Filópolis en Cristo. Nº 2 (2024), 85-91
Enrique Shaw
Un apóstol laico para nuestro tiempo
En el primer número de Filópolis en Cristo, cerrábamos la presen-
tación de esta Sección dedicada a Enrique Shaw, recordando uno de
los núcleos centrales de su pensamiento y de su testimonio, y lo reite-
ramos aquí: “Debo hacer que Cristo reine en mí: en nuestro matrimo-
nio, en nuestra familia (incluso la ‘familia grande’), en las empresas
donde trabajó, en la Patria, en la Iglesia” (Shaw, Enrique, Notas y
apuntes personales, Acde-Claretiana, Buenos Aires, 2013, 112).
En esta ocasión, queremos compartir las reexiones de Mariana
Pardo Iosa a un libro que recoge la correspondencia que Enrique
intercambiara con su novia y luego esposa, Cecilia, centrada en la
construcción de un proyecto de vida en común en el matrimonio y la
familia.
Sara Critto de Eiras. Enrique y Cecilia. Cartas de amor. Rosario,
Ediciones Logos Ar, 2021, 432 pp. ISBN: 0978987732254
La obra que comentamos es un compilado de fragmentos corres-
pondientes a 1602 cartas intercambiadas entre Enrique Shaw y Ceci-
lia Bunge, primero su novia y luego su esposa. Esta selección, reali-
zada por Sara Critto de Eiras –nieta de la pareja– revela una fuente
inagotable de gracia para inspirar los corazones de las futuras gene-
raciones de jóvenes novios y de matrimonios.
Estas epístolas, que van desde 1939 a 1961, son testimonio del
amor entre dos eles laicos cristianos comprometidos, que desde su
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noviazgo sentaron bases sólidas para la conformación de una familia
que se plenicaría con la llegada de 9 hijos.
Enrique Shaw fue recientemente declarado Venerable por la Igle-
sia Católica. Su vida estaría marcada profundamente por su amor a
Dios y a Cecilia, con quien se casaría en 1943.
El libro se encuentra dividido en cuatro partes, que comprenden el
noviazgo (20 a 22 años de edad), los primeros años de casados (22 a
25 años), su crecimiento espiritual conjunto, y la madurez de su amor
(32 a 41 años), edad en la que se interrumpe abruptamente la historia,
ya que Enrique fallecería tempranamente de cáncer a los 41 años de
edad, el 27 de agosto de 1962.
Dentro de los hitos más destacados de la vida de Enrique, un tema
recurrente es el de la vida militar. Habiendo alcanzado el grado de
Teniente de Fragata en la Armada Argentina, se vio obligado a em-
barcarse en muchas oportunidades en cumplimiento de sus deberes
militares, alejándose de su querida Cecilia. Sin embargo, este distan-
ciamiento no sería en vano, ya que fortalecería su relación maduran-
do tanto en la fe como en el amor. Fruto de este tiempo de separación
son estas cartas, que dan testimonio de su vida en Cristo, pues según
dijera el mismo Enrique “no hay felicidad sin algún dolor” (p. 30).
Enrique además siempre se ocupó de subrayar que su deseo por
Cecilia era más espiritual que carnal, lo que trazó el itinerario de su
tiempo de noviazgo y matrimonio. Desde muy joven tuvo en claro que
el sentido de su vida era profundamente religioso. En la mayoría de
las cartas, lo religioso sirve de punto de referencia para su vida en
pareja, y viceversa: el amor conyugal es analogía de las cosas de Dios.
A lo largo de todo el libro se puede ver claramente como Enrique
procura santicar cada pequeño momento, cada detalle de su vida,
ofrecer siempre un poco más, incluso sacricarse en los asuntos per-
mitidos. La esperanza del reencuentro con su novia y después esposa
no puede dejar de recordar la esperanza de la Iglesia de reencontrarse
con su Esposo, Jesucristo.
Como es natural, a medida que el tiempo fue transcurriendo el con-
tenido de las cartas se fue transformando. Así, el enamoramiento inicial
dio lugar al justo cumplimiento de los deberes cotidianos, a través de los
cuales Enrique siempre creyó que había de santicarse. De esta manera,
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hacia el nal de las cartas el mundo empresario comienza a tomar un
lugar central, siempre desde la óptica de la Doctrina Social de la Iglesia.
Primera parte: Noviazgo
Durante toda esta etapa de noviazgo, las cartas entre Enrique y
Cecilia son una verdadera preparación para el matrimonio. Profundi-
zaron en diferentes temas fundamentales que constituyen el corazón
de la vida conyugal, entre ellos, destacan el valor del mutuo conoci-
miento en el noviazgo, considerado como base sólida en el matrimo-
nio, el respeto (incluso “extremo”) por la libertad del otro, la delidad
conyugal y el ferviente deseo de formar una familia como un medio
de salvación del alma, aceptando con alegría los sacricios propios de
la vocación y creciendo día a día en el amor. En relación al n del ma-
trimonio, ambos dejaban en claro su deseo de engendrar varios hijos
y la importancia de su educación. A través de sus cartas, Enrique le
manifestaba a Cecilia que uno de los más grandes bienes que podrían
dejarle a sus hijos era el rezo del rosario, “con frecuencia, con interés,
como una de las cosas no solo imprescindible de cada día, sino como
agradables e interesantes” (p. 119).
En una de sus cartas, Enrique compartió con Cecilia su necesidad
de demostrar la factibilidad del matrimonio católico, viviéndolo con
sana alegría y sin temores. Para lograr este cometido, Enrique le ex-
presó a Cecilia que siempre debían recordar las palabras evangélicas
“sin mí nada podéis hacer”, proponiéndole rezar mucho y tener gran
conanza en Dios como fundamento de su unión.
Otro de los temas más recurrentes en esta etapa es el referido a
la felicidad. En muchas de sus cartas Enrique le exteriorizaba a Ce-
cilia su deseo de hacerla “la mujer más feliz sobre la tierra”, para lo
cual se propone hacer “todo lo posible o imposible” que de él pueda
depender (p. 32). En otra de sus cartas la animó a “tener el coraje
de ser felices y sin complicaciones mentales de ninguna especie con
sencillez y con fe, con esa fortaleza que es una de las cuatro virtudes
cardinales. Nuestro amor como nuestra religión no deben ser como
algunos crean a esta, llena de tinieblas y prohibiciones sino alegres
amándonos como lo haríamos si estuviéramos en el cielo” (p. 34).
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Segunda parte: Primeros años de casados
El matrimonio sacramental de Enrique y Cecilia tuvo lugar el 23
de octubre de 1943, celebrado por un sacerdote salesiano, Adolfo Tor-
nquist, misionero y hermano de la madre de Enrique. Posteriormen-
te, las cartas entre ellos se suspendieron hasta un mes después de
casados, momento en que Enrique reasumió sus tareas militares en
la Marina.
Durante este tiempo las cartas de Enrique a Cecilia expresan en
primer lugar su agradecimiento por el Sacramento del Matrimonio
recibido: “cuán agradecido le debo estar a Dios por haberme dado
una mujer como tú, mi muy muy querida” (p. 217). En segundo lu-
gar, muestran la plenitud del amor de un matrimonio cristiano que se
encuentra subsumido en el amor a Dios. Todas las palabras de afecto
de Enrique para Cecilia muestran esta unión íntima con ella en co-
munión con Dios: “Qué lindo es decirte que Dios te bendiga. En esas
cuatro palabras, mejor que en ninguna otra, te expreso el indecible
cariño. el fuertísimo vínculo que a ti me liga” (p. 217).
Rezar, comulgar y realizar actos de piedad, durante el tiempo que
se encontraba embarcado, eran para Enrique una forma de sentir a
Cecilia más cerca, más allá –y por encima– del mero intercambio
epistolar. En una de sus cartas escribía con gran sencillez a su esposa:
“fui a comulgar, realmente cuando le pido a la Virgen por tí, me parece
como si estuviera contigo” (p. 217). También en varias oportunidades
manifestó la alegría que experimentaba cuando Cecilia le comentaba
que había recibido la Comunión pensando especialmente en él.
Ambos esposos vivían fervientemente el acto de comulgar como una
manera de “aprender a quererse más” (p. 221).
Las gracias recibidas por Enrique en el sacramento del matrimonio
y su vida matrimonial lo llevaron a realizar profundas reexiones,
entre ellas la necesidad de “difundir la Verdad, demostrar que ella solo
está contenida en la Iglesia Católica y ayudar a que ella la difunda” (p.
218). En otro fragmento de sus cartas manifestaba que sólo “después
de rezar uno indiscutiblemente ve las cosas tal como son”, y siguiendo
las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino escribía a Cecilia que “la
verdad, como acerca a Dios, sosiega” (p. 221).
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Después de pasar dos años estudiando Meteorología en la
Universidad de Chicago junto a su esposa y su hijo y terminada la
Segunda Guerra Mundial, Enrique presentó la baja de la Marina,
concluyendo su carrera naval, emprendiendo otro rumbo de vida.
Tercera parte: Crecer juntos espiritualmente
En esta etapa de su vida, Enrique reexiona en profundidad so-
bre el crecimiento espiritual de su matrimonio y propone a Cecilia
escribir un programa de vida que llamaría “Peldaños de amor a Dios”.
Este programa serviría como una guía práctica que ambos cumplirían
como esposos para alcanzar la santidad en la vida cotidiana, siendo
un punto de apoyo para su deseo de perfección humana.
Además de detallar el contenido de este Programa, las cartas reco-
piladas en este capítulo, revelan la gran devoción de Enrique hacia la
Santísima Virgen María manifestando: “¡qué gran cosa es el Rosario,
alma mía! Me siento en plena posesión de nuevas energías” (p. 302).
Después de los trabajos más pesados y de los muchos días de guar-
dias en la Marina, valoraba especialmente “ponerse en presencia de la
Santísima Virgen, ofrecerle y pedirle tantas cosas” (p. 303).
Además, Enrique encontraba gozo espiritual en dos prácticas de
piedad especícas. Por un lado, disfrutaba de la lectura de la Biblia,
especialmente de los Salmos. Así reexionaba: “entre el Rosario y el
Evangelio busco mis únicos placeres; y ciertamente los recibo, y son
muchos, grandes y duraderos” (p. 303).
Por otro lado, dedicaba tiempo a la lectura de los pensamientos de
San Francisco de Sales, a quien admiraba profundamente. Enrique
buscaba sintetizar estos pensamientos, valorando especialmente las
jaculatorias que el Santo practicaba y recomendaba. En sus cartas,
manifestaba su anhelo de asemejarse tanto a San Francisco de Sales
como a Jesús, deseando ser dulce como ellos.
Por su parte Cecilia, en una de sus cartas confesaba cuánto le cos-
taba leer por un rato los escritos de Santa Teresa (Las Moradas): “a
veces pienso que soy demasiado como Marta y no bastante como Ma-
ría. Preero actuar más que contemplar y mientras actúo contemplo,
que no es lo mismo” (p. 283). A pesar de la lucha espiritual que en-
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frentaba, como el compañera de su esposo, en otro fragmento de sus
cartas, Cecilia declaraba: “la perfección la buscaremos juntos y juntos
llegaremos a esa séptima morada mediante un gran esfuerzo en la
oración y la contemplación” (p. 283).
Cuarta parte: Madurez del amor
Para esta época, Enrique pensaba mucho en lo fuerte que era su
matrimonio con Cecilia, incluso a pesar de la separación física, pues
aun así vivían su “grandioso sacramento” y su “función de educar
cristianamente” a sus hijos (p. 312). La preocupación por el bienes-
tar económico atraviesa toda esta etapa, pues Enrique –según sus
mismas palabras– procuraba siempre acrecentar el capital familiar.
Sin embargo, lejos de tratarse de una mera búsqueda materialista de
acumular riquezas, siempre tuvo en miras un n evangélico. Remar-
có que no había que buscar la vida común del matrimonio en “he-
roísmos” sino buscando el Reino de Dios, pues todo lo demás se da
por añadidura. Por eso le propuso a su esposa practicar, según sus
deberes de estado correspondientes, los tres consejos evangélicos:
castidad, pobreza y obediencia, puesto que de esta manera podrían
llegar a “esa vida que, porque divina, es verdaderamente humana y
verdaderamente bella, una obra de arte” (p. 315).
Enrique pasaría tres meses en la Universidad de Harvard cursan-
do un programa avanzado de gestión empresarial, donde comienza a
crecer su conciencia de la necesidad de vincular más explícita y pro-
fundamente la sana doctrina con el mundo empresario, llegando a
dar una exposición sobre espiritualidad y negocios.
Al término de este profundo recorrido a través de las cartas de En-
rique y Cecilia, se hace evidente el secreto de cómo, a lo largo de su
vida, lograron forjar una familia sólida, sostener una empresa prós-
pera y alcanzar la santidad. Su ejemplo inspirador nos revela que es
factible integrar armoniosamente las responsabilidades familiares,
profesionales y espirituales.
En cada palabra, en cada expresión de afecto y en cada reexión
compartida de los novios/esposos, se vislumbra la presencia palpable
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de lo sagrado, manifestándose en la unión indisoluble de dos almas
que han encontrado en Cristo el fundamento mismo de su amor.
A través de los altibajos de la vida, de las separaciones impues-
tas y de los desafíos cotidianos, Enrique y Cecilia se elevaron juntos,
nutriendo su amor con la gracia sacramental que les fortalecía en su
camino hacia la santidad conyugal.
Así, estas cartas no solo son un testimonio conmovedor del amor
humano en su expresión más pura, sino también un recordatorio su-
blime de la presencia de Dios en cada faceta de nuestras vidas.
Mariana Pardo Iosa
Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino
mariana.pardo@unsta.edu.ar
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