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Cuaderno de Ciencias Humanas 3 (diciembre 2023) 37-43
La alegría del Evangelio. Acerca de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium
ción que pide comunicación, fuego que pide arder. La evangelización es sólo
el impulso del corazón de la Iglesia al arder, el amor que busca comunicar el
amor, tanto en la pastoral ordinaria, como cuidado de la comunidad creyen-
te, como en el ofrecimiento de la novedad del cristianismo a los bautizados
que no viven según la fe, como en el ofrecimiento de esa vida a todos los
hombres. No importa cuán desconcertados estemos, o cuántas estructuras
deban renovarse, o cuánto reconocimiento y recticación de malicias y erro-
res haya que hacer: el Evangelio tiene siempre la potencia de lo nuevo, aun-
que nosotros nos sintamos sin fuerzas.
La evangelización, por ende, no es aislamiento, no puede ser violencia, no
puede ser poder y sujeción, no puede ser un régimen de miedos y pusilani-
midad. Tampoco rechaza los esfuerzos anteriores, ni se desprende de la vida
toda de la Iglesia: “La alegría evangelizadora siempre brilla sobre el trasfon-
do de la memoria agradecida” (n. 13). No tiene nuestra medida, sino la del
Espíritu, aunque poseamos límites históricos y debamos atravesar procesos.
Pero no podemos pensar sólo en este momento de la historia y en nuestras
fuerzas; ni siquiera en la humanidad de nuestra vida de Iglesia, tantas veces
esmirriada, codiciosa, perversa (y los santos son quienes más conocen esa faz
de la Iglesia). Sin embargo, en el corazón de la Iglesia, en el corazón de cada
bautizado, habita la potencia de la Resurrección. Como dice la exhortación:
“No huyamos de la Resurrección del Señor; nunca nos declaremos muertos,
pase lo que pase” (n. 3).
Desde esta impronta de la alegría, y jamás sin ella, Evangelii Gaudium
propone esta comunicación de la alegría del evangelio: 1. La transformación
misionera de la Iglesia - 2. En la crisis del compromiso comunitario - 3. El
anuncio del Evangelio - 4. La dimensión social de la Evangelización - 5. Evan-
gelizadores con Espíritu.
El esquema es profundamente dinámico. No podemos preguntarnos sólo
si hemos cambiado ecazmente, aunque sea importante: nos es obligatorio
preguntarnos si el corazón de la Iglesia, que es el Espíritu de Amor, libre,
potente, impredecible, capaz de recrear todo lo que toca, desestabilizador,
expansivo e inclusivo, compasivo, asoma un poco más en el rostro vivo, his-
tórico, concreto, de la realidad eclesial. Más aún: si hemos logrado que su
potencia afecte a la realidad del mundo. Porque no nos es dado para la Iglesia
sino para que el mundo entero participe de la alegría del amor de Dios. Y no
pueden nuestras faltas de justicia, nuestras cegueras, nuestra falta de arrojo