Cuaderno de Ciencias Humanas 4 (junio 2024) 37-84
Ser persona es valorar
To be a person is to value
Roberto Estévez
Ponticia Universidad Católica Argentina
roberto.estevez@santodomingo.edu.ar
ORCID: https://orcid.org/0009-0001-8199-4689
Resumen: Durante el pandémico año 2021, tra-
tamos de desarrollar una visión sobre cómo y qué
valoramos, con una particular atención a porqué
valoramos, cómo constituimos nuestras escalas
de valores y cómo se relaciona nuestro valorar
con el reconocimiento de la autoridad. En la ac-
tualidad histórica, sostenemos que todo es relativo
y, a la par, que hay cosas que no debieran haber
sucedido nunca –y una vez que sucedieron no
deberían volver a suceder Nunca Más. El artícu-
lo propone reexionar sobre esta cuestión apro-
vechando las ideas de cultura y naturaleza, para
poder distinguir en la acción, los valores y los
bienes, con relatividad empática, sin relativismo,
tratando de entender que lo valioso es siempre
la experiencia de alguien, a cuya sensibilidad las
cosas le hablan y resplandecen como valiosas. Los
valores se abstraen de los motivos que ha tenido,
tiene, podrían tener, o desearíamos que tenga una
acción, y se viven como energía-motivación de la
acción real. Desarrollamos así la idea de valores
impedientes (que acrecientan nuestra fragilidad
desde las heridas pasadas), valores desbordados
(el valor, en su referencia real, va siendo dejado
de lado por el desborde de nuestra emotividad o
de nuestra racionalidad), valores espejismos (los
valores en el espejo de mi burbuja de sentido),
valores fantasmas (de la normalidad meramente
extrínseca) y valores basura (que lanzan vidas hu-
manas como si fueran de descarte). Finalmente,
Abstract: During the pandemic year 2021,
we tried to develop a vision of how and what
we value, with a particular focus on why we
value, how we constitute our value scales, and
how our valuing relates to the recognition of
authority. In the historical present, we main-
tain that everything is relative and, at the
same time, that there are things that should
never have happened – and once they hap-
pened they should never happen again. e
article proposes to reect on this question
by taking advantage of the ideas of cultures
and nature, to be able to distinguish in ac-
tion, values and goods, with empathic relati-
vity, without relativism, trying to understand
that what is valuable is always the experien-
ce of someone, to whose sensibility things
speak and shine as valuable. Values are abs-
tracted from the motives that an action has
had, has, could have, or would like to have,
and is experienced as the motivation-energy
of real action. us we develop the idea of
impeding values (which increase our fragi-
lity from past wounds), Overowing values
(value, in its real reference, is being set aside
by the overow of our emotionality or our
rationality), mirage values (the values in the
mirror of my bubble of meaning), phantom
values (of merely extrinsic normality) and
junk values (which throw human lives as if
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Valores y bienes1
Las fake news y las operaciones mediáticas son el pan nuestro de cada día,
y el cambio de humor social, por ellas inducido, se va haciendo tan frecuente
como lo era en el 1984 de Orwell, donde la mentira es la verdad.
Es difícil prever qué efectos futuros va a tener este permanente amasar a
las masas con una comunicación de dominio, aunque la fragmentación de las
tribus y el fundirse en el nosotros, de los populismos, podrían estar indicando
direcciones alternativas del fenómeno.
Hay en esto algo humano, que registra Shakespeare en el genial monólogo
de Marco Antonio a la muerte de César, y algo histórico de la Modernidad.
Desde la toma de la Bastille (14 de julio de 1789), en la que había solo siete
presos, hasta la caída del muro de Berlín (9 de noviembre de 1989), la racio-
nalización de lo simbólico, desencadenó las mareas de la historia.
Cuando se analizan algunos de estos hechos, se ve en su origen una suce-
sión de errores de comunicación, casi de comedia de enredos y burocracia,
distantes de la épica con que fueron percibidos y esclerotizados en los relatos.
Vidas paralelas
En el siglo XVI –todavía en la primera Modernidad–, son contemporá-
neos Tomás Moro y Nicolás Maquiavelo. El primero piensa en términos de
comunidad y el segundo de Stato.
Para Moro la nalidad de una comunidad era moral: ayudar al desarrollo
de buenos ciudadanos –hombres con libertad–, eliminar la ociosidad, subve-
nir a las necesidades físicas de todos sin excesivo trabajo, abolir el derroche
del lujo, mitigar las diferencias sociales y terminar con la miseria.
1 Se desarrollan en este punto ideas esbozadas en un artículo del mismo nombre publicado en
la revista Criterio, n. 2475, abril de 2021, pp. 50-53.
desarrolla la idea de que las personas reconocen
autoridad a quienes deenden o promueven con
competencia unos valores que son percibidos
como tales por una comunidad.
Palabras clave: persona, valores, acción, bienes.
they were discarded). Finally, it develops the
idea that people recognize authority to those
who competently defend or promote values
that are perceived as such by a community.
Keywords: person, values, action, goods.
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Tomas Moro satiriza los vicios de la vida social inglesa, relativiza la propie-
dad y la guerra, postula la necesidad de la tolerancia religiosa y señala el desme-
dido afán de lucro como fuente generadora de la miseria y del malestar social.
En Utopía (1516), Moro es más realista que Maquiavelo, su explicación de
la crisis agrícola inglesa, de las causas del robo y la indigencia, su crítica del
sistema penal y el origen de las guerras fueron precisos y acertados.
Sin embargo, es Maquiavelo la voz auténtica de la época que estaba nacien-
do. Desde Maquiavelo, ya no interesará la vida buena y de la buena sociedad,
sino la supervivencia, y la construcción de un ente político independiente de
la comunidad, a la que se le va considerando cada vez más como componente
pasivo y amorfo, para la nalidad de acceder al poder y perpetuarse en él.
Se conserva el ejemplar de El Príncipe que anotaba minuciosamente Na-
poleón, hubo una escuela neo maquiavélica que optó por el fascismo y por
el nacional socialismo, y, del otro lado del mostrador, Gramsci partirá de la
obra de Maquiavelo, a la que considera como una losofía de la praxis –el
marxismo– profundizando en las realidades del poder y el consenso, desde la
función de la cultura en los sistemas de poder político.
Sus trabajos sobre la «superestructura» de la sociedad, el rol de los in-
telectuales, de la educación y de las ideologías en la formación de las clases
sociales para el mantenimiento o ruptura del orden social, son el nuevo Prín-
cipe de nuestra Actualidad, en la que no importa lo que es, sino la potencial
manipulación del valor simbólico de lo que acontece.
Visiones optimistas y pesimistas
La antropología de Moro se conoce como un optimismo moderado: el
hombre es bueno, pero hay en él una tara, un quiebre, una ruptura interior
por la que puede ser que no haga el bien que quiero sino el mal que no quiero.
Las antropologías optimistas, en cambio, han tendido a sobrevalorar la
racionalidad del hombre (como John Locke, Adam Smith); otros, la fatalidad
del proceso histórico al modo de actitud gnóstica (como Condorcet, Comte,
Hegel y Marx).
Las palabras atrévete a saber2, conectando el racionalismo, la ilustración y
el iluminismo, proclamaban que el hombre era un proyecto emancipador, de
2 «La Ilustración signica el abandono del hombre de una infancia mental de la que él mismo
es culpable. Infancia es la incapacidad de usar la propia razón sin la guía de otra persona. Esta
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civilización y adultez para la humanidad. Esta autopercepción europea de la
soberanía de la razón, evidencia de los sentidos como fuentes primarias del
aprendizaje, libertad, gobierno constitucional y progreso ilimitado, desató un
inmenso poder, que trajo dominio sobre la naturaleza, riqueza material, y la
expansión civilizadora/colonial, del vapor, de la electricidad y de la Armada,
desde Benjamin Disraeli hasta Winston Churchill, desde la reina Victoria,
hasta la reina Elisabeth II.
Por su parte en una línea que va de Maquiavelo y Hobbes, pasando por
Max Weber, hasta muchos sociólogos políticos de hoy, la herida humana lo
tiñe todo y consideran que la responsabilidad política es incompatible con la
profesión de altos ideales para la comunidad, los hechos mandan y los valo-
res solo oscurecen su cruda visión.
Este proceso ambivalente, de historicismo, cienticismo, y maquinismo
fue acompañado por la represión consciente del concepto naturaleza. La na-
turaleza era lo físico que nalmente sería dominado por una civilización, sin
idea de totalidad, ni de límite.
El optimismo, la ilimitada fe en la luz de la razón, y el glamour glow –que
terminará llevando el racismo racionalista, cientíco (pseudocientíco), de-
sarrollado entre 1650 y 1900, a los salones y a las calles–, contrapartida de
negar todo lo que no fuera reductible a la racionalidad. En este contexto cul-
tural, el abordaje freudiano a nes del siglo XIX, se limitó a encender la luz
eléctrica (la razón cienticista) en el subsuelo pasional.
En la última Modernidad, la ley moral del deber y de la obligación se fue
transformando en una ley del pertenecer, del «respeto humano» y del qué
dirán; por lo que la llamada ética victoriana entró en una crisis mortal. En el
siglo XIX ya comienza lo que Nietzsche llama la trasmutación de todos los
valores: el nihilismo. El mismo se centrará en esta vida y en el deseo de vivirla
plena e intensamente, una moral fuerte y creativa, que conere valor supre-
mo a la realización del hombre.
Las reacciones a la insuciencia victoriana fueron desde los naturalismos
preservacionistas de la naturaleza, hasta los movimientos de masa gnósticos
(como llama Eric Voegelin al fascismo, nazismo, y stalinismo, a las que tam-
bién denomina religiones políticas). Dando razón a la lúcida observación del
puericia es culpable cuando su causa no es la falta de inteligencia, sino la falta de decisión o
de valor para pensar sin ayuda ajena. Sapere aude¡Atrévete a saber!” He aquí la divisa de la
Ilustración». (Kant, 1784/2010)
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teólogo reformado Karl Barth (1886-1968): cuando el Cielo se vacía de Dios,
la tierra se llena de ídolos.
Naturaleza y valor
Hasta la Segunda Guerra Mundial, el pensamiento euroamericano siguió
reprimiendo conscientemente el concepto de naturaleza de las cosas, las ideas
están determinadas por el contexto social y político.
Así, en 1932 sólo se disponía de procedimientos avalorativos weberianos
para detener el ascenso de Hitler y hasta los juicios de Nüremberg no se dis-
puso de otra cosa que del análisis del Derecho como un fenómeno nacional
autónomo de consideraciones morales, desvinculado de cualquier idea de
derecho natural, para examinar la pirámide jurídica alemana.
Surge así la limitación del concepto de valor: un buen ciudadano en la Ale-
mania de Hitler era un hombre malo en cualquier otra parte; lo que nos devuel-
ve al problema clásico de la buena sociedad: «una buena sociedad es aquella en
la que un buen hombre puede ser un buen ciudadano» (Strauss, 1959).
Los que conspiraron y murieron por el atentado del búnker contra Hitler
querían matar al tirano, pero si fracasaban, les importaba dejar el testimonio
de que también había existido una Alemania decente (Riebling, 2016). Quisie-
ron ser malos ciudadanos para ser buenos hombres.
Como civilización, habíamos llegado a ese momento de la historia dicien-
do que nada es malo, ni nada es bueno por naturaleza, aunque, como expone
Mario Bunge, todos sabemos que es preferible el agua potable a la contamina-
da, la justicia a la injusticia, la solidaridad al egoísmo, la libertad a la tiranía,
la paz a la guerra.
Problema con el cual aquí estamos, sin saber qué hacemos… como ciu-
dadanos, como electores, como trabajadores, como directivos, como padres
y como hijos…
Para resolver la contradicción, el intento pedagógico ha ido por la iden-
ticación del valor con el bien, como si solo se tratara de una nueva termi-
nología. Con las lógicas derivaciones de tener que hablar de disvalores, o anti
valores, como si fuera la anti materia. Lo cual también es problemático, por
cuanto lo que nos resulta valioso nos resulta así porque lo vinculamos, de un
modo u otro, con la atractividad propia de algo, en la bondad de las cosas.
Nuestra voluntad no es causa de la bondad de las cosas, sino que es mo-
vida por ella como por su objeto. Su bondad verdadera o estimada, provoca
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el amor en nosotros. Entonces, ¿el antivalor proviene de la antibondad? ¿De
quién proviene la antibondad que hace atractivo al antivalor?
El ser humano, en su comportamiento, en cierta medida es siempre igual,
y en otra siempre distinto. Así resulta posible –dada la permanencia– com-
parar situaciones –incluso morales– de un pueblo y otro, y de uno consigo
mismo en los diferentes momentos de su historia, pero al mismo tiempo, el
lugar, el momento histórico y la situación cultural son siempre, en mayor o
menor medida, originales para un grupo social y para el otro –por cercanos
que estén–, y entre un grupo social y el que le sucede en el tiempo. Por lo que,
la comparación y el juicio es al mismo tiempo siempre difícil, siempre relati-
va, sin relativismo, pero conjetural.
La idea de la existencia de valores y antivalores, tiene su atractivo en el
contexto relativista desde comienzo del siglo XX. Sin embargo, cuando se
aplica a una conducta concreta, supone que el juicio antecede al conocimien-
to del sujeto y de la situación de su acto. Al calicar como antivalor lo que es
valorado por el sujeto, estamos considerando irrelevantes, para un juicio ya
adelantado, tanto al sujeto, como a su situación, y la historicidad de la misma.
De modo que adelantar el juicio del antivalor, a veces acierta en señalar
que lo valorado no es bueno, pero otras veces se equivoca en llamar antivalor
simplemente aquello de lo que no se tiene suciente experiencia, o no se ha
podido reexionar desapasionadamente, y que, de haberse podido considerar
con detenimiento, se hubiese identicado que eso valorado es también bueno.
Nos parece conveniente explorar entonces la idea de una relatividad sin
relativismo; una relatividad empática de los valores, que no inhibe el juicio,
sino que obliga a un conocimiento previo y más profundo del sujeto y de su
situación para poder juzgar lo valorado desde el propio corazón, la propia
fuente motivacional y circunstancias, de esa conducta.
La opción personal de Tomás Moro evidencia otro planteo: yo puedo
querer lo que quiera, lo que no puedo es hacer bueno lo que he querido. La
bondad es una propiedad de la cosa, su valor es una propiedad que le asigna
el sujeto, aún a lo que es bueno en sí. Esta potencia del sujeto, que hace a la
ambigüedad de sus actos, es parte del proceso de su libertad.
La afectividad desea lo valioso, la capacidad intuitiva y discursiva, sobre la
riqueza de lo real, nos permite el conocimiento de lo bueno.
Podemos valorar lo que es bueno y podemos no valorar lo que es bueno.
Como dice Alejandro Lerner: defender mi ideología, buena o mala pero mía.
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O como declaraba Moro en el juicio, no soy quien para juzgar lo que piensa
el Rey, solo sigo lo que mi conciencia me señala.
Esta distinción del valor y el bien, no es relativismo, ya que lo bueno se
corresponde con la verdad de las cosas; pero sí relatividad empática, porque
lo valioso es siempre la experiencia de alguien, a cuya sensibilidad las cosas le
hablan y resplandecen como valiosas.
Valores y culturas
Hay bienes que brillan más en una época que en otra, así podemos distin-
guir el ethos de una época por los valores a los que esa época es especialmen-
te sensible. Pero, aquello a lo que esa época puede no ser sensible, ¿es bueno?
Porque como nos recordaba Sábato (1992)
Siempre será bueno que el hombre sea libre, siempre será bueno que
no haya esclavos, siempre será bueno que no haya pueblos oprimidos,
siempre será bueno que no haya persecuciones raciales, siempre será
bueno que un chiquito no muera de hambre. (p. 2)
Como intuimos en la experiencia ecológica, la naturaleza está allí con
prescindencia de nuestra estima o amor para con ella. Lo personal nos hace
individuos y sociedad, el ser sociedad es ser constructor o no de un orden
humano de normalidades que nos normalizan en un ethos cultural, un sis-
tema de conductas animado por una concepción del mundo y de la vida. Su
conexión con lo natural hará a su estabilidad y –como lo sugiere la película
La vida de los otrosa la felicidad o al suicidio de sus ciudadanos.
Fuente: Elaboración propia.
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Podemos armar que hay valores del hombre, por cultura –cambiantes,
uctuantes– que pueden o no ser buenos, y hay bienes del hombre, por na-
turaleza –estables, transculturales y transhistóricos–, con la condición de re-
cordar que a los bienes del hombre sólo podemos acceder culturalmente, es
decir sólo en lenguaje humano.
Esto sería una reexión aislada sobre la realidad, si no fuera porque, como
explicó Leo Strauss (1959)
Toda acción política está encaminada a la conservación o al cambio.
Cuando deseamos conservar tratamos de evitar el cambio hacia lo
peor; cuando deseamos cambiar, tratamos de actualizar algo mejor.
Toda acción política, pues, está dirigida por nuestro pensamiento so-
bre lo mejor y lo peor. Un pensamiento sobre lo mejor y lo peor impli-
ca, no obstante, el pensamiento sobre el bien.
Siguiendo estas líneas, podríamos introducir en nosotros la reexión so-
bre si lo que valoramos es bueno (que los antiguos identicaban con la pru-
dencia), porque para nosotros es natural ser culturales, no podemos sino ser
culturales, no podemos dejar de actuar según lo que valoramos –al menos en
la vida que conocemos.
El hombre de Vitruvio3 no es un hombre, sino un acceso al hombre y su
dinámica. Porque la libertad del hombre está implicada en una espiral ascen-
dente/descendente, que según sean sus decisiones se hace mejor como hombre,
o volviendo al ejemplo anterior ¿mejor como ciudadano y peor como hombre?
Acertar valorando4
La vocación del ser humano, es actualizar la energía (potencia) que ya
es, en él. Hay en los seres humanos, como en las naciones, una potencia de
desarrollo a la espera de ser actualizada; por ello, desarrollarse, progresar,
es llegar a ser (cultura) eso que, en uno –de alguna manera–, ya se es como
posibilidad (naturaleza).
3 Dibujo de un varón, acompañado de notas anatómicas realizado por Leonardo da Vinci, ca. 1490
4 Se desarrollan en este punto ideas esbozadas en un artículo del mismo nombre publicado en
la revista Criterio, n. 2480, septiembre de 2021, pp. 40-43.
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Al hombre le es natural ser cultural. La apertura al ser cultural es parte de
su naturaleza, no nacemos enteros, sino que nos vamos enterando. ¡Siéndo-
nos enteros, en tanto nos enteramos de qué va la vida!
Para nuestras culturas actuales la naturaleza se nos hace presente desde la
visión del mundo sometido a la incertidumbre ecológica que nos legó la última
Modernidad. Por eso evocamos el paisaje, más que lo que las cosas son. Sin
embargo, tanto el paisaje como lo que el hombre es, se pueden resumir en las
ideas de «la naturaleza de las cosas», «lo que las cosas son», o «lo dado», si re-
cuperamos la visión de los más antiguos poemas y relatos de nuestras culturas.
Las cosas son
Las cosas son con independencia de nuestra estima, desprecio, amor u odio.
Somos cuerpos, emociones, voluntad, inteligencia y misterio, en el tiempo, y
queremos ser felices de las formas más diversas, y por razones diversas.
El n de nuestra vida en tanto que sentido de nuestros actos es bueno,
sin perjuicio que a veces puedo equivocarme en el bien que más me ayuda a
realizar el sentido de mi vida: condicionado por el cuerpo que soy, mis esta-
dos de ánimo, mi entorno geográco-cultural, valoro como nes cosas que
son solo medios. Por eso me conformo con rutinas vacías, me conformo a un
espejismo –una burbuja–, o me conformo al descarte, a la misma basura, a la
que elijo como motivo de mi obrar. Así cuando elijo me elijo.
Todos intentamos traducir nuestros nes subjetivos en objetivos de la acción
y en ello ponemos en juego nuestra libertad (memoria del pasado iniciativa
actual y espera futura), porque no toda escala de valores nos hace más capaces
de libertades, no toda escala de valores es buena para el hombre. La felicidad
del hombre pasa por el descubrimiento de un mundo de «valores humanos».
Se trata de aquello que lleva a plenitud los dinamismos propios de la per-
sona, y es capaz de dar plenitud tanto al autor como a los destinatarios de una
acción (el objetivo y su feedback), es decir referidos a lo bueno para el hombre
–mujer y varón, sin distinción de cómo se auto perciba–, porque
Siempre será bueno que el hombre sea libre, siempre será bueno que
no haya esclavos, siempre será bueno que no haya pueblos oprimidos,
siempre será bueno que no haya persecuciones raciales, siempre será
bueno que un chiquito no muera de hambre. (Sábato, 1992, p. 2)
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Aun cuando los tiempos y las geografías traen matices o, aunque el con-
senso histórico considere valiosas realidades contrarias al bien del hombre,
como Auschwitz, Hiroshima y Vietnam, por solo citar ejemplos emblemáticos
por lo desgraciados.
Sin perjuicio de ello, lo que es bueno para el hombre siempre se descubre
y se expresa en lenguaje humano. De modo que el bien del hombre siempre
es percibido, apreciado y conocido como valores humanos. Nunca puede ser
expresado en tal universalidad que comprenda a todos los hombres –mujer
y varón– incluyendo cómo se auto perciba, en todas las situaciones, en todas
las culturas, en todas las geografías y en todos los tiempos. Siempre depende-
rá de la capacidad de universalidad, abstracción y expresión de cada cultura.
Una vidriera de Ámsterdam proclamaba estos días: BIRTH PLACE: Ear-
th, RACE: Human; POLITICS: Freedom, RELIGION: Love. La publicidad no
suena casual, cuando en la divisa del escudo de la Ciudad se lee: Heldhaig,
Vastberaden, Barmhartig, que en neerlandés signica Valiente, Inquebranta-
ble, Compasiva. El lema otorgado a la Ciudad por la reina Guillermina de los
Países Bajos para recordar el comportamiento de los ciudadanos de la Ám-
sterdam a partir de febrero de 19415, manifestándose públicamente contra
la persecución a los judíos durante la ocupación por parte del Tercer Reich.
Valores para ver
La capacidad intuitiva del corazón (como centro unicado de lo personal)
sobre la riqueza de lo real, nos permite el conocimiento del bien de las cosas;
la afectividad desea atribuyendo bondad particular al motivo de su acción (lo
que considera valioso), tenga bondad (bien) o, aunque no la tenga, y por eso
necesita de un juicio (de ordinario auxiliado por la norma), para no errar, y
un hábito perfectivo concreto (virtud, como llamamos a quien domina ex-
traordinariamente un instrumento musical) que le permite perseverar cuan-
do lo bueno se vuelve arduo.
La bondad es inherente a las cosas –sujetos y objetos reales–, los valores
no son inherentes a las cosas, no se extraen de las cosas. Es la intención, que
5 El 9 de febrero de 1941, cerca de Rembrandtsquare, un grupo de jóvenes opuso resistencia a
los nazis holandeses atacando a personas judías, el 11 de febrero se repitieron las luchas, y el 25
de febrero se produjo la huelga general.
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las interioriza como motivo de la acción y así rompen la indiferencia de una
voluntad, y allí vuelve –o se disponen a volver– a las cosas como acción, lo
que para el sujeto es percibido/apreciado como valor.
Los valores son el sentido real de la acción particular, sean o no buenos,
sean o no declarados como motivo de la acción, son la fuente de energía de
la acción. Nuestro corazón –cuerpo y sangre tiene olfato para el bien, pero
por varios factores no siempre acertamos (respecto a nosotros o a los demás).
La vida tiene sentido exclusivamente para la plenitud humana a todo pla-
zo que llamamos felicidad. Estamos condenados a ser felices, es decir que bus-
camos la felicidad con necesidad, aunque sólo la hallamos libremente.
Conocemos muchas personas que deben someterse a muchos años de te-
rapia porque han tenido obstáculos para esta posibilidad de sus naturalezas,
les han dicultado el camino para ser felices, a veces con las mejores intencio-
nes (Bergman, 1992).
En un mundo de creciente soledad, no es que el inerno son los otros (Sar-
tre, 1944), sino que la mirada ajena que puede hundirme, puede ser también
la que me descubre y revela, me incomoda y libera de La Matrix (1999). El
otro, mi bien, llega a estar dentro de mí con todas las señas de su identidad.
Este fenómeno se corresponde con la realidad propia de cada uno de esos
bienes, ya que las personas no dependen de ningún otro elemento de nuestra
realidad, siquiera de ellas mismas, para ser un bien.
Los movimientos en pro de recuperar la tradición contemplativa en nues-
tras culturas, por la vía de estar plenamente presentes, nos recuerdan que
no hay cosa más importante que la sensibilidad frente al bien. Preparar para
descubrir el bien en uno mismo, en quienes nos rodean y en lo que nos rodea.
No tiene sentido hablar de las normas, ni las virtudes importan, si no se
habla del bien, la felicidad: cómo vamos a ayudarnos a ser felices.
Valores para juzgar
Hay bondad en la existencia, todo puede ser bueno pero, ¿cuál es el bien
adecuado a mí? Nosotros sabemos que el sol en las piernas desnudas del bebé
ayuda a una buena calcicación, pero entonces, ¿por qué razón no dejamos al
bebe desnudo, durante tres horas, al sol del mediodía de verano? Ese no es el
bien adecuado a su realidad, por muy valioso que yo lo considere.
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Las normas serán auxilios a nuestro razonamiento, cuya bondad viene del
bien que persiguen. Es importante recordar que las hemos puesto luego del
bien y a éste luego de la felicidad.
En el museo del Louvre se conserva el Código de Hammurabi (1700 a. C.)
y algo más de cinco siglos después podría estar el origen de normas paradig-
máticas de nuestra civilización, el decálogo del Éxodo (20:1-3, 7, 8, 12-17):
«Entonces pronunció Dios todas estas palabras diciendo: “Yo, Yavé, soy
tu Dios, [...] No habrá para ti otros dioses [...] No tomarás en falso el
nombre de Yavé, tu Dios [...] Recuerda el día sábado para santicarlo»;
«Honra a tu padre y a tu madre», «No matarás»;
«No cometerás adulterio», «No robarás»;
«No darás testimonio falso contra tu pjimo»;
«No codicies la casa de tu prójimo. No codicies su mujer, ni sus ser-
vidores, su buey o su burro. No codicies nada de lo que le pertenece».
Las siete proposiciones antes transcriptas, contienen diez normas, que se
reeren a bienes especícos:
1º, 2º y 3º Dios como bien humano; 4º la familia; 5º la corporeidad; 6º la
sexualidad; 7º los bienes materiales (extensiones de lo que él es); 8º la honra,
la buena fama, el reconocimiento de lo hecho.
El bien da sentido a las normas, así la asociación de las pertenencias a la
propiedad y la mujer a la sexualidad es ernea; quienes hemos trabajado en
comunidades pequeñas, paupérrimas y aisladas, vivimos que los 9º y 10º man-
damientos deben ser leídos desde el mayor bien de la paz en la vida común.
Las normas podrán ser conclusiones de principios generales del bien
(como las señaladas) o convencionalismos sociales, siendo las primeras las
más importantes, sin embargo, las segundas no dejan de estar referidas al
bien para poder ser percibidas/armadas/reconocidas como valiosas.
Valores para obrar
Sin sensibilidad para descubrir el bien, falta el olfato para ser feliz. No
siempre acertamos en percibir/apreciar la relación entre mi acto y el bien.
¿Cómo mejorar nuestro ajuste entre la realidad y nuestro reconocimiento de
esa realidad? Porque nunca estamos detenidos, aún el éxtasis hace diferencia.
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Ser persona es valorar
Nuestra vida es caminar, y hay un proceso misterioso que acompaña la
elección del hombre: prendo un cigarrillo y fumo por primera vez... Me he
dado cuenta que cuando ejerciendo una determinada opción transformo la
realidad, por mi causa se producen procesos físicos y químicos alrededor. Sin
embargo, ha sucedido algo muy importante, yo creía que fumaba, pero me he
ido haciendo un fumador; elegí excederme en el consumo de alcohol, pero
no me di cuenta que me volvía un alcohólico.
El acto aislado apenas me modica, sólo me ha dispuesto a un nuevo acto
aislado, pero si este se reitera pasará a ser una costumbre y al hacerlo me mo-
dicará de modo estable en alguna de mis realidades (facultades). Este proce-
so descripto hace más de veinticuatro siglos, encuentra hoy bases neuronales.
Cuando estas disposiciones estables amplían mi libertad las llamamos virtudes,
cuando me van encerrando en no poder abandonar el acto, las llamamos vicios.
Es sabido que toda costumbre perfectiva requiere ejercicio y continuidad
(la virtud no se alcanza por asalto dirían los antiguos). Para avanzar en el
proceso, habrá que sustituir unos hábitos por otros, e ir armando cadenas de
operaciones que vayan trabajando la costumbre para la realización de actos
que me perfeccionen (y a veces me liberen de una adicción).
La virtud es así la fuerza de mi libertad asumida y su ausencia la limita-
ción de mi libertad delegada. Las virtudes (buenas disposiciones internas)
nos motivan y capacitan para el logro de nuestras metas. Lo contrario serían
los vicios (que desaparecen a medida que crecemos en virtud).
Es un camino muy distinto del «autocontrol» (self control), estructuras
extrínsecas que si bien, a veces son ecaces, pueden también destruir texturas
de la personalidad singular.
Moverse desde el interior, jarse la meta, arrancar y perseverar, todos sa-
bemos que con ello se logra lo que nos proponemos. Es la tarea de la sensi-
bilidad, el razonamiento y la conducta, es el horizonte del bien, la norma y la
virtud en reforzamiento mutuo:
Autogobierno
Sensibilidad ética Bienes morales Automotivación
Razonamiento ético Normas morales Autonomía
Comportamiento ético Virtudes morales Autodeterminación
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Roberto Estévez
La tarea librada al trabajo humano, a las culturas, no es ni más ni menos
que terminar el desarrollo de lo creado, llevarlo a su perfección posible, de-
safío y tarea de amar la creación, que se renueva en cada persona que nace.
Valores desencontrados6
A diferencia del Monte Olimpo, donde los dioses representaban un valor
y estaban en permanente lucha, los valores no se amigan, ni luchan entre sí,
no se encuentran, no se desencuentran, ni dialogan.
Uno no ve valores caminando por las calles, ni en las guerras, ni cuidando
a un moribundo, sino a hombres (mujeres y varones) que se mueven con la
energía que les da el haber interiorizado un algo o un alguien al que consi-
deran valioso.
En esta interiorización, reconocemos sabio a aquel a quien las cosas le sa-
ben como son, e ignorante cuando alguien mal usa las redes o los medios para
hablar sin conocimiento de cosas que tenemos experiencia.
A medida que vamos creciendo, nos es más fácil identicar a quien fabu-
la y a veces, sólo a veces, lo conseguimos con alguien que padece desorden
psicológico (sobre este problema del desconocimiento de la interioridad del
otro está el éxito reciente de Netix Ilusiones Mortales, 2021), y cuando al-
guien entrega su inteligencia a una ideología, que es una categoría de desor-
den del alma, que le permite vivir en una segunda realidad distinta de aquella
en la que está inmerso.
Hay ideas que nos encaminan hacia un pensamiento que deja de ser opi-
nión para convertirse en conocimiento político, e ideas al servicio de la acción
política (ideologías, mitos y utopías), las que, si bien no están sometidas a
la identicación con el sabor de las cosas, deben tener de la brisa ese olor a
calle… que me da la dirección7 para que alcancen popularidad.
Nuestro obrar es todo nuestro, es decir que no obran nuestras manos, sino
que todo nosotros estamos en el obrar de nuestras manos. Nosotros volca-
mos el sentimiento en la canción. Damos asentimiento nocional a las ideas y
6
Se desarrollan en este punto ideas esbozadas en un artículo del mismo nombre publicado en
la revista Criterio, n. 2476, mayo de 2021, pp. 22-25.
7
Reero varias veces en esta parte, la canción Los caminos que no sigue nadie compuesta por
el dúo Pedro y Pablo (Miguel Cantilo y Jorge Dirietz, 1970) en el mismo período en que se
desataba la espiral de violencia en Argentina.
51
Cuaderno de Ciencias Humanas 4 (junio 2024) 37-84
Ser persona es valorar
abstracciones, y tienen un cierto poder, pero damos asentimiento real a algo
que experimentamos, sentimos y eso es lo que da energía a la acción.
La publicidad del ¡Llame ya! procura que el sentimiento tapándome los
ojos me lleve a la compra de impulso, antes que el tiempo permita una consi-
deración más detenida de la acción, algo parecido sucede con el fundirme en
el nosotros de la ideología.
El problema particular de la ideología, como justi cadora de la acción
política, es que consiste también en un ocultamiento que se oculta, pudiendo
alcanzar en su re ejo de una segunda realidad, un no re ejo de la realidad,
resultante en una alta perdurabilidad en el tiempo; como esos cuentos popu-
lares que reencontramos repetidos una y otra vez en distintos libros y pelícu-
las, culturas, y momentos históricos.
En muchas profesiones, la adquisición de los conocimientos va siendo
acompañada por un entrenamiento (training/ascesis) para evitar las decisio-
nes impulsivas cuando la información es imperfecta. Esto es esencial cuando
se está a cargo de personas, lo que es una función de gobierno, desde una
familia hasta una empresa global, pasando por un movimiento político y el
estado nacional.
Yo voy perdiendo sangre como el sol de la tarde
Luego de sus libros El aparato. Los intendentes del conurbano y las cajas
negras de la política (2005), Propaganda K. Una maquinaria de promoción
con el dinero del Estado (2007) y Born (2015), María ODonnell ha hecho una
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Roberto Estévez
nueva contribución a la memoria de la democracia argentina con su libro
Aramburu (2020).
Los dos primeros son periodísticos, pero los dos últimos son libros poco
comunes en nuestra Argentina –donde se tiende a hablar de héroes olímpicos
y demonios infernales–, y no de pobres hombres (mujeres y varones), que
aciertan y erran, hacen maravillas y ponen en marcha desencuentros axioló-
gicos que llevan a catástrofes colectivas.
La reconstrucción minuciosa del secuestro y homicidio de Aramburu va
abriendo paso a los orígenes de Montoneros, y a su disolución fáctica, trans-
parentando los valores que energizan las acciones durante uno y otro período.
Mientras relata esta historia de la memoria de la democracia argentina, va
reriendo otras dos historias globales/locales: la de la guerra fría –desde de la
Segunda Guerra Mundial–, y la de la tensión conservación/renovación en la
Iglesia Católica –ya antes del Concilio Vaticano II–:
En plena guerra fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, con
el empuje de las numerosas colonias que se habían independizado en
África y Asia, había surgido el Movimiento de Países No Alineados y
la noción de Tercer Mundo. Esos vientos de cambio conmovieron a la
Iglesia en forma inesperada. (ODonnell, 2020)
Se trataba de un mundo que ya había iniciado un cambio de ethos impre-
visto, aun para los observadores más lúcidos. Vale como testimonio la mirada
de Ortega y Gasset sobre el comienzo del siglo XX con ocasión de Los terrores
del año mil, crítica de una leyenda (1909):
Hoy, sólo merced a un gran esfuerzo de disociación, podemos recons-
truir aquel estado sentimental e intelectual, porque la base de nuestras
vidas es algo rme y denitivo; las instituciones fundamentales están
perfectamente delimitadas, legalizadas y reconocidas; los aconteci-
mientos económicos siguen su marcha regular; la ciencia ha perdido
la bienhadada inocencia, y no se halla al capricho de cualquier error
craso y elemental presentado con rmeza e ingenio. Y todo esto es de
tal manera sólido y preciso, que llega á inquietar los ánimos amigos de
las cosas turbulentas, de la intervención del «Deus ex machina», de las
ideas confusas, en una palabra, de todo lo robusto; tal es, a mi entender,
53
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Ser persona es valorar
la signicación de los anarquistas políticos, artísticos y cientícos, pro-
testantes de la marcha legal, sin altibajos ni emboscadas de la existencia.
En el olor a calle, los movimientos anarquistas ya se hacían notar desde
nes del siglo anterior, el racismo se consideraba ciencia, se estaba en los
albores de la Primera Guerra Mundial, y la revolución bolchevique. El aire
del tiempo se estaba transformando, y la energía de las elecciones detrás de
los actos humanos había variado sus ejes en dirección al mundo actual en
que vivimos, luego del trauma de Verdún, se pensaba que habían vivido la
guerra que terminaba con todas las guerras, y llegaron todavía los traumas de
Auschwitz, Hiroshima y Vietnam.
Y yo sé que tapándome los ojos
Hasta donde sabemos, los hombres no dejan de valorar mientras viven.
Nuestros sueños y pesadillas expresan valoraciones, aun cuando dormimos.
Hay registros sucientes de pacientes en coma que disciernen determinadas
voces, las cuales –a veces–, los llevan a salir de su estado. Toda relación entre
hombres (mujeres y varones) está energizada por lo que valoramos.
Las ideologías, como enlatados morales, sortean muchos problemas entre
personas y automatizan el consenso, con lo que van acumulando problemas sin
resolver, ya que acumulan deberes vacíos de realidad, y lo que las cosas son va
perdiendo importancia por la inación sustituta de lo que las cosas deberían ser.
Cuando ocurrió el golpe militar del 24 de marzo de 1976, Montoneros
conaba en una dialéctica, que se manifestaría como: ofensiva militar, re-
sistencia guerrillera, contraofensiva montonera, que se les hacía consistente,
porque conaban en la dialéctica de la historia marxista.
Pero el voluntarismo de la visión ideológica de Montoneros acerca de la
necesidad histórica no se correspondía con la realidad de un estado que ya
desde hacía años «había copiado el modelo francés de brigadas de seguridad
contra las guerrillas –los militares franceses habían aplicado métodos de tor-
tura contra los rebeldes argelinos» (O’Donnell, 2020).
Esa se había convertido en la doctrina real de las fuerzas armadas. En
contra de la distinción entre gobiernos autoritarios y estados totalitarios de
Jeane Kirkpatrick (1979), para quien «los gobiernos autoritarios tradicionales
son menos represivos que las autocracias revolucionarias» (p. 11); luego de
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Roberto Estévez
los totalitarismos del siglo XX y con el avance de los medios tecnológicos, el
totalitarismo es el desarrollo más probable de cualquier régimen autoritario.
Cuando allí me voy perdiendo / Tras de mi imaginación
En la Iglesia Católica, la represión cayó por igual sobre todas las teologías
de la liberación, la naciente teología del pueblo y toda expresión pastoral-
mente encarnada, sin distinguir opción sobre la lucha armada, la no violenta,
el anhelo de la democracia perdida, o el absurdo. Entre muchos, el caso de
María del Carmen Maggi, decana de la Facultad de Humanidades de la Uni-
versidad Católica de Mar del Plata, colaboradora de monseñor Eduardo Piro-
nio, que el 9 de mayo de 1975 fue secuestrada por escuadrones de la muerte
paraestatales y hallada, el 23 de marzo de 1976, sin vida, cerca de la ciudad de
Mar del Plata (Camusso, López y Orfali, 2012).
En el libro de María O’Donnell y en el anterior de Lucas Lanusse (2005) se
percibe que no fue pareja la opción de quienes vivían solos y quienes vivían
en comunidad dentro de la Iglesia. Como se dijo antes, no existen todavía in-
vestigaciones especícas, pero es razonable pensar que la praxis del gobierno
capitular, la colegialidad, las asambleas comunitarias en parroquias, universi-
dades, congregaciones y órdenes, permitió un diálogo, debate y discernimiento
comunitario, con menor literalidad y dogmatismos. Una mirada más realista del
acontecer histórico y de la profundidad de la oscuridad que se estaba desatando.
Esto ya había sucedido en 1511 cuando los religiosos de La Española de-
cidieron en Capítulo denunciar la encomienda; luego en el Capítulo de San
Esteban de Salamanca cuando discutieron la defensa de esos religiosos ante
el emperador, dando luz a lo que se conocería luego como el derecho inter-
nacional de gentes, y en 1810 cuando las órdenes religiosas se volcaron por
la revolución ante un clero secular que dudaba por la verticalidad regalista.
Dentro de la Iglesia, en las familias, o en los partidos políticos, donde se
generan espacios humanos con menos voces, con más monólogos ideoló-
gicos, o con escuchas apenas simuladas es más difícil resolver la dicultad
humana de que puedo querer lo que quiera, pero no puedo hacer bueno lo
que he querido.
Como documenta la vida de Pironio, la muerte de María del Carmen Ma-
ggi y la canción que hemos tomado en esta parte, había otros caminos […]
aunque parecía que no los seguía nadie, no era así.
55
Cuaderno de Ciencias Humanas 4 (junio 2024) 37-84
Ser persona es valorar
¿Encarnación de valores?8
Durante trece años trabajando en el llano de La Rioja con adolescentes y
jóvenes de entre quince y veinte años, compartimos la vida con esas queridas
personas buenas, generosas, tiernas, difíciles y algún violento.
En esos caseríos criollos antiguos, de aridez casi deserticada, donde an-
tes de una elección colocan los postes de luz, a la siguiente elección cablean
el pueblo, y nunca conectan ese cable con nada; entre casa de tres muros de
adobe, luego de un día agotador, sentados al sereno, en torno al fogón se
daban las charlas. Entonces solía preguntar a los chicos: «¿quién de ustedes
tiene un cuerpo?» Levante la mano
Luego de un poco de desorientación por la pregunta, todos levantaban la
mano. Entonces les proponía con alguna picardía: Yo no tengo un cuerpo, soy
mi cuerpo.
¿Quién puede encarnarse?
Amigos de Emilio Komar recopilaron en un libro la conferencia Encar-
nación de valores, donde el lósofo explica que el tema de los valores aparece
sobre todo bajo un doble aspecto que es también una doble exigencia: los
valores se viven y los valores «valen», tienen fuerza; podríamos decir: aspecto
de encarnación y aspecto «energético».
Komar usa la expresión encarnación de un modo propio de su tiempo, pero
nos deja el registro que le incomoda. La razón de su nota al pie9, no es tan
evidente en nuestro tiempo actual, pero sigue siendo la misma: las personas
humanas no podemos encarnarnos porque ya somos constitutivamente carne.
En nuestra acción es muy difícil distinguir lo corporal, de lo emocional,
de lo espiritual; lo individual de lo social (Estévez, 2020). La visión idealista
8
Se desarrollan en este punto ideas esbozadas en un artículo del mismo nombre publicado en
la revista Criterio, n. 2478, julio de 2021, pp. 34-37.
9
Orden y misterio, p. 158, n. 31. El segundo al referir: Lo que hoy se llama «encarnación», los
escolásticos lo han estudiado en el catulo de los hábitos. Advierte que el uso del término En-
carnación que está haciendo, es inapropiado, ya que se encarna lo que es de por sí ajeno a la «car-
ne». Precisando como indica Henri Lubac, que el término encarnación corresponde solo para
la Encarnación de la Segunda Persona Divina y su uso no debería haberse extendido indiscrimi-
nadamente. Lo cual, sin embargo, ocurrió. Después de las obras de Gabriel Marcel, Emmanuel
Mounier y otros autores, especialmente de la orientación llamada “existencialismo cristiano.
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Roberto Estévez
que se fue abriendo en las distintas vertientes de la segunda Modernidad –a
partir de la Ilustración emancipadora– se va quebrando por el daño que ha
producido la primacía de la racionalidad del cálculo, pero se prolonga en es-
piritualidades «desencarnadas» –chispazos de actitudes gnósticas sobre telo-
nes orientales–, en una gradiente desde la visión mínima que nuestro cuerpo
es una más de nuestras posesiones, hasta la idealización de nuestro verdadero
ser espiritual que está encarcelado en el cuerpo.
Estas ideas subyacentes, de nuestro cuerpo objeto –no podemos ser ni
desencarnados, ni desalmados–, dicultan el acceso a la realidad que com-
probamos cada despertar: somos «un amasijo hecho de cuerdas y tendones»
(La Masa, Silvio Rodríguez) y somos más que cuerdas y tendones.
Si no es encarnar, ¿sólo se trata de vivir valores?
El técnico de fútbol nos cuenta que los muchachos están muy motivados
para el partido y lo observable es cómo se mueve el equipo en la cancha,
cómo buscan la pelota, la precisión en los pases, sus intentos de llegar al arco
y mover el marcador.
Vemos un conjunto de acciones humanas que coordinan las personas fuen-
te de esas acciones –con su totalidad «a cuestas» o «en el tanque»– para conse-
guir unos objetivos que a todos interesan, aunque ese interés pueda deberse a
motivos –de satisfacción de necesidades– de naturaleza muy diferentes.
Observamos que en el partido todos los jugadores, o muchos de ellos,
ponen la misma garra y sabemos por ello que están muy motivados. El mo-
tivo de esa motivación está allí, pero al ser interior, es –en principio– opaco
a nuestra observación.
Sin embargo, en el tiempo, podemos llegar a intuir cómo muchos juegan
por la prima durante el campeonato y por la camiseta durante el mundial. Esa
puede ser una de las razones por la que los mundiales tienen siempre más pú-
blico que los campeonatos. No es sólo el interés nacional sino la calidad, la de-
portividad del juego, el corazón que se ha puesto cuerpo y sangre lo que atrae.
La motivación del equipo de fútbol en la cancha tiene motivos (la intencio-
nalidad) que son la fuente energética de la motivación de cada uno. Tanto el
jugador en la cancha, como el espectador en la tribuna abstraen del motivo el
valor que da energía a esa acción. Pero el valor abstraído ya está en su singula-
ridad en la acción intencional, antes de cualquier juicio o apreciación posterior.
57
Cuaderno de Ciencias Humanas 4 (junio 2024) 37-84
Ser persona es valorar
Motivación Motivo Valor
Percibir que no se vive lo valorado
Cuando lo que mueve a las personas es lo que hacen (lo que hacen es su
n nal), y no es que lo hacen por otros nes, ajenos a su acción, eso se nota
y en el partido de fútbol, la diversión es grande.
Por esa actualidad del n los valores se perciben/aprecian con mayor facili-
dad donde no hay rutina, lo que no quiere decir que en las rutinas no se pueda
percibir/apreciar valores (pero eso es un tema que nos distraería ahora).
En la acción se ha roto la indiferencia de una voluntad –que no se mueve
a sí misma, en sí misma, sino que es movida por su objeto– pero el motivo,
su sentido subjetivo, puede permanecer todavía opaco para el observador.
Sin embargo, más a la corta que a la larga, aunque no conozcamos el motivo
real, intuimos que el motivo tras la motivación no es lo que se quiere hacer
parecer. No vive lo que dice vivir.
Lo mismo en un partido de fútbol que en el juego de papá, la clase del
maestro, el trabajo, o la celebración litúrgica. Los partidos, las familias, las
escuelas, los trabajos y las iglesias, desabridos (sin sabor), rutinarios, aburri-
dos, adolecen de energía porque el objetivo de lo que se hace, no está en lo
que se hace, sino en otro lugar. Sin cuerpo y sangre (con energía prestada),
no hay sabor.
Apreciar que se vive lo valorado
En la segunda década del siglo XX, una joven lósofa judía del círculo de
la fenomenología de Edmund Husserl, activista por el voto femenino y la paz
en Europa, visitó la catedral de Fráncfort en el momento en que una mujer,
de paso del mercado, entró para rezar un instante y siguió su camino. Para
ella resultó sorprendente: «en las sinagogas y templos que yo conocía, íbamos
allí para la celebración de un ocio. Aquí, en medio de los asuntos diarios,
alguien entró en una iglesia como para un intercambio condencial. Esto no
lo podré olvidar jamás».
El valor que percibió en la mujer del mercado, el motivo que le compartió una
amiga al enviudar y el contacto con la motivación de Teresa de Jesús, en la lectura
de su vida, la decidieron a Edith Stein –la primera mujer en obtener un docto-
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Roberto Estévez
rado en losofía en Alemania–, a pedir el bautismo cristiano, en la confesión
católica. Al tiempo decide entrar de religiosa contemplativa y posteriormente
debe ser trasladada a un monasterio de Holanda para protegerla de los nazis.
Luego de la invasión a Holanda, los obispos holandeses condenaron el
antisemitismo y se opusieron a la deportación de judíos mediante una carta
pastoral leída el día 26 de julio de 1942. El día 30 de julio se libró una orden
para arrestar a todos los judíos de religión católica. Edith Stein y su hermana
fueron arrestadas el día 2 de agosto de 1942 y llevadas con otros religiosos y
religiosas a un campo de concentración en Holanda, donde una testigo regis-
tró en su diario la presencia de una monja carmelita con una estrella amarilla
–Edith siempre fue el a su identidad judía y registró su entrada como tal a
Holanda– y de un grupo de varones y mujeres religiosos que se reunían para
rezar. Murió en la cámara de gas de Auschwitz, en Polonia, el 9 de agosto de
1942, llevaba el número 44074.
En los escritos de Edith Stein
Cada sentido comprendido exige una actitud correspondiente y tiene a
su vez la fuerza que mueve a actuar en conformidad. Nosotros llamamos
motivación a ese ponerse en movimiento el alma, en el que algo colma-
do de sentido y fuerza nos lleva a una conducta a su vez llena de sentido
y fuerza. De esta manera se hace de nuevo patente hasta qué punto en la
vida espiritual están unidos el sentido y el vigor. (2003, p. 187)
Abstraer lo que se percibe/aprecia
Abraham Maslow propuso en 1943 su Teoría de la motivación humana, a
través de la imagen de una pirámide, en cuya base amplia se encuentran las
necesidades básicas o siológicas (referentes a la supervivencia), angostando
en el nivel de necesidades de seguridad (se reeren a sentirse seguro y prote-
gido y surgen cuando las necesidades siológicas están satisfechas), aliación
(relacionadas con nuestra naturaleza social), reconocimiento, hasta llegar a
su vértice con las necesidades de autorrealización (reconocimiento).
Maslow propuso dos tipos de necesidades del quinto nivel: la estima alta
consistente en el respeto a uno mismo (conanza, competencia, maestría,
libertad e independencia), y la estima baja consistente en el respeto de las
demás personas (aprecio, estatus, fama, y dominio).
59
Cuaderno de Ciencias Humanas 4 (junio 2024) 37-84
Ser persona es valorar
En 1970, Juan Antonio Pérez López obtuvo su doctorado en negocios en
la Universidad de Harvard con una tesis titulada Organizational theory: A cy-
bernetical approach a partir del concepto de aprendizaje, considerando como
tal el cambio «que ocurren en el interior de los agentes como consecuencia
de la propia interacción, siempre que esos cambios inuyan en cómo será la
siguiente interacción».
Comparar a ambos autores respecto de sus teorías de la motivación es
para una tesis doctoral y no para un artículo, pero sí podemos observar que
en Pérez López la teoría de la acción no es de un único sujeto aislado, sino
una teoría de la acción recíproca, es decir, que las acciones no solo modican
el medio, sino que, modiquen o no el medio, producen repercusiones en sí
y en las acciones de otros sujetos.
Siendo los resultados interiores a la acción (que el autor llamará el apren-
dizaje motivacional) más signicativos que sus consecuencias externas, pues-
to que modican las capacidades de los sujetos en orden a la realización de
acciones ulteriores –introduce el análisis del feedback, ausente en las descrip-
ciones anteriores.
Clasica también los motivos de la acción, pero de un modo menos racio-
nalista y más intuitivo, según el motivo real de la acción realizada (y no según
la acción realizada):
− Extrínseco: el motivo, lo verdaderamente querido, no es el objetivo de la
acción, sino el premio a obtener o castigo a evitar;
− Interno intrínseco: el motivo, lo verdaderamente querido no es el objetivo de
la acción, sino el aprendizaje (transformación) que obtendrá el sujeto agente;
− Interno trascendente: lo verdaderamente querido es la acción que se rea-
liza, el motivo es lo que se hace porque se ha hecho propio de la acción,
el bien de un sujeto que la trasciende. Es trascendente porque el otro
rompe la burbuja (mónada) de mi auto condescendencia, me incomoda,
perturba y me saca del en-si-mismamiento al ser-para-el-otro. Si fuera a
operarme, es razonable pensar que el cirujano quiere ganar su honorario,
también es posible pensar que quiera mejorar su destreza técnica, pero
desearía que también quiera curarme.
El autor sostiene que, de ordinario, los tres tipos de motivos están pre-
sentes y se combinan en distintas proporciones en dos sujetos que realizan la
misma acción con la misma fuerza motivacional.
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Roberto Estévez
Propone que no hay una secuencia obligada de satisfacción de las necesi-
dades. Los humanos no necesariamente ascendemos en las motivaciones por
la satisfacción de las necesidades, en uno u otro nivel. Incluso –como sabe-
mos quienes hemos participado de equipos que salvaron instituciones en las
recurrentes crisis argentinas– muchas veces las personas resignan sus nece-
sidades básicas para hacer propias las necesidades de un otro, que no aparece
en la pirámide antes esbozada. Fue el caso de una automotriz que luego de
aprobar una reducción de plantilla del 10 % recibió la contrapropuesta obrera
de reducir los salarios en un 10 %.
El problema del feedback
La acción siempre depende de una intencionalidad que permanece hasta
en nuestros sueños y pesadillas, motivos en los que descubrimos nuestras
valoraciones aun cuando dormimos.
La decisión aislada apenas nos modica, pero a medida que la vamos re-
iterando nos va haciendo quienes somos y por lo tanto más proclives a tocar
bien el violín –con lo que la gente dirá que somos unos virtuosos del violín–, o
a saltear las inhibiciones de una conducta destructiva, de modo que ya no sere-
mos quien bebió de más, sino un bebedor, aunque seamos virtuosos del violín.
De ese modo, al elegir un motivo u otro, fuente de motivación para una
conducta u otra, nos hemos elegido a nosotros mismos, quien en verdad que-
remos ser. Como propone Jorge Drexler: Cada uno da lo que recibe / Y luego
recibe lo que da / Nada es más simple / No hay otra norma / Nada se pierde /
Todo se transforma.
Valorar errando10
Los valores no se viven como valores, sino como decisiones personales.
Robert Waldinger (2016) que dirige en Harvard el estudio de más largo alien-
to –más de setenta años– sobre la felicidad señala que «lo importante para
mantenernos felices y saludables a lo largo de la vida es la calidad de nuestras
relaciones».
10
Se desarrollan en este punto ideas esbozadas en un artículo del mismo nombre publicado en
la revista Criterio, n. 2479, agosto de 2021, pp. 34-37.
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Cuaderno de Ciencias Humanas 4 (junio 2024) 37-84
Ser persona es valorar
Adicionalmente han encontrado que, «en el caso de las personas más sa-
tisfechas en sus relaciones, más conectadas a otros, su cuerpo y su cerebro se
mantienen saludables por más tiempo».
He tenido la oportunidad de festejar, con empanadas, esa calidad humana
–felicidad– de la vida de la viejita que acababa de fallecer a los 88 años –«sí
tenía 88 por el documento, pero las llevaban a anotar a la ciudad cuando eran
señoritas», me dijo un vecino–, en su rancho paupérrimo, y de una madre en
quien también se cumplió esa condición en la solemnidad de un piso sobre
una de las avenidas buenas de Buenos Aires.
La calidad de la vida humana a todo plazo, que llamamos felicidad, la
vivimos por lo que valoramos, o ¿por qué de un modo u otro tuvimos la op-
ción de vivir así, y la aceptamos en nuestra habitualidad? La experiencia nos
muestra que es un valor accesible en diversas condiciones, pero también que
existen valoraciones que pueden impedirla.
Los valores valen porque se vive según ellos. Los valores son la abstrac-
ción del sentido real de la acción particular, sean o no buenos, sean o no
declarados como motivo de la acción, provienen del motivo real que es la
fuente de energía de la acción, y se van articulando como constelaciones que,
nos guste o no, dan sentido a la vida. Es la motivación (energía, fuerza) de la
acción real lo que se puede observar y no la abstracción del valor.
En la acción nos damos cuenta que se ha roto la indiferencia de una vo-
luntad –que no se mueve a sí misma, en sí misma, sino que así es movida–
pero el motivo, su sentido subjetivo, nos puede permanecer todavía opaco.
Sin embargo, más a la corta que a la larga, intuimos que el motivo tras la mo-
tivación es –o no– lo que se quiere hacer parecer para producir corazoncitos
y pulgares, en alguna red, sin pensarlo.
Los valores son el sentido real de la acción particular, sean o no buenos,
sean o no declarados como motivo de la acción, son la fuente de energía de la
acción. Nuestro corazón tiene olfato para el bien, pero por varios factores no
siempre acertamos (respecto a nosotros o a los demás).
Valores impedientes
A veces hay condicionantes biológicos que nos impiden asumir ciertos
motivos, pero lo más frecuente es que haya impedimentos –impedientes– de
tipo psicológico, como miedos que no pueden ser ordenados por la razón.
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Roberto Estévez
Muchas veces experiencias traumáticas en la infancia bloquean la auto-
percepción en el ser («estoy rota», «yo no sirvo para nada») o en el hacer
(«siempre serás una mocosa», «nunca vas a terminar una carrera», «no con-
servás ningún trabajo», «no servís para nada») en esos casos hay motivos que
nos resultan vedados, impedidos hasta el punto que hay deportistas que solo
pueden dar su verdadero potencial luego de un acompañamiento que le ha
permitido superar estas barreras.
Hay también impedientes de irrealismo moral. Si al nacer otro nos visten
por compasión y al morir otro nos entierran por misericordia, el otro no es el
inerno, sino mi salvación –como demuestra el estudio de largo aliento antes
referido–, pero es posible que se establezcan culturalmente impedimentos a
la razón, que van del tanguero «la poesía cruel de no pensar más que en mí»,
hasta el exacerbado «yo, yo, y después, yo».
Desde lo cultural, una combinación de los dos anteriores –fobias y ego-
centrismo– es concebir la felicidad como la acumulación de dinero, que se
sintetiza en la idea de que la felicidad consiste en cosas y la seguridad es el
dinero que todo lo compra. Esta valoración irreexiva –pero hoy tan fre-
cuente– supone que todo está en el mercado, y todo tiene su precio.
Uno de los errores de la nueva izquierda en América Latina, es identicar
capitalismo11 y mercado y, en su lucha contra el capitalismo, destruir los mer-
11
Sols Lucía, 2021, pp. 21-22: «La economía de mercado ha tenido cuatro etapas, cada una de ellas
con sus interesantes logros y también con sus contradicciones: 1/ la etapa mercantil (siglos XIII -
XVIII), en la que la riqueza consiste en tener grandes propiedades, 2/ la etapa industrial (nales
del XVIII - primer tercio del XX), en la que la riqueza reside en poseer medios de producción que
permitan fabricar a gran escala, 3/ la etapa nanciera (desde el segundo tercio del siglo XX), en
la que la riqueza consiste en tener acciones en bolsa y muchos dígitos en una cuenta bancaria, y
nalmente 4/ la etapa informacional (desde inicios del siglo XXI), que apenas hemos estrenado,
en la que la riqueza reside en poseer mucha información (un secreto industrial, la fórmula de una
bebida popular, secretos inconfesables de un presidente cuya divulgación acabaría con su carrera
política, la vacuna contra un virus depredador, el nombre de los espías de la potencia rival). Estas
etapas no se pueden cortar con un cuchillo: cada uno de estos tipos de economía de mercado sigue
hoy vigente, aunque con acentos distintos. Tal como Marx armó, y como se ha repetido hasta la
saciedad, la economía de mercado —que él denominó despectivamente capitalismo— es un sis-
tema muy hábil para generar riqueza, pero torpe para distribuirla. De todos modos, tenemos una
errónea percepción de este sistema: creemos que siempre ha sido como en sus etapas industrial y
nanciera, pero eso no es cierto. De hecho, la economía de mercado es un sistema que hunde sus
raíces en el siglo XIII, promovido por los franciscanos, como bien han expuesto en sus trabajos los
economistas Stefano Zamagni y Luigino Bruni, y que nació en pleno mundo feudal precisamente
como un espacio de libertad en el cual cada agente podía comprar, vender o producir lo que
quisiera. Con el tiempo triunfaría el lema francés «laissez faire, laissez passer» («dejad hacer, dejad
63
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Ser persona es valorar
cados. Las sociedades humanas han tenido mercado antes de las ciudades.
Aun cuando están prohibidos, todas las sociedades, capitalistas o no, tienen
mercados, con o sin moneda, compran, venden e intercambian bienes.
El templo, el mercado y el palacio/ágora están en el origen de nuestra socie-
dad euroamericana, desde el zigurat sumerio hasta nuestros días. El problema
es que su actualidad global –sea por Levi’s, Wrangler, empanadas argentinas, o
tacos mejicanos, que se pueden comprar en casi cualquier lugar de la tierra–,
condicionan nuestros conceptos de sociedad, de política y hasta de nosotros
mismos, desde la idea de que todo se vende –hay que venderse bien.
La innita fertilidad de la naturaleza, la tierra, el agua, todo tiene pre-
cio y se reduce a acciones de la bolsa de valores. Incluso nosotros es-
tamos en “el mercado de trabajo... con frecuencia nuestra “caritas” se
monetiza y se convierte en “caridad” (limosna), sustituyendo el com-
partir la vida por un don monetario. (Radclie, 1994)
Valores desbordados
Toda vida tiene sus sentidos, de modo que cada sentido comprendido exige
una actitud correspondiente y tiene a su vez la fuerza que mueve a actuar en
conformidad (motivación). Sin embargo, muchas veces descubrimos en una
discusión que nuestro propósito de escucha, o de mesura, fue abandonado
con la primera palabra hiriente que escuchamos. Lo que habíamos previsto
como la imaginación de una mejor versión de nosotros mismos quedó total-
mente descartado.
Y no siempre ha sido la pasión la que ha nublado la inteligencia, sino que, a
veces es la racionalidad expresándose como deber ser, o como mis límites, lo que
interviene. Una pareja me comentaba que, en un momento acalorado, la discu-
sión había terminado cuando uno de ellos dijo: «lo pienso, pero no lo siento».
El problema de este avasallamiento es que ese valor, en su referencia real,
va siendo dejado de lado frente al desborde de nuestra emotividad o de nues-
pasar», esto es, libertad de producción y libertad de comercio). La libertad entró en la economía
precisamente con la economía de mercado. Al inicio, la economía de mercado no vino marcada
por la búsqueda del máximo benecio, como se suele creer erróneamente, sino por una articula-
ción de lo individual con lo comunitario: compro y vendo productos en el mercado tratando de
ganarme la vida con ello y procurando también cuidar de la comunidad».
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Roberto Estévez
tra racionalidad, y como la vida humana pone carne a un sinnúmero de
sentidos –no siempre congruentes, en el tiempo–, al ser carne, van adqui-
riendo organicidad y se estructuran como constelación de lo valorado (cul-
tura), moviendo la actuación futura a una mayor conformidad, hasta que en
lugar de ser una mejor versión de nosotros mismos, terminamos por ser una
versión «amputada» –de ternura carnal, de emocionalidad bondadosa, o de
racionalidad ordenadora– de lo que podríamos haber llegado a ser (con un
nal menos feliz que el de Mel Gibson en e Beaver, El castor, o Mi otro yo).
Valores espejismo
El video original de la canción Demons, del grupo Imagine Dragons, es
sumamente valioso; va alternando las imágenes del conjunto ejecutando su
música, con imágenes que emergen del close up de alguien del público. La
segunda secuencia emergente es de un joven frente al espejo, dónde es claro
que él no se ve en su anorexia, mientras la canción sigue Cuando cae el telón
(curtain call) / es el nal de todo… Así que ellos cavaron tu tumba, / y la mas-
carada llegará gritando / por el desastre que hiciste. Todo en el hombre puede
ceder a las fuerzas centrífugas de modo que la razón puede desconectarse de
los sentidos y mandar a la voluntad que, en el espejo, lo real es el espejismo.
Esa ensoñación también puede ser un espejismo comunitario. En 1991 inicia-
mos un proyecto educativo para la Ciudad de Tandil. Conceptualmente mixto,
con algunas de las ideas originarias de Víctor García Hoz en la personalización,
religioso –con apertura ecuménica y responsabilidad totalmente laical–, bilingüe
y de doble escolaridad. Algunas de estas notas de identidad, no tenían antece-
dentes en la Ciudad y por tanto era difícil ser entendidos por parte de la sociedad
local. Se decía que si el proyecto no era de una institución clerical era una secta,
que los chicos, al tener dos idiomas desde el comienzo de su escolaridad no ha-
blarían bien el castellano, que la jornada extendida los dañaría, y un largo etc.
A pesar de esas dicultades nos fuimos abriendo camino, y en 1998 deci-
dimos que el diagnóstico inicial del proyecto debía ser revisado con la ayuda
de consultores externos. A los veintisiete que éramos nos dividieron en cuatro
grupos, y antes de iniciar el trabajo –con cada grupo por separado– pregun-
taron cuál era el principal problema de la organización. Todos los grupos res-
pondimos el diseño de sistemas de relación con el entorno, es decir con nuestra
ciudad de Tandil.
65
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Ser persona es valorar
Las sesiones consistieron en plantear diferentes problemas para elegir qué
priorizar. Cada problema tenía implícita una decisión en la que valorábamos.
Bajar la misión a objetivos, metas y planes, y delegar las responsabilidades para
el cumplimiento de los objetivos ocuparon el primer y segundo lugar –consi-
derando tanto la importancia como el desempeño–, en tanto que el diseño
de sistemas de relación con el entorno de la Ciudad quedó en decimosegundo
lugar sobre doce, en todos los grupos.
Nuestros diálogos informales, espontáneos, nos mantenían en una bur-
buja, de la que salíamos para hacer nuestro trabajo según lo que en verdad
valorábamos.
A la cción de realidad del espejismo de valor, también se puede acceder
en el ciberespacio de la burbuja de sentido donde se exhibe para homoge-
neizar, para no perder el tren de la pertenencia, de la supuesta amistad, del
supuesto diálogo, que no es tal. La fuerza del espejo, queda reforzada porque
al que no coincide se lo bloquea, se lo cancela y así conrma mi poder de
hacerlo dejar de existir, lo que brinda un feedback de energía a la acción –fun-
dida en el nosotros colectivo–, hasta tanto no se despierte la conciencia de la
irrealidad de lo valorado.
Valores basura y valores fantasma12
William Golding tituló su primera novela El señor de las moscas (Lord of
the Flies, 1954), introduciéndonos abruptamente en el abismo de la conducta
humana que intuyó concretamente el pueblo judío.
Un grupo de niños británicos cae en una isla perdida luego de la explo-
sión sobre Hiroshima, la ausencia de adultos permite una utopía que, poco a
poco, va dejando paso a la sombra de la naturaleza humana, con la lucha por
el poder hasta la irracionalidad y la muerte.
A diferencia de la película La Playa (2000, con Leonardo Di Caprio), en
el libro El señor de las moscas subyace todavía el planteo teológico de si existe
una fuente del mal (la bestia) y el planteo político, donde el autoritarismo es
capaz de destruir los procesos democráticos –lo que la película mencionada
apenas esboza– e imperar, con asentimiento popular.
12
Se desarrollan en este punto ideas esbozadas en un artículo del mismo nombre publicado en
la revista Criterio, n. 2477, junio de 2021, pp. 32-35.
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Roberto Estévez
El malo
Los señores de los inframundos egipcios, griegos o mayas –que también
lo representaban como una serpiente– podían actuar de un modo sesgado y
hasta destructivo, pero no eran la serpiente que roba la inmortalidad a Gil-
gamesh, ni estaba perlada su psicología, como para la serpiente que invita
a sustituir a Dios, posibilitando la expulsión de Adán y Eva de la tierra como
paraíso, en el lenguaje del Génesis.
En el tercer milenio antes de Cristo, los pueblos del Este del Mediterráneo
rendían culto al Señor (Baal) como príncipe (Zebul) de la Tierra, dios del rayo y
el trueno, para otros el dios del fuego. Como en sus altares la carne del sacricio
se pudría, los judíos, en son de burla, modicaron su nombre con una onoma-
topeya que evoca el sonido del aleteo de las moscas, de modo que pasó a ser lla-
mado por ellos Baal Zvuv (El señor de las moscas, o Belcebú en nuestro idioma).
La palabra hebrea Sheol reere un subsuelo de sombras que reclama a
todo hombre. Aunque no tiene traducción posible, la biblia de los setenta
la asoció a Hades. En cambio, la expresión Gehena que aparece en el nuevo
testamento no se reere a un lugar espiritual, sino a un lugar físico, donde
había existido el culto cananeo de sacricar niños a Moloch/Molek, y desde
el año 638 a. C. se había convertido en basurero. Era el Valle para incinerar la
basura al pie de la puerta sudoeste de Jerusalén, «donde el gusano no muere
y el fuego no se apaga» (Mc 9:48)
Serán los autores cristianos del siglo II quienes, enfrentando el intento
gnóstico de inuir sobre las primeras comunidades –usando el género litera-
rio evangelio–, llegan a conceptualizar al malo como el enemigo del hombre,
opuestos a el amigo del hombre, que es Dios.
En el siglo XX, con la experiencia de la Primera Guerra Mundial, y duran-
te la Segunda Guerra Mundial, la genial intuición literaria de J. R. R. Tolkien
(1937-1955), y luego de C.S. Lewis (1950-1956), lo conceptualiza con distin-
tos nombres, pero siempre como el enemigo de la creación.
La trivialidad del valor
Sin negar la posibilidad de una entidad destructora, ni cuestionar las ra-
zones porque algunas traducciones cristianas sustituyen la palabra Gehena
por Inerno (inframundo), la aparición del término Gehena en los textos
67
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Ser persona es valorar
originales del Nuevo Testamento, siempre me ha parecido representativa de
la sabiduría sobre posibilidad humana de tirar la propia vida y otras vidas a
la basura.
Pablo de Tarso, educado y observante judío, nos trasmite su experiencia:
«Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quier (Rm 7:19).
Luego de cubrir el juicio a Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt, desa-
rrolla la idea de la trivialidad del mal. Esperando ver un monstruo concluye
que se trata de un hombre pobre, sobre todo, en sustancia humana (en bien)
era un burócrata.
Esta potencia del sujeto –en la ambigüedad de sus actos–, está implícita en
el proceso de su libertad, de un modo que su libertad puede volverse contra
él, y volver su vida una basura, un material de descarte.
Desde su experiencia en los campos de concentración, Viktor Frankl
(1981) nos dice
Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al hombre quizá
mejor que ninguna otra generación. ¿Qué es, en realidad, el hombre?
Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las
cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con
paso rme musitando una oración.
Por eso todas las personas son dignas del mayor respeto, pero no todas las
ideas son dignas de respeto. Géraldine Schwarz, autora franco-alemana de
Los amnésicos (2019), ensayo con aire de novela, que indaga en el pasado de
su familia en los años del Tercer Reich, recuerda que
Cualquiera que trabajara en aquella máquina de matar era culpable de
asesinato a partir del momento en que conocía el objetivo de la maqui-
naria. Esto no planteaba ni la sombra de una duda para los que estaban
en los campos de exterminio o conocían su existencia, del simple guar-
dián al cargo más elevado de la dirección.
Yo puedo querer lo que quiera, lo que no puedo es hacer bueno lo que he
querido. La bondad es una propiedad de la cosa, su valor es una propiedad
que el sujeto le asigna al acto: a lo que lo conduce a la basura y a lo que es
bueno en sí. Así, la separación del valor y el bien, que proponemos, no es
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relativismo, ya que lo bueno se corresponde con la verdad de las cosas; pero
sí relatividad empática, porque lo valioso es siempre la experiencia vivida por
alguien, a cuya sensibilidad las cosas le hablan –las cosas no son mudas– y
ante quien resplandecen como valiosas, sean o no buenas.
No podemos referirnos aquí a los problemas que ha generado la deca-
dencia victoriana, y el nihilismo que contra ella reacciona, al desembocar
declamando la deconstrucción de todo el proceso intelectual euroamericano.
Las culturas son para el hombre una «segunda naturaleza» un puente entre
«lo dado» y «lo construido», de un modo que es natural para el hombre ser
cultural. Todavía existen algunas cosas sobre las que se dice un juicio absolu-
to: Nunca Más, pero la deconstrucción juega al Jenga con la cultura, retirando
bloques de bienes humanos absolutos que trascienden la relatividad histórica
y geográca, creando así una estructura cultural cada vez más inestable.
Hay valores basura, porque los valores no son inherentes a las cosas, no
se extraen de las cosas. Los valores se abstraen de los motivos que ha tenido,
tiene, podrían tener, o desearíamos que tenga una acción, y se viven como
motivación de la acción real. Es entonces cuando nos damos cuenta que han
roto la indiferencia de una voluntad, que no se mueve a sí misma, en sí mis-
ma, sino que así es movida por las cosas.
Valores basura
Géraldine Schwarz reriendose a su abuela sostiene que, a partir de sus
experiencias en la institución recreativa nazi Kra durch Freude (Fuerza a
través de la alegría), desarrolló una lealtad completamente irracional hacia
el Führer. En general se ve en el fascismo y el nacionalsocialismo la guerra
y el Holocausto, pero no que en su proceso hicieron soñar que Hitler estaba
salvando el país, económica y políticamente; así el partido consiguió transmitir
un sentimiento de pertenencia a una Volksgemeinscha, una comunidad del
pueblo que excluía a los impuros (judíos, gitanos, enfermos mentales y di-
sidentes) y estaba reservada a los pseudoarios. Arma la autora: «mi abuela
era a la vez culpable de haberse dejado cegar y un poco víctima de una ma-
nipulación».
Los valores valen porque se vive según ellos. Los valores son la abstrac-
ción del sentido real de la acción particular, sean o no buenos, sean o no
declarados como motivo de la acción, provienen del motivo real que es la
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fuente de energía de la acción, y se van articulando como constelaciones que,
nos guste o no, dan sentido a la vida.
En lo personal, el sentido interiorizado vale, es fuente energética de la
acción del hombre (mujer y varón) concreto: motivación autodestructiva o
motivación plenicante. En lo social la constelación de lo valorado, con toda
su ambigüedad, se va volviendo normalidad, normatividad y norma, presio-
nando sobre la interioridad de los sujetos a adecuarse a ella. Es muy fuerte el
relato de Lotte, una niña judía de Mannheim: «Un día, con la clase, fuimos a
ver una película de propaganda para niños, la historia de un muchacho que
se convierte al nazismo. Aquello nos impresionó mucho, todos queríamos
parecernos a él. Luego, cada día cuando pasaba delante del centro de las ju-
ventudes hitlerianas: Estaba celosa, soñaba con pertenecer al grupo, tenían
un aspecto muy feliz con sus uniformes». Geraldine Schwarz agrega una re-
exión personal: «lo que envidiaba por encima de todo era su normalidad».
Así, la ideología –forma de pensamiento justicador de la acción más pro-
pia de la Modernidad– energiza la acción, como una enfermedad del alma,
porque justica en la inteligencia subjetiva una acción que no es buena, dis-
pone la voluntad a la realización mítica, y puede destruir el medio natural o
social sin un deterioro temporal del sujeto, aunque está tras valores basura.
Hay construcción de segundas realidades, que actúan como enlatados
morales, automatizan el consenso, pero van acumulando problemas sin re-
solver, porque lo que las cosas son va perdiendo importancia por la inación
sustituta de lo que las cosas deberían ser, en la lógica ideal, pudiendo incluso
llegar a constituirse en verdaderas religiones políticas.
En La lista de Schindler (1993) el capitán del campo atraído por una joven
mujer judía exclama: «Es que casi parecen humanos». La verdad de las cosas
es que la mujer es humana.
La ideología puede energizar la acción en la privación consciente del bien,
pero a costa de una energía que no viene de la acción que se realiza, sino
de unos segundos motivos anclados en segundas realidades que impiden el
planteo del alma.
Luego del atentado del IRA, en la ciudad de Warrington en 1993, mataron a
dos niños. El grupo musical e Cranberries compuso la canción Zombies: Otra
cabeza agachada (triste, avergonzado) / el no es arrebatado lentamente, y la vio-
lencia causó tal silencio / ¿A quién estamos creyendo equivocadamente? Pero ves
(entiendes) que no soy yo, / no es mi familia, / en tu cabeza, en tu cabeza, / están
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luchando, / con sus tanques y sus bombas / y sus bombas y sus pistolas, / en tu cabe-
za, en tu cabeza / esn llorando. En tu cabeza, en tu cabeza, / zombi, zombi, zombi.
Llamamos valores basura, a aquellos motivos de nuestro obrar que con-
ducen nuestra vida a la basura, al lugar donde se acumula lo desperdiciado.
En contraposición, podemos decir que la bondad es una propiedad de la rea-
lidad y particularmente de nosotros como sujeto que somos –y no objeto–.
El valor es así el intento de abstraer una propiedad que le asigna el sujeto, aún
a lo que es bueno en sí.
Los valores fantasma
El orden social puede sostenerse en un espejismo de valor intersubjetivo,
una ensoñación transitoria que estará otando en el aire social; pero como
llegó se va y hasta a veces se hace difícil recordarla.
En cambio, cuando los valores que fueron parte de un «sistema solar» –de
una constelación de valores (o cultura) – ahora en declive y por ello estallan-
do, ya no son lo valorado por las personas –lo que en verdad surge del motivo
de la acción–, las normas irán quedando desnudas en su obligatoriedad, su
cumplimiento se volverá vacío, rutinario, alternativo, optativo, absurdo. La
adhesión ha desaparecido y lo que queda es el conformismo y la simulación.
A veces esas normas provienen de la conciencia de comunidad, con una
alta solidaridad, pero también pueden ser el resultado de normas extrínsecas
interiorizadas por temor, o por conveniencia de un contrato implícito, que el/
los sujeto/sujetos fuerza desde su interior a actuar. Aquí la expresión temor o
conveniencia contractual no ha de ser interpretada sólo en el sentido físico,
sino también y muy especialmente, en las sociedades sobre comunicadas o
sin intimidad, en un sentido psicológico, psicosocial y psicopolítico (es muy
fuerte ver, desde nuestra actualidad, la proscripción de la intimidad en Un
mundo feliz, 1984, El huevo de la serpiente, o La Isla).
Las mayorías se vuelven apáticas, y la respuesta estructural es cada vez
más mecánica, es decir la vitalidad social, la creatividad genuina, se va empo-
breciendo en favor de la obediencia literal (mecánica).
Los que tienen un espíritu divergente vuelven al consulado de sus abuelos,
o si no lo tienen vuelan de turistas para ser luego residentes ilegales, o si no
pueden llegan al suicidio (La vida de los otros, lm de Florian Henckel von
Donnersmarck, 2006), valores fantasmas, instrumento de dominación, sos-
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tenidos por la manipulación, para el control social, son consignas justica-
doras, fragmentos de ideologías, no tensan a la acción, no arrastran. Si se los
sigue es por otra razón de valor como el temor o el privilegio.
Volviendo al aporte de Géraldine Schwarz, la autora muestra a su abuelo
como un personaje banal, que no fue un monstruo, ni una víctima, ni un
héroe, sino un Mitläufer (quien, por ofuscación, por indiferencia, por apatía,
por conformismo o por oportunismo, se convierte en cómplice de prácticas e
ideas criminales), quien compró en 1938 –momentos donde la situación de
los judíos en Alemania era ya límite–, a una familia judía su empresa, al bajo
precio que las normas de arianización legitimaban.
Cuando los valores declarados ya no son lo valorado por las personas, lo
que en verdad es el motivo de la acción, la norma se queda desnuda en su
obligatoriedad, su cumplimiento se vuelve vacío, rutinario, alternativo, op-
tativo, absurdo. Siguiendo la línea de Ortega y Gasset (1921) es la miopía de
confundir el conformismo con la adhesión.
Así el valor ha perdido su signicación energética, porque no está en la
carne de corazón, o no es asumido por todo nuestro ser. Entonces, en parte
volveremos a la indiferencia, seguiremos arrastrando los pies, en parte el acto
quedará trabado, si es que en parte no estará resistido y por tanto nosotros divi-
didos, nuestro corazón partío (en lo más profundo de mi alma / sigue aquel dolor
por creer en ti, / ¿Qué fue de la ilusión y de lo bello que es vivir?, Alejandro Sanz).
Lo energético del valor puede quedar como un fantasma que permanece
en el interior con ecacia desmadrada exterior, pero con capacidad de cho-
ques interiores que van minando la interioridad (pero miénteme aunque sea,
dime que algo queda / entre nosotros dos)13.
Los valores que no son motivo, quedan sostenidos en forma extrínseca y
van convirtiéndose en fantasmas de valor, aunque todo el aparato del estado
vuelto partido los sostenga.
13
A veces como describe Toynbee (El Mundo y El Occidente): «Cuando un rayo de cultura,
en su recorrido, es difractado en sus bandas componentes: tecnología, religión, política, arte,
esto a causa de la resistencia de un organismo social extranjero sobre el que choca, su ‘banda
tecnológica’ es capaz de penetrar más de prisa y más profundamente que su banda religiosa. Y
esta ley se puede formular en términos más generales. Podemos decir que el poder de penetra-
ción de una banda de radiación cultural, por lo general está en razón inversa al valor cultural
de esta banda. Una banda trivial ofrece menos resistencia en el organismo social asaltado que
la que levanta una banda crucial, porque la banda trivial no amenaza causar tan violenta o tan
dolorosa perturbación en el modo de vida tradicional del organismo asaltado».
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Salvo la nomenklatura, la élite privilegiada, las mayorías se vuelven apáti-
cas, y la respuesta estructural es cada vez más mecánica, es decir la vitalidad
social, la creatividad genuina, se va empobreciendo en favor de la obediencia
literal (mecánica).
Lo mismo en el estado/partido que en la fábrica, la parroquia o el hogar fami-
liar. En el proceso extrínseco se ha percibido a la persona como materia amorfa
(sin forma) y eso se paga con la revolución, el relevo de la élite privilegiada, la
pérdida de la población, el abandono del hogar familiar, o como le ha sucedido a
un párroco, que el coro entero se va al templo evangélico más cercano.
Los valores fantasmas, instrumento de dominación, sostenidos por la mani-
pulación, para el control social, son consignas justicadoras, fragmentos de ideo-
logías, no tensan a la acción, no arrastran. Si se los sigue es por otra razón de valor
que se maniesta desde dentro en la acción (por ejemplo, el temor o el privilegio).
El fenómeno de la nomenklatura se desarrolla también, autónomamente
en las burbujas de sentido, de modo que los valores en el espejo se convierten
en valores del espejismo social. Así como la norma puede sostenerse en fan-
tasmas de valor, la agenda social puede sostenerse en un espejismo de valor,
que otan en el aire social y como llegan se van.
El mero poder, por extrínseco, parte el alma, y la ensoñación un día ter-
mina, ya que el alma humana no tiende sólo a lo material o materializable, a
la autosatisfacción, estima o pertenencia.
La ternura restaura la posibilidad de la libertad y esta restaura la fuerza del
corazón. La capacidad intuitiva del corazón (centro unicado de lo personal)
sobre la riqueza de lo real, nos permite el conocimiento del bien de las cosas,
la afectividad desea atribuyendo bondad particular a lo que considera valio-
so, tenga o no esa bondad (bien), y por eso necesita de un juicio (de ordinario
auxiliado por la norma), para no errar, y un hábito concreto, encarnado (vir-
tud) que le permite perseverar cuando lo bueno se vuelve arduo.
Nuestra escala de valores14
Durante bastante más que medio siglo hemos cumplido concienzuda-
mente la consigna gobernar es (des) poblar. Pudimos convertir nuestro vasto
14
Se desarrollan en este punto ideas esbozadas en un artículo del mismo nombre publicado en
la revista Criterio, n. 2481, octubre de 2021, pp. 51-53.
73
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Ser persona es valorar
territorio en un desierto mar, donde otan islas urbanas que en 2011 ya con-
centraban más del 92% de la población.
En esas ciudades crece aceleradamente el número de viviendas uniper-
sonales, llegando en las más grandes ciudades a superar el tercio, con un
crecimiento que estiman en el 50% la última década. A su vez las reglamen-
taciones de las ciudades reducen la supercie mínima autorizada para los
departamentos de 50 a 30 m2.
La vida dentro de esas unidades es cada vez más sedentaria, atada a una
pantalla que ofrece la ventana a paisajes que no me rodean, en los que se
viven relaciones que no puedo tener, con niveles de consumo a los que solo
puedo acceder –por la posesión de microparcialidades simbólicas– luego de
horas de trabajo desbordadas en el mismo mono ambiente (caparazón) que
me contiene.
Al abrir mi correo recibo las cuentas de los servicios y las tarjetas y me
siento conectado a La Matrix (1999), cuando solo soy un hongo.
-
¿Un qué?
-
¡Un hongo!
El principito empalidecía de cólera.
-
Sé de un planeta en donde habita un Señor carmesí. Nunca ha sentido el
perfume de una or, nunca ha mirado una estrella. Tampoco ha querido
a nadie. Sólo una cosa ha hecho en su vida; sumas y restas. Repite todo el
día, como tú, hasta el cansancio: «¡Soy un hombre serio! ¡Soy un hombre
serio!», hinchándose de orgullo. ¿Sabes lo que creo? ¡Que no es un hombre,
es un hongo!
El servicio de dar sentido a la vida
Ser persona es valorar, y, por tanto, una vida humana que pretenda ser sin
valores, carente de realidades que le valgan la pena, es un imposible. Siempre
valoramos, aunque queramos escapar de lo que valoramos.
Una canción emblemática de la década de 1980 se llamaba Self Control, su
video ocial por Laura Branigan (1984) es muy intenso, arma: vivo entre las
criaturas de la noche (I live among the creatures of the night) canta: Nunca me
detengo a preguntarme por qué / Me ayudas a olvidar jugar mi papel / Me to-
mas, tomas mi autocontrol (I never stop myself to wonder why / You help me to
forget to play my role / You take my self, you take my self control) / No tengo la
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Roberto Estévez
voluntad de intentar pelear / Contra un nuevo mañana, así que supongo que lo
creeré / Que mañana nunca llega (I haven’t got the will to try and ght / Against
a new tomorrow, so I guess I’ll just believe it / at tomorrow never comes).
Pero el mañana llega en el video (la muñeca de la escena inicial aparece
dañada al amanecer nal), y llegó en la cultura euroamericana actual: el n
de una ilusión (1989) se ha vuelto desencanto, insatisfacción, indignación
(2008), y hasta manifestaciones callejeras (2010 Atenas; 2011 El Cairo, Ma-
drid; 2019 París, Bogotá, Santiago).
Todo intento de eludir lo que en verdad valoramos es precario y se agota
en un querer vivir y no poder, una vida asxiada. De los valores que prome-
ten y no satisfacen se vive un tiempo a la deriva y desde entonces arrastrando
los pies, en frustración y pesadumbre, al encuentro con la vida que en verdad
vivo, y no en la que mi deseo cree vivir.
Elegir es renunciar
Aun en un tiempo social desencantado, los valores ejercen el servicio de dar
sentido a la vida de cada uno. Como en los viajes de los cuentos, es una tarea
personal llena de incertidumbres, pero ineludible para asumir nuestra huma-
nidad y crecer en ella.
De esta manera, uno organiza su vida de acuerdo a cómo valora. De acuerdo
a aquello que le vale la pena. Lo que mueven su acción, son sus valores, porque le
siguen siendo valiosos, aunque a veces, le sea penoso mantener el rumbo.
Muchas veces elegir es renunciar, porque hay alternativas incompatibles.
Decidir es sacricar cosas (res) que ya nos son valiosas para lograr otras que
consideramos más valiosas que aquellas.
Así, hacemos lo que queremos, pero antes queremos de acuerdo a nuestra
propia escala de valores. Incluso cuando queremos porque hemos sido enga-
ñados, o cuando somos forzados en una dirección, es nuestra escala la que
sigue subyacente.
Freud opina que la reducción de la vida humana a sus condiciones más
precarias tiende a homogeneizar las diferencias entre los seres humanos, al
procurar sus necesidades más primarias; Viktor Frankl reere que esto podía
pensarse desde los sofás de pana de Viena, pero se veía contradicho totalmente
por la experiencia de quienes vivieron los campos de concentración. Allí los
hombres elegían ser santos o criminales. Aún con nuestra libertad afectada en
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Ser persona es valorar
el conocimiento o en la voluntariedad seguimos teniendo una escala de valores
que es la nuestra, con lo que creemos que podemos manejar de la realidad.
La acción humana tiene una estructura  nalista. Cada meta se quiere para
alcanzar otras metas, y que de algún modo implican una progresión a lo
que creemos valioso que identi camos como ampliar nuestra área de liber-
tad, porque nos hace más fácil acceder a algunas metas que se quiere en sí
mismas y por sí mismas, y por ello se encuentran al  nal de la cadena. Así se
con gura el sentido personal que hace al proyecto personal de vida.
Pero no todo lo que valoramos nos hará felices, no todo es igual; ver y juz-
gar la fuente de nuestra energía, nuestra motivación, es buscar algún criterio
para discernir qué es lo mejor.
En esto son porteros/patovas los valores basura (como las ideologías), los
valores fantasmas (de la normalidad meramente extrínseca), los valores es-
pejismos (los valores en el espejo de mi burbuja de sentido) y los valores
impedientes (que acrecientan nuestra fragilidad desde las heridas pasadas)
sobre los cuales hemos re exionado en un artículo anterior.
Fuente: Elaboración propia.
Valorar lo que necesito
Los valores, se generan en una intención, que los interioriza como motivo
de la acción. En este proceso hay una relación dinámica entre necesidad y va-
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lor, semejante a la existente entre pregunta y respuesta, entre la sed y el agua,
el hambre y el pan. No se puede hacer la vida (que es elegir entre peregrinar
o vagar) sin respuestas, sin agua y sin pan.
La valencia de los valores depende de las necesidades en general, que re-
median y satisfacen, de entre las cuales, a veces, cuidan nuestra vida menes-
terosa y frágil.
En este último sentido, la justicia salvaguarda mi dignidad de género hu-
mano de cualquier usurpación; el amor asume mi soledad y la entrega a otro
en una grata donación mutua; la esperanza alienta el camino incierto; la fe
muestra paisajes desconocidos para una mirada sin fe.
Para que el ejercicio de ordenar nuestros valores sea útil, debemos iniciar
por el ejercicio de descubrir y ordenar las necesidades. Que el hombre sea un
ser decitario y necesitado es incuestionable; nace deudor y muere deudor.
Pero, también lo es que nuestras necesidades tienen volúmenes, texturas y
proximidades distintas a mi intimidad, somos nosotros mismos viviendo la
situación que nos ha tocado.
En toda situación hay necesidades materiales/materializables, de arma-
ción/psicosociales, altruistas/compasivas/de amor incondicional, y todas
tienen su raíz en la condición de nuestra humanidad, y prioridad en la situa-
ción. De aquí se sigue que la escala de valencia de los valores de cada persona
dependa de la supercialidad u hondura del sentido/misión que ha dado a su
vida y de cómo lo vive en la situación que le está tocando.
Cada sentido comprendido exige una actitud correspondiente y tie-
ne a su vez la fuerza que mueve a actuar en conformidad. Nosotros
llamamos motivación a ese ponerse en movimiento el alma, en el que
algo colmado de sentido y fuerza nos lleva a una conducta a su vez
llena de sentido y fuerza. De esta manera se hace de nuevo patente
hasta qué punto en la vida espiritual están unidos el sentido y el vi-
gor. (Stein, 2003, p. 187)
Solo la errónea imagen de nosotros mismos, como si la vida fuera hiber-
nar a temperatura ambiente tras una pantalla, nos hace pensar que la vida no
es un problema. Porque todos nos damos una misión, un sentido para nues-
tra vida, y todos debemos realizarla en nuestra situación, que se nos resiste:
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sea a comer ese día, desarrollar un ocio, lograr una mejor condición de vida
para nuestros hijos, o evitar que el mundo colapse.
Valores y proyecto de vida
Hay dos películas casi documentales, La caída y Trece días, a las que vale la
pena relacionar. La primera inicia presentando a Hitler como un ser humano
capaz de gestos de humanidad, aunque es el hombre que se ha propuesto –
todo él–, cognitiva, emocional y corporalmente, destruir millones de vidas
humanas; la segunda muestra a Kennedy cuando se propuso salvar millones
de vidas humanas en la crisis de los misiles nucleares posicionados en Cuba
por la Unión Soviética, en 1962.
Los sentidos, no siempre son buenos, siquiera lógicamente congruentes,
pero al asumirse en nuestro ser personal adquieren organicidad, moviendo a
actuar en conformidad. El sentido pasa así a valer como un motivo interio-
rizado, fuente energética de la acción del hombre (mujer o varón) concreto.
Siempre hay un sentido que articula la misión en la vida. Muchas veces es
solo la iluminación de un ejemplo o una intuición, pero una vez que se elige
como proyecto de vida tiñe las percepciones, emociones y cogniciones, bus-
cando congruencia.
Así se transforma en el n último de la vida y de sus principios emanan los
criterios situacionales para tomar decisiones, aunque no conduzca a un desa-
rrollo plenamente humano.
Finalmente, la construcción de un proyecto personal de vida que lleve a
un desarrollo plenamente humano requiere de un juicio sobre la valencia de
lo que valoramos.
Porque en casi cualquier situación se puede elegir vivir en extensión, don-
de todo germina en la supercie, condenado a marchitarse/consumirse, al
primer rayo del sol; o se puede elegir vivir también en la intensidad, en con-
tacto con lo valioso de la vida y de cada vida, atendiendo a sus necesidades
más hondas y radicales que, estando a or de alma, muchas veces, no respon-
den a éxitos, gustos o disgustos.
Son las raíces de la vida las que progresan a la fecundidad y posibilitan el
germinar, el crecimiento, las ores y los frutos.
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Roberto Estévez
Cultivando autoridad15
Ser persona y valorar es lo mismo. Cada vez que se rompe la indiferencia
de nuestra voluntad estamos valorando; nuestras valoraciones son el presu-
puesto de nuestros sueños y nuestras pesadillas mientras dormimos, y mu-
cho más cuando estamos despiertos. Entonces nos mueven a huir, a buscar
otros horizontes, asumir desafíos, aceptar y quebrar reglas.
Si no valoramos, nada nos movería de nuestra indiferencia. Siempre va-
loramos: cuando elegimos en qué gastamos nuestro dinero, cuando decidi-
mos las prioridades en el uso de nuestro tiempo, cuando entregamos nuestro
corazón, y los gobernantes cuando deciden a quién reciben y a quién no,
cuando dan un discurso, cuando aprueban un nuevo impuesto. Ninguna de
esas decisiones es posible sin un juicio previo de lo que más valoran y lo que
menos valoran. En lo que dicen –y más en lo que hacen– se les ve el alma, es
decir se sabe qué valoran.
La persona no nace plena
La persona no nace plena, se va plenicando. Cuando decimos positi-
vamente que una persona es madura, decimos que es plena, como el fruto
sabroso de la vida, no como quien se pasó («te pasaste» o «me tenés podrido»
se escucha en una discusión); o quien «está verde» (o es un «viejo verde»). El
tiempo solo nos hace viejos, es el camino más directo y rápido entre «estar
verde» y «pasarse». Es lo que valoramos los que nos hacen maduros como
personas y prudentes como gobernantes (Estévez, 2019).
A partir de percepciones, apreciaciones y actitudes, en la familia y en la
sociedad en la que vivimos, vamos valorando: el amor, el autogobierno, labo-
riosidad, competencia, orden, honestidad, iniciativa, sobriedad, ahorro, espí-
ritu de servicio, delidad a las promesas; pero también la vitalidad, audacia,
innovación, creatividad, entusiasmo, liberalidad; no menos que la belleza, la
armonía; sin olvidar la compasión, la amistad, la conanza, la solidaridad.
Cuando sabemos de alguien en ese camino, decimos: «es un hombre
culto» (sea varón o mujer, se autoperciba como se autoperciba). En muchas
15
Se desarrollan en este punto ideas esbozadas en un artículo del mismo nombre publicado en
la revista Criterio, n. 2482, noviembre de 2021, pp. 46-49.
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Ser persona es valorar
oportunidades, trabajando con alguno de los más pobres del noroeste argen-
tino, he escuchado a universitarios de Buenos Aires exclamar frente a un no
alfabetizado: «¡Qué educación! ¡Qué cultura!».
Tener autoridad
Se tiene poder sobre otros, se negocia el ascendiente con otros, pero tener
autoridad no es algo que sale de nosotros, sino algo que nos vuelve de los demás.
Las personas reconocen autoridad a quien deenden o promueven con com-
petencia unos valores que son percibidos como tales por una comunidad. Quien
tiene autoridad, ejerce su capacidad para ver, juzgar, promover y defender con
competencia unos valores buenos, porque lo son en sí mismos, porque son
adecuados a un aquí y un ahora concreto de su comunidad, siendo capaz de
llegar hasta el punto en que la acción es premiada por la realidad con el acierto.
Le reconocemos autoridad a papá que es competente en hacer barriletes
con nosotros, al amigo que sabes escuchar y aconsejar, al médico que ayuda
nuestra naturaleza, al periodista que entiende y sabe expresarlo, al gobierno
que hace buen uso del dinero que obtuvo de nuestro trabajo. Hay actos que
se traducen en autoridad; que amores son obras y no solo buenas intenciones.
Nuestro ser se expresa en obras, por nuestro obrar somos conocidos. Aun-
que la acción sea la resistencia pasiva, es un obrar y un primer llamado a la
respuesta de la autoridad. Entonces, la pregunta tácita del otro es: ¿lo hace bien?
¿Es competente en lo que hace? El hacer bien lo que se haga es una segunda
llamada a la autoridad que nos vendrá del otro. Los que hemos podido orientar
comunidades de trabajo durante crisis –que apenas te dan margen de manio-
bra–, sabemos que aun lo que no se puede hacer, se puede no hacer bien.
La gente busca reconocer que se deenden o promueven con competencias
unos valores; y aquí aparece la ambigüedad de lo humano en toda su fuerza.
El reconocimiento de la autoridad en alguien puede llevar a la plenitud o a la
desilusión, al gozo o a la desesperación, según sea lo que en verdad valora: solo
una atracción a mi voluntad, una consigna, una ideología, un mito, una utopía,
o algo bueno en sí, algo que naturalmente conduce a mi plenitud a todo plazo.
Por eso es crítica la plenitud de vida (madurez) de quienes están en po-
siciones de ser reconocidos como autoridad: padre, maestro o gobierno. Su
vida, en términos de actitudes, es el primer acceso que las personas tenemos
para percibir y apreciar lo que es bueno en lo que ellos valoran, y eso es una
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Roberto Estévez
fuerza enorme para la expansión de esos valores en las vidas de quienes viven
en esa familia, escuela o sociedad.
Ciertamente nosotros podemos querer-valorar lo que queramos-valore-
mos, pero lo que escapa a nuestra posibilidad es hacer bueno lo que quere-
mos-valoramos, ya lo era –o no– antes de nuestra decisión. Lo mismo sucede
con los gobiernos, siempre los elegimos por lo que creemos que valoran. A
veces acertamos y a veces no.
El autogobierno
Hoy la política –como macropolítica– trata tanto del gobierno del estado
nacional como del estado del mundo. Cuanto más del mundo sea la macro-
política, mayor es la importancia que va adquiriendo lo local en nuestras
vidas: la micropolítica, el gobierno de la sociedad civil en manos de una mul-
titud de responsables de familias, organizaciones sociales y religiosas, peñas y
clubes, asociaciones, fundaciones, cooperativas y empresas.
Es en esa proximidad micropolítica donde se percibe con mayor claridad la
existencia de un nivel más profundo de lo político, la «nucleopolítica», es decir el
gobierno de sí mismo como núcleo de politicidad. Tanto cuando hablamos de un
director gerente del FMI –ex candidato a la presidencia de una potencia nuclear
que debe renunciar luego de haber atacado sexualmente a una trabajadora en un
hotel de Nueva York, como de un preso que pone n al apartheid sudafricano, o
un abogado sin armas que pone n al dominio imperial británico sobre India.
MACROPOLÍTICA
MICROPOLÍTICA
NUCLEOPOLÍTICA
Cuanto más nos coloquemos en la macropolítica del mundo, más pue-
de percibirse empáticamente la relatividad de los valores –a la geografía y el
tiempo–, cuanto más nos acercamos al gobierno de sí mismo, más se percibi-
la relación de lo valioso con lo bueno.
La relatividad empática no es relativismo, pero en una cultura relativista
–como la que todavía prima– la relatividad no presenta dicultades para ser
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aceptada; pero sí propone dicultad hablar de la bondad del valor, o lo que es
lo mismo, de valores humanos. Es decir, de aquellos que, aunque siempre se
los conoce en un contexto cultural, su bondad no depende del lugar, ni del
momento, sino que siempre serán buenos, porque son valores humanos.
La objeción que suele oponerse a este razonamiento es que aceptar la idea de
valores humanos, como nuestro acceso a los bienes morales, equivale a aceptar el
gobierno autoritario; pero entre el relativismo moral y el control político existe
una tercera alternativa, es la autoridad que de algún modo provoca el autogo-
bierno de sí, de las comunidades que integro, del pueblo en la tierra que habito.
El autogobierno es un camino muy distinto del autocontrol (self control).
Fijarse la meta (lo bueno), arrancar (la norma que ordena a lo bueno) y per-
severar (con una disposición estable), todos sabemos que con ello se logra
lo que nos proponemos. Es la tarea de la sensibilidad, el razonamiento y la
conducta, del bien, la norma y la virtud en reforzamiento mutuo.
Ninguna costumbre perfectiva se alcanza por asalto, sino que requieren
iluminación y continuidad en el ejercicio. Se van armando cadenas de opera-
ciones que van trabajando la costumbre para la realización de actos que me
perfeccionen. La virtud es así la fuerza de mi libertad (el ejercicio me dispone
a mayor continuidad –perseverancia– y ésta a recibir mayor iluminación).
Las virtudes (buenas disposiciones internas) nos motivan y capacitan para
el logro de nuestras metas. Lo contrario se llaman vicios o adicciones –que en
cada acto nos esclavizan más–, cuya fuerza decrece a medida que crecemos
en virtud, respecto de la misma facultad antes esclavizada.
Autogobierno desde la verdad
Sensibilidad ética Bienes morales Automotivación
Razonamiento ético Normas morales Autonomía
Comportamiento ético Virtudes morales Autodeterminación
En los productos culturales se registra una creciente preocupación por
una democracia meramente formal que impide a las personas la decisión real
sobre su destino. Actualmente, en el mundo, se necesitan personas que se
muevan (automotivación) de modo autónomo (autonomía) que pongan lími-
tes al gobierno inmoral (autodeterminación), porque ser ciudadanos es una
condición moral antes que jurídica, y sin ellos no hay República.
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Roberto Estévez
El ámbito de la autoridad
Las personas reconocen autoridad a quien deenden o promueven con
competencia unos valores que son percibidos como tales por una comunidad.
El presidente de Francia no tiene autoridad para mí porque no soy fran-
cés; salvo que los valores que sostenga con competencia, y yo haya percibido
como tales, sean de la humanidad, de la cual tanto el presidente de Francia
como yo formamos parte.
Nuestros hijos pueden reconocernos autoridad, si nosotros y ellos somos
miembros de la misma familia y mientras lo seamos (luego solo seremos re-
cuerdo); si los valores que hoy defendemos fueron descubiertos antes como
valores por ellos; y si ese descubrimiento sigue siendo hoy percepción y apre-
ciación de valor para ellos. Todos nuestros gobiernos han perdido autoridad
cuando «votamos» en los Consulados por la nacionalidad de nuestros abue-
los: algo se ha roto y en principio es muy difícil de sanar.
Toda acción política está encaminada a la conservación o al cambio. Cuan-
do deseamos conservar tratamos de evitar el cambio hacia lo peor (defender);
cuando deseamos cambiar, tratamos de actualizar algo mejor (promover).
Toda acción política, pues, está dirigida por nuestro pensamiento sobre lo me-
jor y lo peor. Un pensamiento sobre lo mejor y lo peor implica, no obstante, el
pensamiento sobre el bien. Siendo así, la interacción entre las condiciones ob-
jetivas (bien) y lo que una determinada generación considera valioso (valores
presentes o inminentes) es la «causa-pluricausal» del desarrollo.
Quien tiene autoridad, ejerce su capacidad para ver, defender y promover
con competencia, unos valores buenos, adecuados a un ahora y un aqcon-
creto de su comunidad.
Es la cultura y sus valores, antes que la política, la política antes que la
economía, y la economía antes que la tecnología, lo que condiciona el pro-
greso de las naciones y del ser humano en general. De allí que la cultura de
sus autoridades (constelación de lo valorado por los que mandan) sea clave a
la hora de denir su posibilidad de desarrollo.
Un análisis de la historia reciente de América Latina, nos revela que exis-
ten «valores regresivos», apariencias de bien que, por su lejanía del bien del
hombre, neutralizan el potencial de desarrollo de un pueblo.
Así, lo progresista y lo regresivo de un valor dependerá de su adecuación,
o no, al bien del hombre con su naturaleza, en ese habitar su aquí y su ahora.
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