Sor Leonor de Santa María Ocampo OP: Venerable



José María Arancibia

Junta de Historia Eclesiástica Argentina

Sociedad Argentina de Teología

jmarancibia1@gmail.com



Resumen

Sor Leonor de Santa María Ocampo OP (1841-1900), nacida en Sañogasta (La Rioja) como Isora María Ocampo, vivió sus primeros 26 años como laica en La Rioja y en San Juan. Después, como monja dominica, pasó otros 32 años de gozosa entrega a Dios en el Monasterio Santa Catalina de Siena (Córdoba, Argentina). Su Causa de beatificación, fue tramitada primero en Córdoba (1996-2008), donde falleció, y luego en Roma (2014-2018). El Papa Francisco la ha declarado Venerable en mayo de 2018, reconociendo su vida virtuosa en grado heroico. Pocos días antes de esa fecha, se presentó esta ponencia, en el Simposio organizado por el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNSTA, en San Pedro de Colalao (Tucumán). El presente artículo ha sido redactado en base a las últimas investigaciones realizadas para dicho proceso canónico y ofrece los siguientes aspectos: 1) Significado y fruto que se espera de un proceso de beatificación en la vida de la Iglesia; 2) Breve consideración sobre las Causas argentinas de canonización; 3) Principales datos biográficos de Sor Leonor Ocampo; 4) Rasgos de su perfil humano y de su semblanza espiritual y 5) Su ejemplo y estímulo para los cristianos de hoy.


Palabras clave: Sor Leonor de Santa María Ocampo, Monjas dominicas, Iglesia católica en la Argentina, Venerables, Beatos y Santos en la Argentina, Siglo XIX


Summary

Sor Leonor de Santa Maria Ocampo OP (1841-1900), born in Sañogasta (La Rioja) as Isora Maria Ocampo, lived her first 26 years as a lay person in La Rioja and San Juan. Afterwards, as a dominican nun, she lived other 32 years in joyful devotion to God in the Monastery of Santa Catalina de Siena (Cordoba, Argentina). Her beatification cause was first submitted in Cordoba (1996-2008), where she died, and afterwards in Rome (2014-2018). Pope Francis declared her Venerable in May of 2019, recognizing her life as virtueous to a heroic degree. A few days before that date, this conclusion was presented in the Symposium organized by the Institute of Historical Investigation of UNSTA, in San Pedro de Colalao (Tucuman). The present article was written in accord with the last investigations done for the canonical process and presents the following aspects: 1) The meaning and fruit that is expected of a beatification process in the life of the Church; 2) Brief consideration of the argentine canonization processes: 3) The principal biographical data of Sor Leonor Ocampo; 4) Features of her human perfile and her spiritual identity and 5) Her example and motivation for Christians of today.


Key Words: Sor Leonor de Santa María Ocampo, Dominican nuns, Catholic Church in Argentina, Argentine Venerables, Blesseds and Saints, XIX century


1. La Causa de beatificación de sor Leonor y la renovación eclesial


Si uno se pregunta sobre el sentido de esta Causa de beatificación, como de las otras que se tramitan, puede encontrar una respuesta iluminadora en la renovación que ha vivido la Iglesia, tanto universal como particular. El Concilio Vaticano II (1962-1965) ofreció una actualizada descripción del misterio de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo y pueblo de Dios,1 cuya vocación universal es la santidad,2 y por ende, se entiende a sí misma como: comunión de los fieles unidos a Cristo, junto con todos los santos y la Virgen María3. Como fruto del mismo Concilio, el entero pueblo de Dios dispone del Catecismo de la Iglesia Católica (1992), que ofrece una síntesis completa de cuanto cada fiel cristiano está llamado a creer, celebrar, obrar y orar, en su camino de santidad. Precisamente en los santos canonizados por la Iglesia, el mismo Espíritu le regala valiosos modelos e intercesores, que -como allí mismo se afirma- “han sido siempre fuente y origen de renovación”. 4.

Entre muchos y variados resultados de esa corriente de reforma, inspirada por el Espíritu Santo, el santo Papa Juan Pablo II impulsó en la Iglesia una marcada renovación espiritual, en torno al jubileo del año 2000. En esa oportunidad, destacó la importancia de los santos, tanto antiguos como contemporáneos, ya sean personas insignes u ordinarias en el camino de la Iglesia. Durante la preparación de ese tiempo de gracia, señaló que las nuevas beatificaciones y canonizaciones mostraban la vitalidad de la Iglesia, en la que el Redentor hace crecer siempre más la vida teologal de los fieles5. Y terminado el año jubilar, daba gracias por una multitud de santos, grandes figuras eclesiásticas o humildes laicos y religiosos, en cuya santidad se ha manifestado más que nunca el misterio de la Iglesia.6 En nuestro camino de cristianos, decía además en la misma Carta, su ayuda es muy valiosa, sobre todo en los momentos difíciles:


Ellos nos ofrecen unas indicaciones preciosas que permiten acoger más fácilmente la intuición de la fe, y esto gracias a las luces particulares que algunos de ellos han recibido del Espíritu Santo, o incluso a través de la experiencia que ellos mismos han hecho de los terribles estados de prueba que la tradición mística describe como «noche oscura»”.7


Ya en los comienzos de la evangelización de América, el Espíritu suscitó muy pronto ejemplos de notable santidad, que iluminaron y alentaron los primeros pasos de las nuevas Iglesias. Dentro de la jurisdicción de la primera diócesis creada en el actual territorio argentino, y llamada del Tucumán (1570), impactaron las figuras de: santa Rosa de Lima (1586-1617), san Martín de Porres (1579-1639), san Francisco Solano (1549-1610), santo Toribio de Mogrovejo (1538-1606), san Juan Macías (1585-1645), y san Roque González (1576-1628). En los nuevos tiempos de renovación eclesial la Iglesia universal ha reconocido el lugar importante que tienen los santos en la piedad popular y en la liturgia.8

Reconociendo este valioso tesoro, los Obispos de América Latina manifestaban en la Conferencia de Aparecida (2007):


Agradecemos a Dios la religiosidad de nuestros pueblos, que resplandece en la devoción al Cristo sufriente y a su Madre bendita, en la veneración a los Santos con sus fiestas patronales, en el amor al Papa y a los demás pastores, en el amor a la Iglesia universal como gran familia de Dios que nunca puede ni debe dejar solos o en la miseria a sus propios hijos”.9 Este “es el precioso tesoro de la Iglesia Católica en América Latina, y que ella debe proteger, promover y, en lo que fuere necesario, también purificar”. 10


Como pastores, y en orden a impulsar una renovación de la fe cristiana y de la comunión eclesial en el continente, proclamaron asimismo la importancia del encuentro personal con Cristo, destacando el valioso ejemplo de los santos:


los apóstoles de Jesús y los santos han marcado la espiritualidad y el estilo de vida de nuestras Iglesias. Sus vidas son lugares privilegiados de encuentro con Jesucristo. Su testimonio se mantiene vigente y sus enseñanzas inspiran el ser y la acción de las comunidades cristianas del Continente.”11


En este último tiempo el papa Francisco ha regalado a la Iglesia una Exhortación con la cual ha querido “hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades”.12 Su escrito se funda ante todo en la Palabra de Dios con innumerables citas, y además -de manera notable- en el ejemplo y la palabra de los numerosos santos allí mencionados.13


2. Sor Leonor entre santos, beatos, Venerables y otros Siervos de la Argentina


En las Iglesias particulares de la Argentina, ha tenido siempre una gran importancia la piedad popular y en ella ocupan un lugar destacado la Virgen María y los santos. Así se advierte en los textos con los que el Episcopado impulsó la nueva evangelización, en los cuales se valora y promueve esta piedad, como signo de identidad y fuerte potencial de las comunidades católicas.14

Sin embargo, a pesar de este considerable aprecio y devoción por los santos, mucho se ha demorado la investigación biográfica sobre varones y mujeres de estas tierras, que pudieran dar lugar a procesos de beatificación y canonización. No porque faltaran modelos de vida virtuosa y apostólica, nacidos en el país o llegados a él por diversas razones. Otras fueron quizás las causas; y, entre ellas, se puede pensar en la falta de experiencia y capacitación en cuestiones de archivística, historia eclesiástica y derecho canónico, que requieren estos procesos.

No obstante, el mencionado impulso de renovación produjo importantes frutos para la Iglesia en la Argentina, como fueron los proyectos de: nueva evangelización, planificación pastoral, asistencia y promoción humana, renovación litúrgica, impulso misionero y organización diocesana o parroquial. Cabe pensar, entonces, que también el creciente interés por promover las Causas de beatificación, ha formado parte de esa amplia y progresiva actualización eclesial. Sólo en el trascurso de unos treinta años, el pueblo de Dios que camina en la Argentina ha recibido la gracia de tres santos y nueve beatos. Entre los primeros: san Héctor Valdivielso, religioso lasallano mártir (1999), san José Gabriel del Rosario Brochero, cura párroco cordobés del clero diocesano (2016) y santa Nazaria Ignacia March, religiosa fundadora de las Misioneras Cruzadas de la Iglesia (2018). Los beatificados en ese tiempo son: Laura Vicuña, joven laica (1988); Artémides Zatti, coadjutor salesiano (2002); María del Tránsito Cabanillas, religiosa fundadora de las Terciarias Misioneras Franciscanas (2002); María Ludovica de Ángelis, religiosa de la Misericordia (2004); Ceferino Namuncurá, laico salesiano (2007); María Crescencia Pérez, religiosa del Huerto (2012); María Antonia de la Paz y Figueroa, beata fundadora de la Casa de Ejercicios (2016); Gregorio Martos Muñoz, nacido en La Rioja, sacerdote diocesano en España, mártir (2017); Catalina de María Rodríguez, religiosa fundadora de las Esclavas del Corazón de Jesús (2017). Varias de estas Causas, habían sido iniciadas muchos años atrás y debieron ir adelante superando inconvenientes de diversa índole, al mismo tiempo que se distanciaban cada vez más de la muerte de los Siervos de Dios.15 En el momento presente, es una alegría y un estímulo saber que se trabaja en unas 46 Causas ya iniciadas de Siervos de Dios, casi todos nacidos en la Argentina.16

La Causa de sor Leonor de Santa María Ocampo se parece a las mencionadas. Hoy en día despierta especial interés, por ser la única Causa de una religiosa contemplativa, y la primera dentro de la familia dominicana argentina. Recordar ahora algunas fechas, sirve para explicar -de algún modo- las prolongadas demoras, como también para reconocer el laborioso trabajo de tantas personas que ofrecieron su colaboración en esos años. Como trasfondo de este prolongado esfuerzo está pues la mencionada renovación de la Iglesia, que por cierto también llevó consigo dificultades y conflictos.

Habiendo fallecido la sor Leonor en 1900, recién en 1937 se pensó en recoger algunos testimonios, cuando se descubrió su escrito autobiográfico, que había quedado en manos de su confesor, el Venerable padre José León Torres OM (+1930). Fueron las Religiosas Mercedarias del Niño Jesús, por él fundadas, quienes ese año hicieron la devolución del manuscrito al Monasterio Santa Catalina de Siena. Con los testimonios recogidos y ese valioso documento, se escribió en 1940 una primera biografía (Fernández Álvarez, 1940).

Las monjas de Santa Catalina, no decidieron comenzar la causa hasta 1994, dando luego como explicación de esa demora que los restos de sor Leonor habían sido movidos sin la debida constancia notarial. Aunque cabe pensar, que el motivo de esta dilación fue en verdad, y como se dijo, la falta de preparación y de práctica en esta materia. Una etapa preparatoria (1996-1998) permitió reunir documentos necesarios y, hecho el pedido correspondiente, la Sede Apostólica autorizó el inicio de la Causa (2001). Mientras tanto, una Comisión Histórica hacía los estudios requeridos y redactaba un primer informe (2001), completado al año siguiente. La fase diocesana de investigación, que es la primera, tuvo lugar entre los años 2003 y 2004, completándose en 2008, y fue reconocida al año siguiente por la Congregación para las Causas de los Santos (Roma 2009). La segunda fase, que se tramita en Roma, comenzó recién en 2014, porque varios responsables de la Causa tuvieron que ser reemplazados en esos años; aunque en realidad ya se venía trabajando en un borrador de la llamada: Positio.17 Por fin, terminado este trabajo de acuerdo con las normas vigentes, fue entregada en junio de 2017 y desde entonces siguió los pasos establecidos por el derecho canónico. En sucesivas instancias la estudian en el Vaticano especialistas en historia, teología y pastoral, a fin de juzgar la posibilidad y la conveniencia de reconocer la vida virtuosa y heroica de la Sierva de Dios. Por fin, corresponde al Papa dar la aprobación para que sor Leonor sea declarada Venerable, como lo ha dispuesto felizmente en mayo del 2018.

A partir de esta somera referencia a la historia de esta Causa, se advierte que su tramitación ha tenido algunos aspectos favorables y varios inconvenientes. A su favor cuenta, que Sor Leonor llevó una vida sencilla y reservada, sin una actuación pública destacada; que no ocupó cargos de responsabilidad, ni mantuvo relación epistolar que se conozca; tampoco ha sido autora de obras escritas, a excepción de sus memorias, que ocupan dos cuadernos de poco volumen. En este sentido, estudiar y presentar su vida y actuación, no supone grandes dificultades. Pero, a su vez, la Causa no carece de aspectos desfavorables. La fuente principal para conocer su itinerario laical y monástico resulta ser sólo su escrito autobiográfico, ya que son pocos -aunque valiosos- los testimonios de quienes compartieron su vida. Los documentos encontrados de ella y su familia sólo aseguran los datos fundamentales de su existencia, pero no alcanzan para componer una biografía bien completa. Su modo de ser y de actuar siempre humilde y recogido, sumado al estilo de vida monástica femenina en ese tiempo, también estrechan la posibilidad de tener fuentes suficientes de información. Por lo demás, los años trascurridos desde su muerte hasta comenzar la Causa llegan a sumar poco más de un siglo y crean enorme distancia respecto de las personas y los hechos que se deben investigar.

Declarada Venerable, sor Leonor podrá llegar un día a ser invocada como beata, si la providencia le permite a la Iglesia reconocer un milagro hecho por Dios y por intercesión suya. Según lo dicho aquí, me atrevo a concluir que si Dios así lo quiere esta monja dominica contemplativa llegará a los altares, sin perder en ningún momento su humildad, que fue una de las características de su vida en este mundo. De cualquier forma, la investigación hecha hasta ahora sobre ella, con el rigor y la honestidad exigidos, permiten presentar su trayectoria de vida terrenal, como también su semblanza humana y espiritual, como se dirá a continuación de forma resumida.


3. Principales datos biográficos


Dos grandes etapas integran la vida de esta mujer Venerable, que transcurrió desde 1841 hasta 1900: 26 años en el mundo, como Isora María Ocampo y 32 como sor Leonor de Santa María, en el Monasterio Santa Catalina de Córdoba. Su etapa de laica transcurrió en varios lugares, mientras que como religiosa no dejó nunca su convento. La fuente principal para narrar su biografía son sus memorias manuscritas.18 Algunas obras recientes han estudiado y dado a conocer su figura ejemplar.19 Para la investigación exigida por la Causa, se han utilizado documentos que confirman los datos más importantes.20 A su vez, el marco histórico de la época ha podido ser descripto, porque conocidos autores lo han estudiado, desde varios puntos de vista.21


3.1. Nacimiento e infancia en torno a su pueblo: Sañogasta, La Rioja (1841-1854)


La provincia de La Rioja, ubicada en el noroeste argentino, padecía por entonces las penurias de una guerra civil generalizada, de graves y prolongadas consecuencias. Si bien las provincias del virreinato del Río de la Plata, habían comenzado a independizarse de España a partir de 1810, la situación política era todavía muy inestable. Partidarios de dos facciones: unitarios y federales, no siempre bien definidas, luchaban entre sí con pasión, ocupando propiedades y bienes, derrocando autoridades, sembrando muerte, pobreza e inseguridad.

Isora María Ocampo vino al mundo en aquel momento de crueles enfrentamientos, en que su familia debió refugiarse en la montaña de Famatina. Varios parientes cercanos sufrieron por entonces persecución y muerte. Fue una prolongada situación de conflictos armados, que sin duda debe haber afectado los ánimos de toda la familia. Tanto su padre como su madre provenían de estirpes reconocidas y apreciadas, afincadas en la provincia de La Rioja por generaciones: los Ortiz de Ocampo y los Dávila-Brizuela y Doria. Eran gente instruida e influyente, que ocuparon un lugar destacado en el ambiente económico, social, político y religioso de la época. Algunos miembros, como su padre, habían hecho estudios universitarios. Entre sus ascendientes y descendientes hubo religiosas y sacerdotes. Tenían una buena posición, y en el caso de la rama materna, los Brizuela y Doria, habían recurrido al instituto del “mayorazgo” para mantener unidos sus importantes bienes inmuebles.22 Estaban radicados en torno a Sañogasta, pueblo fundado durante la época colonial, sobre una elevada meseta, rica en frutales, sembradíos y ganado, entre montañas de austera y majestuosa belleza.

Ella misma narra su nacimiento en aquella dramática situación con estas frases, aunque manifestando una visión providencial que caracteriza todo su relato:


"Me dio a luz mi madre Doña Solana Dávila de Ocampo el día 15 de Agosto a las tres de la tarde el año 41 tiempo de muchas guerras; y mi casa como fue muy poderosa y rica por lo que era muy perseguida, y estando mi madre encinta de mí, sufrió muy grandes trabajos, un ejército de Brizuela llevaron presos a mi Padre Don Amaranto Ocampo y al padre de mi madre Don Ramón Dávila y Doria por él vinculado, y dos niños, y mi Madre tenía por casa una cueva en un lugar desierto con el resto de la familia, y otra parte del ejército tenían la casa y bienes por de ellos, en esta crítica circunstancia a cada hora creían que mi Madre moría, yo dicen que lloraba tanto en el seno de mi Madre que todos los que estaban cerca de ella me oían, y cuando nací fue la admiración de todos que no sólo naciese viva si no sana".23


Sus padres fueron: Juan Santiago Amaranto Ocampo24 y Francisca Solana Dávila-Brizuela y Doria.25 De este matrimonio, celebrado en 1824, nacieron nueve hijos, de los cuales Isora fue la octava. Sus nombres se conocen por los libros de Bautismo y otros documentos, porque no existía aún el Registro Civil. Ellos son: Ramón de Brizuela y Doria,26 Rubén, Jamín, Benjamina, Graciano Joel, Melchora Carolina, Ismael, Isora María y Sara. De algunos de ellos constan, además, unos pocos datos personales, familiares y de su actuación política; no así de los demás, a pesar de la investigación realizada para la Causa.

Dada la situación de su nacimiento, recibió el agua del bautismo en privado, como sucedía entonces con frecuencia, y la ceremonia se completó unos diez meses después (29-06-1842) en la parroquia que tenía su sede en Anguinán, donde fue anotada como María Isora.27

Con una asombrosa memoria describe rasgos interesantes de su infancia en Sañogasta, que revelan una lucidez precoz. Estando al cuidado de una esclava llamada Dominga, experimentó la protección providencial de Dios en varias ocasiones y pronto comenzó a participar en actos de la piedad popular propios de su pueblo: procesiones marianas, Via Crucis y santo Rosario. Siendo todavía una niña pequeña, comenzó a vivir la devoción con intensa sensibilidad, sobre todo hacia la Virgen María: "ella me atraía mucho con consuelos y ternuras tan dulces y suaves, que no me dejaban pensar en otras cosas propias de creaturas, apenas comenzaba a rezar ya me sentía la alma tan regalada y llena de dulzuras que me volvía un mar de lágrimas (...)".28

Con su madre aprendió asimismo a ser muy caritativa con los más pobres, y cuenta: “yo era repartidora de todas las limosnas que se daban”.29 Gratos recuerdos que se vuelven muy tristes al describir la pérdida de su madre, a los ocho años. Y aunque la acompañaba su familia, ella encontró su mayor consuelo en María, a quien le dice delante de una imagen de la Inmaculada:


"Madre mía, yo no tengo madre, sed vos mi Madre. Esto dije y me sentí llena, en un mar de dulzura, que ya no supe lo que yo hacía, toda me atrajo hacia ella, con tal ternura y amor, como quien abre los brazos y me aceptase y acogiese en sus brazos; este regalo duró un largo rato..." 30


A falta de escuela pública, aprendió a leer con un hermano suyo y desde los siete años se aficionó a la lectura, sobre todo de libros piadosos, que le dieron una preparación bien aprovechada y agradecida por ella. Con esos valiosos medios e inclinada más bien al recogimiento, encontraba gusto en diversas formas de devoción hacia Cristo crucificado y la Virgen María; y -como ella relata- veneraba además a santo Domingo y santa Catalina de Siena, que eran invocados entre sus familiares y de quienes heredó unas estampas. Mientras tanto, permanecía al cuidado de sus hermanos y tíos, pasando por momentos difíciles que describe en su escrito, aunque reconoce que de esa manera iba aprendiendo a ser sufrida y resignada; y con sólo nueve años ya estaba dispuesta a ayunar con rigor durante la Cuaresma.31 Por ese tiempo su padre se casó de nuevo, aunque de esto nada apunta en sus escritos espirituales.32 Al comenzar su adolescencia, vuelve a sentir la ausencia de su madre, sobre todo en las pruebas de esa edad, pero al mismo tiempo percibe cómo la cuidan Dios y la Virgen, que siempre velan por ella.33


3.2. Adolescencia y juventud en la ciudad de La Rioja (1854-1860)

En compañía de su padre, Isora vivió varios años en La Rioja, acogida en el hogar de su tía Concepción Ocampo Herrera, a quien quiso como una madre. Estaba entonces entre los 13 y los 19 años. Habitar en la ciudad, le permitió tomar al padre Laurencio Torres OP como confesor, además de continuar sus devociones y frecuentar asiduamente los sacramentos, mientras seguía con su lectura edificante. En su tía encontró comprensión y compañía, pero no así en sus primas que mucho gustaban de los bailes y las diversiones de la época. Las penurias que pasó por la incomprensión de ellas fueron muchas: burlas, agravios, acusaciones, difamación y hasta malos tratos. No obstante, sin decir nada a su tía ni a su confesor, sufría en silencio. “Nada de esto me alteraba -escribe- ni contestaba palabra a nada. Era como si no tuviera boca, fue esta una escuela donde aprendía a sufrir, a reprimir y vencerme”.34

A pesar de esos obstáculos, persistió en sus prácticas de piedad, sobre todo el rezo del Rosario y la comunión frecuente, a los que sumaba actos de penitencias, aunque confiesa que sobre esta materia no había sido instruida. En ocasión de una misión, predicada por el padre Torres, hizo confesión general y ayunó con rigor; fue entonces que Dios le concedió después de la comunión la gracia del arrobamiento,35 así como en adelante le otorgará otros favores muy semejantes. Movida por sincero fervor, a los 15 años sintió por primera vez el deseo de entregarse por entero a Dios y así lo describe: “Un deseo grande y muy grande me mataba desde este día y era el de ser toda de mi Dios, por un total retiro suspiraba mi alma, no quería tener cosa que me embarazase para esto (...)”. 36

No obstante, sin dejarse llevar de su juvenil entusiasmo, obró con notable sensatez y -como ella lo cuenta- decidió esperar dos años para madurar ese llamado, sin confiarlo a nadie todavía. Continuó por tanto sus prácticas de devoción, aunque el ambiente familiar le era adverso y debió sufrir incomprensión y rechazo; alguna vez, incluso de su propio padre. Con 17 años recibió el sacramento de la confirmación, que ella no menciona en su escrito, pero que seguramente la habrá animado y fortalecido en medio de tantas contrariedades.37

Hacia el final de esa etapa, y teniendo ya unos 18 años, tuvo el impulso de huir al desierto urgida por su ansia de soledad y recogimiento. En su escrito lo describe con muchos detalles, ya que el hecho estuvo precedido de reflexión y seguido de castigos y agravios. Fue una decisión suya, sin consulta ni consejo, pero ese mismo día comprendió en medio del campo, que debía realizar su vocación de otro modo. La vuelta a casa, sin embargo, no la dispensó del rechazo, las malas interpretaciones y privaciones, aunque por su parte, ella procuró explicar a su padre la intención que la había movido.

En los años vividos en La Rioja, y además de las pruebas mencionadas, Isora experimentó con gozo la verdadera amistad y la caridad hacia el prójimo, más otros dones singulares de gracia. Recuerda en sus memorias que se reunía con amigas y era muy querida en la sociedad; describe además varias ayudas que brindó a personas pobres, aunque alguna de ellas luego le causó daño. El amor fraterno le daba gran consuelo, porque sentía que así agradaba a Dios que le regalaba con visitas interiores y la hacía fuerte en las tribulaciones. El Señor también escuchaba sus ruegos cuando intercedía por las necesidades ajenas, concediéndole cuanto pedía. De todas las gracias recibidas, destaca la continua presencia de Dios, aunque ella se sentía una indigna pecadora:


"una continua presencia de Dios, y esta me sirvió y libró de muchos males, pues una llave que guardó mi corazón y sentidos, en medio de los peligros, de manera que mi cuerpo estaba en una parte y mi voluntad y mente en Dios considerándole que allí estaba donde yo estaba y esta creencia era con una fe tan viva que esto me hacía orar continuamente y en todas partes (…)”.38


Con sinceridad reconoce no tener palabras para explicar este don ni los arrobamientos que Dios le concedía en la oración, y que siempre le dejan sentimientos de profunda humildad. Al describir estos pasos de su camino espiritual, se comprende que en cierto momento haya dicho a su padre, de forma espontánea: “Tatita, algún día yo he de ser monja”, ya que -aún sin definir su vocación- se veía atraída plenamente por Dios: “Cada día recibía un nuevo beneficio del Señor y me demostraba su amor con diferentes señales y pruebas de que toda me quería para Él”.39


3.3. Algunos años en San Juan (1860-1868)


Por motivos de trabajo o de política, que no se han explicitado, don Amaranto se radicó con Isora en San Juan, donde residía su hija Benjamina casada con Agustín Herrera. Sus memorias sobre este tiempo son las más copiosas en hechos recordados. Una tercera parte de todo su escrito está dedicada a esos pocos años, que comienza a narrar con su azaroso viaje de La Rioja a San Juan, descripto como un canto a la providencia. Éste era su estilo de escribir y sobre todo de encarar la vida.

En aquella ciudad, Isora compartió primero la casa de su hermana Benjamina, a la cual prestó generosa ayuda con su familia. Luego consiguió que su padre alquilara una vivienda para estar sola con él y una hermana menor; pero finalmente tuvo que volver al hogar de Benjamina y la auxilió en varias situaciones. Durante todo ese tiempo, contó con la guía espiritual de padres dominicos: un primer año la acompañó el padre Norberto Laciar y en adelante el padre Paulino Albarracín, al que nombra con frecuencia, reconociendo su valiosa ayuda en infinidad de circunstancias.

El período trascurrido en San Juan fue el más intenso en la vida laical de Isora. Sus ocupaciones fueron: las tareas del hogar, en las que llegó a tener toda la responsabilidad de la casa; numerosas obras de caridad para con pobres, enfermos, afligidos, ancianos y moribundos; una intensa vida espiritual, hecha de profunda y continua oración, sacramentos de confesión y comunión, más unas gracias especiales que Dios le regalaba. En este tiempo recibió también una luz plena sobre su vocación.

Colaboró primero en los quehaceres domésticos de la familia Herrera-Ocampo, que tenían varios hijos, en la cual fue además invitada con insistencia a participar de fiestas y bailes, de los que se escapó siempre que pudo, con particular ingenio. Buscando, pues, más tranquilidad y alejándose de un joven muy bueno que la pretendía, rogó a su padre que alquilaran casa aparte y así lo consiguió, dando como siempre gracias a la providencia.40 En esas circunstancias, pidió permiso a su padre para ser religiosa y él se lo dio con gusto, aunque ella bien sabía que él no podría pagar la dote, porque estaban pobres.41 En el nuevo hogar atendió en todo a don Amaranto, junto con su hermana menor, y allí debió afrontar momentos difíciles de escasez, en los que -como ella agradece- Dios los auxilió de manera prodigiosa.

Isora tenía por entonces unos 19 años, y en su largo relato de los años siguientes, tiene muy en cuenta la resolución que ha tomado. Ante todo, confiesa humildemente que -con la gracia de Dios-, consiguió vencer tentaciones muy fuertes contra la castidad.42 Luego describe un estilo de vida, que asume a consciencia, para preparar su ingreso al convento, y que estaba hecho de: oración, sacrificios y obras de caridad; aunque para cumplirlo, no siempre encontró comprensión en su entorno.

Confirmada ya en su decisión de entregarse a Dios como monja, todavía emprendió en San Juan numerosas obras de caridad. Con admirable memoria dedica varias páginas de su escrito a describir la atención material y espiritual que brindó a enfermos y afligidos, ancianos y jóvenes, intercediendo siempre por todos ellos.43 La dedicación al hogar y las obras externas de caridad no interrumpieron su intensa vida espiritual, que seguramente fue la fuente de su abnegado amor fraterno. Con la permanente guía del padre Paulino, meditaba la pasión del Señor, confesaba y comulgaba con frecuencia, gozando siempre de la dulce presencia de Dios.44 No faltaron sin embargo las contrariedades, porque no todos comprendían su entusiasta dedicación a las cosas de Dios y porque las mujeres jóvenes de ese tiempo no gozaban de plena libertad para salir solas del hogar. Una buena parte de la comunión íntima con Dios, recibida como gracia de lo alto, se manifestó en favores singulares que describe en unas cuantas páginas.45 Estas gracias extraordinarias fueron: visiones durante el sueño; diálogos afectuosos con Jesús y María, mientras dormía; encuentros con los santos o tentaciones vencidas. Su vida de oración y caridad le exigió aceptar privaciones y soportar incomprensión, a lo cual quiso añadir libremente actos de mortificación como el ayuno y el uso del silicio.

De los últimos años en San Juan, anota todavía varios hechos. Al demorarse su ingreso al Monasterio, y llegada a los 25 años de edad, hizo voto privado de castidad, preparada y guiada por el padre Paulino. Como oportuna ocasión para su proyecto, se produjo por entonces una vacante en el Monasterio Santa Catalina de Córdoba, al que había solicitado su ingreso; pero no pudo aprovecharla por carecer del dinero para la dote. A su vez, le tocó en ese tiempo compartir y ayudar en varios sucesos de su familia, que la dejaron extenuada: la epidemia del cólera; la muerte de un sobrinito de diez años y la de su cuñado Herrera; la gran pena de su hermana viuda, Benjamina, que también cayó abatida y enferma, y además a noticia de la muerte de su padre en La Rioja.

Por fin se produjo otra vacante en el Monasterio, pero ella no encontró en su familia la ayuda económica que necesitaba. Con decisión y coraje se animó entonces a pedir limosna, que recibió enseguida de mucha gente que la quería, hasta completar cuanto le hacía falta. Como en otras ocasiones, escribe que se emocionó hasta las lágrimas y se desvivía de gratitud para con Dios que así la favorecía.46 El viaje de San Juan a Córdoba para ingresar al Monasterio, será relatado por ella como una nueva prueba de la providencia divina que la asiste en todo momento; más aún cuando tuvo que demorar la partida, porque la diligencia que en primer lugar debía tomar fue atacada por salteadores de caminos.47


3.4. Monja dominica en Santa Catalina de Siena de Córdoba (1868-1900)


Isora María Ocampo logró finalmente ingresar en el Monasterio Santa Catalina, el 19 de junio de 1868, día del Sagrado Corazón, que ella interpretó como un don divino y una premonición cumplida; estaba feliz y muy agradecida.48 Tenía en ese momento 26 años, con algunos meses y, según la costumbre, tomó el hábito de la Orden pocos días después: el 3 de julio. En su autobiografía dedica sólo unas 60 páginas para narrar lo vivido en sus años de monja dominica. Su objetivo primordial era poner por escrito sus vivencias interiores, a fin de confiarlas a sus guías espirituales y pedir su consejo. Para completar fechas y datos se cuenta con los libros y demás documentos del Monasterio y, para conocer mejor sus virtudes, están los testimonios de algunas monjas dominicas de su época, y de la Superiora General de las Mercedarias del Niño Jesús.

El noviciado duraba entonces un año, al cabo del cual se hacían los votos solemnes, que ella formuló el 7 de julio de 1869, tomando el nombre Leonor de Santa María.49 En una frase breve y significativa describe su experiencia: “Tuve un noviciado el más feliz, y profesé con igual felicidad. Llevé la lana desde que entré al noviciado y el ayuno con gran gozo mío, sin extrañar cosa alguna, mi salud cumplida”. 50

En adelante, poco cuenta sobre su vida cotidiana en el claustro. Sus apuntes biográficos se refieren en general a sus experiencias espirituales, tanto ordinarias como extraordinarias. Si su íntima y constante comunión con Dios había sido permanente en su vida seglar, siendo ya monja de clausura su atención estuvo centrada por completo en su vocación contemplativa y dominicana. De allí también el lugar destacado que tuvieron para ella sus confesores, que en los párrafos siguientes se mencionan.

Durante su primera etapa en el convento, siguió recibiendo dones especiales, y pronto sintió la necesidad de ser guiada para interpretarlos. Tuvo primero por confesor al padre Domingo Mercado OP. Luego quiso tener uno de los padres jesuitas, que las monjas conocían como confesores y predicadores de los ejercicios espirituales. El que la providencia le concedió por cinco años, de quien no da el nombre,51 fue muy importante para su crecimiento espiritual52. Este confesor le mandó resistir los ímpetus de fervor y pedir al Señor le quitara favores especiales y notorios; le mandó no hacer oración en su celda; incluso dudó de su veracidad y le exigió un juramento. En la obediencia encontró sor Leonor la paz que nunca perdió. De todas maneras, orar en el coro era para ella una experiencia de cielo53. Hay que tener en cuenta, que en ese tiempo se temía que las manifestaciones especiales pudieran venir del demonio. Pero en su discernimiento sor Leonor logró formular un criterio que describe con sorprendente sabiduría y que la tranquilizó, tanto a ella misma como a su confesor: los frutos tan buenos de paz, humildad y deseo de virtud que ella experimentaba, no podían venir del enemigo, sino sólo de Dios.54

Aun gozando de un nivel tan alto de vida espiritual y mística, la Venerable Leonor mantuvo los pies en la tierra. La comunidad era grande y laboriosa, de modo que todas las monjas desempeñaban oficios diversos. A ella le tocaron varios, si bien no los más importantes; trabajó en la portería, en la sacristía, en la despensa y sobre todo en la enfermería, donde se desempeñó a lo largo de tres trienios, aunque no continuos. Los libros del convento dan cuenta de cada uno de estos servicios. Si de laica había sido atenta y caritativa con los enfermos, también lo fue en el convento, aún con mayor entrega y afecto. Ella misma lo manifiesta, escribiendo: “cuando más tenía que hacer con las enfermas, más contento tenía en mi alma; nunca omití sacrificio para aliviarlas y consolarlas".55 Los testigos de la causa luego lo confirmaron.56

En la vida de comunidad encontró, pues, muchas alegrías pero no le faltaron los contratiempos, que -en su forma de encarar la vida- los recibió como venidos de lo alto y le dieron ocasión para crecer en virtudes. Disfrutó del ingreso y la profesión de su sobrina.57 y sufrió también, porque la comunidad sospechaba que ella ocultaba un defecto de esta pariente suya, y luego también por una amistad de dicha sobrina con otra religiosa, que no le hacía bien. Se sintió querida y alentada por una Priora, pero con otra padeció humillaciones. De una monja compañera de tareas, debió tolerar celos y envidias. Padeció el enojo del obispo, cuando votó a consciencia contra una propuesta de dicho prelado. Junto con la comunidad sufrió las rarezas de una hermana lega y los escrúpulos de una monja anciana. Ayudando en la procuraduría soportó los malos tratos de una conversa y de las sirvientas. Con muchas lágrimas lloró la muerte de una tía monja, a quien tanto quería.58 Pero también tuvo la inmensa dicha de alentar a una novicia en un momento de crisis.

Con el sencillo lenguaje de su escrito, nombra sus sufrimientos personales como: “trabajos”, palos negros grandes o chicos, cruces de mayor o menor tamaño. A menudo los encuentra anunciados de antemano en sueños y visiones, que disponen su ánimo para enfrentarlos. Esta simbología tan expresiva ocupa aquí un papel importante, como también al describir las gracias y consuelos recibidos con múltiples imágenes o figuras.59 De todos modos, importa destacar que, por su manera de asumir las penurias padecidas en la vida común, le dieron siempre la oportunidad de crecer espiritualmente, con la gracia de Dios. En uno de tantos comentarios que anota en esas situaciones, dice: "Todas estas cosas las sufrí con mucha paz y alegría de mi corazón; y nunca me di por entendida con ellas ni tuve resentimiento".60

Los dones singulares de gracia ya mencionados se prolongaron durante toda su permanencia en el Monasterio. Dios se los fue regalando de manera continua. En sesenta páginas que relatan esa etapa de su vida, se anotan aproximadamente unas setenta experiencias de gracia divina.61 Sería muy largo describirlos en detalle. Mucho más importa insistir en otros aspectos: sor Leonor sólo los confió a sus confesores, sin revelarlos a nadie; nunca se consideró digna de tales gracias, reconociendo siempre que eran inmerecidas; esos favores dejaron siempre en su corazón: paz, gozo y deseos de mayor virtud. Con humildad recibió, pues, todas las gracias, incluida esa misma virtud, que ella reconocía como dones divinos:


Dios Nuestro Señor fue mi Maestro, y todo, pues nunca permitió que tuviese el más ligero pensamiento de que yo fuese algo más que otras por esto, pues me dejaban sentimientos tan humildes, que ya digo que me unía con la tierra, ya no podía sentir más bajamente de mí, y esto era con una gracia especial, pues no podía yo hacer aquellos actos interiores de humildad sin una gracia particular (...)”.62


Desde 1876, otro confesor le dispensó su ayuda, aunque de manera muy distinta. Cumplidos unos cinco años con el padre jesuita, y luego de alguna incertidumbre, recibió como confesor al padre dominico Reginaldo Toro63; ella misma así lo había presentido. En realidad con él se sintió muy probada, porque no le concedía la atención ni el tiempo que ella esperaba. Pero tentada por ello de perder la paz interior, descubrió -para su propio bien- que Dios quería modelar su corazón con esa prueba.64 Las ausencias del padre Reginaldo, que predicaba misiones en varios lugares, la hicieron padecer bastante, aunque ella ofrecía por él sus oraciones y sufrimientos. La mayor prueba y el peor momento lo vivió cuando creyó perderlo del todo, porque en su corazón surgieron sentimientos de odio y soberbia; los que pronto logró vencer, con la fuerza de la gracia de Dios, que ella y sus hermanas invocaron con insistentes ruegos.

Luego fue su confesor el Venerable padre José León Torres, mercedario,65 del cual sor Leonor también cuenta haber recibido previo anuncio de parte de Dios. Ella misma anota este cambio en su cuaderno, sin dar fechas y dejando la impresión que se sintió por ello favorecida y agradecida. Esto sucedió en el año 1883, cuando ella había pasado ya los 40 años. Su escrito no se extiende mucho más, ya que ese año o el siguiente habría dejado de escribir. De sus motivos para suspender las memorias, sólo se pueden hacer suposiciones. Hacia el final, una valiosa confidencia destinada por escrito al padre Torres, muestra la humildad y sabiduría con que ella misma opinaba sobre sus sueños.66 Precisamente en esos años, había soñado por anticipado la muerte del Obispo Álvarez (+1878) y la del Obispo Esquiú (+1883).67 De sus últimos años de vida, por lo tanto, nada ha consignado en sus cuadernos.


3.5. Enfermedad y muerte – 28 de diciembre de 1900


Por cuanto se sabe, sor Leonor fue una persona sana y sólo habría padecido los malos tratos y las dolencias que narra en sus memorias. Por el testimonio de quien compartió con ella hasta el final, se sabe que enfermó de pulmonía en noviembre de 1900 y, después de una mejoría, sufrió la recaída que la llevo a la muerte. Había comulgado en Navidad, pero no alcanzó a recibir los sacramentos porque su gravedad no fue advertida. Las hermanas que la acompañaron hasta el final, cuentan que la vieron tranquila, amable, resignada, trasmitiendo serenidad a todas. En el libro de difuntas se apuntó:


Fue una religiosa que poseyó las virtudes especialmente recomendadas por Dios Nuestro Señor, la mansedumbre y humildad y estas hacían que recibiese los acontecimientos de la vida por adversos que fueran, con una paz y serenidad edificantes. (...) siempre se le veía alegre y contenta en donde la obediencia la colocaba. (…) Llevó con mucha paciencia los achaques que padeció en su salud, sin dejar de seguir con la comunidad en sus austeridades (...)”. 68


4. Perfil humano y rasgos espirituales


4.1. Perfil humano


Isora creció en un hogar de gente honesta y laboriosa, de arraigada religiosidad, que cultivaba el respeto y el afecto entre sus integrantes; como asimismo una sincera estima hacia los criados y sirvientes. En el seno familiar, los niños y jóvenes eran educados en la obediencia y sumisión a los mayores. De pequeña comenzó a participar con los suyos en las devociones populares y a practicar la caridad hacia los pobres, guiada sobre todo por su generosa madre. Pero la temprana muerte de doña Francisca Solana influyó seguramente en la armonía familiar y en el proceso educativo de los más pequeños. Isora tenía entonces sólo ocho años y quedó a cargo de sus hermanos, tías y cuñadas, que colaboraron con su padre. Desde aquel momento tomó a la Virgen María como madre y se quedó muy serena. De los suyos recibió cuidado y afecto, como también alguna reprimenda que supo agradecer.

Aún no se habían fundado escuelas públicas y la enseñanza de las primeras letras, que no llegaba a todos, estaba en manos de personas de cierta instrucción y buena voluntad, que enseñaban en sus casas. Isora cuenta que aprendió a leer a los siete años, con ayuda de un hermano suyo. Era una niña despierta, atenta y lúcida, desde su tierna infancia; de asombrosa memoria y buen razonamiento, aunque más bien callada. Muy pronto se aficionó a la lectura, sobre todo de libros formativos que nunca le faltaron y mucho le enseñaron, preservándola de peligros, como ella recuerda. Poseía una delicada sensibilidad manifestada en su relación con las personas y con la naturaleza. Las penas y las alegrías la llevaban pronto y con frecuencia a derramar lágrimas. Fue en general una persona sana, pero puede ser que algunos malestares mencionados por ella hayan sido la somatización de vivencias impactantes. Gustaba mucho de las plantas, las flores y los pájaros, de manera que muchas de sus experiencias espirituales se expresan con esos símbolos. Desde temprano fue amiga del recogimiento y la soledad, por lo cual aparecía a menudo concentrada y un tanto distraída. No obstante, estableció buenos y sanos vínculos de respeto y afecto con sus familiares, como de amistad con muchachas y mujeres de su entorno, conservando siempre la libertad y la autonomía en sus decisiones.

Tuvo un corazón grande y compasivo para quienes padecían sufrimientos corporales y espirituales, que la movió efectivamente a ocuparse de pobres y enfermos de distintas edades, primero como laica y después como religiosa. Fue firme y valiente en las adversidades, de manera que supo sostener sus convicciones y perseverar en su recta conducta, aún en medio de la incomprensión y la crítica. Se mantuvo libre en su búsqueda vocacional, incluso frente a quienes no comprendían o no apreciaban sus objetivos. A través de una sensata y serena reflexión entendió que Dios la quería toda para Él. Es verdad que, en algún momento, manifestó cierta aversión a los varones; actitud que en ella no fue permanente y que se explica por los peligros y temores propios de la cultura y del ambiente; como también por su deseo de recogimiento y de entrega a Dios.

En su vida religiosa completó su formación al modo como la recibían las monjas de clausura en la Córdoba de su tiempo, principalmente en materia de moral, espiritualidad y liturgia. Sus escritos, manifiestan una espontánea y sincera capacidad de expresión. En general se comprenden bien, aunque contienen errores de ortografía y de sintaxis. De ella se cuenta que no ocupó cargos de importancia en el convento, por considerarla menos capaz que otras. No obstante, hay signos evidentes de su responsabilidad y perseverancia en las tareas encomendadas; a su vez, parece obvio que su modestia, sumada a un modo de ser recogido y concentrado, diera lugar a juzgarla menos competente. Sin embargo, sus actitudes y respuestas manifiestan una notable capacidad para comprender, discurrir y contestar, como también una gran libertad interior frente a contrariedades y opiniones diferentes a la suya; incluso poniendo a veces un poco de oportuno humor.

Durante su vida de continua oración en el claustro siguió siendo sensible hasta las lágrimas y las vivencias que describe están cargadas de intenso y delicado afecto hacia Dios, la Virgen y los santos. Respetó y quiso a sus preladas, a sus confesores y demás personas de autoridad, con honesto cariño. Estos vínculos también le ocasionaron ciertas exigencias y algunos sufrimientos, que reconoció con sencillez y sin resentimiento. En la vida comunitaria fue afectuosa con sus hermanas, sobre todo con las enfermas; y en las tareas compartidas con las monjas de su tiempo encontró ciertas dificultades, que a veces llegaron hasta la humillación y el desprecio; pero en toda ocasión se mantuvo fuerte y animosa, bien dispuesta para la abnegación y sin perder nunca la alegría. Por su forma de ser y de vivir, asumió la muerte con serenidad y en paz, trasmitiendo esos sentimientos a quienes la acompañaron.


4.2. Principales rasgos espirituales


De acuerdo con las normas vigentes, la Positio contiene una descripción detallada de las virtudes heroicas de la Sierva de Dios, siguiendo el esquema tradicional de las virtudes teologales, morales y adjuntas, más las propias de su estado de vida. El capítulo sobre su vida virtuosa se completa describiendo su itinerario espiritual y la fama de santidad.69 Para ello se tuvo en cuenta su escrito autobiográfico70 y el aporte de los 27 testimonios recogidos durante el proceso diocesano.71

De sor Leonor no se puede decir que haya aportado a la Iglesia una espiritualidad propia y singular. En su vida sencilla y humilde se manifiesta sin embargo la riqueza de la gracia de Dios, que la hizo disponible a sus dones para crecer en virtudes humanas y cristianas, al estilo de su tiempo.72 Su camino espiritual hacia la perfección fue por lo tanto progresivo y siempre gozoso, aunque no le faltaron problemas ni disgustos. A continuación se ofrece, pues, una síntesis de los principales rasgos de su vida interior, retomando algunos hechos y dichos fundamentales, de algún modo ya mencionados.

Su itinerario de profunda fe comenzó siendo muy pequeña, participando en las devociones de su pueblo, que ella vivía con espontánea piedad y tierno afecto. Gustaba del recogimiento y leía con provecho lecturas formativas. De joven laica perseveró en la oración y los sacramentos, superando prohibiciones y burlas, guiada por confesores religiosos. Consagrada luego a Dios y completada su formación en el Monasterio, comenzó a escribir sus memorias como a los 30 años de su edad. En ellas manifiesta una fuerte convicción de mujer creyente, cuya fe ha iluminado y guiado desde niña su entera existencia. Con sencillez expresa su manera de concebir a Dios, a quien invoca y reza con adoración e indecible ternura. Él es el Señor de misericordia que la colma de favores y gracias; el Creador, el dueño y autor de todo, a quien debe gratitud y alabanza. Es el Padre que la conforta y consuela, la comprende y complace. Su poder es infinito y su amor no tiene límites. Él es la verdad misma; el salvador y liberador de todos los males; quien absuelve sus pecados, le asegura la salvación y la libra de la condenación. Al recordar sus ratos de contemplación, dirá que entonces “comprendió tan altas y grandes cosas sobre la grandeza y el poder de Dios”.73 Y el recuerdo de cuanto recibía de este Señor misericordioso, causaba en ella “efectos de admiración, amor y gratitud”, de modo que aún en tiempos de frialdad encendían su corazón.74

Gustaba de meditar en especial la Pasión del Señor, de modo que la misericordia de Dios la movía a un gran amor; por eso escribe: “este Señor misericordiosísimo, se me comunicaba de una manera tan dulce y sensible, que me deshacía continuamente en amor suyo, muchas luces recibía mi alma”. 75

Como hija de su tiempo, como también de santo Domingo y de santa Catalina de Siena, confiaba plenamente en este misterio de la Pasión de Cristo y en él encontraba inspiración y consuelo. De manera semejante, la devoción al Corazón de Jesús, por entonces muy difundida, configuró su manera de creer en Dios y de relacionarse con Él.76

Esta rica convicción de fe motivó en ella una constante e intensa vida de oración. Con pocos años ya gustaba de la oración vocal, sobre todo del Rosario, y de frecuentes momentos de meditación, a veces bastante largos, con ayuda de algún libro piadoso. La Misa y la Comunión le dieron ocasión de vivir ratos de gozosa intimidad con el Señor. Entre muchas gracias especiales, Dios le concedió una “continua presencia de Dios”, hasta poder decir: “mi cuerpo estaba en una parte y mi voluntad y mente en Dios considerándole que allí estaba donde yo estaba, y esta creencia era con una fe tan viva, que esto me hacía orar continuamente”. 77

Confidencias como ésta, pertenecen todavía a su vida como seglar:


Estaba mi corazón tan posesionado de Dios, que no respiraba sino amor, sentía una presencia de Dios tan dulce, que toda me componía, mis movimientos, maneras y palabras, todo era con tal reverencia y compostura, porque tenía gran certidumbre de que Dios estaba conmigo (...)”.78


La oración practicada -tanto en el mundo como en el convento- fue siempre para ella un encuentro feliz con el Señor, de afectuoso diálogo, iluminación y consuelo. En no pocas ocasiones se encontró arrebatada y llena del espíritu de Dios durante largos ratos.79 Otras gracias singulares recibió también, que le permitieron encontrarse con el Señor, la Virgen y los santos, conversando con ellos y desbordante de gozo. Más adelante se retoma este aspecto de su experiencia mística, revelado únicamente a sus confesores. Los testimonios de la Causa no dan cuenta de ellos.

Con razón se puede decir que narra sus vivencias espirituales, a modo de un perpetuo canto a la providencia divina, con la plena confianza que este misterio le inspira. Todo lo que le va sucediendo en la vida es recordado y descripto por ella, como misericordias y favores que el mismo Señor le concede.80 En todas sus necesidades y angustias recurre a Dios y a la Virgen y por ellos se siente siempre escuchada. Así lo experimentó al perder a su madre y confiar su vida a la Virgen María. Y en adelante, interpreta todos los acontecimientos de su vida, hasta lo más simples y ordinarios, como un delicado favor del Dios que siempre la protege y conduce81. De tal modo experimenta la providencia del Señor, que a Él atribuye cuanto acontece, en relatos muy detallados, como si no existiera otra explicación o causa de cuanto sucede. Así, pues, -como ella escribe- Dios la cuida en cada viaje y traslado; la salva de muchos y diversos peligros; le da fuerza para vencer obstáculos y tentaciones; sólo con su ayuda consigue frecuentar los sacramentos. Él es quien manda provisiones a su hogar en tiempo de pobreza; luego la salva de un incendio en su propia casa; y por fin le permite conseguir el dinero para la dote. Con esta firme convicción, ella anima y conforta a parientes, enfermos o necesitados a quienes asiste o aconseja. La misma actitud de confianza la acompaña en los años de monja dominica; ella está convencida de que tanto los dones recibidos, comenzando por su vocación, como las acciones buenas y todos los sufrimientos, vienen de la mano de Dios, que así la encamina hacia mayor entrega y santidad. Por lo demás, el objeto supremo de su esperanza teologal es la gloria final, más allá de la muerte, que anhela para sí misma y para cuantos enfermos o moribundos acompaña.

Éste y otros aspectos de su vida interior son relatados de manera muy simple. Y aunque parecen inspirados en la Palabra de Dios, la doctrina de la Iglesia y el ejemplo de los santos, rara vez hace mención de fuente alguna. De todos modos, por su constante referencia a la Virgen María y a los santos, en particular a santo Domingo y a santa Catalina, es lógico pensar que la espiritualidad mariana y dominicana haya influido notablemente en su forma de orar y de practicar las virtudes cristianas.

Otra cualidad singular de la Venerable sor Leonor es su prudencia humana e infusa. De una persona simple y de poco estudio, de ordinario no se esperan grandes muestras de sagacidad o sabiduría. Pero en ella sí se encuentran estas manifestaciones, en variadas y precisas situaciones. Como se sabe, la prudencia no es sinónimo de cautela, porque esta virtud señala más bien la forma adecuada de toda obra buena y de cualquier virtud, incluso de las teologales. Antes de ser instruida, sor Leonor recuerda haber comprendido que es Dios quien reparte los bienes a todas las personas.82 Y a Él atribuye haber aprendido pronto a “huir de las tentaciones y peligros”, aunque por entonces ella no se consideraba “viva”.83 Se molestaba de pequeña cuando criticaban a los sacerdotes, y los defendía, aunque bien sabía que eran hombres pero representantes de Cristo.84 A los 15 años sintió el deseo de entregarse a Dios, pero decidió pensarlo dos años más, por si era una moción pasajera. Y cuando por fin pudo marchar al convento, se atrevió a decir con franqueza a su hermana y hermanos, que no la quisieron ayudar e intentaron prohibirle que pidiera limosna: “ni tú ni mis hermanos me proveen de lo que necesito para vivir, por consiguiente, no pueden quitar lo que ustedes no me pueden dar”. 85

Siendo aún laica, supo acompañar y orientar a una amiga suya para que se hiciera monja carmelita.86 Y siendo religiosa, pudo aconsejar a su tía para que renunciara a su cargo de maestra de novicias, cuando se dio el momento oportuno.87 Ofreció su sabio consejo a una novicia que estaba en crisis y también a otras monjas en diversas circunstancias. Cierta vez que la comunidad tuvo que decidir sobre el ingreso de una joven viuda, ella votó con toda libertad en contra del parecer del Obispo, porque juzgó que era lo más conveniente.88 Y cargada luego con cierta angustia interior, encontró una gran paz al repasar en consciencia su rectitud de intención.89 Se puede afirmar sin duda que la mayor muestra de su buen discernimiento se advierte respecto a los favores especiales que recibía de Dios. En efecto, aun revelando sus experiencia a los confesores y confiando en su ponderado juicio, ella logró por sí misma distinguir que no podían venían del mal espíritu, porque dejaban en su alma efectos buenos de humildad, amor y paz.90 En cambio, la influencia del demonio hubiera dejado en ella sentimientos muy distintos y así lo reconoce. Los testimonios presentados en el proceso le atribuyen la discreción de espíritus, tanto para reconocer sus errores, como para practicar el ayuno y aún para aceptar las bromas.

Otro rasgo destacado de su espiritualidad es una humildad auténtica, fundada precisamente en su actitud teologal y prudencial. Sor Leonor Ocampo era de familia honorable y sus parientes ocuparon cargos destacados, pero ella nunca tuvo en cuenta esa condición, ni hizo alarde de origen o parentela. Fue favorecida por Dios con dones especiales, pero en ningún momento se sintió por ello mejor que los demás; ni como laica ni como religiosa. Al contrario, con fuertes y reiteradas expresiones se refiere a sí misma como una indigna pecadora,91 aunque a su vez se sabe querida por Dios y perdonada por su misericordia.92 Los mismos favores de Dios en su providencia y las gracias especiales de Él recibidas, le fueron inspirando sentimientos de gratitud, contrición y deseo de glorificar a Dios. En la santísima Virgen, a quien amaba y admiraba con entrañable cariño, encontró precisamente motivo y ejemplo para practicar la humildad.93 Y la misma práctica de esa misma virtud, la consideraba fruto de la gracia de Dios.94 Las monjas que la conocieron advirtieron en sor Leonor un porte noble y humilde al mismo tiempo; cuentan que se consideraba pequeña ante Dios y los demás; y mencionan ejemplos, como aceptar oficios o tareas menores y aún recibir con humildad una corrección imprudente.

Las notas ya mencionadas de su personalidad humana y espiritual configuraron su inmensa caridad fraterna. Por su natural sensibilidad mostró una gran compasión por las personas pobres y dolientes, y en particular por los niños, los enfermos y los cercanos a la muerte; unos eran parientes, pero otros eran apenas conocidos o puestos por Dios en su camino. Cuando de jovencita fue despreciada por sus primas, sin rencor alguno, compartió con ellas cuanto tenía, hasta privarse de todo. Y aun habiendo muy pocos ingresos en su hogar, fue generosa con quienes acudían a pedir su ayuda. Las urgencias de la caridad -como ella anota con buen criterio- la hacían salir de su recogimiento tan deseado, para asistir a los enfermos que a ella recurrían. La situación de las mujeres golpeó fuerte su corazón, cuando estando en San Juan encontró algunas muy pobres, desamparadas y sin atención médica; hasta estuvo tentada de dedicarse por entero a ellas pero su confesor no se lo permitió.95 A su vez, su profunda fe la impulsó a dar consejo y auxilio a personas alejadas, incapacitadas y moribundas para que se reconciliaran con Dios y murieran en paz.96 Con sencillez y sin considerarse más que los demás, los quería a todos con afecto maternal, como ella escribe.97 La motivación más honda de sus compasivos desvelos era el amor de Dios y el deseo de complacerlo a Él; la oración la ponía en actitud de discípula frente al Maestro, de modo que -como ella confiesa- “yo me sentía llena de caridad y compasión con mis prójimos y los amaba con ternura cumpliéndose en mí aquello que dice el Apóstol: ¿Quién padece que no padezca yo? [2 Cor 11,29]”.98 En los años de religiosa contemplativa, desempeñó varios oficios en favor de la comunidad con la misma humildad y generosa entrega. Se destacó sobre todo como enfermera, ofreciendo su amor por las hermanas dolientes, como se lee en los testimonios:


en los oficios, tenía mucho espíritu de abnegación y de sacrificio, en particular, en el oficio de enfermera, que desempeñó varios trienios, el cual era muy recargado en esos tiempos por no haber en nuestro monasterio las comodidades que hay ahora. Continuamente se encontraba abierta la enfermería con enfermas graves y continuas malas noches, que atendía con caridad y esmero”99


Los testigos de su tiempo, han utilizado expresivos términos para hablar de su amor fraternal. La describen: caritativa, bondadosa, de gran corazón, delicada, discreta, abnegada, sacrificada, sufrida, apacible, ingeniosa, de buen talante, sin prejuicios ni escrúpulos, de igual trato con todos, tolerante con los defectos y miserias ajenas.

A partir de los rasgos descriptos, se comprende el espíritu de penitencia que acompañó todo su itinerario espiritual. Sin duda, ésta no es una nota de la espiritualidad actual, pero se entiende bien en el ambiente de su tiempo y de su carisma. Más todavía, porque ella -desde una profunda actitud teologal y cautivada por la pasión de Jesús- busca ser perdonada y salvada por Él, mientras de Él aprende a aceptar la voluntad de Dios y a amar con abnegación a los demás. Desde esta perspectiva teológica, la penitencia ocupa su debida ubicación en el camino de santidad. Como ella recuerda, se sintió movida a la mortificación siendo pequeña y mucho antes de ser instruida acerca de esa virtud. Es probable que los ejemplos y la predicación de aquel momento, la indujeran a buscar formas de mortificación. Así, pues, la penitencia fue luego parte de su preparación para la vida religiosa, ya que la consideraba fuente de mérito,100 como lo había aprendido en sus lecturas.101 En consecuencia, también inculcó a los enfermos y atribulados que asistió: “el mérito de sufrir por amor de Dios”.102 De ese modo dispuesta y ejercitada, no tuvo dificultades en asumir la vida austera y las privaciones del Monasterio, por amor a Jesús, aunque sin sentirse digna de sufrir por Él.103 Practicó por tanto esta virtud, en relación directa con la fortaleza para vencer pruebas y tentaciones, y unida a la entereza para tolerar a personas difíciles; y cuando se vio en ocasión de sentir amargura o humillación, ella misma dice: “se alegraba mi alma de padecer por él y con él”.104 Las monjas de su tiempo confirman que practicaba la mortificación, de forma humilde y reservada, señalando su principal motivación: la configuración con Jesucristo.

Siguiendo a Jesús en su vida, la joven Isora Ocampo fue descubriendo de a poco que Dios la quería toda para Él. No lo comprendió desde un primer momento. Si bien desde chica prefería la soledad y gozaba en la oración, su vocación de entregarse a Dios fue madurando con los años. Como manifiesta su biografía, la descubrió a través de una intensa vida cristiana y comprometida, hecha de oración, práctica sacramental, tareas domésticas y obras de caridad; incluso superando numerosas dificultades. Su primer impulso, sentido a los 15 años, fue meditado con prudencia, hasta sentirse confirmada por Dios, años después. Desde ese momento, siguió invocando al Señor mientras se preparaba con una intensa vida de oración, penitencia y caridad. Los últimos años no fueron fáciles; debió perseverar y superar alguna tentación; aguardar que hubiera lugar en el Monasterio y por fin conseguir el dinero para la dote. Al verse demorada en su propósito, decidió consagrase con voto privado de castidad.105 Su itinerario vocacional estuvo marcado paso a paso por la devoción a la Virgen María, a santo Domingo y a santa Catalina, a quienes conoció en su niñez y quiso mucho desde entonces. El Rosario fue su oración preferida que nunca dejó de rezar. Su opción por la vida monástica dominica, por consiguiente, fue libre, consciente, y se afianzó a través de pruebas de diverso orden.

Ingresada al Monasterio con inmenso gozo y gratitud, perseveró consagrada al Señor, siempre contenta y fiel a sus votos. Algunos problemas le permitieron, también allí, seguir creciendo en humildad, paciencia y fortaleza; mientras que en sus oficios ejercitó con intensidad la caridad fraterna. Sus confesores le ofrecieron acertadas exigencias y sabia conducción, a las que se sumaron algunos sufrimientos. En toda esta etapa, mantuvo su modo de ser y de actuar, que monjas de su época describen como: sencillo, pobre y humilde; orante, recogido y silencioso; fiel y observante; recatado pero amable y alegre; fraterno, servicial y sacrificado por amor a los demás. Sus compañeras, sin embargo, no conocieron la profundidad de su comunión con Dios, ni sus experiencias místicas, hasta que se devolvieron y leyeron sus memorias, muchos años después de su muerte.

El Señor favoreció a la Venerable sor Leonor con numerosas gracias especiales, primero durante su vida seglar y luego de monja dominica. Se conocen sólo por su escrito autobiográfico y han sido descriptas íntegramente en la Positio; allí se añadió también una primera ponderación de esos dones, que habrá de ser completada y profundizada. Su experiencia mística se manifestó en forma de arrobamientos o éxtasis durante la oración, de sueños o visiones y de voces, en los que ella experimentó privilegiados encuentros con Jesús, la Virgen y los santos. Algunas veces esos favores le anunciaban hechos o sufrimientos futuros y la preparaban para soportarlos con fortaleza. Su modo de describirlos es directo y sencillo; por lo general simbólico, como es el lenguaje de los místicos. Ella misma confiesa que no encontraba las palabras para explicar lo que le pasaba, sin buscarlo nunca y sólo por iniciativa divina. De su parte, ella mantuvo siempre una actitud humilde, agradecida y gozosa por tales favores. Nunca se consideró merecedora de recibirlos, reconociendo que provenían de la misericordia de Dios y que en su corazón le dejaban paz, consuelo y deseos de mayor entrega. Cualquier pensamiento de creerse por ello mejor que los demás, era rechazado. De sus confesores, a quienes recurrió confiada, recibió oportuna y valiosa ayuda, que supo aprovechar; pero nunca reveló esas gracias a otras personas e hizo lo posible para que nadie las advirtiera. En su propia reflexión sobre estos fenómenos, se muestra intuitiva y sagaz para juzgar si en verdad venían o no de lo alto.106 Por lo tanto, sumadas estas razones a su índole personal ya descripta, se pueden reconocer en sor Leonor los signos de una auténtica experiencia mística, acompañada por fenómenos extraordinarios; gracias muy especiales con que Dios la regalaba. Sin embargo, al presentar sus virtudes heroicas ante la Iglesia, estos dones no se proponen en un primer lugar, sino que ante todo se toma en cuenta su seguimiento e imitación de Jesucristo, expresado en virtudes teologales, morales y las de su propio estado; un camino constante, libre y heroico hacia la perfección cristiana, hecho posible por la gracia de Dios. Seguramente estudios más profundos y especializados de este aspecto que forma parte de su itinerario espiritual, permitirán discernir mejor y en particular el origen y naturaleza de tales dones.

En esta síntesis de su semblanza personal, cabe mencionar por último un auténtico espíritu eclesial. Las muestras de este rasgo espiritual también son varias y constantes. En sus primeros años se dejó educar por la Iglesia, a través de su familia, la piedad popular, los libros de formación y el consejo de los mayores. Aprendió a querer e imitar a los santos, a quienes nombra y recurre con frecuencia. Respetó y defendió a los sacerdotes como ministros de Cristo. Frecuentó en la Iglesia los sacramentos de la confesión y la eucaristía, superando obstáculos de toda índole. Se confió a los confesores que le otorgó la providencia, con apertura y sinceridad, tanto en su vida laical como religiosa; acató sus exigencias y las pruebas que le impusieron; y se sometió al juicio de ellos en todas sus vivencias espirituales. Manifestó un gran afecto y gratitud hacia la Orden de Predicadores, cuya Regla cumplió fielmente. Fue respetuosa y obediente con las preladas del Monasterio, aún en situaciones complejas. De los Obispos de su tiempo, supo estimar su conducción pastoral y los menciona en sus páginas con aprecio filial.


5. Conclusión


Desde que comenzó a divulgarse la figura de sor Leonor, su fama de santidad ha ido creciendo. Quienes la van conociendo admiran su vida escondida en Dios, de completa fidelidad a su vocación cristiana y contemplativa, centrada en la fe, la esperanza y la caridad. Mucha gente ha recurrido y sigue acudiendo a su intercesión, para pedir las gracias que necesitan, y se han sentido escuchada. Los testimonios son incontables.

Retomando finalmente el punto de partida, surge la pregunta: ¿qué provecho obtendrá el pueblo de Dios del reconocimiento hecho por la Iglesia de sus virtudes heroicas que la hacen Venerable? Según la experiencia secular de la misma Iglesia, se puede afirmar que al conocer su vida ejemplar podrán hallar aliento y estímulo para su camino de discípulos de Jesús, tanto los laicos como los consagrados, y no sólo los mayores sino también los jóvenes.

Los adolescentes y jóvenes de hoy encuentran en la cultura actual muchos inconvenientes, o quizás poco estímulo, para descubrir y seguir la vocación de los fieles cristianos a la santidad. En su época, Isora comenzó su camino de fe con lo que recibió de su familia y de la religiosidad popular de su tiempo. Aprovechando estos dones, perseveró y creció en ellos, por medio de la oración, los sacramentos y las obras de caridad. Pero las circunstancias no fueron siempre favorables. Huérfana de madre con pocos años, tuvo que cambiar de un hogar a otro, no hubo para ella escuela pública y debió atender por sí misma a su formación. Los familiares no siempre comprendieron sus ideales y sus búsquedas; más bien quisieron imponer el estilo mundano de la época y hasta la agredieron de varias maneras. No obstante, conservando el respeto por los mayores, siguió buscando con tesón la voluntad de Dios para ella, y mantuvo con valor su forma honesta y cristiana de vida. Colaboró en las tareas de la casa, aún en tiempos de pobreza, y asistió con amor a pobres y enfermos, en cuanto estuvo a su alcance. Sintió de corazón el desamparo que las mujeres padecían en su momento y quiso ayudarlas. Su plena confianza en la providencia de Dios le permitió atravesar de buen ánimo muchas situaciones adversas y hasta peligrosas. Al descubrir su vocación y verse confirmada en ella, debió esperar con paciencia algún tiempo y lo ocupó en prepararse para ingresar al Monasterio, perseverando en la oración, la caridad y las privaciones voluntarias.

La cultura de este tiempo tampoco favorece la opción por una entrega completa a Dios en la vida consagrada. Menos se comprende aún la vocación contemplativa, que en apariencias no presta servicios de misión, ni de asistencia o promoción humana. Es cierto que el ambiente de Córdoba era quizás más religioso en el siglo XIX. Pero aun en la cultura secularizada de hoy, siempre será un estímulo conocer el entusiasmo de sor Leonor por entregarse a la oración de alabanza y bendición, dirigida al Dios grande, misericordioso y padre providente. Como también admirar su pasión por gastar la vida intercediendo para que la predicación del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra; y dejarse cautivar por su entrega alegre y generosa al servicio de los demás con amor fraterno. No le faltaron, sin embargo, ocasiones de tentación, incomprensión, o de humillación. Pero Dios le concedió perseverar feliz en su camino, libremente elegido, poniendo todo su amor y confianza en Jesucristo y en la Virgen María.


Bibliografía


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ZAMBRUNO OP, Pablo Santiago (2001) Tesis de licenciatura Sor Leonor Ocampo de Santa María y su mensaje espiritual, Facultad de Teología San Vicente Ferrer, Valencia.




Recibido: 22 de octubre de 2018

Aceptado: 1 diciembre de 2018


1 Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II (1964), Constitución dogmática Lumen Gentium, I-II.

2 Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II (1964), Constitución dogmática Lumen Gentium, V.

3 Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II (1964), Constitución dogmática Lumen Gentium, 52.

4 Catecismo de la Iglesia Católica (1992), 828: “Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar solemnemente que esos fieles han practicado heroicamente las virtudes y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder del Espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los fieles proponiendo a los santos como modelos e intercesores (cf. LG 40; 48-51). "Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de renovación en las circunstancias más difíciles de la historia de la Iglesia" (CL 16, 3). En efecto, "la santidad de la Iglesia es el secreto manantial y la medida infalible de su laboriosidad apostólica y de su ímpetu misionero" (CL 17, 3).”

5 Juan Pablo II (1994), Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente, 37: “En estos años se han multiplicado las canonizaciones y beatificaciones. Ellas manifiestan la vitalidad de las Iglesias locales, mucho más numerosas hoy que en los primeros siglos y en el primer milenio. El mayor homenaje que todas las Iglesias tributarán a Cristo en el umbral del tercer milenio, será la demostración de la omnipotente presencia del Redentor mediante frutos de fe, esperanza y caridad en hombres y mujeres de tantas lenguas y razas, que han seguido a Cristo en las distintas formas de la vocación cristiana.”

6 Juan Pablo II (2001), Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, 7: “Sin embargo, la viva conciencia penitencial no nos ha impedido dar gloria al Señor por todo lo que ha obrado a lo largo de los siglos, y especialmente en el siglo que hemos dejado atrás, concediendo a su Iglesia una gran multitud de santos y de mártires. Para algunos de ellos el Año jubilar ha sido también el año de su beatificación o canonización. Respecto a Pontífices bien conocidos en la historia o a humildes figuras de laicos y religiosos, de un continente a otro del mundo, la santidad se ha manifestado más que nunca como la dimensión que expresa mejor el misterio de la Iglesia. Mensaje elocuente que no necesita palabras, la santidad representa al vivo el rostro de Cristo.”

7 Juan Pablo II (2001), Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, 27.

8 Cf. Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos (2002) Directorio sobre piedad popular y liturgia, Principios y Orientaciones, capítulo VI, nn. 208-247.

9 V Conferencia del Episcopado de América Latina y el Caribe (2007), Documento de Aparecida (DA), 127.

10 V Conferencia del Episcopado de América Latina y el Caribe (2007), DA, Discurso Inaugural, 1.

11 DA, 273.

12 Francisco (2018), Exhortación Apostólica Gaudete et Exultate, 2.

13 Además de referirse en general a testigos, santos, beatos y mártires, menciona expresamente unas 70 veces a santos y beatos por su nombre, citando sus enseñanzas en la mayoría de los casos.

14 Conferencia Episcopal Argentina (1990) Líneas pastorales para la nueva evangelización, 27-31; ID (2003) Navega mar adentro, 33. 61. 76.

15 Cuatro ejemplos comparando años de vida y de beatificación: María Antonia de la Paz y Figueroa (1730-1799), beatificada en 2016; Catalina de María Rodríguez (1823-1896), beatificada en 2017; Ceferino Namuncurá (1886-1905), beatificado en 2007, José Gabriel del Rosario Brochero (1840-1914), beatificado en 2013 y canonizado en 2016.

16 De estas 46 Causas mencionadas, 6 corresponden a Venerables, cuyas virtudes heroicas ya han sido reconocidas por la Iglesia: Hna. Benita Arias SJS, Fray Mamerto Esquiú OFM, Hna. Leonor López de Maturana CCV, Madre Camila Rolón PBSJ, R.P. José León Torres OM, Isidoro Zorzano. Además, hay otras 15 causas en estudio o preparación, entre ellas la de Reginaldo Toro OP (1839-1904), insigne fraile dominico, fundador de las Hermanas Terciarias Dominicas de San José y Obispo de Córdoba.- Mientras se preparaba la publicación este artículo el Papa Francisco aprobó el martirio de Mons. Enrique Angelelli, que con los padres Carlos Murias, Gabriel Longeville y el laico Wenceslao Pederenera, serán beatificados en los próximos meses.

17 Positio: Escrito en el cual debe presentarse con fundamento suficiente de testimonios y documentos, tanto la biografía completa del Siervo de Dios, incluyendo cuanto haya escrito en vida, como también la prueba de su vida virtuosa en grado heroico y su fama de santidad.

18 Escribió una especie de autobiografía en dos cuadernos comunes, destinados exclusivamente a sus confesores, que se guardan en el archivo del Monasterio Santa Catalina de Córdoba (165 páginas en total). Los redactó siendo ya religiosa y recordando con admirable memoria, una enorme cantidad de eventos de casi toda su existencia. Han sido publicados bajo su nombre, aunque no de manera integral, con el título de Memorias (Córdoba, Monasterio Santa Catalina, 1977). El manuscrito fue incorporado a la Positio y analizado en detalle, para describir -como exigen las normas- su vida por entero y sus vivencias espirituales.

19 Pablo Santiago Zambruno OP, (2001) Tesis de licenciatura Sor Leonor Ocampo de Santa María y su mensaje espiritual, Facultad de Teología San Vicente Ferrer, Valencia; Contardo Miglioranza OFMconv, (2001) Sor Leonor de Santa María Ocampo OP. Toda de Dios, Córdoba, Monasterio Santa Catalina de Siena, Misiones Franciscanas Conventuales; ID (2003) Sor Leonor de Santa María Ocampo. La santa de las visiones, en Santos Argentinos, Buenos Aires, San Pablo, pp. 144-152; María Nora Díaz Cornejo OP, (2016) Sor Leonor de Santa María Ocampo. Una flor de Dios en la Argentina, Buenos Aires, PPC. A ellas se suman numerosos artículos y dos ponencias en las Jornadas de Historia de la Orden Dominicana en la Argentina, organizadas por el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNSTA en 2003 y 2005.

20 A fin de procurar una investigación completa como se requiere, fueron consultados 38 archivos. El elenco completo y los documentos encontrados se describen detalladamente en la Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis Eleonorae a Sancta Maria, 2017, Archivo del Monasterio Santa Catalina de Córdoba (AMSC), Sección sor Leonor Ocampo. En adelante Positio.

21 Entre muchos otros: Cayetano Bruno SDB, (1975-1976) Historia de la Iglesia en la Argentina, t. X-XI, Buenos Aires, Editorial Don Bosco; Valentina Ayrolo, (2007) Funcionarios de Dios y de la República. Clero y política en la experiencia de las autonomías provinciales, Buenos Aires, Biblos; Cynthia Folquer, (ed) (2008) La Orden Dominicana en la Argentina: actores y prácticas (desde la colonia al siglo XX), Tucumán, UNSTA; Guillermo Nieva Ocampo (2014) “Modernidad y sociedad barroca: la revolución independentista en Córdoba del Tucumán y el Monasterio Santa Catalina (1810-1830)”, en Hispania Sacra Vol. 66, Nº 134, Madrid, pp. 621-660. Positio 275-282: Bibliografía.

22 El mayorazgo, antigua institución española creada para proteger el patrimonio familiar, fue abolida por la Asamblea del año 1813 y la Constitución Argentina (1853); aunque el mayorazgo de San Sebastián de Sañogasta perduró de hecho hasta principios del siglo XX.

23 Autobiografía, 2-3, s.f., AMSC, Sección sor Leonor Ocampo. En adelante: Autobiografía.

24 Don Amaranto, como es nombrado muchas veces, había estudiado derecho en Córdoba, y ocupó distintos puestos en el gobierno de La Rioja y luego de San Juan. Como otros miembros de su familia, también funcionarios, sufrió los frecuentes avatares de la política de su tiempo.

25 Nacida con el apellido Dávila, su madre tomó el de Brizuela y Doria, por ser heredera del mayorazgo.

26 Ramón, por ser heredero del mayorazgo, también adoptó el apellido Brizuela y Doria, lo mismo que su madre.

27 Cf. Libro de Bautismos Nº 5, f. 80, Archivo de la Parroquia de Chilecito (La Rioja).

28 Autobiografía, 10-11.

29 Autobiografía, 8.

30 Autobiografía, 16.

31 Cf. Autobiografía, 18-19.

32 Su padre Amaranto Ocampo se casó en segundas nupcias con Felisa Pazos y de esa unión nació Ramona Liboria Ocampo Pazos, de la cual nada se ha sabido, aunque el matrimonio y el bautismo de la niña constan en los libros parroquiales.

33 Autobiografía, 19: “Cuando tuve 12 años, comenzó Dios a obrar un prodigio en mi alma con su gracia; edad por cierto de muchos peligros. Omito mil sufrimientos que con la falta de madre se sufre, ahora solo me refiero, a la necesidad que yo tenía de quien vele y cuide de mi alma, ¡qué desamparo! ¡qué peligros! ¿y quién velaba por mí? ¡Ay qué prodigio! recién lo comprendo y estimo y también la Sma. Virgen con su protección. Dios guiaba mi alma y la guardó con particular esmero, a no haber sido así ¡pobre de mí! En esta hora estaría llorando mil desgracias. ¡Bendito Dios mío que me libraste!”.

34 Autobiografía, 23.

35 Autobiografía, 25: “Después de la comunión, me hinqué a dar gracias en un altar de Ntra. Sra. de Candelaria. Toda gozosa y agradecida a la Divina Majestad del bien que recibía mi alma y con un afecto muy fuerte y grato me dirigí a la Sma. Virgen poniéndome en sus manos toda yo y la obra que yo hacía aquel día, para que como Madre mía la ofreciera al Señor; en esto que hacía este ofrecimiento, me sentí atraída y arrebatada del divino amor, me quedé suspensa, sin discurrir cosa alguna, solo se ocupaba mi alma de amar y admirar a aquel que así me atraía. Yo no sé el tiempo que esto duró...”.

36 Autobiografía, 26.

37 Su confirmación, recibida el 25 de julio de 1858, consta por el acta respectiva: Cf. Libro de Confirmaciones 1 (1858-1878), ff. 8v.10r, Archivo de la iglesia Catedral de La Rioja.

38 Autobiografía, 41.

39 Autobiografía, 39.

40 Autobiografía, 53: "Nos mudamos a otra casa como Dios quiso para que se cumpliesen en mí sus designios, alabado sea Dios. ¡Qué época tan feliz! días llenos y dichosos fueron para mí, desde que me separé del bullicio…".

41 El joven pretendiente fue avisado por don Amaranto de la resolución de su hija y poco tiempo después falleció, probablemente descuidando un problema suyo de salud. El pueblo comentó que por ese motivo Isora decidió hacerse religiosa, como ella misma cuenta y niega a la vez, diciendo: “...y mi petición continua a Nuestro Señor era que no me entregase a criatura alguna, y se lo pedí con muchas lágrimas”: Autobiografía, 54.

42 Autobiografía, 55: "con profunda humildad confieso que puedo decir con verdad que no vivía yo en mí, sino en Dios (…) Desengañé al mundo, al demonio y a la carne. Al mundo con un desaire a sus vanidades, renunciando a los placeres de esta vida, y prefiriendo la vida interior y mortificada. A estos tres enemigos me ayudaba Dios a perseguir".

43 Cf. Autobiografía, 64-72.

44 Cf. Autobiografía, 60, texto transcripto en 4.2. Principales rasgos espirituales, vida de oración.

45 Cf. Autobiografía: 73-83. 85. 89-94. 97-98. 100-101.

46 Autobiografía, 98: “confundida y llena de gratitud lloraba y daba gracias al Señor y a la Santísima Virgen que con tanta bondad hacía que me socorriesen (...)”

47 Cf. Autobiografía, 101-102.

48 Autobiografía,103: “me abrieron las puertas las monjas, y fue como si Jesús hubiese abierto su pecho, y me hubiese estrechado en su divino Corazón, sintiendo mi alma el consuelo más grande que imaginar se puede (...)”

49 Cf. Libro de Profesiones II (1810-2000), f. 17v-18r, AMSC, Sección Libros del Monasterio.

50 Cf. Autobiografía, 104.

51 En algunas biografías se supone que fue el padre Ramón Jové, jesuita español, aunque bien pudieron ser también los padres Francisco Chelos y Palau, José Saderra o José María Bustamante, que en esos años formaban parte de la comunidad en Córdoba.

52 Autobiografía, 106: "Conocí también que Dios y Nuestro Padre me mandaban este confesor según la necesidad de mi alma, para que me hiciera conocer los favores que tenía recibidos, y los apreciase y correspondiese a ellos (...)”

53 Cf. Autobiografía, 107.

54 Cf. Autobiografía, 115-116.

55 Autobiografía, 108.

56 Positio, Summarium Testium, VIII § 80: "Contaban las monjas que sor Leonor, a pesar de su ineptitud para los oficios, se ofrecía para ayudar a las demás. Tenía mucha caridad y prontitud para ofrecerse, pero no habilidad para hacer las cosas. Y ella siempre se ponía en último lugar, en todo".

57 Su sobrina María Carlota de los Dolores Herrera, hija de su hermana Benjamina, profesó en 1872, con el nombre de Dolores de Santa Catalina. Cf. Libro de Profesiones II (1810-2000), f. 20, AMSC, Sección Libros del Monasterio.

58 Su tía sor Cándida Rosa de los Dolores Ortiz de Ocampo falleció el 12 de mayo de 1876. Cf. Libro de Difuntas (1866-...), ff. 7-8, AMSC, Sección Libros del Monasterio.

59 Símbolos más utilizados en su escrito son: pájaros y palomas; huerto, campo, jardín, plantas y flores; luz, agua, mar, piedras, diamante, estrellas. Luego también: globo, banquete, fuego, cajas, cintas, cordones, caños, corona de oro o de palmas, palos, cruces, mansiones, cumbre, abismo, trigo, columna, banderas, colores. Como símbolos del demonio: toros, murciélagos, víboras o serpiente.

60 Autobiografía, 121-122.

61 Cf. Autobiografía 117-118. 120. 125-136. 138-139. 143. 145.150. 156.164.

62 Autobiografía, 43.

63 Fray Reginaldo Toro OP (1839-1904) desempeñó varios oficios importantes en el convento de Córdoba, fue provincial de la Orden, y finalmente Obispo de Córdoba desde 1888.

64 Autobiografía, 141-142: "no impediré yo que se labre mi alma y la hermoseen los trabajos y las humillaciones, yo estoy dispuesta a pasar por todo, porque estoy segura que ésta es la voluntad de Dios".

65 El Venerable fray José León Torres OM (1849-1930) fue provincial, confesor de religiosas y fundador de las Hermanas Terciarias Mercedarias del Niño Jesús. Estas religiosas cuentan que el padre tenía a sor Leonor por santa, atribuyéndole sobre todo las virtudes de obediencia y humildad, y contando que ella había preanunciado la nueva fundación. Cf. Positio, Summarium Testium, XXVII §§ 205-207.

66 Autobiografía, 156: "Efectos tan divinos me dejan estos sueños misteriosos, que no puedo menos que creer que Dios será el autor de ellos, yo lo dejo a su juicio, no sé qué pensar de esto; yo sé que no se debe creer en sueños, pero también yo veo en los libros y en la vida de Santos, llenos de favores recibidos en sueño y aunque yo no soy, y muy lejos estoy de ser como esas almas; pero cuando veo que se verifican las cosas, unas pronto y otras más tarde, le aseguro P. mío, que no sé qué me queda, y éste no sé qué, que me queda, me da escrúpulo de temor que vaya yo a estar ilusa".

67 Cf. Autobiografía, 149-150. 157-158.

68 Libro de Difuntas (1866-...), f. 34, AMSC, Sección Libros del Monasterio.

69 Cf. Positio 19-112.

70 Autobiografía insertada también en la Positio 177-266.

71 Testimonios incluidos en la Positio 119-176. Seis de ellos son de monjas Catalinas (1939) y tres de la superiora general de las Mercedarias del Niño Jesús (1937-1939).

72 En la Positio se procuró iluminar su trayectoria espiritual, con obras generales de historia y de espiritualidad cristiana, más otras que estudian las características de ese tiempo y de la tradición dominicana.

73 Autobiografía, 114.

74 Autobiografía, 2.

75 Autobiografía, 56.

76 Cf. Autobiografía, 57. 70. 76.

77 Autobiografía, 41.

78 Autobiografía, 60.

79 Cf. Autobiografía, 442. 114.

80 Cf. Autobiografía, 2.

81 Cf. Autobiografía, 47.

82 Cf. Autobiografía, 11.

83 Autobiografía, 20.

84 Cf. Autobiografía, 14.

85 Autobiografía, 99.

86 Cf. Autobiografía, 80.

87 Cf. Autobiografía, 116-117.

88 Cf. Autobiografía, 123-124.

89 Cf. Autobiografía, 147-148.

90 Autobiografía, 136: “Éstos y otros riquísimos efectos me quedan tan provechosos, que no puedo menos que alabar a Dios. Ni tampoco me queda duda ninguna, de que sea obra de Dios, pero como siempre es mejor temer, digo: sea esto lo que fuere, yo amo al Dios de verdad que está en el cielo, si éste que yo veo es engaño, de esta manera no quedo engañada, los efectos y frutos que estos regalos y visitas me dejan, no le haré tanto favor a mandinga en atribuirle a él tanto bien, y tampoco no es capaz de procurarle tanta gloria a Dios; Yo digo así, para confesar lo que yo siento pero no porque yo no someta mi juicio al de Vuestra Paternidad, pues me renuncio a mí”.

91 Cf. Autobiografía, 41. 70. 88. 91. 114. 142. 159.

92 Cf. Autobiografía, 135.

93 Cf. Autobiografía, 104-105.

94 Autobiografía, 43: “Dios Nuestro Señor fue mi Maestro, y todo, pues nunca permitió que tuviese el más ligero pensamiento de que yo fuese algo más que otras por esto, pues me dejaban sentimientos tan humildes, que ya digo que me unía con la tierra, ya no podía sentir más bajamente de mí, y esto era con una gracia especial, pues no podía yo hacer aquellos actos interiores de humildad sin una gracia particular”.

95 Cf. Autobiografía, 57.

96 Cf. Autobiografía, 65-69.

97 Autobiografía, 71: “Yo los amaba y trataba a todos como a mis hijos”.

98 Autobiografía, 56.

99 Positio, Summarium Testium, XIX § 149.

100 Cf. Autobiografía, 55-56.

101 Cf. Autobiografía, 22.

102 Autobiografía, 71.

103 Cf. Autobiografía, 108. 116. 118.

104 Autobiografía, 142.

105 Cf. Autobiografía, 87-88.

106 Autobiografía, 156: “Efectos tan divinos me dejan estos sueños misteriosos, que no puedo menos que creer que Dios será el autor de ellos, yo lo dejo a su juicio, no sé qué pensar de esto; yo sé que no se debe creer en sueños, pero también yo veo en los libros y en la vida de Santos, llenos de favores recibidos en sueño y aunque yo no soy, y muy lejos estoy de ser como esas almas; pero cuando veo que se verifican las cosas, unas pronto y otras más tarde, le aseguro P. mío, que no sé qué me queda, y éste no sé qué, que me queda, me da escrúpulo de temor que vaya yo a estar ilusa.” Cf. Autobiografía, 136 (texto transcripto en Nota 89).