106 Filópolis en Cristo. Nº 2 (2024), 103-110
Recensiones
Con todo, debe decirse que con anterioridad a la aparición pro-
videncial del Aquinate en la historia e incluso luego, es una verdad
incontrovertible que la trascendencia del magisterio agustiniano y su
presencia viva y gravitante hasta nuestros días, se constatan no sólo
en el plano de la especulación sapiencial sino incluso en materias di-
rectamente ligadas a la cultura y la civilización, al punto de poder con-
siderárselo inspirador de la cristiandad medieval, empezando por el
intento de Carlomagno. Así lo entiende Rubén Calderón Bouchet: “El
doctor de la idea carolingia fue San Agustín. Ni la distancia en el tiem-
po, ni las diferencias de la situación histórica en que vivió Agustín le
pueden quitar este honor. Se tiene la prueba en el corpus iuris civilis
totalmente inspirado por el pensamiento agustiniano. San Agustín es-
cribió para otra época que la suya propia, ha escrito para la cristiandad
occidental (…) La Ciudad de Dios fue el breviario político de Carlomag-
no” (La Ciudad Cristiana, Ciudad Argentina, Buenos Aires, 1998, pp.
544 y 551). También lo sostiene Leonardo Castellani, al armar que La
Ciudad de Dios “fue la verdadera Enciclopedia de la Cristiandad Oc-
cidental” (San Agustín y nosotros, Jauja, Mendoza, 2000, p. 63). En
otras palabras, las épocas cristianas por excelencia, forjadas desde un
tiempo histórico anterior a Santo Tomás de Aquino, han podido llegar
a ser lo que fueron, inspiradas en la vida y la obra de San Agustín. Así lo
entiende ese gran agustiniano que fue Benedicto XVI: “En la difícil si-
tuación del imperio romano, que amenazaba también al África romana
y que, al nal de la vida de Agustín, llegó a destruirla, quiso transmitir
esperanza, la esperanza que le venía de la fe y que, en total contraste
con su carácter introvertido, le hizo capaz de participar decididamente
con todas sus fuerzas en la edicación de la ciudad” (Spe Salvi, n° 29).
Sin desconocer las diferencias que se advierten entre el pensa-
miento de San Agustín y el de Santo Tomás de Aquino, debe decirse
que sus coincidencias, fruto de haber abrazado la misma Fe en Cristo,
son aún mayores. Entre nosotros es un claro ejemplo de síntesis en-
tre ambos autores la obra de Alberto Caturelli, en la que se aprecia su
constante y lúcido empeño en mostrar siempre la continuidad entre
San Agustín y Santo Tomás, al punto que en sus memorias recoge una
anécdota sobre el particular. Relata allí que el P. Victorino Rodríguez,
discípulo y albacea del P. Santiago Ramírez, en ocasión de una visita