expatriación. Por su parte, la Madre María Manuela de la Ascensión Ripa, dominica de Arequipa (15) dedica los últimos cincuenta capítulos de su Vida a los enfrentamientos que se dan en Perú entre indios, criollos y realistas. A partir de datos que recoge en el locutorio de su monasterio toma partido por la facción realista, critica a San Marín y a Bolivar, al gobierno de Godoy y al de Fernando VII, y también a Napoleón. En sus relatos del acontecer histórico apela a visiones y profecías.

La materialidad de los textos es otro dato que también hemos tomado en cuenta. Escriben en folios sueltos (3, 5, 6, 8, 15); en cuadernillos, que en algunos casos les eran entregados por el confesor, una modalidad que determinaba la extensión y el ritmo de lo que se escribía (2, 4, 7, 8, 9, 11); o apelan al género epistolar (10, 12, 13, 15). Pudimos comprobar que en ocasiones se valían de amanuenses (3, 12), que algunos de dichos textos han sido ordenados en volúmenes; a otros se los encontró muy deteriorados, rotos, en desorden; que el texto localizado es una transcripción; que la primera versión se ha quemado; que la narración de la vida está inserta en la Historia del Monasterio o que estamos ante un caso de co-escritura. Se han localizado también otros soportes materiales más llamativos: los dos collages emblemáticos realizados por Rosa de Lima(1) en tela y papel; y los tarjetones con marco de papel calado, una colección de poemas escritos por las monjas carmelitas de Córdoba (14) con motivo de la muerte del obispo José Antonio de San Alberto.

La escritura de las mujeres en religión, afirman Asunción Lavrin y Rosalva Loreto (2006:11), no tiene demarcaciones rígidas, son difíciles de encasillar. Una afirmación que hemos corroborado para el grupo de escritoras que estamos observando. Las voces de estas mujeres en religión se hacen múltiples en las variedades de sus formas. Toman la palabra -el arma más poderosa para sobrevivir- y se valen de los más variados géneros literarios para expresarse: el (auto)biográfico, el epistolar, el poético.

El biográfico, el más común, usado como camino de conocimiento, autoanálisis y meditación, comprende la autobiografía y la hagiografía a la que apelan no solo aquellas con una profunda vida espiritual, protagonistas de una íntima relación con Dios, visionarias y profetas (1, 2). En su mayoría estos escritos no son estrictamente autobiográficos, aunque algunas obras llevan esta denominación, inclusive en el mismo título (3, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11). Dentro de este subgénero encontramos dos ejemplos de inter-texto, de escritura compartida entre la escritora monja (4) -autora de las epístolas- y el confesor, transcriptor de su trabajo, el biógrafo. Y dos biografías, una escrita por la amiga y compañera de Antonia Lucía del Espíritu Santo, fundadora de las Nazarenas de Lima (5) y la de la monja visionaria de Arequipa María Manuela de la Ascensión Ripa (15).Y un subtexto, - “Las Capillas”- escrito a partir del modelo de “La capilla interior” de Teresa de Jesús, un claro ejemplo de intertextualidad (10).

Un segundo grupo recurre al género poético cuyo, tono profundamente emotivo, les permite mirarse intensamente. Poemas en los que bajo una aparente espontaneidad, sabemos que hay siempre un arduo trabajo del lenguaje, pues al leerlos confirmamos una vez más que la poesía siempre es ritmo, música, tono y medida (Andruetto 2015: 55-62). Algunos son muy logrados en su expresión, otros valiosos en su mensaje (8, 10, 11, 13, 14). Usan un lenguaje alegórico y ciertas convenciones retóricas conocidas. La Madre María Josefa de la Concepción del Castillo (8) expresa su profundo amor a Jesucristo a través del siguiente poema:

Afecto 45

El habla delicada

del amante que estimo,

miel y leche destila

entre rosas y lirios.

Su meliflua palabra

corta como rocío,

y con ella florece

el corazón marchito.

Tan suave se introduce

su delicado silbo,

que duda el corazón

si es el corazón mismo.7


Sor Catalina de Jesús Herrera (11) relata de este modo –poético, sensual- su experiencia amorosa:

En la soledad

busqué a mi querido

y lo divisé

allá muy metido

por unos resquicios

hacia lo escondido

donde los amantes

viven más unidos

con estrechos lazos

en vínculo unidos.

Yo me penetré hasta verme

En su propio nido.8

Las carmelitas de Córdoba, en plena Ilustración, apelan a un tono muy distinto, esta vez para resaltar las virtudes del obispo San Alberto, recientemente fallecido, a quien rinden homenaje:

Soneto

Si el arte de las ciencias se perdiera,

y todo entendimiento vacilara,

toda luz en tinieblas se trocara,

toda humana razón se obscureciera.

Si el plan de buen gobierno pereciera,

el zelo y la virtud finalizara,

la prudencia y justicia se acabara;

la verdad en el mundo no se viera:

Si el orden sabiamente establecido,

todo el orbe perdiendo su belleza,

todo en fin quedara sumergido

en un caos, y abismo de rudeza;

bastaba un San Alberto en tal periodo

Para restablecer el orbe todo.9

Otras recurren al género epistolar (10,12, 13), un lugar desde donde hablar, que permite la expresión directa de la experiencia subjetiva y un relato en primera persona de las experiencias vividas. Un género que aspira a hacer presente una ausencia, una ausencia que se busca suturar. En cada epístola hay una voz sujeto que interpela al destinatario, siempre presente en su escritura; una reacción a la respuesta recibida; una dependencia mutua entre la escritora y el receptor y en ocasiones una inversión de roles ante el dolor extremo del destinatario masculino (Lavrin, 1996: 139-159; Lavrin 2000: 49-75; Cohen Imach 2004; Bouvet 2006; Ranft 2000; Folquer 2010). Una modalidad omnipresente en los textos analizados son las cartas confesionales a través de las cuales las escritoras relatan sus visiones, explican el éxito, el temor o las dudas que les despiertan sus experiencias místicas. Lo hacen a través de un lenguaje directo, en ocasiones sencillo y coloquial; en otras, atormentado. El tiempo de la carta confesional, a diferencia del de la “vida”, es un tiempo reciente, caracterizado por una acumulación de detalles. Un género que aspira a tejer una relación confidencial entre la escritora y el confesor o director espiritual (Armacanqui-Tepacti 1999: 107-117). Las cartas escritas por Sor Manuela de Santa Ana (10) a su confesor Pedro de Loaysa, cartas confesionales escritas por obediencia en un singular lenguaje erótico en general espiritual pero por momentos directo, en las que, con abierta franqueza narra su desesperación, su búsqueda de consuelo y sus experiencias místicas; las epístolas que María Antonia de San José (12) envía al exjesuita Gaspar Juárez instalado en Roma después de la expulsión (Blanco 1942) permiten observar los pasos mediante los cuales la beata jesuítica toma conciencia de sí y llega a definirse como criatura elegida de Dios y heredera de la Compañía de Jesús en la organización de los Ejercicios espirituales en el territorio de la actual Argentina (Fraschina 2015); las de Sor Josefa de los Dolores (13), dirigidas a su confesor, el jesuita Manuel Álvarez, son el medio que –ante su ausencia- ella elige para comunicarle todo lo que pasaba por su alma mediante un discurso ensimismado, reiterativo, moroso, detallado en la narración de sus experiencias interiores pero parco y hasta cifrado en la referencia al mundo exterior. Las epístolas de estas tres mujeres consagradas a Dios permiten recorrer el paisaje interior de sus autoras quienes sin duda encontraron en el género epistolar “un espacio para hablar”, reflexionar sobre su “yo” y sobre “el otro” como protagonistas de su texto.

La lectura de los manuscritos –en cualquiera de sus géneros- permite conocer cuáles son los tópicos y los estereotipos vigentes, lo canónicamente correcto a lo que pueden o deben apelar para hablar de sí, de su experiencia espiritual y de su cotidianidad.

Todas, sin excepción, en algún momento hacen referencia a la dificultad que supone escribir sobre las misericordias, las mercedes o los favores recibidos: Rosa de Lima (1) no puede decir lo que siente su alma, no halla términos para explicar la “unión de amor”, que, “si bien sabía gozarla, no sabía decirla”,10 la Madre Josefa del Castillo (8) se refiere a la escritura como el acto de despojo, de desnudo, que desata el pudor y el rubor (Ferrús Antón 2009:18) “Padre mío, si no fuera porque V.P. me lo manda, y solo es quien lo ha de ver, y no llegara a noticia de otro, no sé yo como pudiera animarme a decir estas cosas, y más lo que ahora diré es mucho recelo acertar a entenderme, a darme a entender”.11

Toman la palabra para hablar de su relación con Dios, con sus confesores/directores espirituales, con su comunidad religiosa y con el siglo. En el proceso de autoconocimiento que supone el acto de escribir, su relación con Dios y con Jesucristo ocupa un espacio prioritario.

Son visionarias: apelan a las visiones y los sueños como otra posibilidad de decir. Sus visiones transcurren durante la misa, el rezo del Oficio Divino y en la celda, y también en la cocina o la huerta en el caso de las monjas de velo blanco. Además de las visiones divinas o experiencias místicas, sus escritos incluyen visiones en cumplimiento de profecías y otras -las menos- de encuentros con el demonio, siempre amenazador, desestabilizante. La Hna. María de Jesús (9) relata que, estando en misa tiene una visión en la cual, dentro de su corazón ve a Jesús, María y José, cada uno con una pluma en la mano “como que querían escribir ellos y no tenían papel. Y en esto conocí que querían que yo escribiese: quedé sin temor y con paz en el alma […] Señor, ya me pongo a escribir […] y cogí la pluma y comencé a llorar y a escribir”.12 En otras ocasiones las visiones tienen por protagonistas a las almas del purgatorio -un tema que procedente de Europa cobró fuerza en la Lima del siglo XVII y se expandió. A Úrsula de Jesús (3) -la donada mulata a quien ya nos hemos referido- los muertos se le aparecen con numerosos reclamos relacionados con las almas del purgatorio. En su Diario -que no es tal, sino una serie de recuerdos- a través de un lenguaje sencillo y telegráfico relata su visión de alguien que ha estado en el purgatorio: “grandes penas, que allá había gran concierto, que cada uno tenía su lugar conforme a su estado -que la monja a una parte- los religiosos a otra- los seglares -sacerdotes indios negros todas las generaciones y estados de cada uno y las obligaciones que tenían, se les daban las penas”.13 Una reproducción de la sociedad estamental y jerárquica colonial, la única que Úrsula conoce.

Entre las místicas, protagonistas de éxtasis o arrobos -una vez más, una experiencia basada en la tradición de las santas medievales y de Teresa de Ávila- se recurre al “intercambio de corazones”, y al “desposorio místico” (4, 6, 8, 9, 10, 13). Al igual que lo que ocurre con Catalina de Siena (1347-1380), para las místicas de la América colonial, la concreción del amor espiritual, la unión mística amorosa tiene su culminación en el acto de beber la sangre que brota del costado de Cristo, una sangre que mana eternamente. Una sangre que les habla de la pasión y muerte del esposo, un acontecimiento reparador de la humanidad y del sufrimiento con el que -entienden- les alcanzó la vida. El corazón, será el lugar de encuentro íntimo con Cristo, de descanso amoroso, la bodega del Cantar de los Cantares; las experiencias de intercambio de corazones en las que el cuerpo se muestra como una mediación esencial; el abrazo amoroso que relata Sor Gertrudis de San Ildefonso (11), como expresión de la unión de voluntades tal como hacía siglos ya lo habían manifestado Santa Lutgarda y Ángela de Foligno. Y el desposorio místico protagonizado por Catalina de Siena y que retoma Jerónima del Espíritu Santo Nava y Saavedra (6):


Un día, después de haber comulgado le vi en forma de un preciosísimo mancebo. Tenía una túnica albísima y las cinco llagas que hermoseaban todo aquel cuerpo; su cabello parecía oro riquísimo. Traía una cadena en la mano y me la echó al cuello; y Su Majestad también metía su cabeza entre la cadena. Y después me puso un anillo y me dio a entender que quería celebrar nuevos desposorios conmigo, haciéndome salir con esto los colores del rostro; pues todo sirvió de confusión y vergüenza para mí porque me puso delante las infidelidades con que había procedido habiéndole prometido guardar la Ley. Mi Señora la Virgen Santísima estuvo como sirviendo de madrina y su esposo San Joseph; y queriéndome festejar mi Señora la veía que me ponía una túnica que parecía toda de plata a más de ser muy blanca, hacía unos visos como de plata”.14


En torno al mismo tema, la Hna. María de Jesús (9) se adjudica un rol muy particular al querer asumir una posición no de esposa, sino de hija, a tal punto que el matrimonio místico aparece como un hecho forzado: “Y nos echaron el paño y nos encadenaron como acá velan a los que se casan. Yo, como siempre he tenido horror a esto de casarme, me asusté y temblé, y le dije: No, vida de mi alma, Taíta sí, esposo no”.15 En general estamos ante un desposorio mediante el cual se comprometen con Cristo para cooperar en la salvación de las almas.

Las mujeres en religión saben que el conocimiento de sí es una pieza clave en los senderos -tan distintos: en la clausura o en el siglo- que se han propuesto transitar, y el confesor/director espiritual es quien tiene a su cargo el “archivo de sus secretos, la fuente de su consuelo”, es el “cirineo” sin el cual “se le hace insoportable peso todas las congojas del alma”16 en este camino de auscultación, de exploración de su vida espiritual. Tal como ha indagado Jerry Root (1997), las prácticas confesionales – que ofrecían un espacio para hablar y las condiciones necesarias para que un sujeto apareciera como sujeto de discurso- marcaron un nuevo espacio de individuación y un camino hacia un particular lenguaje del sujeto. Prácticas que ellas muy probablemente vivieron de ese modo.

También van experimentando que la relación con su confesor o director es personal y única. Por esta razón es indispensable encontrar el apropiado. Un hombre con experiencia de la vida espiritual, autoconocimiento y ciencia, tal como quería Teresa de Ávila para ella y para las hermanas de sus comunidades.17

Todas estas mujeres sabían que tenían libertad para elegir su confesor y cambiarlo si no se sentían a gusto. Y así lo hicieron -en ocasiones atravesando indecibles dificultades- una y otra vez: acudieron fundamentalmente a los padres de la Compañía de Jesús, pero también a los dominicos, franciscanos, carmelitas, agustinos y mercedarios. La búsqueda del confesor, y más aún del director espiritual, es uno de los temas de mayor presencia en sus “cuentas de conciencia”18 debido a la dificultad de dar con el adecuado. Rosa de Lima (1), por nombrar un caso, tuvo seis confesores dominicos y cinco jesuitas (Mujica Pinilla 2001: 125) una rotación que se acentúa por la gran movilidad de los curas y frailes en el mundo colonial americano. A tal punto que la Hna. María de Jesús (9), después de una infructuosa búsqueda acude a Dios para preguntarle quién le serviría de consejero espiritual. Acabando de comulgar, siente que la hostia desde su pecho le contesta: “yo”.19. Esto alivia su tristeza y continúa con su director espiritual. Pero al poco tiempo, tal vez presa de una profunda angustia, relata lo siguiente: “Por este corazón te pido perdón de todo. Padre de mi alma, por este corazón perdóname y échame la bendición; a mi Señor Jesucristo le dije: Taita de mi alma, rogáselo vos que me la eche, y entonces alzó su mano Poderosa y me la echó”.20 ¿Es que acaso aspiraba a confesarse directamente con Dios, obviando la intermediación del sacerdote? Un ejemplo más de la relación director/confesor-hija espiritual que abarca un extenso arco de posibilidades: armónica e íntima, confrontativa, de subordinación o de mutua cooperación.

Una relación siempre presente en el campo de la escritura que estamos analizando, una época durante la cual los escritos de las mujeres consagradas a Dios -y muy especialmente los de las monjas- fueron “intervenidos”, comentados, y guiados por el confesor o padre espiritual, quien en muchos casos era también el biógrafo. En especial en la escritura autobiográfica, que nace en el confesonario, bajo la sugerencia u orden del director espiritual. Una relación en la que llega a darse una “inversión de roles”: la monja dominica Catalina de Jesús (11), en sus visiones puede observar los pensamientos más íntimos de su director: “lo que en su interior pasaba se me daba a conocer […] y me decía que con solo declararle yo su interior, se veía mejorado en muchas cosas”.21 Por su parte, otra dominica, la chilena sor Josefa de los Dolores Peña y Lillo (13), en la última etapa de su relación epistolar con su director, un exjesuita ya anciano y enfermo, se permite expresiones de afectividad que buscan aliviar la situación del sacerdote: lo alienta, consuela y le informa sobre la conmoción que está provocando la expulsión de la Compañía en Chile.

Otro de los tópicos que se aborda es la relación de las distintas escritoras con la comunidad de religiosas de la que forman parte: se ven a sí mismas como consejeras exitosas. Al punto que una serie de reformas propuestas por la donada Úrsula de Jesús (3) -reformas que le son ordenadas por el mismo Jesús durante una de sus visiones- son aceptadas e implementadas en una reunión general de la comunidad22. Algunas -como sor Gerónima del Espíritu Santo Nava y Saavedra- detentan una posición de “elegidas” en función de ser de una familia de status alto y tener una muy buena educación,23 en tanto la Hermana María de Jesús, de baja extracción económica, es admirada y obedecida por su elevada experiencia mística.24 Otras, cuyo ejemplo paradigmático es Francisca Josefa de la Concepción del Castillo, mantienen una relación de continua y profunda enemistad, de confrontación, dentro del huerto cerrado.25 Un caso tan extremo que cabe preguntarse si estamos ante una estrategia retórica que usa para victimizarse de manera deliberada.

Por último interesa rastrear qué roles se les reconocen o les son adjudicados a las autoras. Catalina de Jesús Herrera (11) apela al pasaje evangélico de Marta y María (Lc. 10, 38-40) para explicar de qué modo en ella, la suspensión pasiva de las visiones místicas, se complementa con la acción:


Sacadme de la duda, Amoroso Dueño mío: si María no hubiera tenido a su hermana Marta ¿qué hubiera hecho? ¿Te hubiera dejado sin comer? estando dos en casa, por estar sentada gozándote a tus pies? […] Y esto me parece que me respondió, según la luz que Vos Señor me dais. Que entiendo que así como en aquella casa, dentro de ella, asistíais vos Señor, con María y Marta entiendo por aquella casa el Alma, que a tiempos deja sentir su Divina Majestad estar dentro. Y le concede en tales casos, ser a un tiempo mismo, la vida activa y la contemplativa. Que eso significa estar juntas y habitando dentro de una misma casa Marta y María” 26


Y esto era exactamente lo que hacían: asumían ambos roles. Eran a la vez elegidas de Dios (2), (11), (12),intercesoras entre Dios y los hombres (9), reparadoras (1), (9), voceras de sus hermanas (10), corredentoras (8), (15), (6), (4) , maestras (6), profetas, hasta de su propia muerte (9), (11), visionarias (1), (2), (3), (5), (6), (8), (9), (10), (11), (15), amanuenses de Dios (8), sanadoras (3), esposas/hijas de Jesucristo -todas-, apóstolas (5), (12), (7), gozaron de fama de santidad, aún antes de profesar como monja (2) y fueron consejeras de la comunidad (2), (9). Desde ver su propia imagen en el altar del monasterio (11) -un caso extremo de auto-hagiografía- a “pícara comediante” (7), cubrieron el más amplio abanico imaginable de roles y funciones.

Por último interesó saber cuál fue el destino de los textos producidos por las mujeres en religión en la América del sur durante el período colonial. Seguir el rastro de cada uno de ellos a partir de lo investigado por decenas de historiadores y literatos durante décadas fue una tarea ardua que dio sus frutos y permitió constatar realidades muy distintas.

A diferencia de lo que ocurre con lo escrito por Sor Juana Inés de la Cruz, prácticamente ninguno de ellos -con la excepción de algunos párrafos del epistolario de María Antonia de San José (12) - se publica en vida de su autora27. Es que estamos ante escritos de intimidad, en su mayoría autobiográficos, casi siempre cuentas de conciencia, y epistolarios que no fueron redactados con el objetivo de salir a la luz pública.

En la primera época -hasta mediados del siglo XVII- observamos una Inquisición muy activa que controla (1) y confisca (2) los escritos provocando la desaparición de algunos originales. Otros, en cambio, se conservan en la Biblioteca (8) o Archivo (12) Nacional, con mayor frecuencia en la Biblioteca del archivo del monasterio donde vivieron sus autoras: (3), (5), (7), (10), (13), (14). Unos pocos han sido fuertemente intervenidos por los confesores u otros sacerdotes quienes re-escribieron la autobiografía espiritual, agregándole glosas, colocando a las autoras dentro de una genealogía femenina, estableciendo relaciones con pasajes de la Biblia. En estos casos, si bien los originales se han perdido, se conservan los trabajos de re-escritura, convertidos en obras inmensas, monumentales: tres volúmenes de 500 hojas cada uno en el caso de Sor Gertrudis de San Ildefonso (4) y 817 folios en el de la Madre María Manuela de la Ascensión Ripa (15). El original de Jerónima Nava y Saavedra (6) se conserva intacto: su confesor –un profundo admirador de la escritora- solo agregó un “Elogio de la autora”. Los dos pliegos con collages emblemáticos en papel y tela y mensajes de puño y letra de Rosa de Santa María (1) –“Mercedes o heridas del alma” y “Escala espiritual”- fueron hallados en 1923 en el monasterio limeño de Santa Rosa de Santa María por el historiador dominico español Luis G. Alonso Getino. Los escritos de Catalina de Jesús (11) permanecieron olvidados hasta que en 1916 se los copió, quedando inéditos hasta 1954 cuando el P. Alfonso Jerves los publica con un estudio introductorio de su autoría. En dos casos se hace referencia a primeras versiones quemadas por las mismas autoras (5) (11), por motivos que ignoramos pero podemos intuir: el control inquisistorial o el temor de que temas muy íntimos salieran a la luz.

¿Cuál fue el destino de los manuscritos no publicados? La vigencia de la Historia Cultural les abrió las puertas de la Academia. Desde 1980 tanto desde la Historia de las mujeres y de la religiosidad así como desde la Literatura, se los busca con ahínco en las Bibliotecas de Archivos Nacionales y de los Monasterios. Sabemos que en sus páginas podremos encontrar respuesta a numerosas preguntas relacionadas con la espiritualidad y la cotidianidad de distintos ámbitos de religiosidad de la América del Sur. Y así, década tras década se los ha ido localizando y van siendo objeto de publicaciones: en los ´60 la Vida de la Venerable Antonia del Espíritu Santo (5), la fundadora de las nazarenas de Lima; y la Vida y los Afectos espirituales de Francisca Josefa del Castillo, clarisa de Tunja (8). En 1984 sale a la luz en Chile la Relación autobiográfica de la clarisa “santa comediante” (7). En la década de 1990 –con motivo de los cuatrocientos años de la muerte de Sor Juana Inés de la Cruz- hace eclosión el estudio de los escritos de monjas y beatas: en 1991 se localizan los originales de María Manuela de Santa Ana (10) en la Biblioteca del Convento de Santa Rosa de Lima, una compilación realizada al año de su muerte con la intención –fallida- de pedir su beatificación; en 1994 la Autobiografía de Gerónima del Espiritu Santo Nava y Saavedra (6), otra clarisa, esta vez de Bogotá; en 1996 se localiza la Vida de la Venerable María Manuela de la Ascensión Ripa (15), una copia del original transcripto en 1792; en 1972 un bibliófilo rescata 29 poemas compuestos por las monjas carmelitas de Córdoba (14) que se publican en 1997 y 2008. Y por último, el epistolario de María Antonia de San José (12) que se conserva en el Archivio di Stato di Roma, recopilado, ordenado y traducido al italiano por el corresponsal de la beata jesuítica, el Padre Gaspar Juárez. En 1942 José María Blanco SJ publica dichas cartas, que constituyen la base de la Positio publicada en Roma en 2007.

También me interesó saber en qué medida, estas mujeres que consagraban su vida a Dios, fueron reconocidas por sus contemporáneos o por la posteridad. Rosa de Santa María (1), a pesar de haber sido sometida a interrogación por parte de la Inquisición gozó en vida de un reconocimiento absoluto. A los dos años de su muerte -en 1619- uno de sus confesores escribió y publicó la primera biografía de esta terciaria dominica peruana. Hoy contamos con más de cuatrocientas biografías en torno a su singular experiencia (Mujica Pinilla, 2001: 33). Sus funerales fueron apoteóticos: las calles y plazas de Lima se llenaron de gente que pugnó durante días por acercarse a sus restos, venerar su recuerdo, llevarse una reliquia. La Iglesia católica no tardó en reconocer públicamente sus virtudes proclamándola beata en 1669, Patrona de Lima y Perú en 1669, Patrona de América y Filipinas en 1670 y santa, con derecho a formar parte del canon de la Iglesia católica, en 1671. Ninguna otra logró tanto en tan poco tiempo. En 1643 cuando muere la monja Concepcionista Sor Jerónima de San Francisco (2) de Lima, su cuerpo también es venerado; y se inicia el proceso de beatificación, que -por el contrario- no se completó. Asimismo se inició la compilación de los documentos y testimonios en torno a la beatificación de la monja dominica María Manuela de Santa Ana (10), también limeña, un proceso que ni siquiera llegó a iniciarse formalmente. Y por último la beata jesuítica rioplatense María Antonia de San José (12), quien tras la expulsión de la Compañía de Jesús de las tierras americanas supo dar un impulso nunca visto a los Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola, los organizó en todo el territorio de la actual Argentina y del Uruguay y fundó la Casa de Ejercicios y Beaterio de Buenos Aires -un edificio inmenso para los parámetros de dicha ciudad- que aún hoy funciona con el mismo destino. Las cartas que ella envió al exjesuita Gaspar Juárez, fueron la base de un opúsculo -El Estandarte de la Mujer Fuerte- que circuló por Europa en vida de ella. Iniciado el proceso de su beatificación en 1905, el Papa Benedicto XVI la proclamó Venerable un siglo más tarde, en 2010; Francisco la nombró Beata en 2016 y en este momento está en estudio el caso de una curación “inexplicable en términos científicos”, que se atribuye a la intercesión de la beata rioplatense: de aceptarse, ella pasaría a ser parte del santoral católico.

Conclusiones

La investigación realizada en torno a los escritos de las monjas, beatas, terciarias y donadas de la América meridional a lo largo del período colonial desde una mirada macro nos ha permitido detectar continuidades y singularidades. Los principales tópicos desarrollados por las mujeres en religión durante el Medioevo y la modernidad en Europa, son retomados una y otra vez desde Santa Fe de Bogotá a Buenos Aires. Pero también, y fundamentalmente, pudimos constatar que sus escritos reflejan y auscultan las peculiaridades del mundo colonial hispanoamericano: un mundo multiétnico, en constante cambio. Que con habilidad apelan a los diferentes géneros literarios –autobiográfico, biográfico, epistolar, poético- para expresar su itinerancia espiritual, sus vivencias más profundas, sus prácticas cotidianas, sus lecturas de la realidad sociopolítica: una realidad convulsionada por la presencia de la Inquisición, las reformas borbónicas, invasiones de piratas y de ejércitos enemigos de la Corona española, la expulsión de la Compañía de Jesús, la llegada de la Ilustración, la caída de la monarquía y la formación de gobiernos patrios. Que, no obstante el tan mentado control por parte del confesor y del director espiritual o de la Inquisición, lograron comunicar sus logros, sus miedos, sus angustias, pero también sus visiones y sus sueños, mediante los cuales intentaron expresar lo inefable: su íntima comunicación con Jesucristo, su modelo.


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Recibido: 26 de noviembre de 2018

Aceptado: 10 de febrero de 2019


1 Remito al Cuadro I y a la Bibliografía para la identificación de la misma.

2 Sobre las influencias de las escritoras medievales y modernas que influyen en las de la América meridional ver Cuadro I, Influencias.

3 Para España ver Baranda Leturio y Marín Pina (2014); para Italia y España Zarri y Baranda Leturio coords. (2011). En torno a los escritos de monjas en Nueva España: Asunción Lavrin (1993; 1995; 1996; 2000; 2003; 2005; 2008: cap. 10; 2012; 2014; 2015; 2016); Rosalva Loreto López (2000; 2002; 2006; 2007; 2012).

4 La Compañía de Jesús no tiene rama femenina. Sin embargo, durante el período colonial numerosas mujeres adhirieron a la Orden jesuítica a partir de votos simples que realizaban “ante los altares” y cooperaban en la organización de los Ejercicios espirituales ocupándose de las tareas domésticas en las Casas de Ejercicios. Luego de la expulsión de la Compañía se encontraron “patentes de beata” en el aposento del Padre Rector del colegio de Santiago del Estero”, J. Beguiriztain, 1933: 8.

5 Gertrudis de San Ildefonso, La perla mística, en Lavrin y Loreto (2006: 221).

6 Catalina de Jesús Herrera, Secretos entre el alma y Dios, en Di Patre (2016: 2).

7 Madre María Josefa de la Concepción Castillo, transcripto en Rossi de Fiori et al (2008: 441) tomado de la Antología Mayor de la Literatura Hispanoamericana, Guillermo Diaz Plaja (1969: 385).

8 Sor Catalina de Jesús Herrera, transcripto en Rossi de Fiori et al (2008: 459) tomada de la edición realizada por Alfonso Jerves OP, Secretos entre el alma y Dios.

9 Monjas del Carmelo de Córdoba, Soneto, Folio 3, publicados por primera vez por Rossi de Fiori et al, Primera escritura femenina en la República Argentina. Poemas del Carmelo de Córdoba (1804), 1ª. ed. Salta: Ediciones Universidad Católica de Salta, 1997. Cita tomada de Rossi de Fiori et al (2008: 473).

10 Rosa de Santa María, en Mujica Pinilla (2001:165), Tomado de Meléndez 1681, Tesoros verdaderos de las Indias (t. 2: 305).

11 Sor Francisca Josefa del Castillo, en Ferrús Antón y Girona Fibla, eds., (2009: 18), tomado de Vida de Sor Francisca Josefa del Castillo, 298.

12 Hermana María de Jesús, Escritos de la Hermana María de Jesús, en Historia del Monasterio de Carmelitas Descalzas de San José de Bogotá y noticias breves del las Hijas del Carmen de Bogotá, p. 330 en Herrera (2013:273).

13 Úrsula de Jesús, Diario espiritual, en van Deusen (2004: 181), The Souls of Purgatory. The Spiritual Diary of a Seventeenth-Century Afro Peruvian Mustic, Ursula de Jesús. Translated, edited and with an Introduccion by van Deusen.

14 Gerónima del Espíritu Santo Nava y Saavedra, Jerónima Nava y Saavedra (1669-1727) Autobiografía de una Monja Venerable, en Herrera (2013: 249).

15 Hermana María de Jesús, Escritos de la Hermana María de Jesús en Historia del Monasterio de Carmelitas Descalzas de Santa Fe de Bogotá, en Herrera (2013:287).

16 Sor Josefa de los Dolores Peña y Lillo, El Epistolario de Sor Josefa de los Dolores Peña y Lillo (Chile, 1763-1769), Araya Espinosa, Azúa Ríos, Invernizzi Santa Cruz, en Lavrin y Loreto (2006:314), Carta 24.

17 Santa Teresa de Jesús, Obras completas: Libro de la Vida Capítulo 13, números 16 a 29; Camino de perfección, Capítulos 7 y 8.

18 Por “cuenta de conciencia” se entiende la manifestación del estado que de la propia conciencia hace la religiosa al Superior para que este le conozca íntimamente así en lo que atañe a sus costumbres como en lo referente a sus afectos o propensiones.

19 Hermana María de Jesús, Escritos…, (Herrera 2013:107)

20 Hermana María de Jesús, Escritos…, (Herrera 2013:298)

21 Catalina de Jesús, Autobiografía de la Venerable Madre Sor Catalina de Jesús, (Stolley 2000:173)

22 Úrsula de Jesús, Diario espiritual, (van Deusen 2004: 55)

23 Gerónima del Espíritu Santo Nava y Saavedra, Autobiografía de una monja venerable, (Herrera 2013: 223)

24 Hermana María de Jesús, Escritos…, (Herrera 2013: 281)

25 Francisca Josefa de la Concepción del Castillo, Su vida, (Herrera 2013: 157)

26 Catalina de Jesús Herrera. Autobiografía de la Venerable…, (Stolley 2000: 175)

27 María Antonia de San José, El Estandarte de la Mujer Fuerte (Blanco 1942: 421-436).