
174 Filópolis en Cristo N° 5 (2025) 173-176
ISSNL 3008-8844
cristiana la brújula es Cristo. Sin su luz, la propia misión educativa
se vacía de signicado y se convierte en un automatismo sin esa ca-
pacidad transformadora que nos ofrece el Evangelio (cf. Rm 12,2).
Por ello, se trata de responder plenamente a una vocación y a un
proyecto totalmente original, que se encarna en las prácticas, en el
currículo y en la propia comunidad educativa. [1]
La identidad no es, tampoco, un accesorio o un maquillaje que se
hace visible con rituales aislados o incluso con mecanismos repetitivos,
desprovistos de vitalidad. La identidad es el fundamento que articula la
misión educativa, dene su horizonte de signicado y orienta sus prác-
ticas cotidianas, tanto en la forma de enseñar, como en la de evaluar y
actuar. Cuando la identidad no informa las decisiones pedagógicas, co-
rre el riesgo de convertirse en un adorno supercial que no logra soste-
ner el trabajo educativo frente a las tantas tensiones culturales, éticas y
sociales, que caracterizan nuestros tiempos de polarización y violencia.
Me vienen a la mente las palabras de María Zambrano, quien, al
reexionar sobre los retos y las tensiones del mundo contemporáneo
con su particular sensibilidad poética, está convencida de que el vín-
culo entre el presente y el futuro no puede prescindir de la herencia
del pasado, porque «nuestra alma está cruzada por sedimentos de si-
glos, son más grandes las raíces que las ramas que ven la luz». [2] Os
invito, pues, a reexionar sobre estas palabras, orientados con espe-
ranza hacia el futuro sin olvidar nuestra historia, de la cual debemos
aprender con sabiduría.
Una educación auténtica, por lo tanto, promueve la integración
entre la fe y la razón. No son polos opuestos, sino caminos comple-
mentarios para comprender la realidad, formar el carácter y cultivar
la inteligencia. En consecuencia, es fundamental que en la experien-
cia educativa se promuevan métodos que involucren las ciencias y la
historia, así como la ética y la espiritualidad. Esto se da plenamente
en una comunidad educativa que es como un hogar. Una verdadera
colaboración entre la familia, la parroquia, la escuela y las realidades
territoriales acompaña concretamente a cada alumno en su camino
de fe y aprendizaje.
Si se mira más de cerca, como ya habían indicado los venerados
Padres del Concilio Ecuménico Vaticano II, la Iglesia en su misión