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ISSNL 3008-8844
Breve reexión acerca de la economía a la
luz de la Doctrina Social de la Iglesia
A brief reection on the economy in light of the Social
Doctrine of the Church
Sebastián Patricio Medina Naessens
Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino
sebastian.medina@unsta.edu.ar
Resumen: La economía como discipli-
na reviste un alto grado de complejidad,
tanto para su estudio como para quienes
buscan llevar a la acción aquellos elemen-
tos de juicio que surgen de profundizar en
ella. Este breve trabajo, busca introducir
esta cuestión bajo la luz de la Doctrina
Social de la Iglesia, sugiriendo algunos
enfoques sobre los que profundizar acerca
de una temática frecuentemente abordada
por el Magisterio de la Iglesia.
Palabras claves: economía, Doctrina
Social de la Iglesia, ética social.
Abstract: As a discipline, Economics
presents a high degree of complexity,
both for study and practical applica-
tion of the judgment elements that
arise from delving into it. This brief
paper aims to introduce this issue
in light of the Social Doctrine of the
Church, suggesting some approaches
to explore a topic that is frequently
addressed by the Magisterium of the
Church.
Keywords: Economics, Social Doctri-
ne of the Church, Social Ethics.
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Primeramente, al inicio de este breve ensayo acerca del concepto
de economía y los principios de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI),
es importante resaltar que el mismo busca reexionar acerca de algu-
nos de los aspectos que tienen que ver con el fundamento del orden
económico, y no cuestiones vinculadas a la dimensión técnica que po-
see esta disciplina.
En línea con lo mencionado anteriormente, es preciso abordar
brevemente la cuestión de cómo se dene este concepto, pues en gran
medida de esto dependen los vínculos que se puedan realizar con la DSI.
Al respecto, arma el Dr. Francisco Valsecchi que “... La economía es
la ciencia que estudia la actividad humana tendiente a adecuar los
medios limitados a la racional consecución de los nes del hombre”
(Valsecchi, 2007, p. 10).
Por su parte, el Dr. Daniel Passaniti en su libro Ética y Economía
(2006), propone que la economía es una
Ciencia que estudia las actividades humanas en cuanto están diri-
gidas a adecuar los medios escasos y de uso alternativo a los nes
múltiples y de distinta importancia, del individuo y de la socie-
dad (...). La Economía es una ciencia de la conducta humana, por
cuanto su objeto es el estudio del comportamiento del hombre en
la elección de nes (ya que no todos los nes pueden ser persegui-
dos simultáneamente, por la escasez de medios) y en la elección de
medios (ya que no todos los medios sirven del mismo modo para
conseguir los nes elegidos). (p. 55)
También el P. Meinvielle nos ofrece una visión de esta disciplina
en su libro Conceptos Fundamentales de Economía, indicando que
“el concepto de economía envuelve entonces una referencia de la
acción humana en relación con las cosas exteriores, cuya utilidad
está condicionada por su escasez” (Meinvielle, 1982, p. 22). Y en
otra sección del mencionado libro, el autor expone también que la
economía puede denirse como “relación de la acción humana con
las riquezas” (p. 28)
Pues bien, como se puede observar en las diferentes citas que se
proponen, dentro del conjunto de acciones humanas que (por ser ta-
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les) caen bajo el estudio de la ética, en tanto se ordenan al último n
del hombre, encontramos las que se vinculan con la actividad econó-
mica y que se distinguen por tener como objeto inmediato la satisfac-
ción de necesidades, mediante la administración de recursos escasos.
Es decir, el conjunto de medios (útiles y escasos) se ve racionalmente
instrumentalizado por el hombre en pos de su n. Y esto, en vista de
que las necesidades a ser satisfechas no son cuasi innitas, sino natu-
rales e intrínsecas al hombre.
Esta caracterización de las acciones económicas, que excluye a
todas las que poseen un carácter netamente técnico, es sumamente
importante debido a que ubica a la ciencia económica como parte
de la Ética o Filosofía Moral. En efecto, tres son las ramas de la Éti-
ca según se considere el ámbito en el que el hombre desarrolla su
obrar ético, a saber, individual (monástica), familiar (economía)
o político (política). Esta distinción, si se aplica a lo económico,
permite diferenciarse de muchas de las teorías actuales, que ya sea
desde lo individual o desde lo social, han sesgado su visión de esta
ciencia cuyo objeto es desarrollar el conocimiento necesario para
la correcta administración de recursos en pos de la obtención de
bienes exteriores necesarios para satisfacer necesidades materia-
les; y esto en orden de colaborar con la sociedad en pos del bien
común.
Y en este contexto, que responde al sentido de la tradición losó-
ca, especialmente aristotélica, los criterios modernos suelen dejar de
lado la justicia social1. Así, la comúnmente llamada ley de mercado,
es asumida de manera dogmática, y sin dar lugar a la de reciprocidad,
por medio de la cual debería regularse.
También el Magisterio de la Iglesia, por medio del Compendio de
Doctrina Social recuerda las enseñanzas de Pío XI respecto de esta
materia, exponiendo la importancia de impregnar todo el orden so-
cial de un profundo compromiso con la justicia social y una sincera
búsqueda del bien común:
1
En la Doctrina Social de la Iglesia, el término de Justicia Social es adoptado en el
sentido del recto orden social, armonía. Como una síntesis del ejercicio de las tres
formas de justicia.
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Es necesario que la partición de los bienes creados se revoque
y se ajuste a las normas del bien común o de la justicia social,
pues cualquier persona sensata ve cuan gravísimo trastorno
acarrea consigo esta enorme diferencia actual entre unos pocos
cargados de fabulosas riquezas y la incontable multitud de los
necesitados (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia,
2004, n. 58)
En este sentido, el obrar económico del hombre debe someterse
a la justicia. Y esto debido a que, como dijimos antes, la economía es
ante todo una ciencia de naturaleza eminentemente ética, aunque se
valga de actividades técnicas que tienen que ver con los medios de
producción y la administración de las nanzas. Estas acciones téc-
nicas corresponden al ámbito del hacer (facere) que se distingue del
ámbito del obrar (agere) que es el propiamente moral.
Al respecto nos enseña el Dr. Angélico comentando la Política de
Aristóteles que “los órganos o instrumentos de las técnicas se llaman
órganos fácticos; pero las riquezas, que son órganos o instrumentos
de la casa, son órganos activos”. Y en el siguiente punto el mismo au-
tor nos ofrece una importante distinción al distinguir que “la acción
del obrar y del hacer dieren en la especie. El hacer se ejecuta exter-
namente y el obrar permanece en el que obra” (Tomás de Aquino y
Pedro de Alvernia, 2001, p. 53). “Los bienes económicos o riquezas
están más cerca de la vida humana que las técnicas de fabricación.
Son órganos activos (más cerca del obrar que del hacer)” (Meinvielle,
1982, p. 25).
Estos elementos que resultan de la actividad económica no son
propiamente morales ni tampoco técnicos, sino que se hallan más
bien entre medio de ambos. La vida del hombre se desenvuelve en-
tonces en planos diferentes, sujeto a numerosos cambios. Se pueden
distinguir, como dijimos anteriormente, tres de ellos sobre los que la
economía se desarrolla: economía del hombre, economía de la familia
y economía propiamente política.
En su libro Conceptos fundamentales de la economía, el Padre
Meinvielle arma que cualquier intento de generalización entre los
tres planos mencionados anteriormente en el ámbito económico está
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condenado al fracaso. Porque diere el modo en que el hombre admi-
nistra estos bienes, según el estado en que se halla. De este modo, las
exigencias de uno u otro orden no suponen la supresión de las otras,
sino que las respeta y ordena a un bien superior.
Por aquí aparece condenado al fracaso todo intento de formular
leyes de la economía, válidas igualmente para la economía indivi-
dual, familiar y política. Son esencialmente diversos los comporta-
mientos del hombre en sociedad, con respecto a lo del hombre en
soledad. (Meinvielle, 1982, p. 25)
Puede observarse entonces, partiendo desde esta perspectiva, el
desorden inherente en aquellas teorías que proponen como eje un ac-
cionar individualista de modo absoluto. O bien en aquellas que, de
un modo opuesto, descartan lo que de por sí posee en línea con el
orden natural negando el carácter individual y libre del hombre. Ni
las acciones del hombre deben considerarse en un plano netamente
individual, ni tampoco como si su accionar no pudiese distinguirse de
otro en un plano social.
Pues bien, si consideramos a la economía como el conjunto de ac-
ciones dirigidas a la obtención y administración de los bienes nece-
sarios para la recta satisfacción de las necesidades naturales de los
hombres; y asumiendo esta acepción como género, las especies en sí
responden a la realidad individual, familiar y social.
En cuanto al término economía, etimológicamente hablando, este
hace referencia al plano familiar. Y, en consecuencia, el binomio eco-
nomía-política es ciertamente infortunado. Y esto dado que la bús-
queda de la riqueza en el plano familiar no se condice directamente
con la del hombre en una sociedad política denida.
Existen distinciones importantes que hacer respecto de lo técnico,
lo económico y lo moral. Ser bueno técnicamente, no implica ser bue-
no económicamente, ni tampoco moralmente. Pues bien, una acción
moral debe cuidar estas tres formalidades, ser bueno técnica, econó-
mica y moralmente.
En la moral, las acciones humanas deben ajustarse a la norma mo-
ral que las regula. En la técnica, las cosas toman independencia de
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quien las creó y se miden de manera separada. En la economía, es
actividad humana pero no tan solo eso, sino también exterior. Posee
esta una relación entre actividad humana y bienes útiles. No puede
independizarse entonces el accionar del hombre en lo técnico en la
búsqueda de la perfección (como en el arte), o bien como en la moral
de los objetos externos. La economía, entonces, posee esta dualidad
que le reporta un esfuerzo particularmente elevado y que la distingue
del resto de las ciencias.
No se puede pues humanizar ni cosicar la economía por comple-
to. Las diferentes corrientes erróneas en esta materia tienden a una
visión sesgada. La verdad se posiciona justamente en el equilibrio,
que por un lado debe ordenar esas acciones al bien común, y por otro
velar porque las mismas no dejen de perseguir su objeto propio que
es la búsqueda eciente de utilidades.
La compleja relación hace de la economía una de las ciencias más
difíciles. La necesidad de distinguir las acciones humanas en tres pla-
nos diferentes, el individual, familiar y social, hace que se requieran
conocimientos en materia de psicología, morales y sociales en estos
tres planos. Y esta realidad humana, a su vez, encuadrada en un mar-
co geográco e histórico particular. Y, por otro lado, la capacidad real
de producción de bienes del pueblo y del resto que en un mercado
exigente concluyen y compiten. Por último, hay que resaltar la impor-
tancia de mantenerse constantemente actualizados a los numerosos
factores, humanos y técnicos, que constantemente están cambiando
y ofrecen posibilidades distintas de articulación para una mayor e-
ciencia económica.
La denominación “instrumento del obrar” que recibía de los anti-
guos es muy rica en signicado. La economía es un instrumento del
obrar, se diferencia de la moral, pero no se desvincula, y por lo tanto
necesariamente debe seguir a ésta en sus principios.
Ahora bien, el Magisterio de la Iglesia, por medio de numerosos
documentos ha iluminado constantemente estas cuestiones a lo lar-
go de la historia. Cabe recordar que el mismo, cuyo fundamento ha-
lla en la Revelación y la Tradición, epistemológicamente es teología
moral social, y se articula internamente en tres niveles: principios
de reexión, criterios de juicio y orientación para la acción. Así lo
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Breve reexión acerca de la economía a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia
expresa claramente en el Compendio de Doctrina Social publicado
por S. S. Juan Pablo II:
La doctrina social halla su fundamento esencial en la Revelación
bíblica y en la Tradición de la Iglesia. De esta fuente, que viene
de lo alto, obtiene la inspiración y la luz para comprender, juzgar
y orientar la experiencia humana y la historia. En primer lugar y
por encima de todo está el proyecto de Dios sobre la creación y,
en particular, sobre la vida y el destino del hombre, llamado a la
comunión trinitaria.
La fe, que acoge la palabra divina y la pone en práctica, interaccio-
na ecazmente con la razón. La inteligencia de la fe, en particular
de la fe orientada a la praxis, es estructurada por la razón y se sirve
de todas las aportaciones que ésta le ofrece. También la doctrina
social, en cuanto saber aplicado a la contingencia y a la historici-
dad de la praxis, conjuga a la vez des et ratioy es expresión elo-
cuente de su fecunda relación. (Compendio De La Doctrina Social
De La Iglesia, 2004, n. 74)
Pues bien, en el séptimo capítulo del mencionado Compendio, se
expone de manera especíca el pensamiento de la Iglesia en materia
económica. Y en este contexto se avanza sobre perspectivas o aspec-
tos de relevancia en la materia. Inicia reexionando sobre algunos
aspectos bíblicos ligados a la vida económica. Resalta por un lado la
gratitud debida a nuestro Señor por las riquezas, como medios para
satisfacer las necesidades; pero seguidamente destaca el riesgo de su
mal uso. En armoniosa continuidad, el mensaje evangélico respecto
del Antiguo Testamento, propone al hombre como eje del factor eco-
nómico, y éste, a su vez, como administrador de sus bienes que debe
ordenar todo en resonancia con el plan divino en pos de la salvación
de los hombres.
Un tema recurrente y sobre el que se vuelve constantemente
de manera particular en este capítulo, es el tema moral. Pues,
como antes se dijo, es importante resaltar que la economía no
puede estar al margen de las condiciones morales que le exige
la búsqueda del bien común. Así lo afirma Pío XI en la Encíclica
Quadragesimo Anno:
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La economía y la disciplina moral, cada cual en su ámbito, tienen
principios propios, a pesar de ello es erróneo que el orden econó-
mico y el moral estén tan distanciados y ajenos entre sí, que bajo
ningún aspecto dependa aquél de éste. (n. 42)
En efecto, la eciencia económica no se contrapone con la búsque-
da del desarrollo social del hombre en un marco amplio e integral.
Por el contrario, debe convertirse en un medio para alcanzarlo de un
modo más perfecto y ordenado.
Por ese motivo el hombre encuentra en la economía un derecho
a participar de la misma y, a su vez, un deber de contribuir a ésta de
manera solidaria. Y esto, como se ha mencionado anteriormente, des-
de una triple perspectiva, individual, familiar y social.
Y desde esta triple perspectiva el hombre ha de participar de la
economía, contribuyendo a la formación e incremento de las riquezas
en orden a su desarrollo integral, y contribuyendo de este modo con
la sociedad a la que pertenece y su búsqueda del bien común políti-
co. El caer en posturas individualistas, que subordinan todo aspecto
humano al cuantitativo está viciado de error y no se condice con el
mensaje evangélico. Esta civilización del consumo, como la llama el
Compendio, lleva al hombre a una pérdida sistemática de valores éti-
cos, deja de lado la alta dignidad a la que ha sido llamado, y en última
instancia lo aleja de su n, de una auténtica felicidad recreada en un
orden social cristiano.
La economía de mercado, que actualmente ha calado profunda-
mente en cada uno de los Estados y en la misma comunidad interna-
cional, debe encontrar un marco y una guía en el plano que la moral
le ofrece. Esta, lejos de no respetar la legítima autonomía que posee
como ciencia particular la economía, promueve la profundización y
promoción de todas las actividades que le son propias. Pero, a su vez,
insiste con la subordinación de ésta a una ciencia superior en su natu-
raleza como lo es la ética.
En efecto, elementos tales como la propiedad privada, el libre mer-
cado y el sistema nanciero deben formar parte de un plan integral de
promoción y bienestar humano, cuyo n último es el bien común, y
en el que estén incluidos tanto individuos como cuerpos intermedios.
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Es decir, no debe entenderse de un modo absoluto la libertad por la
que el Estado, de por sí, tiene el deber de cuidar y respetar.
El ejercicio prudencial de la autoridad política debe entonces or-
denarse a velar por el respeto de los derechos individuales que cada
ciudadano posee. La DSI ha destacado siempre que “la libertad de la
persona en el campo económico es un valor fundamental y un dere-
cho inalienable que hay que promover y tutelar” (n. 336). Mas siem-
pre ha resaltado la importancia y el deber de la misma de velar cons-
tantemente porque esta libertad individual no se oponga, sino que se
ordene siempre al bien común político.
En este mismo sentido, de manera análoga pero no idéntica, los
Estados deben procurar colaborar en la búsqueda de este bien co-
mún, por medio de la correcta implementación de los principios y
leyes económicas como ser la ley de la oferta y la demanda y la ley de
reciprocidad. El desafío que representan hoy las condiciones interna-
cionales para el desarrollo de los Estados, requiere una especial aten-
ción por parte de la comunidad política que posee la obligación de
resguardar las bases económicas que se necesitan desde los Estados
para implementar procesos sostenibles y mecanismos sustentables.
Tanto la utilidad individual como la social, como hace referencia
el Compendio, responden al objetivo del bien común de la sociedad
política. Las mismas suponen legitimidad en el marco del derecho
natural. Esto supone un ejercicio justo y reexivo por parte de los
individuos e instituciones que conforman la sociedad política, y su
extensión al plano internacional.
Es importante resaltar que la doctrina católica expresada median-
te el Compendio ratica el erróneo concepto que coloca a la ley de
mercado como árbitro y facilitador de todos los bienes. Tal expresión
reduce denigrantemente el concepto de persona, al llevar a un plano
material todo bien al que puede aspirar el hombre. Y deja de lado la
dimensión más elevada que este posee, su espiritualidad.
Por su parte, el Estado en una expresión práctica del principio de
subsidiaridad, debe garantizar por un lado las condiciones necesarias
para el recto ejercicio del intercambio mediante el mercado. Entre los
numerosos elementos, se destaca la libertad individual, la propiedad
privada, un sistema monetario estable y servicios públicos ecientes.
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Más, a su vez, debe estar presente con especial atención a los efectos
de garantizar la redistribución equitativa de algunos bienes esencia-
les para el desarrollo de los individuos, en las tres dimensiones posi-
bles mencionadas anteriormente: individual, familiar y social.
Las organizaciones privadas sin nes de lucro tienen su espacio
especíco en el ámbito económico. Estas organizaciones se carac-
terizan por el valeroso intento de conjugar armónicamente ecien-
cia productiva y solidaridad. Normalmente, se constituyen en base
a un pacto asociativo y son expresión de la tensión hacia un ideal
común de los sujetos que libremente deciden su adhesión. El Es-
tado debe respetar la naturaleza de estas organizaciones y valorar
sus características, aplicando concretamente el principio de sub-
sidiaridad, que postula precisamente el respeto y la promoción de
la dignidad y de la autónoma responsabilidad del sujeto “subsidia-
do”. (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 2004, n. 357)
La eciente y ecaz tarea por parte de la autoridad política en ma-
teria económica, que incluye la administración de los ingresos scales
y el gasto público, redunda en cuantiosos benecios para la sociedad.
Y esta debe estar siempre orientada por un marco de políticas -
blicas más amplio, que incluya una serie de benecios esenciales no
cuanticables que orienten la labor estatal directamente con la bús-
queda del bien común.
Especial mención exige la relación de las nanzas públicas con los
ciudadanos. De estos últimos demanda el pago de los impuestos, y
del Estado redistribución justa de los recursos, la valoración de los
talentos y un especial cuidado de las familias.
Y en línea con la acción del Estado de tutelar por la aplicación y el
cumplimiento de los principios del orden social, aparece la iniciati-
va privada y el accionar de las empresas. Estas, mediante una fuerte
impronta técnica deben proveer los medios que permitan ser más e-
cientes y ecaces en la utilización de los recursos. Pero no dejar por
esto de resguardar las condiciones necesarias para el desarrollo inte-
gral de los hombres que componen la comunidad política. El carácter
central que ocupa el hombre en el desarrollo de políticas económicas
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no debe perderse jamás, y debe estar presente en cada iniciativa y
labor que se realice al respecto.
Así lo recuerda el Magisterio de la Iglesia por medio de la carta
encíclica Mater et Magistra de Juan XXIII:
De aquí se sigue que la prosperidad económica de un pueblo
consiste, más que en el número total de los bienes disponibles, en
la justa distribución de los mismos, de forma que quede garantizado
el perfeccionamiento de los ciudadanos, n al cual se ordena por su
propia naturaleza todo el sistema de la economía nacional. (n. 74)
En línea con lo dicho anteriormente, la acción privada sin nes de
lucro encuentra un modo concreto de participación mediante el ac-
cionar de los cuerpos intermedios, que buscan facilitar a la sociedad
un conjunto de bienes que no los ofrece ni el Estado ni el mercado.
Estos últimos tienen el deber por el principio de subsidiariedad de tu-
telar y respaldar a estas instituciones en la adquisición de estos bienes
necesarios para el desarrollo integral de la sociedad.
La DSI destaca el n económico que poseen las acciones propias
de la empresa. Mas no deja de subordinar éste al n último de la so-
ciedad. La realidad social de la empresa, intrínseca en su naturaleza,
demanda la búsqueda de benecios que permitan alcanzar los legíti-
mos objetivos de riquezas planteados, y esto en un marco de pleno e
integral desarrollo personal y comunitario.
A su vez, los dirigentes de las empresas, y ante todo, de aquellas
con mayor presencia del capital, deberán garantizar la plena vigencia
del principio de universalidad de los bienes, entendiendo que los re-
cursos han sido puestos por el Creador para la salvación de las almas.
Y que ellos han recibido la misión sublime de administrarlo a tal n.
Esto requiere que cada uno de estos hombres, de quienes la sociedad
espera un gran esfuerzo y compromiso, una sólida y constante for-
mación en valores cristianos que permitan conducir las instituciones
en búsqueda de un benecio que ofrezca esperanza y bienestar a la
comunidad a la cual pertenece.
Singular realidad es la de las empresas internacionales, cuya pre-
sencia se halla en diferentes Estados, y cuyo accionar debe cuidar por
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resguardar la cultura de cada comunidad política y aportar valor eco-
nómico sostenible a cada una de ellas.
En todo este contexto fuertemente globalizado, las instituciones y
los individuos deben cuidarse de proceder con justicia en la adminis-
tración de los recursos de los que son poseedores. La acumulación de
bienes desmedida y/o insensata, el uso irracional de los mismos en
respuesta de una libertad mal entendida e irresponsable, y las prácti-
cas consumistas cargadas de un egoísmo insensible a las necesidades
del prójimo, son ejemplos concretos de algunos de los desórdenes en
esta materia que alejan a la sociedad de una constitución que favorez-
ca una cultura cristiana y respetuosa del derecho natural.
Dada la dimensión social de la economía, la misma en primer
lugar posee como norte, como su n irrenunciable, la búsqueda del
Bien Común. Y es de tal importancia la búsqueda de este n para la
economía, que no podría hallarse nada en esta disciplina que no se
relacione de manera directa o indirecta con la persecución de este n.
Y entre los factores, el trabajo es destacado por el Magisterio de la
Iglesia de un modo muy particular. En el Compendio de DSI el mismo
es presentado como un “bien fundamental para la persona, factor pri-
mario de la actividad económica y clave de toda la cuestión social” (n.
101). Y más recientemente, por medio de la encíclica Fratelli Tutti, el
Papa Francisco resalta el tema del trabajo y lo propone como uno de
los grandes temas a ser abordados por la sociedad:
El gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular —porque
promueve el bien del pueblo— es asegurar a todos la posibilidad
de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus
capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es la mejor ayuda para
un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna. Por ello in-
sisto en que “ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una
solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo de-
bería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo”.
Por más que cambien los mecanismos de producción, la política
no puede renunciar al objetivo de lograr que la organización de
una sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar
sus capacidades y su esfuerzo. Porque “no existe peor pobreza que
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aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo”. En una
sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irre-
nunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse
el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para
establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para com-
partir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamien-
to del mundo, y en denitiva para vivir como pueblo. (n. 162)
Para ello, la Iglesia establece un marco prudencial mediante los
principios de solidaridad y subsidiaridad, que permiten de un modo
general establecer parámetros de interacción entre las partes (indivi-
duos e instituciones) con el todo (el Estado). Salvaguardando de pri-
mera mano las libertades individuales tan necesarias para el proceso
económico, pero sujetando las mismas a la búsqueda del Bien Co-
mún, garantizando la observancia y cumplimiento de otro principio
esencial en esta materia y que es el de universalidad de los bienes.
En este sentido, lejos de pretender el poner en común todos los
bienes, en perjuicio de la propiedad privada y en pos de un Estado o
instituciones constituidas de una manera totalitaria en la sociedad, lo
que se busca es la exaltación del respeto a la dignidad humana, me-
diante la práctica virtuosa de la prudencia en un contexto económico
complejo y exigente.
La Iglesia nos recuerda una enseñanza, numerosas veces mencio-
nada en su Magisterio, de que la propiedad privada es un derecho
secundario (no por su importancia, sino por su constitución como tal
al depender de otro). El derecho a la vida, que es el derecho primario
del cual se desprende, debe garantizar el derecho de toda persona a
poseer los medios necesarios para su realización. Y de esta manera re-
chazar cualquier concepción extrema de la libertad, que disponga una
interpretación absoluta de la libertad del hombre, y por esta someta a
algunos de estos a injusticias y necesidades básicas para su desarrollo
integral.
Por último, y a modo de cierre, quiero destacar los importan-
tes desafíos que el nuevo contexto internacional demanda de la
Iglesia. En efecto, a modo de ejemplo, la irrupción de la IA en el
mercado presenta un nuevo paradigma para las empresas, quie-
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nes tendrán la responsabilidad social de colocar al hombre en el
centro de la escena, alejándose de cualquier postura materialista
que proponga disponer del hombre como un mero recurso, y expo-
niendo a éste a necesidades básicas que no puedan ser satisfechas.
En este sentido vuelven a ser actuales muchos de los principios de
la Iglesia que desde esta primera Encíclica a modo de carta mag-
na, escrita por León XIII (Rerum Novarum), han sido constante-
mente reiterados por sus sucesores, y los cuales se hallan también
enunciados en este Compendio.
Sepa Dios iluminar los corazones de quienes han recibido la res-
ponsabilidad de conducir a la sociedad, a n de que recreen en nues-
tro tiempo esa tan añorada cristiandad, en la que nuestro Señor pue-
da reinar.
Referencias
Francisco. (2020). Carta Encíclica Fratelli Tutti. https://www.
vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/
papa-francesco_20201003_enciclica-fratelli-tutti.html
León XIII. (1891). Carta Encíclica Rerum novarum. https://
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