Filópolis en Cristo. Nº 2 (2024), 103-110
Romano Guardini, La conversión de San Agustín, Buenos Aires,
Ágape Libros, 2014, 279 pp., ISBN 9789871204748.
Continuando una serie de estudios plasmados en obras como
El universo religioso de Dostoievski o Conciencia Cristiana (sobre
Pascal), Romano Guardini nos ofrece su personal interpretación del
proceso interior que desembocara en la conversión de San Agustín.
Aunque en rigor, amén de exponer dicho itinerario, el autor avanza
en la exposición de algunos aspectos del pensamiento agustiniano,
lo que lo lleva a sostener que “este libro quizá sea apropiado no sólo
para brindar una introducción al destino cristiano de Agustín, sino
también a su obra” (p. 14). Vamos a referirnos sistemáticamente a
algunas cuestiones abordadas por Guardini a lo largo del libro.
La originalidad del pensamiento agustiniano
y los peligros de su incorrecta intelección
Desde las primeras páginas, Guardini rechaza asumir una her-
menéutica moralizante, psicologista o meramente ideológica sobre el
Hiponense, a las que reputa inexactas y hasta erróneas, procurando
de su parte apuntar a la raíz del pensamiento de San Agustín, “allí
donde él no cuenta con la posibilidad de una perspectiva puramente
natural prescindente de lo cristiano, sino que ve lisa y llanamente el
mundo en el mundo tal cual surge de la Revelación, y por lo tanto ve el
verdadero pensar en el pensar creyente” (p. 15). Para evitar confusio-
nes y malos entendidos, se detiene a aclarar la originalidad de la obra
agustiniana ya que “desde el punto de vista del método crítico, Agus-
tín no desarrolla sus reexiones ni losócamente ni teológicamente.
En ellas hay ciertamente una losofía en sentido crítico, e igualmen-
te una teología, pero ocultas. Quien quiera verlas primero tiene que
sacarlas a la luz, lo que no resulta muy sencillo. Se habrían evitado
algunas calamidades si se hubiera tenido en cuenta esta realidad y no
se hubiera abordado las reexiones de Agustín como si fuesen las de
santo Tomás o las de un teólogo del s. XIX. El pensamiento de Agus-
tín se ubica aún antes de la división de losofía y teología” (p. 85).
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Por otro lado, sale al cruce de una muy difundida presentación del
pensamiento de San Agustín en el que éste, a raíz del inujo neoplató-
nico sobre su obra, aparece como negador de la naturaleza en aras de lo
sobrenatural. Con precisas consideraciones sostiene: “A un hombre que
piensa de manera puramente abstracta, la teoría de las ideas podría lle-
varlo hacia una indiferencia hacia lo terrenal, pero no así al hombre que
vive y contempla concretamente. Porque éste capta la idea al percibir la
plenitud de sentido de lo existente. Y al experimentar la idea, simultá-
neamente se le hace precioso lo que participa de esa idea, se le convierte
en tarea que realizar. Por eso el mismo Platón, que abandona la tierra
en su ascenso metafísico, retorna a la tierra en calidad de formador de
hombres. Si el platónico se hace cristiano, entonces amará la cosa nita
con renovado amor, porque ha sido creada y redimida por Dios. El Hijo
de Dios, el santo Lógos mismo, se hizo carne, estuvo inserto en la histo-
ria y santicó lo terrenal y real. Agustín está colmado de esa sensación y
pensamiento de la importancia de lo nito” (pp. 104-105).
Sin perjuicio de la defensa del genuino pensar agustino, Guardini
no elude señalar cuáles son los posibles riesgos en que incurren quienes
pretenden inspirarse en el Hiponense sin contar con los presupuestos
que sustentan su pensamiento: “Las ideas de Agustín han ejercido una
poderosa inuencia porque están sostenidas por una vida muy intensa.
Pero esa inuencia fue desorientadora cuando dichas ideas fueron des-
prendidas de la experiencia subyacente y entendidas abstractamente;
o bien fueron internalizadas por una conciencia cristiana estructura-
da de otra manera, o no cristiana en absoluto (...) la caracterización
agustiniana de la relación con Dios, de la causalidad universal de Dios,
de la gracia, etc., se tornan insostenibles y destructivas para la exis-
tencia personal cuando se las desprende de la verdad rectora de que
Dios es, por esencia, el que ama” (pp. 152-153). Indicando cuáles son
aquellos riesgos siempre latentes, nos dice Guardini: “en el plano lo-
sóco, dicho peligro radica en el dinamismo que erosiona la rmeza de
la forma, remonta el ente al valor; convierte el ser en devenir, y pone
en movimiento la tragedia de la criatura real que quiere el mal. En el
plano teológico, el peligro subyace en un supranaturalismo que hace
depender de la gracia la naturaleza de lo creado, su esencia; que consi-
dera que la libertad sólo es posible en el ámbito de la Revelación y de la
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fe, y fundamenta la inmortalidad en la redención. Conclusiones que, si
es correcto mi modo de ver las cosas, ha extraído el protestantismo de
muchas maneras. Pero Agustín no las extrajo (…) de ahí que los pensa-
mientos de Agustín se tornen peligrosos cuando se los desgaja de esa
viva urdimbre y se los elabora a modo de sistemas. Entonces ya no es
Agustín quien habla, sino Lutero, Calvino o Jansenio” (p. 132, nota 40).
Guardini no lo dice, pero lo decimos nosotros: Igual considera-
ción podría hacerse en relación al mal llamado “agustinismo político”,
corriente que en realidad no expresa el genuino pensamiento de San
Agustín, sino que constituye una muestra, en sede losóco práctica
(política y jurídica), de quienes han sucumbido a los peligros de ex-
traer conclusiones erróneas de su obra, postulando en dicho ámbito,
un sobrenaturalismo ajeno a su planteo político y jurídico.
San Agustín y Santo Tomás
en el pensamiento cristiano
A partir del reconocimiento de que “Agustín y Tomás de Aquino
conforman los dos pilares de la teología” (p. 15), Guardini aborda en
varios lugares la relación de las respectivas cosmovisiones de ambos
con el pensamiento cristiano. Y a la luz de los riesgos que el pensar
agustiniano puede generar a quienes carecen de la debida sensibili-
dad para estudiarlo, a la que nos referimos más arriba, arma: “siem-
pre Agustín fue el hogar de donde se sacaba el fuego. Pero la reexión
agustiniana no se convirtió en poder dominante y determinante del
camino a seguir, en vía ordinaria de la formación del pensamiento
cristiano. De haber sido así, habría traído consecuencias fatales: el
mundo se diluye, la vida es despojada de realidad, la capacidad de
decisión se paraliza. La formación general del pensamiento cristiano
tuvo que provenir de otro lado: de maestros en los cuales la densidad
propia del ser nito fue experimentada de manera muy natural y au-
téntica, y se le hizo justicia. Su adalid es Santo Tomás de Aquino” (p.
156). Igualmente nos dice en otro lugar que frente a los peligros de su-
pranaturalismo “se ha defendido el pensamiento cristiano, haciendo
ciertamente a Agustín custodio del santuario interior, pero eligiendo
como guía no a él sino a Tomás de Aquino” (p. 122).
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Con todo, debe decirse que con anterioridad a la aparición pro-
videncial del Aquinate en la historia e incluso luego, es una verdad
incontrovertible que la trascendencia del magisterio agustiniano y su
presencia viva y gravitante hasta nuestros días, se constatan no sólo
en el plano de la especulación sapiencial sino incluso en materias di-
rectamente ligadas a la cultura y la civilización, al punto de poder con-
siderárselo inspirador de la cristiandad medieval, empezando por el
intento de Carlomagno. Así lo entiende Rubén Calderón Bouchet: “El
doctor de la idea carolingia fue San Agustín. Ni la distancia en el tiem-
po, ni las diferencias de la situación histórica en que vivió Agustín le
pueden quitar este honor. Se tiene la prueba en el corpus iuris civilis
totalmente inspirado por el pensamiento agustiniano. San Agustín es-
cribió para otra época que la suya propia, ha escrito para la cristiandad
occidental (…) La Ciudad de Dios fue el breviario político de Carlomag-
no” (La Ciudad Cristiana, Ciudad Argentina, Buenos Aires, 1998, pp.
544 y 551). También lo sostiene Leonardo Castellani, al armar que La
Ciudad de Dios “fue la verdadera Enciclopedia de la Cristiandad Oc-
cidental” (San Agustín y nosotros, Jauja, Mendoza, 2000, p. 63). En
otras palabras, las épocas cristianas por excelencia, forjadas desde un
tiempo histórico anterior a Santo Tomás de Aquino, han podido llegar
a ser lo que fueron, inspiradas en la vida y la obra de San Agustín. Así lo
entiende ese gran agustiniano que fue Benedicto XVI: “En la difícil si-
tuación del imperio romano, que amenazaba también al África romana
y que, al nal de la vida de Agustín, llegó a destruirla, quiso transmitir
esperanza, la esperanza que le venía de la fe y que, en total contraste
con su carácter introvertido, le hizo capaz de participar decididamente
con todas sus fuerzas en la edicación de la ciudad” (Spe Salvi, n° 29).
Sin desconocer las diferencias que se advierten entre el pensa-
miento de San Agustín y el de Santo Tomás de Aquino, debe decirse
que sus coincidencias, fruto de haber abrazado la misma Fe en Cristo,
son aún mayores. Entre nosotros es un claro ejemplo de síntesis en-
tre ambos autores la obra de Alberto Caturelli, en la que se aprecia su
constante y lúcido empeño en mostrar siempre la continuidad entre
San Agustín y Santo Tomás, al punto que en sus memorias recoge una
anécdota sobre el particular. Relata allí que el P. Victorino Rodríguez,
discípulo y albacea del P. Santiago Ramírez, en ocasión de una visita
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que le hiciera en Córdoba, quería transmitirle unas palabras que Ra-
mírez le dijera antes de morir. Relata Caturelli: “Muy serio -el P. Ro-
dríguez- me contó: ‘El Padre Ramírez, en su lecho de muerte me dijo:
‘para penetrar a fondo en Santo Tomás hay que pasar por San Agustín’.
Y esto tenía que transmitírselo a usted” (Caturelli, Alberto, La historia
interior, Gladius, Buenos Aires, 2004, p. 55).
Algunas dimensiones de la losofía agustiniana
Para entender cabalmente el itinerario interior de San Agustín,
Guardini aborda distintos aspectos de su pensamiento losóco, sean
de índole metafísica, como el de la verdad (pp. 73 y sig.), el del bien
(pp. 89 y sig.) o el de la belleza (pp. 103 y sig.); gnoseológicos (pp.
73 y sig.), antropológicos (pp. 84 y sig.) o éticos (pp. 63 y sig.), seña-
lando siempre su distancia insalvable con los postulados ideológicos
modernos. En esta contraposición entre el pensamiento agustiniano
y el moderno, Guardini viene a coincidir con Castellani, quien entre
nosotros había salido al cruce de los intentos por establecer analogías
o liaciones entre ambos (por ejemplo en Conversación y crítica -
losóca, Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1941). En ese sentido, resulta
importante resaltar que Guardini enfatiza el carácter realista de la
gnoseología agustiniana, contraponiéndola irreductiblemente con el
idealismo, propio de la modernidad: Para San Agustín, “conocer es la
asimilación del ser en la interioridad del espíritu (…) este conocer es
distinto de aquel de la Modernidad. El concepto de conocimiento de
la Modernidad aspira a lo puramente noético, hasta el grado más alto
posible de desprendimiento de todo ser, exactamente como su con-
cepto de moral se hace puramente ético, desasiéndose del orden de
las cosas. En cambio el concepto agustiniano de conocimiento (exa-
ctamente como el antiguo y el medieval), está referido al ser” (p. 73).
La conversión: El reencuentro con Cristo
Guardini abriga la convicción que el lento peregrinar interior de
Agustín, no supuso encontrar a Cristo al nal de su camino. Por el
contrario, sostiene que aunque de modo informe, siempre fue una
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constante “el arraigo de la personalidad de Agustín en lo cristiano,
la cristianitas naturalis. Un arraigo que es anterior a toda decisión
consciente” (p. 174). Eso sí, con una imagen deformada y supercial
del cristianismo, debido al medio adverso para el crecimiento de la Fe
en que vivió su infancia, adolescencia y juventud: “En Agustín palpita
algo, un centro expectante, por así decirlo, que responde enseguida
cuando es tocado desde fuera. Ciertamente ese centro utiliza, para
explicarse a sí mismo, los conceptos y términos losócos recibidos,
pero con ellos designa algo distinto de lo que ellos designan directa-
mente, vale decir, la propia experiencia cristiana. Y ese algo impulsa
espontáneamente a las Sagradas Escrituras, como la fuente desde la
cual habla aquello que es lo realmente aludido” (pp. 166-167). Para
el pensamiento guardiniano, existe en todo hombre una predisposi-
ción natural hacia lo religioso, que no se puede acallar, y que debe
conducir en la madurez a una decisión personal de adhesión libre y
consciente a Cristo y su Evangelio: “La predisposición religiosa es una
realidad ya dada, como cualquiera otra predisposición; en cambio la
decisión por lo religioso y llevar una vida sustentada en lo religioso
competen a la libertad y son transversales a todas las disposiciones
naturales. La libertad es interpelada por la Revelación. Todo hom-
bre puede responder a ese llamado, y con los más diversos grados
de pureza y decisión. En cambio la predisposición es concedida, y el
individuo no puede hacer otra cosa que desarrollar lo recibido dentro
de los límites puestos” (p. 55).
Agustín busca sin cesar la verdad, y en su camino constituye un
hito fundamental el encuentro con el Hortensio de Cicerón, que lo
impulsa tras de la sabiduría. Pero se observa en este acontecimiento
una doble faceta: Por un lado, el deslumbramiento intelectual que le
produce la lectura ciceroniana, por otro, la reacción que le provoca:
lanzarse a la lectura de las Sagradas Escrituras, las que sin embargo
deja pronto, pues no le parecen dignas de parangonarse con la ma-
jestad de los escritos de Tulio. Sin embargo, años luego, cuando lee
las Enéadas de Plotino, impactado por la profundidad espiritual de la
obra, nuevamente se dirige a las Sagradas Escrituras, en especial a las
cartas de San Pablo, y ahora sí, recibe las enseñanzas cristianas con
humildad, adentrándose denitivamente en su camino de reencuen-
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tro con Cristo. Señala Guardini que “esta vivencia, relacionada con la
doctrina de Plotino, era cristiana en su raíz. Lo que Agustín leyó en
las Enéadas era losofía, losofía religiosa; pero lo que palpitaba en
él mismo era un cristianismo latente que pujaba por aorar. De modo
que mediante la lectura de Plotino se produce una vivencia que en
verdad no proviene del ámbito losóco, sino de otro lugar. Por un
momento existe el peligro de que Agustín la interprete equivocada-
mente considerándola losofía y la deje hundirse en lo losóco. Pero
su conciencia sobre el verdadero sentido de la vivencia, su instinto
cristiano, es más fuerte que el espíritu losóco” (p. 250).
En el interregno que corre de su lectura del Hortensio a la de
las Enéadas, “Agustín se halla ante la exigencia de la vita beata de
desasirse del mundo y adquirir los tesoros eternos, la perla resplan-
deciente del evangelio. Agustín no es capaz de hacer lo que se exige
mientras crea que debe hacerlo por sus propias fuerzas. Y cree eso
porque siente que no puede… y así, al no poder, tampoco lo necesita.
Sólo será capaz por la gracia. Sabe que Dios le dará la gracia. Pero no
se la pide porque en el fondo no quiere que le sea concedida, porque
de ese modo sería capaz y tendría que actuar” (p. 221).
Pero al n se decide y, de ese modo, Agustín se re-encuentra con
el Señor. El de-velamiento de Cristo, siempre presente veladamente
en su interior, le permite superar “el frío aislamiento del yo en sí mis-
mo; la estéril disyuntiva entre el yo y el otro, mejor dicho, entre el yo
y el tú. No por vía de mezcla o confusión, sino por el misterio creador
de aquella vida que se reveló en la existencia de Cristo, del Dios hecho
hombre, y en su conducta de amor hacia nosotros” (p. 82). La trans-
formación interior que se produce en Agustín, “el verdadero sentido
de este acontecimiento no resulta claro considerando sólo la existen-
cia natural. Es recién la gracia quien lo devela de modo cabal, dicho
concretamente: la resurrección y transguración de Cristo y la pro-
mesa, garantizada por ellas, de que resucitarán los muertos, de que se
manifestará la gloria de los hijos de Dios y surgirá el hombre nuevo en
el cielo y la tierra nuevos” (p. 82).
La conversión de San Agustín es un libro en el que como en todos
los suyos, Guardini no sólo reexiona sino que hace reexionar al lec-
tor, y nos propone su original comprensión del universo agustiniano,
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mostrando la profunda vivencia interior del Hiponense y las líneas
maestras de su elaboración sapiencial, que justi can su pervivencia a
lo largo de los siglos hasta nuestros días. Una lectura imprescindible
para adentrarnos con seguridad en la vida y la obra de San Agustín,
pero no sólo para conocer su camino interior, sino también para que
cada uno de nosotros descubra el único e irrepetiblemente propio, y
lo recorra desde un personal encuentro pleni cador con el Maestro
interior, Cristo.
Ricardo von Büren
Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino
ricardo.vonburen@unsta.edu.ar
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