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Cuaderno de Ciencias Humanas 5 (diciembre 2024) 47-52
ISSNL 3008-9530
Identidad, memoria y educación: contra la pedagogía del vacío
bre el yo. Un hombre amurallado en sí mismo, sumergido en su pensamiento
subjetivo, despreocupado de los asideros de la objetividad y las resonancias
del mundo, no puede ser protagonista de ninguna construcción social va-
liosa. Por lo general estos individuos son fáciles presas del miedo, de temo-
res a menudo imaginarios, que los llevan a preferir la tentación totalitaria a
los riesgos del cambio. Si socializar es humanizar, la escuela que no socializa
deshumaniza, despolitiza, crea monstruos morales, mutantes como los que
vemos en todas partes encaramarse al poder para corromper el ethos social.
La humanización no puede hacerse desde una razón abstracta, desvinculan-
te, sino desde la propia historia de la sociedad. Humanizar a un individuo es
darle los instrumentos para que pueda humanizar, mediante la reexión y la
acción, a su propia comunidad.
La pedagogía de la dominación ha convertido a la enseñanza no en un
esfuerzo de pensamiento crítico, sino en un conjunto amorfo de informa-
ción que el alumno debe recibir sin tener, para procesarla, más que las tristes
categorías que imponen la cultura de masas y ese pensamiento único al que
José Saramago ha caracterizado como “pensamiento cero”. Lo que no se ve
casi en ninguna parte es pensar la realidad en base a categorías propias, un
serio intento por denir y sistematizar a las mismas. Esto hace que la gestión
política del saber vaya casi siempre contra la identidad profunda de nues-
tros pueblos. Y lo que atenta contra la identidad de un grupo social, por lo
común actúa también contra sus intereses. Por eso los colonizadores se han
ocupado siempre de borrar las huellas del pasado, para dejar a la memoria
sin respuestas sucientes. Cuando se diluye el pasado, la memoria, ya nadie
sabe qué es lo propio y qué lo ajeno. Para poder pensar el futuro, es preciso
recuperar antes el pasado, la propia historia, con un sentido crítico, a n de
desmontar la visión de los vencedores, que son los que casi siempre cuentan
la historia. La incapacidad de profundizar en la misma se observa en la mo-
deración conservadora de los partidos políticos que se dicen progresistas y
hasta de izquierda. Hay que ser tan radicales como la realidad, pero no más
que ella, a n de no incurrir en la crueldad ni violentar el ethos social con el
exceso. La falta de actitudes radicales está hablando de una impotencia para
llegar al fondo de lo real.
Plantear la emergencia civilizatoria de América es anclar una políti-
ca en una identidad, lo que por cierto se trata de algo totalmente lícito
y deseable, pues la identidad no conforma una sustancia fósil destinada