
196 Filópolis en Cristo N° 5 (2025) 195-198
ISSNL 3008-8844
En continuidad con otras intervenciones del Magisterio, en 1891,
la Rerum Novarum constituyó el acto fundacional de la Doctrina So-
cial de la Iglesia en su forma actual. Allí se denunciaban las condicio-
nes injustas de muchos trabajadores y se armaba con fuerza «que ni
la justicia ni la humanidad toleran la exigencia de un rendimiento tal,
que el espíritu se embote por el exceso de trabajo y al mismo tiempo el
cuerpo se rinda a la fatiga» (n. 31). De igual modo, se subrayaba el de-
recho a un salario justo, a formar asociaciones y a vivir con dignidad.
Estas enseñanzas, nacidas en un tiempo de profundas transformacio-
nes industriales, siguen teniendo una sorprendente actualidad en el
mundo globalizado que habitamos, donde la dignidad del trabajador
muchas veces continúa siendo vulnerada.
La Iglesia recuerda que la economía no es un n en sí misma, sino
un aspecto esencial pero parcial del tejido social, en el que se desa-
rrolla el proyecto de amor que Dios tiene para cada ser humano. El
bien común exige que la producción y el benecio no se persigan de
manera aislada, sino que se orienten a la promoción integral de cada
hombre y de cada mujer. Por eso, mi predecesor León XIII recorda-
ba que, si los trabajadores reciben un salario justo, ello les permite
no sólo sostener a sus familias, sino también aspirar a una pequeña
propiedad y amar más la tierra trabajada por sus propias manos, de
la que esperan sustento y dignidad, y así, abrirse a más altas aspira-
ciones para su vida y la de los suyos (cf. n. 33).
En la misma línea, advertía también que quienes gozan de abun-
dancia material deben evitar cuidadosamente perjudicar en lo más
mínimo el sustento de los menos favorecidos, el cual —aunque mo-
desto— se debe considerar sagrado, precisamente porque constitu-
ye el sostén indispensable de su existencia (cf. n. 15). Estas palabras
resuenan como un desafío constante, porque nos invitan a no medir
el éxito de la empresa únicamente en términos económicos, sino tam-
bién en su capacidad de generar desarrollo humano, cohesión social
y cuidado de la creación.
En Argentina, esta visión encuentra un ejemplo luminoso y cer-
cano en el venerable siervo de Dios Enrique Shaw, empresario que
entendió que la industria no era sólo un engranaje productivo ni un
medio de acumulación de capital, sino una verdadera comunidad de