Filópolis en Cristo N° 3 (2024) 129-137
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Santo Tomás de Aquino,
maestro de la Doctrina Social de la Iglesia
La síntesis tomista ha sido acogida en un lugar preferente por el
Magisterio de la Iglesia, que se vale de ella para sostener losóca y
teológicamente su discurso. En el texto que sigue, Carlos Prado nos
introduce a la lectura de una obra en la que su autor, Siro De Martini,
reexiona desde las enseñanzas del Aquinate y de la Revelación sobre
las nociones centrales del orden social como las de justicia, caridad,
bien común y la centralidad de la Persona de Jesús y su importancia
para la conformación de un orden jurídico cristiano.
Siro M. A. De Martini, Misericordia y Justicia, Buenos Aires, Edi-
ciones EDUCA, 2013, 338 pp., ISBN 978-987-620-246-6.
A través de la presente recensión, realizaremos un comentario del
libro Misericordia y Justicia (cuyo título original es Presencia de la
misericordia en un orden público cristiano) del Dr. Siro M. A. De
Martini, donde desarrolla su tesis doctoral que fuera defendida en la
Ponticia Universidad Católica Argentina.
El libro consta de dos partes que se encuentran presididas por una
introducción: en la primera parte desarrolla el tema de la Misericor-
dia; la segunda se reere a las Exigencias jurídicas de la revelación
de la misericordia, para nalizar con una Conclusión donde enumera
las principales tesis de su argumentación, arribando la denición de
un orden jurídico cristiano.
En la introducción el autor desarrolla los motivos personales que lo
llevaron a estudiar la misericordia, destaca que se detuvo a considerar
como Cristo, por su Encarnación, renovó todas las cosas recreando el
universo. Renovación a la que el derecho no puede quedar ajeno.
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Carlos Alberto Prado
En la primera parte, desarrolla el tema de la misericordia: inician-
do con la noción pagana, para pasar a considerar la misericordia tan-
to en el Antiguo Testamento como en el Evangelio.
En el capítulo I, se detiene a considerar su signicado originario.
En el paganismo la misericordia hace referencia al sentimiento de
piedad que suscita en el hombre al ver la desgracia de sus semejantes.
Pero a De Martini le parece interesante detenerse en la consideración
de la misericordia que realiza Séneca en el libro II del De Clemencia
al opinar que la “misericordia es un vicio del ánimo” (p. 32). Por eso
propugna la clemencia en lugar de la misericordia. Con respecto al
perdón, Séneca determina que es “la remisión de la pena merecida”
(p. 34). Al tratar de demostrar la supremacía de la clemencia sobre
el perdón o el tratar de asimilarlos, demuestra la falta de lucidez de
Séneca para penetrar en la naturaleza del perdón, porque este no es
un acto de justicia sino, de misericordia.
En el capítulo II, desarrolla la noción de misericordia en el Anti-
guo Testamento, comenzando por describir cómo Dios se maniesta
en el monte Sinaí a Moisés dándose a conocer por todos los nombres
hebreos de la misericordia, dejando en claro que la misericordia no es
uno más de los atributos divinos, sino que es el principal: “es el rasgo
esencial del amor divino” (p. 39).
De las palabras hebreas que se traducen por “misericordia” la más
empleada es hésed, su signicado es próximo al de bondad, gracia,
amor. Hace referencia a que la delidad de Dios a su alianza perma-
nece siempre y resistirá a toda indelidad del hombre, porque surge
de su amor misericordioso. Presente este signicado en la gura de
amor esponsal entre Dios y el hombre: “Yo te desposo conmigo para
siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y
en compasión, te desposaré conmigo en delidad, y conocerás a
Yahvé” (Os 2:21-22). Otro de los nombres hebreos que coinciden con
la noción cristiana de misericordia es rahamín, amor incondicional,
ajeno a todo merecimiento. Como el amor de una madre por su hijo.
Término que se relaciona con la siguiente gura bíblica: “¿Se olvida
una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas?
¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!” (Is 49:15) o “como un
padre siente ternura por sus hijos / siente el Señor ternura por sus
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eles: / porque Él conoce nuestra masa, / se acuerda de que somos
barro” (Sal 102:13-14).
Concluye De Martini: “Tanto hésed como rahamín están en el
principio de la relación amorosa de Dios con Israel y con el hombre.
Por hésed, Dios se compromete gratuitamente, sin necesidad algu-
na, fuera de toda justicia, en una alianza única con el pueblo elegido.
Por rahamín, es como si su amor brotara de lo más profundo, de lo
primero, sin exigencia alguna, hacia el hombre, sin mérito alguno de
este, su niño querido, su esposa amada aún en la traición y el pecado”
(p. 103).
Considera, a continuación, en el capítulo III, la misericordia en
el Evangelio. Dice el autor: “Desde la anunciación hasta la locura de
amor de la Cruz y la victoria de la Resurrección, todo el transcurrir
de Dios en el mundo es obra de misericordia” (p.107). Por lo tanto
concluye que el evangelio es la Revelación de la plenitud de la miseri-
cordia de Dios que se realiza en Cristo Jesús.
Comienza considerando los dos grandes cánticos que se encuen-
tran en el Evangelio que anuncian y celebran la misericordia de Dios:
El Benedictus y el Magnicat.
En el Magnicat, María menciona dos veces la misericordia: “...
Su misericordia llega a sus eles de generación en generación” y “Au-
xilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia, como lo ha-
bía prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descen-
dencia por siempre”. En el Cántico del Benedictus, aparece dos veces
la palabra misericordia: “... Ha realizado así la misericordia que tuvo
con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que
juró a nuestro padre Abraham” y “Por la entrañable misericordia de
nuestro Dios”. Precisa De Martini que en el primer Cántico se expresa
el contenido del hésed (el amor a su pueblo) y, en el segundo, lo ma-
nifestado por rahamín (las entrañas maternales de Dios).
En las páginas que siguen, el autor continúa desarrollando la
presentación de la misericordia en la predicación de Jesús. En pri-
mer lugar, el mandamiento de la misericordia: “Sed misericordiosos
como vuestro padre celestial es misericordioso” (Lc 6:36). Este man-
damiento es parte del discurso de Jesús sobre las Bienaventuranzas:
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán mise-
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ricordia” (Mt 5:7). Este mandamiento de la misericordia se reconoce
también en que su cumplimiento será la medida con la que seremos
juzgados en el Juicio Final, relato que se encuentra en el Evangelio de
San Mateo, al nal del capítulo 25. Es decir que la ayuda que realiza-
mos o negamos a cualquier hombre que se encuentre necesitado, se la
estamos realizando, omitiendo o negando a Cristo. Sostiene De Mar-
tini que esta presencia de Nuestro Señor en el necesitado nos enseña
que cada miseria o cada necesidad es una oportunidad para el amor,
y que el amor a Dios y al prójimo se funden en solo amor, resaltando
que si bien la misericordia nace del corazón, más se encuentra en las
obras. Sintetiza lo manifestado diciendo que “el hombre ha sido crea-
do para la misericordia” (p. 124).
Profundiza esta temática en dos formas esenciales del magisterio
de Jesús sobre la misericordia: la enseñada en las parábolas (el Buen
Samaritano y el Hijo Pródigo, también llamada del Padre Misericor-
dioso) y principalmente lo revelado en el misterio de la pasión, muer-
te y resurrección de Nuestro Señor.
En su reexión sobre las dos parábolas mencionadas, al modo
como San Ignacio de Loyola nos enseña a meditar los misterios y en-
señanzas de Jesús en sus Ejercicios Espirituales (ver los personajes,
detenerse en sus acciones, escuchar lo que dicen, etc.), se descubren
las dos manifestaciones principales de la misericordia: la ayuda al ne-
cesitado y el perdón.
En la parábola del Buen Samaritano, se desarrollan diversos te-
mas, pero se profundiza la dimensión cristiana del prójimo; es decir,
hace visible la misericordia de Dios como la del hombre. La pregunta
inicial que inicia el diálogo de los interlocutores con Jesús es: “¿qué
he de hacer para alcanzar la vida eterna?”, y la respuesta, que la ob-
tenemos del mismo Jesús, es que debemos ser misericordiosos como
Él nos dio ejemplo, compadeciéndose ante toda miseria humana. Por
lo tanto concluye De Martini que el Samaritano es la misericordia de
Dios que se hace carne. Dejamos para el lector las distintas aprecia-
ciones que resultan de la reexión de los personajes y de las acciones
de los mismos. Nos detendremos en una de las tantas virtudes que se
destaca del Samaritano. Dice nuestro autor que éste pone a disposi-
ción del necesitado su tiempo. Virtud que resalta el Papa Francisco
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en su carta encíclica Fratelli Tutti, cuando después de considerar que
ninguno de los que pasaron por al lado del necesitado se detuvieron,
no fueron capaces de atender al herido, aclara el pontíce que “uno se
detuvo, le regaló la cercanía, lo curó con su propias manos, puso di-
nero en su bolsillo y se ocupó de él. Sobre todo, le dio algo que en este
mundo ansioso retaceamos tanto: le dio su tiempo (…) y sin conocerlo
lo consideró digno de dedicarle su tiempo” (Francisco, Fratelli Tutti,
n. 63).
En la parábola del Regreso del Hijo Pródigo, se expresa la realidad
de la conversión. Se muestran dos grandes obras de la misericordia
de Dios: la conversión del pecador y el perdón del Padre Celestial. Co-
mienza De Martini reexionando sobre cuál es el alcance de la ofensa
que el Hijo Pródigo realiza a su padre cuando malgasta su herencia.
Sostiene, citando a San Agustín, que la herencia recibida de Dios es
todo aquello que Dios nos dio para que lo conociéramos y alabáse-
mos (la inteligencia, la mente, la memoria, el ingenio, etc.). En sínte-
sis, “malgastó la imagen de Dios que había recibido” (p. 153). Luego,
se detiene a considerar el acto de arrepentimiento del hijo, cuando
maniesta que no merece ya ser considerado como hijo (en estricta
justicia). En el acto de arrepentimiento se busca obtener el perdón,
pero para obtener el mismo se requiere mucho más que el sentimien-
to de culpa, se necesita volver en busca del Padre. Momento central
de la parábola donde se hace visible la esencia de la misericordia, en
la actitud del Padre al ver a los lejos a su hijo: lo vio, se conmovió, se
echó al cuello y le besó efusivamente. Todas acciones que expresan el
amor del padre por su hijo. El perdón como sólo Dios puede hacerlo
requiere de toda la inmensidad de su poder. Poder que la Iglesia reco-
noce en su oración colecta: “Señor Dios, que maniestas tu poder de
una manera admirable sobre todo cuando perdonas y ejerces tu mi-
sericordia” (Canon del Domingo XXVI del tiempo ordinario). Al nal
considera la actitud del hijo mayor, que por un acto de soberbia, no
comprende la misericordia paterna. Porque mira el perdón de la pura
justicia, haciéndola incomprensible e inadmisible. Vuelve a la noción
pagana sostenida por Séneca: el perdón es injusto porque quien per-
dona omite algo que debió ser hecho. Y termina de considerar la so-
berbia maniesta del hijo mayor con el siguiente razonamiento del
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Doctor Angélico: “Los soberbios no son compasivos, pues desprecian
a los otros y los reputan malos. Por lo cual los juzgan dignos de sufrir
los males que padecen” (Santo Tomás, Suma Teológica, II-II, q. 30,
a. 2., ad 3).
Concluye este tercer capítulo al considerar a la Cruz como la pleni-
tud de la misericordia: “Todo lo que llevamos dicho, todas las guras
del amor misericordioso manifestadas en el Antiguo Testamento, la
Encarnación de la misericordia en Jesucristo, su mensaje mesiánico
y toda su actividad entre los hombres terminan con la Cruz y la resu-
rrección” (p. 165).
De Martini aborda la segunda parte, recordando las preguntas
esenciales que dieron lugar a este trabajo, que surgieron al considerar
que en Cristo, por medio de su Encarnación se han renovado todas las
cosas. Él ha recreado el universo, y a raíz de esta consideración se pre-
gunta: “¿puede no haberse renovado el derecho?, ¿puede un derecho
cristiano limitarse a ser lo justo? En todo caso, ¿cuál será el sentido y
alcance de lo justo en un orden jurídico cristiano? Enriquecidas por
los frutos del camino recorrido, las preguntas adquieren un carácter
más especíco, porque se nos ha manifestado que en la Revelación y
mensaje cristiano la misericordia tiene un lugar de privilegio. Ella es
la forma especíca de imitar a Dios, la medida con que seremos medi-
dos en el juicio postrero; el camino indicado por Nuestro Señor para
alcanzar la vida eterna” (p. 178).
Estos interrogantes permiten al autor desarrollar la temática de
esta parte en tres capítulos: en primer término, se reere a la pree-
minencia que corresponde a la misericordia con respecto a las demás
virtudes y como virtud social, para detenerse a considerar en el capí-
tulo siguiente la relación entre justicia y misericordia. Culmina el úl-
timo capítulo con un análisis respecto al modo, al alcance y los límites
con que la misericordia puede y debe incorporarse a un orden jurídi-
co cristiano, es decir cómo encarnar a Cristo en el Derecho. Resaltan-
do que para abordar esta temática, tomará como guía el pensamiento
del Doctor Angélico. Debemos destacar que no se aplica a De Martini
la amonestación que hiciera Pío XII: “Nadie puede armar que es un
verdadero tomista si no conoce los comentarios de Santo Tomás a la
Escritura” (Acta Apostolicae Sedis, n. 50), en razón de que en todo el
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desarrollo de esta parte de su libro, no sólo fundamenta su razona-
miento en los escritos losócos y teológicos del Aquinate, sino que
recurre, en distintas parte de la obra, a sus comentarios a la Sagradas
Escrituras (Comentarios a las Cartas de San Pablo, el comentario a
los Salmos, etc.).
En el primer capítulo, el autor sigue a Santo Tomás en un texto de
la Suma Teológica, donde se pregunta si la misericordia es la mayor
de todas las virtudes. La respuesta del Aquinate concluye con esta
armación: “Mas, entre todas las virtudes que miran al prójimo, la
mayor es la misericordia, como también lo es su acto, pues atender a
las necesidades de otros es, en este aspecto, del superior y del mejor”
(II-II, q. 30, a. 4).
Por lo expuesto, concluye que el hombre cuando es misericordioso
es superior, porque socorre a quien lo necesita y cuando socorre a
quien lo necesita, sirve al prójimo necesitado. A raíz de lo mencio-
nado, De Martini no deja de considerar el lugar que ocupa la caridad
dentro de las virtudes. Después de realizar ciertas distinciones llega
a la siguiente conclusión: “la mayor de las virtudes humanas es la ca-
ridad por la que el hombre se une a Dios, pero luego, con relación al
prójimo, la mayor es la misericordia” (p. 195).
En el siguiente capítulo, se detiene a considerar la relación entre
la justicia y la misericordia. Primero considera esta relación en Dios,
para luego considerarla en el hombre.
Dios obra en justicia dando a cada cual lo que le debe por su na-
turaleza y condición, lo que sea necesario para que cada uno pueda
alcanzar su n. Y la misericordia es un bien divino, que aparece en la
raíz de toda la obra de Dios. Por lo tanto su misericordia precede a su
justicia y ésta la presupone.
En el hombre, arma De Martini, lo “suyo” es obra de la misericor-
dia divina, en atención de que el acto mismo de la creación no es un
acto de justicia. Por lo que se deduce que la misericordia cristiana es
una prolongación de la misericordia de Dios. Todo lo que se le debe al
hombre, no tiene su fundamento en el hombre mismo sino en la obra
de Dios Creador y Redentor.
El autor precisa una distinción entre la justicia y la misericordia,
aclarando que si bien ambas son virtudes y bienes sociales, no abarcan
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necesariamente las mismas relaciones. Por eso, así como hay muchas
relaciones en el orden social cuya perfección se agota en la justicia,
también hay otras que son ajenas al orden jurídico y son propias de la
misericordia. Pero también es cierto que hay numerosas relaciones
y conductas sociales en que ambas coinciden. Esto quiere decir que
tales relaciones pueden ser regidas por la justicia, pero cuya perfec-
ción o plenitud se podría encontrar en la misericordia. El ejemplo que
ofrece para que pueda considerarse a la misericordia como una cierta
plenitud de la justicia es el perdón.
En el último capítulo de esta parte se considera la incorporación de
la misericordia al orden jurídico. Para que pueda darse esta incorpo-
ración, De Martini, se plantea dos interrogantes: primero, respecto
de la necesidad de la incorporación y, en segundo lugar, por el modo,
la nalidad, los límites y los alcances en que habría de llevarse a cabo
la misma.
En el primer interrogante concluye que en una sociedad cristiana
el reinado de la misericordia es una exigencia insoslayable del bien
común político, y por eso la necesidad de incorporarla al orden jurí-
dico. Pero aduce otra razón que hace inevitable la juridización de la
misericordia: la existencia de gobernantes cristianos que ponen en
práctica su virtud de la misericordia aplicando misericordia en sus
legislaciones, siendo un ejemplo de esto Justiniano I, emperador y
jurista romano.
El modo de realizar esta incorporación sería a través de la juridi-
zación de las obras de misericordia; es decir, las conductas que un
orden jurídico cristiano podría exigir son aquellas en que la miseri-
cordia plenica a la justicia y aquellas otras que son puramente mise-
ricordiosas sin relación alguna con la justicia particular.
Termina De Martini su tesis doctoral con una conclusión que tiene
dos partes: 1) Una recapitulación que enuncia los principales concep-
tos desarrollados en las dos partes de su trabajo; 2) Llega a la conclu-
sión de que el orden jurídico cristiano “alcanza su plenitud cuando
es misericordioso, es decir, cuando promueve, genera, exige formas
de hacer realidad social concreta los mandatos de amor de Nuestro
Señor Jesucristo: socorrer, de todos los modos posibles, a los más ne-
cesitados” (p. 316).
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Quien aborde la lectura de esta obra, podrá encontrar sólidos fun-
damentos losócos y teológicos, que fundamentan una visión ius-
naturalista de una temática que no se encuentra tratada o bien lo ha
sido sólo en algunos casos, pero sin la profundidad y claridad con que
la presenta De Martini. Pero esta relación de la justicia con la miseri-
cordia, no es una cuestión que sólo deba interesar a los juristas, sino a
todos aquellos que nos preocupamos por la difusión de los principios
de la Doctrina Social de la Iglesia, en razón de que son necesarios los
valores para construir un orden social cristiano y entre esos valores se
encuentran la justicia y la caridad.
Pero no sólo por estos aportes es valioso este libro sino que la te-
mática abordada debe ser objeto de reexión personal de cada uno
para poder alcanzar su perfección. Creo que su meditación nos ayu-
dará a comprender y a poner por obra la misericordia. Pero, por sobre
todo, a comprender la verdad del amor misericordioso de Dios que se
hace visible en su pasión y muerte en la Cruz.
Podríamos concluir, sin pecar de simplistas, que esta obra nos
ayuda a comprender, profundizar e imitar aquella frase que se encon-
traba a los pies de la imagen de Cristo crucicado: “Así se ama”.
Carlos Alberto Prado
Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino
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