Filópolis en Cristo N° 5 (2025) 153-161
ISSNL 3008-8844
Educar en la esperanza. Pautas desde Spe
salvi de Benedicto XVI
Educating in hope. Guidelines from Benedict
XVI’sSpe salvi
Luis Carlos Hernández Herrero
Universidad Católica Santa Teresa de Jesús de Ávila
lcarlos.hernandez@ucavila.es
ORCID: https://orcid.org/0009-0008-8639-5408
Resumen:
Frente a las concepciones modernas que
reducen la esperanza a proyectos huma-
nos o políticos, Ratzinger arma su ca-
rácter teologal y su raíz en el amor y en la
fe. La esperanza cristiana transforma la
vida presente, orienta hacia la vida eterna
y sostiene el obrar moral incluso ante la
frustración y el sufrimiento. Pretendemos
presentar la visión de Benedicto XVI so-
bre la esperanza cristiana y su importan-
cia para la formación integral de la perso-
na En Spe salvi se exponen los principales
“lugares” donde se aprende y ejerce la
esperanza, como ámbitos educativos que
fortalecen la capacidad humana de vivir
con sentido. Educar en la esperanza cris-
tiana es esencial para formar personas ca-
paces de afrontar la realidad con conan-
za y profundidad espiritual.
Palabras claves: esperanza, educación,
Benedicto XVI, Spe salvi.
Abstract:
In contrast to modern conceptions that
reduce hope to human or political pro-
jects, Ratzinger arms its theological
character and its roots in love and faith.
Christian hope transforms the present
life, orients us toward eternal life, and
sustains moral action even in the face
of frustration and suering. We aim to
present Benedict XVI’s vision of chris-
tian hope and its importance for the
integral formation of the person. Spe
salvi outlines the main “places” where
hope is learned and exercised, such as
educational environments that stren-
gthen the human capacity to live mea-
ningfully. Educating in Christian hope
is essential for forming people capable
of facing reality with condence and
spiritual depth.
Keywords: hope, education, Bene-
dict XVI, Spe salvi.
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Introducción
Cuando Ratzinger escribió su aportación al curso de teología dog-
mática en la Universidad de Ratisbona (1984),
Se estaban produciendo dos transformaciones muy profundas
en el pensamiento acerca de la esperanza cristiana. Empezaba a
concebirse la esperanza como una virtud activa, como una acción
que modica el mundo y de la que ha de surgir una nueva huma-
nidad, el “mundo mejor”. Adquiría así índole política, y su cumpli-
miento parecía haber sido puesto en manos del mismo ser huma-
no” (Ratzinger, 2021, p. 4).
Como respuesta a esto, dice: “procuré poner de relieve el signi-
cado permanente de la esperanza en la acción propia de Dios en la
historia, acción que otorga su marco de referencia interior al actuar
humano y eleva lo transitorio introduciéndolo en lo permanente”
(Ratzinger, 2021, p. 5).
Necesidad de esperanza
Siempre se ha dicho que el hombre no puede vivir sin amor. “El
hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser
incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el
amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace
propio, si no participa en él vivamente. Por esto precisamente, Cristo
Redentor (…) revela plenamente el hombre al mismo hombre” (San
Juan Pablo II, 1979, n. 10). Pero tampoco sin esperanza. Todos nece-
sitamos esperanza, siendo esta una de las necesidades humanas más
profundas.
La primera encíclica de Benedicto XVI la dedicó a la virtud de la
caridad: Deus caritas est. La siguiente fue sobre la virtud de la espe-
ranza: Spe salvi.
“La esperanza existe únicamente donde hay amor” (Ratzinger,
1984, p. 72). La esperanza responde a nuestro corazón, el cual ne-
cesita esperanza. La esperanza ilumina el corazón. Con relación a
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esto, podemos decir que no es una mera actitud pasiva, tampoco es
un simple deseo de algo. Lleva consigo la conanza de que, en algún
momento disfrutaremos de aquello que anhelamos.
Relación entre fe y esperanza
La clave de todo se encuentra en la unión entre fe y esperanza. La
fe es la sustancia de la esperanza. El hombre necesita de Dios, de lo
contrario queda sin esperanza. Quien no conoce a Dios, aunque tenga
múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran espe-
ranza que sostiene toda la vida.
¿En qué se pone la esperanza? “La época moderna ha desarrollado
la esperanza de la instauración de un mundo perfecto gracias a la cien-
cia y a una política fundada cientícamente” (Benedicto XVI, 2007,
n. 30). Pero se ha visto claramente que esta esperanza va alejándose
cada vez más. Ante todo esto, surgen varias preguntas: ¿cuándo es
mejor el mundo? ¿Qué es lo que lo hace bueno? ¿Según qué criterio se
puede valorar si es bueno? ¿Por qué vías se puede alcanzar?
A lo largo de la vida tenemos muchas y diferentes esperanzas se-
gún las etapas de la vida. Pero, una vez cumplidas, nos damos cuen-
ta de que no lo eran todo. En consecuencia, necesitamos una espe-
ranza que vaya más allá.
Creerse autosuciente y capaz de eliminar por sí mismo el mal de
la historia ha inducido al hombre a confundir la felicidad y la salva-
ción con formas inmanentes de bienestar material y de actuación
social… Con el pasar del tiempo, estas posturas han desembocado
en sistemas económicos, sociales y políticos que han tiranizado la
libertad de la persona y de los organismos sociales y que, preci-
samente por eso, no han sido capaces de asegurar la justicia que
prometían. (Benedicto XVI, 2009, n. 34).
Hemos de considerar la esperanza no como una mera virtud natu-
ral, sino como una virtud sobrenatural, como un don divino. Es decir,
no es tanto algo que logramos con nuestras meras fuerzas o por no-
sotros mismos.
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El papa Benedicto XVI en esta encíclica llega a la siguiente conclu-
sión: “Necesitamos tener esperanzas –más o menos grandes–, que día
a día nos mantengan en camino. Pero, sin la gran esperanza, que ha de
superar todas las demás, aquellas no bastan” (Benedicto, 2007, n. 31).
“Esta gran esperanza solo puede ser Dios. Él es el fundamento
de la esperanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar
día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la espe-
ranza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto. Y, al
mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe
aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo,
esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es «real-
mente» vida” (n. 31).
La esperanza cristiana la dene, en síntesis, como un don o virtud
teologal que en ocasiones equivale a la palabra fe, y que surge del en-
cuentro con Cristo y nos salva.
La esperanza es performativa y nos otorga la vida eterna. La espe-
ranza cristiana nos va transformando. Transforma nuestro corazón e
interior, nos renueva por dentro. La gran esperanza es la vida eterna.
Pero no es meramente una meta que hay que alcanzar en el futuro,
sino que ya se realiza en el presente. Arma que la vida eterna no
es una realidad puramente futurista, ni tampoco una meta ausente
que solo podemos encontrar al nal del camino, sino que lo que es-
peramos, de algún modo, ya está en la vida presente y esto hace que
nuestra esperanza sea able.
La fe no es solamente un tender de la persona hacia lo que ha de
venir, y que está todavía totalmente ausente; la fe nos da algo. Nos
da ya ahora algo de la realidad esperada, y esta realidad presente
constituye para nosotros una «prueba» de lo que aún no se ve.
Ésta atrae al futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya
no es el puro «todavía-no». (Benedicto XVI, 2007, n. 7)
Tenemos el ejemplo de Víctor Frankl, uno de los que, ante el ho-
rror de Auschwitz, llegó a situar su propia esperanza más allá de lo
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meramente mundano o terreno. Hizo lectura de lo sucedido en clave
de una profunda esperanza.
Educación y esperanza
“La verdadera educación se propone la formación de la persona
humana en orden a su n último y al bien de las varias sociedades, de
las que el hombre es miembro y de cuyas responsabilidades deberá
tomar parte una vez llegado a la madurez” (Gravissimum educatio-
nis, n. 1). ¿Cuál es ese n último al que se reere? La vida eterna. Be-
nedicto XVI dice que esta es la verdadera esperanza, vida que consiste
en un instante de felicidad que se hace eterno.
Conscientes de su vocación, acostúmbrense a dar testimonio de
la esperanza y a promover la elevación cristiana del mundo, me-
diante la cual los valores naturales contenidos en la consideración
integral del hombre redimido por Cristo contribuyan al bien de
toda la sociedad. (Gravissimum educationis, n. 2)
Benedicto XVI dice que “quien tiene esperanza vive de otra mane-
ra; se le ha dado una vida nueva” (Benedicto XVI, 2007, n. 2). Con lo
cual, podemos armar que a esperanza educa a la persona en cuanto
que ella es capaz de provocar un cambio en el hombre, le capacita
para que pueda asumir una forma de vida nueva conforme a los con-
tenidos de la fe, con su inteligencia y en libertad, y ya no vive de la
misma manera, vive ahora la vida buena.
La esperanza educa al hombre en cuanto que le conduce hacia
una meta, hacia una nueva realidad: la vida eterna. Pero en el ca-
mino ya se le concede, de algún modo, aquella meta esperada. La
esperanza sostiene toda la vida de la persona y, por tanto, es verda-
deramente educativa.
La educación supone un camino que se ha de recorrer de la mano
de un guía, una autoridad que le haga a uno crecer. Quien tiene es-
peranza sabe que no camina solo y que necesita de personas que le
guíen en su camino hacia la meta: la vida eterna. Con relación a esto
nos dice Benedicto XVI:
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La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro
y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos
indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las
personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de espe-
ranza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que
brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta
Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz re-
ejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra
travesía. Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrel-
la de esperanza…? (Benedicto XVI, 2007, n. 49)
Todos necesitamos esperanza, y la educación debe responder a las
necesidades más profundas del ser humano. Por esta razón, nos sólo
debemos educar con esperanza, sino en la esperanza.
Lugares de aprendizaje de la esperanza
Castillo Gutiérrez (2020), después de un breve repaso de las refe-
rencias temáticas realizadas por diversos autores sobre la Spe Salvi,
concluye que ninguno ha llevado a cabo una lectura educativa de la
esperanza cristiana a partir de lo desarrollado en la encíclica. Dicho
autor, a la luz del documento y del pensamiento de Benedicto XVI,
expone las razones por las que la esperanza cristiana educa a quien la
recibe; y precisa cinco “momentos en que se va constituyendo nuestra
esperanza y cómo esta nos educa tan signicativamente que inclu-
so nos cambia la vida y nos salva” (p. 152): el encuentro con Cristo,
promesa, presente, aprendizaje y compromiso. Lo dene como un
proceso performativo, el cual consta de un inicio, un desarrollo y un
desenlace.
Pero Benedicto XVI al nal de la encíclica hace referencia “luga-
res” de aprendizaje y del ejercicio de la esperanza. Precisa que los lu-
gares donde podemos ejercitar nuestra esperanza son la oración, el
actuar, el sufrir y el juicio nal. Lugares donde podemos ejercitarnos
para aprender a tener esperanza.
Veamos los lugares de aprendizaje y del ejercicio de la esperanza
que presenta Benedicto XVI:
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- La oración es la escuela de la esperanza. “Cuando ya nadie me
escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con
ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya
no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una ne-
cesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de
esperar–, Él puede ayudarme” (n. 32). Quien habla con Dios se
sabe auxiliado en las circunstancias más adversas. Nos presenta
ejemplos de esperanza en la oración (p. ej., cardenal Van Thuan).
- El actuar. “Toda actuación seria y recta es esperanza en acto” (n.
35). Una actuación recta y seria hace referencia a la actuación mo-
ralmente buena. Pero, qué ocurre cuando nuestro obrar es fallido,
es decir, ante los fallos y las frustraciones. Benedicto XVI responde
diciendo que “a pesar de todas las frustraciones…, la vida personal y
la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestruc-
tible del Amor…, sólo una esperanza así puede en ese caso dar to-
davía ánimo para actuar y continuar… No obstante, aun siendo ple-
namente conscientes de la plusvalía del cielo, sigue siendo siempre
verdad que nuestro obrar no es indiferente ante Dios y, por tanto,
tampoco es indiferente para el desarrollo de la historia” (n. 35).
A nivel educativo, hoy en día esto es muy importante ante el bajo
nivel de tolerancia a la frustración de nuestros jóvenes y adolescentes.
- Sufrir: “La grandeza de la humanidad está determinada esen-
cialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre” (n.
38). Menciona el amor como fuente de sufrimiento, porque éste
exige siempre nuevas renuncias de mi yo. Con lo cual, aprendemos
a vencer el egoísmo. Entonces, uno se abre hacia fuera. “Sufrir con
el otro, por los otros; sufrir por amor de la verdad y de la justicia;
sufrir a causa del amor y con el n de convertirse en una persona
que ama realmente, son elementos fundamentales de humanidad,
cuya pérdida destruiría al hombre mismo” (n. 39).
- El Juicio como lugar de aprendizaje y ejercicio de la esperan-
za: “El juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como
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porque es gracia... de tal modo que la justicia se establece con r-
meza... la gracia nos permite a todos esperar y encaminarnos lle-
nos de conanza al encuentro con el juez, que conocemos como
nuestro abogado” (n. 48).
“Nunca deberíamos preguntarnos solamente: ¿cómo puedo sal-
varme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿qué puedo
hacer para que otros se salven y para que surja también en ellos la
estrella de la esperanza?” (n. 48).
Conclusiones
Educar en la esperanza cristiana es una contribución para la edu-
cación integral de la persona. Es esencial para formar personas com-
pletas, orientadas hacia su destino eterno, capaces de vivir con senti-
do, de actuar con responsabilidad moral, de enfrentar el sufrimiento
con fortaleza y de mantenerse rmes en medio de las incertidumbres
del mundo actual.
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Castillo Gutiérrez, G. (2020). Una lectura educativa a la encíclica
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