
200 Filópolis en Cristo N° 5 (2025) 199-204
ISSNL 3008-8844
lidad. Jesús también conversaba con alguna frecuencia. ¿Para qué?
Para que los hombres Le conocieran. Y aunque no nos hagan llegar
el calor vivo de Su Voz, los Evangelios nos muestran la perfección
de Jesús, también en este aspecto de Su Santa Humanidad. Más de
noventa conversaciones nos hacen llegar y todas ellas muestran las
pinceladas, naturales y geniales, del Artista Divino.
Conversaciones con sus amigos
En la primera Pascua, Jesús saludó a Sus amigos: “La paz sea
con vosotros”. ¡La paz sea con vosotros! Paz y amor son la atmósfe-
ra propia de la amistad. Cuando hablaba de amigo a amigo, la con-
versación de Jesús abundaba en sentimientos de paz y de amor.
Los discípulos, en el camino hacia Emaús, se dieron cuenta de ello:
“¿No es verdad que nuestro corazón estaba ardiendo dentro de no-
sotros, mientras nos hablaba en el camino, mientras nos abría las
Escrituras?” (Lc 24:32). Sin duda, la casita de Nazaret fue testi-
go de las conversaciones más sublimes entre Jesús, María y José.
Las conversaciones en Caná reejan el hogar feliz de la Sagrada
Familia: “Jesús también fue invitado a estas bodas, como así mis-
mo sus discípulos” (Lc 2:2). ¿Puede haber duda alguna de que en
esta esta que, probablemente según las costumbres de la época
dudó varios días, y a cuyo éxito tanto contribuyó con la oportuna
transformación del agua en vino, Su conversación no habrá sido la
adecuada, llena de calor humano?
¿Y qué decir del Sermón de la Cena, cuando abrió Su corazón a
sus Apóstoles, llegando a llamarlos “hijitos”? No es posible apre-
ciarlo en su justo valor, ni aún entenderlo, si no se tiene en cuenta
la vivísima emoción de Quien habla como de quienes Le escuchan.
Y es que, más que un sermón o un discurso, es un íntima con-
versación o coloquio, verdadero derroche de suave caridad que se
transfunde del Corazón de Jesús, siempre llameante de amor, al
Corazón de los discípulos.
En todas las conversaciones, Jesús de inmediato “ponía cómodos”
a Sus amigos. Pero, cuando era necesario, también los corrigió y retó
por sus faltas. Sólo uno resistió esos llamados de atención: Judas.