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Filópolis en Cristo N° 5 (2025) 241-248
ISSNL 3008-8844
Recensión
desórdenes”. Recién luego, dicen Hahn y McGinley, “describimos su
alternativa, hermosa y eterna, pero que exige que desprogramemos
nuestras mentes, adiestradas por el liberalismo secular” (p. 161).
Desarmada la cosmovisión liberal, matriz de las diversas ideolo-
gías modernas y posmodernas, pasan a la exposición de sus propias
ideas, comenzando por señalar que “jamás ha habido un ser huma-
no que no esté en relación con Dios, porque jamás ha habido un ser
humano que no haya sido creado por Él. Nunca ha aparecido un ser
humano que no le deba a Dios (incluso de un modo atenuado por su
ignorancia o por otras limitaciones), la justicia de la alabanza, la ado-
ración y la santidad, porque nunca ha habido un ser humano al que
no haya llamado y mantenido en el ser… Dependemos de Dios, y no
hemos creado nuestra realidad, sino que formamos parte de la suya.
No elegimos sobre un vacío moral y espiritual; lo hacemos dentro del
contexto del orden que Él ha impuesto en el universo” (pp. 109-110).
En efecto, “ni el individuo ni la familia ni la sociedad pueden mos-
trarse neutrales entre Dios y el no Dios, entre la justicia y la injusticia,
entre la verdadera religión y la idolatría” (p. 110).
Los autores insisten en mostrar que la justicia no sólo se reere a
las relaciones entre particulares, sino también entre los particulares y
la sociedad, y que incluso, se abre al vínculo con Dios: “el orden social
y político humano cumple mejor su ocio y reeja el orden divino, del
que forma parte integral, pero para eso nuestras almas -la jerarquía
interior de los bienes y pasiones divinos y terrenales- también deben
estar ordenadas. Y eso precisa de la virtud de la religión” (p. 70). E in-
sisten: “Tal y como el bien común es superior al individual, aunque lo
incluya, la religión es una virtud social mayor que la virtud individual,
que también forma parte de ella” (p. 43). Se entiende, entonces, que
“hacer justicia a Dios forma parte del bien común” (p. 186).
Como señalan Hahn y McGinley, “nada hay en el universo fuera
del dominio de la providencia divina. Todas las cosas encuentran su
signicado y su integridad en Él y por Él, hasta las plantas más hu-
mildes. La Creación tiene un n, y las criaturas, las ores, incluso las
piedras, participan de la bondad de Dios con su mera existencia, por-
que cumplen su n. Lo habitual es que lo hagan completando su ciclo
vital –o en el caso de la piedra, quedándose donde está– tal y como