Filópolis en Cristo N° 5 (2025) 199-204
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Jesucristo1
Enrique Shaw
La perfección para los discípulos de Jesús, consiste en imitar a su
Maestro (Lc 6:40; Juan 13: 12-15; Juan 14:6).
¿Acaso las Sagradas Escrituras no nos repiten que todo, para no-
sotros, consiste en imitar a Cristo, en revestirnos de Cristo, en vivir,
no más nuestra vida, sino la de Cristo? (Gal 2:20; Fil 1:21).
El objeto de este artículo, escrito sin pretensión alguna de origi-
nalidad o erudición, y sin querer dar por agotado el tema, es poner
de relieve, plenamente y en todo su vigor, la persona y el carácter de
Jesús, no para que copiemos escrupulosamente sus actos exteriores,
sino para facilitarnos el esfuerzo de reproducir sus sentimientos, sus
virtudes, su amor por Su Padre y por todos nosotros.
Quiera la Virgen Santísima, de quien Jesús recibe todas las carac-
terísticas de Su naturaleza humana, bendecir esta semblanzas, para
que contribuyan al mejor conocimiento y amor de Su Divino Hijo
nuestro Modelo: Jesús.
Jesús a través de sus conversaciones
¿Quién de nosotros, por obligación o por placer, no emplea mu-
cho -tal vez demasiado- tiempo en conversaciones con nuestros pró-
jimos? En reuniones de familia, en la ocina, en la fábrica o en alguna
reunión casual en un café, con frecuencia sostenemos una conversa-
ción. Y es que conversar, es una forma de expresar nuestra persona-
1
Publicado en Concordia, Boletín de la Asociación de Hombres de la Acción Ca-
tólica, Año XXII, N° 259, noviembre de 1954, tomado de ... Y dominad la tierra”.
Mensajes de Enrique Shaw (compilación de Fernán de Elizalde), El Álamo, San
Rafael, 2022, pp. 201-206.
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lidad. Jesús también conversaba con alguna frecuencia. ¿Para qué?
Para que los hombres Le conocieran. Y aunque no nos hagan llegar
el calor vivo de Su Voz, los Evangelios nos muestran la perfección
de Jesús, también en este aspecto de Su Santa Humanidad. Más de
noventa conversaciones nos hacen llegar y todas ellas muestran las
pinceladas, naturales y geniales, del Artista Divino.
Conversaciones con sus amigos
En la primera Pascua, Jesús saludó a Sus amigos: “La paz sea
con vosotros”. ¡La paz sea con vosotros! Paz y amor son la atmósfe-
ra propia de la amistad. Cuando hablaba de amigo a amigo, la con-
versación de Jesús abundaba en sentimientos de paz y de amor.
Los discípulos, en el camino hacia Emaús, se dieron cuenta de ello:
“¿No es verdad que nuestro corazón estaba ardiendo dentro de no-
sotros, mientras nos hablaba en el camino, mientras nos abría las
Escrituras?” (Lc 24:32). Sin duda, la casita de Nazaret fue testi-
go de las conversaciones más sublimes entre Jesús, María y José.
Las conversaciones en Caná reejan el hogar feliz de la Sagrada
Familia: “Jesús también fue invitado a estas bodas, como así mis-
mo sus discípulos” (Lc 2:2). ¿Puede haber duda alguna de que en
esta esta que, probablemente según las costumbres de la época
dudó varios días, y a cuyo éxito tanto contribuyó con la oportuna
transformación del agua en vino, Su conversación no habrá sido la
adecuada, llena de calor humano?
¿Y qué decir del Sermón de la Cena, cuando abrió Su corazón a
sus Apóstoles, llegando a llamarlos “hijitos”? No es posible apre-
ciarlo en su justo valor, ni aún entenderlo, si no se tiene en cuenta
la vivísima emoción de Quien habla como de quienes Le escuchan.
Y es que, más que un sermón o un discurso, es un íntima con-
versación o coloquio, verdadero derroche de suave caridad que se
transfunde del Corazón de Jesús, siempre llameante de amor, al
Corazón de los discípulos.
En todas las conversaciones, Jesús de inmediato “ponía cómodos”
a Sus amigos. Pero, cuando era necesario, también los corrigió y retó
por sus faltas. Sólo uno resistió esos llamados de atención: Judas.
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Conversaciones con sus enemigos
Y aún con él, Jesús fue considerado y conversó con mucho tacto. Ni
siquiera cuando Judas dejó el Cenáculo para ir a consumar su traición, las
palabras que Jesús le dijo, bien claras por cierto para el traidor, también
lo fueron para los demás discípulos. Y cuando en el Monte de los Olivos,
Judas se acercó para darle el beso que determinaría su prisión, Jesús, con
gran ternura le contestó: “Amigo mío, ¿con qué objeto has venido?” (Mt
26:50). Aún a los corazones más endurecidos procuró Jesús ablandar con
la conversación. Hizo bien a quienes le odiaban, y en cada conversación
les ofrecía Su amor. Pero lo que ellos querían era Su vida, no Su amor.
Todos conocemos bien la escena provocada por los escribas y los fa-
riseos, cuando presentaron una mujer adúltera a Jesús a n de provo-
car en Él alguna frase que luego pudieran utilizar en su contra. Segura-
mente habrá habido entre los espectadores un intenso silencio, cuando
le preguntaron si de acuerdo con la Ley no era rea de muerte. Y Él largó
el desafío: “Que quien esté sin pecado tiene la primera piedra”. Nadie
lo hizo y cuando Él quedó a solas con la mujer, le preguntó: ”¿Dónde
están los que te acusan? ¿Ningún hombre te ha condenado?” “Nadie
Señor”. “Entonces, Yo tampoco lo haré. Vé, y no peques más”. Luego
de hacer retirar en confusión a los enemigos suyos y de la mujer, pro-
nunció estas extraordinarias palabras, llenas de tacto verdaderamente
divino, que ni aprueban el pecado ni condenan al pecador.
Fue en un tono de igualdad y cordialidad que Jesús comenzó la
conversación con una Samaritana que iba a sacar agua del pozo de Ja-
cob. Para salvar el alma de la mujer, dejó de lado todas las tradiciones
judías de aquella época y, adaptándose a las circunstancias, comenzó
hablando del agua, tema tan familiar y tan próximo como el pozo,
para luego desarrollando adecuadamente la conversación, nalizar
declarando que Él era el ansiado Mesías.
Conversaciones con los aigidos
Una y otra vez corazones ansiosos, en la presencia de Jesús, sintie-
ron transformarse su estado de ánimo. No por nada el Evangelio es
una palabra que en griego signica “buena nueva”.
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Conversaciones sinceras y caritativas
Cuando hay sinceridad, la conversación nunca degenera en pura
charla. Y menos aún cuando hay verdadera caridad. Los sermones
de Jesús no eran más que conversaciones espontáneas, sencillas, sin-
ceras y llanas. Nunca habló con pedantería y fue siempre con natu-
ralidad que hizo llegar Su Mensaje de amor por Su Padre y por los
hombres, hablándoles en su propio lenguaje de tal modo que, aún
sus opositores, tuvieron que reconocer que “nunca hombre alguno ha
hablado como Éste”.
Jesús, buen oyente
Pero la conversación es recíproca, no se puede mantener si no hay
alguien que escucha. Nuestro Señor también supo ir con atención y
simpatía los casos de alegría o de tristeza de la gente que le rodea-
ba que sabe escuchar demuestra inteligencia pues reconoce que hay
un tiempo para preguntas y un tiempo para respuestas recordémosle
cuando sentado entre los doctores estaba escuchándolos e interro-
gándolos (Lucas 2:46) quién sabe escuchar es también paciente Jesús
demostró innita paciencia con los apóstoles y con su obstinada espe-
ranza en el triunfo terrenal del mesías y el que sabe escuchar aguantar
al charlatán más aburrido no por lo que dice sino por el estado de
ánimo manifestado por su conversación.
Conversaciones sobre el tiempo
¿Puede una conversación ser completa sin algún comentario so-
bre el tiempo? Si bien algunos grandes hombres han mirado con
desprecio tan inofensiva costumbre, otros, como Chesterton, han
visto “profundos y delicados motivos” para hablar sobre el tiempo.
Como la lluvia o el buen tiempo a todos afecta, es un factor de igual-
dad, elemento éste que contribuye a la buena educación y por lo
tanto hacer más agradable la conversación. Si bien las condiciones
climáticas afectan el cuerpo, sin embargo introducen un factor es-
piritual, pues inevitablemente llevan a reexionar sobre la herman-
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dad de todos los hombres, dado que la lluvia sobre todo cae… En
resumen: el mero comentario de “¡Qué lindo día!”, contiene todo un
germen de camaradería.
Jesús habló del tiempo como prueba de la hermandad de los hom-
bres, recalcando con énfasis la Paternidad de Dios: “¡Amad a vues-
tros enemigos… a n de que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que
hace levantar su sol sobre malos y buenos, y descender su lluvia sobre
justos e injustos”! (Mt 5:44-45).
Y eran sin duda “profundos y delicados motivos” los que tuvo cuan-
do habló sobre el tiempo a los fariseos y saduceos: “Cuando ha llegado
la tarde decís: ‘Buen tiempo porque el cielo está rojo’, y a la mañana:
‘hoy habrá tormenta porque el cielo tiene un rojo sombrío’. Sabéis
discernir el aspecto del cielo, pero no las señales de los tiempos” (Mt
16:2-3). Y en otra ocasión, les hizo notar cómo “todo el que oye mis
palabras y las pone en práctica se asemejará a un varón sensato que
ha edicado su casa sobre la roca: las lluvias cayeron, las tormentas
vinieron, los vientos soplaron y se arrojaron contra aquella casa, pero
ella no cayó porque estaba fundada sobre la roca” (Mt 7:24-25).
Y así con descripciones vívidas, de escenas familiares a Sus oyen-
tes, Jesús encontró un camino para llegar a sus inteligencias.
Es la palabra hablada de Jesús que continúa actuando. “No tene-
mos ninguna prueba -escribe Chesterton- de que alguna vez Él haya
escrito alguna palabra, excepto con Su dedo en la arena. Se trata de
una continua y sublime conversación.
Conclusión
Sigamos nosotros Su ejemplo, conversando con todos, sincera,
sencilla, agradable y caritativamente, teniendo también presentes las
palabras del Espíritu Santo por medio del Apóstol Santiago (3:1 al
12): “Hermanos míos, no haya tantos entre vosotros que pretendan
ser maestros, sabiendo que así nos acarreamos un juicio más rigu-
roso, pues todos tropezamos en muchas cosas. Si alguno no tropieza
en el hablar, es hombre perfecto, capaz de refrenar también el cuerpo
entero. Si a los caballos, para que nos obedezcan, ponemos frenos en
la boca, manejamos también todo su cuerpo. Ved igualmente como,
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con un pequeñísimo timón, las naves, tan grandes e impelidas de
vientos tempestuosos, son dirigidas a voluntad del piloto. Así tam-
bién la lengua es un miembro pequeño pero se jacta de grandes cosas.
Mirad cuán pequeño es el fuego que incendia un bosque tan grande.
También la lengua es fuego: es el mundo de la iniquidad. Puesta en
medio de nuestros miembros, la lengua es la que contamina todo el
cuerpo, e inama la rueda de la vida, siendo ella, a su vez, inamada
por el inerno. Todo género de eras, de aves, de reptiles y de ani-
males marinos, se doma y se amansa por el género humano. Pero no
hay hombre que pueda tomar la lengua: incontenible azote, llena está
de veneno mortífero. Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con
ella maldecimos a los hombres, hechos a semejanza de Dios. De una
misma boca salen bendición y maldición. No debe, hermanos ser así.
¿Acaso la fuente mana por la misma vertiente agua dulce y amarga?
¿Puede, hermanos míos, la higuera dar aceitunas, o higos la vid? Así
tampoco la fuente salada puede dar agua dulce”.